La Triple Corona argentina es la NBA del polo. En lo suyo, lo mejor del mundo, pero en un torneo local. Se le parece hasta en que casi no existen las ovaciones a los jugadores. Sí aplausos, alguno que otro canto por un equipo, bocinas, banderas, gritos de gol… pero casi nunca aclamaciones a un protagonista en particular. Ni siquiera a los grandes bien grandes, a los cracks de la historia.Milo Fernández Araujo no está entre ellos. Fue un polista muy importante, pero no a la altura de Juancarlitos Harriott, de Adolfo Cambiaso. Ni de los Heguy, tan importantes para él en su carrera. Y sin embargo, tiene algo que los monstruos no.Milo, en ese sábado de despedida en que el público lo aclamó como a casi nadie más en el último cuarto de siglo en la Triple Corona; ni siquiera el ultracrack Adolfo Cambiaso se llevó semejante reconocimiento individual.Sergio LlameraVeinticinco de noviembre de 2006, Palermo. Indios Chapaleufú II, su equipo, necesitaba ganarle por al menos siete goles La Dolfina, el campeón, para seguir en camino. Imposible. Durante meses Milo había anunciado a los cuatro vientos que ésa era su última temporada, la novena junto a Eduardo, Alberto (h.) e Ignacio Heguy. En efecto, ganó La Dolfina, 15-14. Fernández Araujo no volvería a jugar en la cancha 1 del Campo Argentino de Polo, esa Catedral que no ovaciona a sus actores. Pero que ese sábado se dio un permitido.“Da la vuelta, Milo. Mirá cómo te aplaude la gente”, le propuso Bartolomé Castagnola, un rival, todavía a caballo. Y se prendió Adolfo Cambiaso. Y el 3 de Indios Chapaleufú II, siempre de perfil subterráneo, aceptó, conmovido. Empezó a galopar corto y pasó frente a las tribunas de Dorrego, las “populares” del polo, desde el tablero hacia Libertador. Giró y pasó por las plateas, de la A hacia la B. Casco en mano, y en alto. El amarillo, inconfundiblemente suyo. Todas las tribunas aclamándolo. Y atrás, compañeros y adversarios formando una escolta, como si fuera un presidente o un papa abriéndose paso entre el tránsito.Bartolomé Castagnola fue el que le propuso dar la “vuelta olímpica” el día en que Milo se despidió de la cancha 1 en el Abierto de Palermo; “mirá cómo te aplaude la gente”, lo exhortó Lolo, tras ese La Dolfina vs. Indios Chapaleufú II.Sergio LlameraMilo Fernández Araujo. Doce años de Triple Corona, siete copas de campeón (cuatro de Tortugas, tres del Argentino Abierto), 10 goles de handicap durante dos temporadas. Muy buen currículum, pero corto ante los de los Heguy, Castagnola, Mariano Aguerre (otro contrincante ese día). Ni hablar frente al de Cambiaso. Pero con el estruendo dirigido a un solo individuo que hasta hoy no han recibido los otros protagonistas de aquella tarde. Ni casi nadie más.Difícil, o más bien imposible, proyectar ese cierre cuando Milo detestaba este deporte. A él lo fascinaban los autos, las carreras. Un ambiente mamado desde chico, cuando su papá corría en Europa y se hizo amigo de Frank Williams. Por eso, ya adolescente, Milo se daba el lujo de andar por los boxes de Fórmula 1 entre Carlos Reutemann y Alan Jones: sir Williams era su padrino de bautismo. Al chico le gustaban los caballos de fuerza más que los de polo. De hecho, sí, pasaba eso: odiaba el polo.A Milo le han gustado muchos deportes, y andar rápido sobre ruedas fue un gustazo que se dio por poco tiempo; su papá, José, le ata unos patines al chico que disfrutaba mucho el karting.Gentileza de Milo Fernández Araujo.Y ya lo jugaba. Su papá, José, le había dicho mucho antes, a sus 7 años, cuando el niño corría