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La avasallante crisis mundial del sistema político

Solemos pensar que lo que nos ocurre es autónomo. Y pocas veces, que somos parte de tendencias superiores y profundas.Pues hoy asistimos a una crisis en el sistema político. Y lo propio ocurre en muchos lugares del mundo. La relación de representación entre autoridad y gobernados se deterioró en numerosas sociedades.Es cierto que en la Argentina tenemos razones autónomas. Entre ellas están nuestro gusto por el Estado exacerbado (que empobrece), una división cultural (empatada) entre quienes prefieren instituciones y quienes reclaman la mera regencia del poder, altos grados de desconfianza interpersonal que alientan el exceso de la autoridad, una tolerancia con la irregularidad generalizada (y no solo de la política) y la ilusión cortoplacista de un país rico en el que solo es necesario distribuir mejor el ingreso (falacia que termina en frustración).Pero la crisis entre la sociedad y los políticos es supranacional.Y una razón para ello es la transformación tecnológica que ha irrumpido en la relación entre representante y representado. En un ámbito de nueva “cercanía” digital global, la revolución de las comunicaciones descentralizadas nos aproximó (según el caso) a ciudadanos de países más prósperos o más competitivos. Ante lo cual en algunos lugares se padece amenaza (desde abajo) y en otros se demanda equiparación (hacia arriba).Estamos más vinculados con los nuevos vecinos que con nuestra propia localidad.Esa transformación, además, no lo es solo en tecnologías duras sino, y especialmente, en las blandas. Ha horizontalizado las organizaciones poniendo en crisis a todos los colectivos (los modelos tradicionales de familia, escuela, iglesias, sindicatos y hasta de los Estados nacionales). El poder, por ende, está trastornado como nunca. Aunque hay una organización que ha sabido responder rápido y es más eficaz en adaptarse: la empresa. Lo cual agrega un eslabón a la crisis del poder.Esta novedad alienta una desconfianza hacia la autoridad estatal tradicional (que responde a un viejo modelo de preeminencia de la jefatura). Que quiere y ya no puede como antes.En paralelo, esta apertura está descubriendo lo que antes se podía desconocer: los líderes (aun los mejores) tienen defectos, no son providenciales y cometen errores. Como recomendó el Premio Nobel James Buchanan, vamos abandonando la inocencia de creer que los gobernantes se guían exclusivamente por un supuesto interés general (y no por el suyo propio).El mundo es otro. El poder político, ahora, no puede contener la proliferación de los virus, los flujos globales de información y conocimiento (y sus impactos sociales), los movimientos de capitales, las volatilidades, las migraciones y telemigraciones, el comercio y las inversiones internacionales. Ni la creación de nuevas comunidades (muchas virtuales). Por ende, queda muchas veces desairado ante nuevas relaciones sociales, laborales, económicas, culturales o científicas que conciben espacios públicos no estatales en los que encuentran instrumentos modernos para hacerlas vigentes (fenómenos como blockchain están siendo aliados crecientes en este proceso).Opina John Dickerson en su libro El trabajo más difícil del mundo que la tarea del presidente de EEUU está ya destinada al fracaso y a promover desilusión porque cuando el cargo se creó la cantidad de tareas y expectativas era manejable pero hoy ya no hay manera de ser eficaz en tal complejidad.Las “viejas” autoridades políticas, por ende, no cuentan con el herramental adecuado ante nuevos contextos. Quedan descolocadas y se someten a quienes, sin embargo, las siguen mirando como lo que ya no son.Una revolución tecnológica está acercando lo que estaba lejos, modificando el saber útil, permitiendo llegar más profundo, descentralizando organizaciones y cambiando la escena. Marc Andersen lo ilustra anunciando el cambio civilizatorio del divorcio de la ubicación.Dice Yuval Harari que una de las diferencias que los seres humanos tenemos sobre otras especies es que podemos construir ficciones (aunque aclara que mientras la verdad es universal, las ficciones son locales). Pues el poder tiene mucho de ficción y la nueva evolución científica perfora ilusiones. Finalmente, el rey está desnudo.Se atribute a Chejov la idea de que todos siempre estamos actuando; pero que mientras en el teatro el actor y el espectador saben que el actor solo interpreta un papel; ya en la religión el actor y el espectador creen ambos que el actor es en verdad quien dice ser; y en la locura el actor cree ser lo que representa pero los demás saben que no es así; y que se da en la política el caso de que es el actor quien íntimamente sabe que no es plenamente quien el espectador cree.Es probable que éste sea un proceso inexorable en el que lo político deberá adaptarse. Redibujarse. Y que deberá remitirse a una renovada misión: crear un relevante sistema de referencia para que, luego, los más empoderados particulares (que han desarrollado ahora instrumentos potentes, internacionales, eficaces y útiles) se encarguen de más crecientes porciones de la vida (lo que, hace décadas, ya reclamaba Julián Marías con sólidos argumentos éticos).Fue Huntngton quien advirtió que la discusión política entre países deberá ubicarse ahora no tanto en la forma de gobierno sino en el grado de gobierno.Ahora bien: esto poco tiene que ver con aquella vieja disputa entre egoísmo privado contra interés social estatal: los modelos de cooperación generados a través de la construcción de asociaciones entre empresas, trabajadores, prestadores de tecnología y constructores de saber operativo, a través de plataformas innovativas, nos pone ante lo que Ron Adner llama “ecosistemas”, en los que la interacción con el interés colectivo (no estatal) es espontánea y más eficaz que en la búsqueda coercitiva de lo público.Dada la modificación de las circunstancias, pues, es posible que estemos asistiendo a un cambio en el que la recuperación del bienestar dependerá de que se organicen mejor las fuerzas. Y que debamos, dadas las posibilidades derivadas de la evolución tecnológica –como sugiere Garry Galles–, tender a nuevos modelos para que la política garantice la arquitectura-marco (que también se complejiza) pero que aligere el accionar del avasallante poder de lo “micro”. Es en lo “micro” donde se está dando la revolución. Enseña Loenard Read (en Deeper than you think) que los individuos y sus asociaciones, que actúan en ese nivel “micro”, tienden a ocuparse mejor de los nuevos problemas de su escala –cada vez más complejos– porque la “oleada de macroadictos” (así los llama) no ha llegado a sofisticarse lo suficiente. Sostienen numerosos científicos que muchos más avances ya están disponibles y no ocurren por límites regulativos y no por disponibilidad tecnológicaQuizá está ahí parte del sentido de una revolución oculta. E inevitablemente nos dirijamos a un reemplazo, pero no de personas sino de modelos.Podría tratarse de un peldaño en un camino en el que (una vez más) lo que no es político termina modificando lo que sí lo es.Analista económico internacionalMarcelo ElizondoTemasNota de OpinionNewsletter columnistasConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectOtras noticias de Nota de OpinionAutocracias que violan los DDHHAnálisis. Reformas que todos piden y nadie quiere pagarOpinión. Los dos derechos básicos que garantiza la boleta única papel

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