Como dice la doctora Inés Di Bartolo, la autorregulación es la capacidad que tenemos los seres humanos para procesar y manejar las emociones. Incluye tener acceso a ellas y ser capaces de sentirlas, sin quedar presos ni poseídos por ellas, poder dominarlas de modo que las emociones nos informen y no nos desborden, que podamos sentirlas y a la vez mantenernos en control de nuestras acciones.”Desde el nacimiento y a lo largo la infancia los chicos van aprendiendo a regularse con los adultos que los cuidan, entienden lo que les pasa y –con tiempo e infinidad de experiencias–los ayudan a entenderse, les ofrecen recursos para que aprendan a regularse.Los adultos experimentamos y registramos lo que sentimos, sabemos expresarlo adecuadamente (a nosotros mismos y o a los demás), lo procesamos, usamos esa información para resolver –si se puede– o para despedirnos en caso contrario. En la mayoría de las situaciones podemos controlar la impulsividad, aplazar la satisfacción inmediata de deseos y necesidades, tenemos adecuada tolerancia a la frustración y al dolor y capacidad de espera, y podemos calmarnos a nosotros mismos. Lo fuimos aprendiendo con el acompañamiento de nuestros padres a lo largo de nuestra infancia y adolescencia y es nuestra tarea hacer lo mismo con nuestros hijos. Pero no lo logramos siempre, ni en todos los temas o las situaciones. No nos preocupemos: no todos los intercambios tienen que ser de ese tipo: alcanza con que esas experiencias predominen en la crianza. De hecho, en parte gracias a nuestros errores de sintonía, los bebés van descubriendo el entorno, y pueden mirar y ver más allá de su cuidador principal/figura de apego y encontrar soluciones propias u otras personas que puedan ofrecerles otras alternativas.A veces los adultos estamos preocupados, nerviosos, cansados, nos falta tiempo, o nuestros problemas no nos permiten focalizar en lo que les pasa a nuestros hijos. Por otro lado, como nuestra capacidad para regularlos se relaciona con lo que pasó en nuestra infancia, con la forma en que nuestros padres nos regularon y nos acompañaron en el proceso, puede ocurrir que hayamos aprendido a no conectar con muchas emociones; por ejemplo, a no sentir ni mostrar miedo, o no llorar, porque eso es lo que se esperaba de nosotros. En esos casos de “daltonismo emocional” –así me gusta llamarlo–, primero tenemos que reconocer y aceptar nuestra emocionalidad completa: miedos, enojos, celos, tristezas, descubriéndolos como oportunidades para enriquecer los mecanismos de regulación propia y de nuestros hijos. A menudo aceptar que no entendemos resulta una herramienta muy útil para empezar.¿Por qué es tan importante esta capacidad de regularnos y enseñarles a regularse? Porque nos permite responder desde el cerebro integrado en lugar de reaccionar impulsivamente y porque nos ayuda a no derrochar energía en defensas que en lugar de fortalecernos nos debilitan: escondiendo, negando, acusando a otros, victimizándonos, reprimiendo, racionalizando –es decir buscando explicaciones lógicas– en lugar de amigarnos con las emociones y usarlas como mapa para entendernos a nosotros mismos y a nuestros hijos.El estrés es parte de la vida, no se trata de que los padres les evitemos nuestros hijos las situaciones de estrés sino que los acompañemos de modo que aprendan a manejarlas yo resolverlas. Se trata de consolar, sostener, ayudar a entender, poner palabras, interpretar, compartir nuestra experiencia, estar disponibles, y si no podemos… acompañar siempre, como dice el juramento hipocrático.Los chicos necesitan nuestro acompañamiento adulto hasta lograr autorregularse. Al comienzo son mamá o papá los que los calman y les ayudan a procesar los hechos de la vida; en muchas experiencias compartidas ellos van enriqueciendo sus mecanismos personales a partir de las respuestas que les dan los grandes en las ocasiones en las que se salen de su eje: adultos que ponen en palabras su enojos, que los ayudan a buscar soluciones alternativas, también a despedirse de algunos deseos y a esforzarse por alcanzar otros.A partir de nuestras respuestas los niños aprenden que es posible procesar lo que sienten, que pueden pasar de tristeza, enojo o temor intensos a la calma y el consuelo, que pueden recuperarse. Con este acompañamiento y guía, desde chiquitos incorporan gradualmente a su propia conducta las respuestas consoladoras de sus cuidadores.La necesidad de acompañamiento no termina al crecer, sino que dura toda la vida; los adultos a menudo necesitamos alguien que nos ayude a regularnos en las situaciones difíciles. Y qué agradable resulta tener cerca esa persona –amigo, pareja, hermano– que nos puede sostener, con quien no necesitamos estar alertas o la defensiva, junto a quien podemos crecer, pensar en borrador, que nos va a prestar sus recursos y acompañar sin juicios…Intentemos que predomine en nuestros hijos la experiencia de sentirse acompañados y sostenidos hasta que estén preparados para autorregularse de modo que no necesiten hacerlo antes de tiempo yo para que ellos no tengan que ocuparse de regularnos a nosotros, convirtiéndose en nuestros cuidadores en lugar de seguir siendo niños o adolescentes confiados y entregados a nuestro cuidado. Y si no lo logramos, busquemos ayuda en una amiga, un libro, un familiar o un terapeuta que nos acompañe hasta que adquiramos o recuperemos la fortaleza que nos permita sostener a nuestros hijos y enriquecer sus recursos de regulación.Maritchu SeitúnTemasNota de OpinionEl BerlinésConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectOtras noticias de OpiniónUna oda a las viejas cartasLa ciencia detrás de las resoluciones de Año NuevoUna oposición adolescente, entre Dr. Jeckyll y Mr. Hyde
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