en karting, que no le prohibiría el automovilismo, pero que si quería practicarlo debía solventarlo él mismo. O sea, se lo prohibía. Y a cambio le fomentó hacer polo. Le serviría en el futuro, por las relaciones y los contactos que generaría, pensaba José. Pero los amigos y compañeros de colegio de Milo jugaban al fútbol. El chico quería eso, si no eran los autos. Por eso odiaba el polo, con el odio que puede tener un chico de 11 años, claro. Llegaba al club, no conocía a nadie, practicaba lo que no tenía ganas de practicar. Se sentía “sapo de otro pozo”, como diría años después. Lo era, en efecto, a pesar del apellido compuesto.Hasta que un día, a sus 15 años, Norberto Fernández Moreno lo convocó para que se mudara al renombrado club Los Indios, al que pocos ingresaban. Una mudanza corta en distancia, de Bella Vista a San Miguel, pero grande en escalón de categoría. En Los Indios estaban los Heguy, los Goti. Los buenos. Y lo invitaron a los picados. El polo, para Milo, empezaba a tener otro color.No fue hasta que pasó a practicar en el club Los Indios, a los 15 años, que Fernández Araujo empezó a gozar del polo, cuando pasó a compartir el juego con los Heguy y los Goti en San Miguel.Gentileza de Milo Fernández Araujo.Y el muchacho fue mejorando. Con Ruso, Pepe y Nachi Heguy levantó la copa de Tortugas en 1993, por La Martina, a los 26. Claire Lucas de Tomlinson, una referencia del polo de Inglaterra, le abrió las puertas británicas, las del profesionalismo grande. Y Fernández Araujo las cruzó: en 1995 conquistó la Copa de la Reina. El ‘96 fue su peor año: seis meses con un corset por un accidente de esquí acuático –definitivamente le gustaba la adrenalina al hombre–, una acreencia que nunca le pagaron y una baja de handicap, de 8 goles a 7. Salió en sol en el ‘98: los Heguy lo invitaron a ser parte de Indios Chapaleufú II. Era volver a la Triple Corona, en un equipo grande y con amigos.Amigos y compañeros en un equipo muy exitoso, el Indios Chapaleufú II de 1998 a 2006: Eduardo Heguy, Milo e Ignacio y Alberto (h.) Heguy.Gentileza de Milo Fernández Araujo.No funcionó en la primera temporada, aunque fueron subcampeones en Palermo. Pero en el ‘99 conquistaron el Argentino Abierto, y en el 2000 estuvieron a una victoria del cartón lleno en Tortugas-Hurlingham-Palermo. Fernández Araujo venía de lograr otra vez la Copa de la Reina, de llegar a la definición del Abierto Británico y de levantar la Copa de Oro española. E incluso se le dio algo rarísimo.Milo recibe el premio Gonzalo Heguy al jugador más valioso de la final de Palermo 2000; hasta su vencido Lolo Castagnola disfruta el reconocimiento a un tipo muy querido en el polo.Gentileza de Milo Fernández Araujo.En el chukker suplementario de una semifinal del Abierto de Hurlingham, contra el Indios Chapaleufú de Marcos, Bautista y Horacio Heguy y su muy amigo Héctor Guerrero, se le partió el taco en una acción defensiva contra Marcos, la acción se alejó de él, en seguida la bocha le quedó cerca y él dio vuelta la caña y pegó con el mango, que es un poquito más ancho. Casi como si en el tenis se le hubiera roto el encordado y hubiera golpeado con la empuñadura. Así consiguió el gol. De oro, es decir, el del pase a la final. “El gol más importante de mi vida”, lo calificó entonces.El partido del mejor gol de su vida: la semifinal de Hurlingham 2000 entre los dos Indios Chapaleufú que Fernández Araujo definió en el chukker suplementario con un gol hecho con el mango de tu taco roto; en la imagen se pecha con su amigo y adversario Héctor Guerrero.SERGIO LLAMERAEn ese glorioso 2000 de Milo, tras la final más grande de todas, la de Libertador y Dorrego, ganada por 16-13 contra La Dolfina, recibió el premio Gonzalo Heguy al jugador más valioso. Con su yegua Paz, volaba. Era el cierre de un año espectacular para él, el mejor de su carrera. Lo único que le faltó: el premio Olimpia de Oro. Ni en la terna estuvo. Aún hoy le duele.Milo sobre Paz, su mejor yeguaY no obstante, la máxima satisfacción de su trayectoria ocurrió más tarde, en el 2002. Y en un partido perdido. Una final perdida. Otra vez Indios Chapaleufú II vs. La Dolfina en Palermo. Eduardo Heguy se fue expulsado en el quinto de los ocho chukkers, cuando Cambiaso y compañía estaban 10-8 al frente. Entró Sugar Erskine, un suplente sudafricano debutante en el torneo, con 7 de handicap. Todo cuesta arriba para Chapa II, que quedó 35-38 en handicaps y encima terminó 13-9 abajo ese quinto parcial. Y 15-10 a mediados del sexto. Otro imposible. Pero el casco amarillo empezó a aparecer por todos lados. Sin siquiera contar con Paz, que estaba lesionada, Milo se puso al hombro al equipo. Estampó tres goles en 100 segundos a bordo de un caballo como elegido por un libretista, Corazón Valiente, y estableció un 13-15 impensado.Y levantó al público, que siempre estaba mayoritariamente con los Heguy. “Olé, olé, olé, olééé, Milooo, Milooo…”, se entusiasmó la gente, en plena ebullición. Con todo en contra, el 3 estaba en llamas. Fue el principal responsable de la remontada a un 16-16 a fines del séptimo. Y hasta hizo el gol del 17-16 en el octavo, para estremecer a un Palermo incandescente. Lo festejó con un abrazo con Nachi, pero tanto era el griterío que no se había escuchado el silbato: le habían cobrado una infracción. Para peor, muy opinable… por no decir “inexistente”. Resignado, hizo un gesto de “y bueno, qué se le va a hacer”. Y se cortó la inspiración del remendado Indios Chapaleufú II. Bah, se impuso la lógica: La Dolfina fue superior en el desenlace, aprovechó el exceso de revoluciones del cuarteto negro y venció por 20-16, para su primera conquista del Abierto. ¿Quién fue galardonado como el jugador más valioso? Fernández Araujo. Que había perdido, sí.Aquella remontada comandada por Milo en la final de 2002A los pocos días, tuvo otro reconocimiento: los 10 goles de valorización, que había esperado un par de años antes. Pero el premio Gonzalo Heguy de la final y el handicap perfecto no fueron aquella satisfacción mayor de la carrera del número 3. Milo quedó tocado por la aclamación. Una de ésas que Palermo les retacea hasta a los colosos del polo. No a él esa tarde. Tan sensible quedó que al poco tiempo envió espontáneamente a LA NACION una carta pública de agradecimiento.“En lo personal fue lo mejor que me pasó en el polo, fue superior a ganar el Abierto y a los 10 goles, el cariño que me dieron ese día lo voy a llevar conmigo por el resto de mi vida y nadie me lo va a sacar. Por eso quiero compartir este 10 con todos ustedes y darles las gracias por el día más feliz de mi vida en el polo”, escribió. Al día de hoy sigue pensando eso. Su podio de felicidades en el deporte tiene arriba a aquella ovación, escoltada por el primer Palermo que ganó (’99), y luego por la aclamación de cuando se retiró de la cancha 1. “Lo de Dorrego fue espectacular, tremendo. Un momento único. Sentí una cosa tremenda en el estómago”, recuerda ahora, a los 55 años, el instante cumbre, el del 2002. ¿Y la calificación ideal? Fuera del top 3. Y por diferencia. Pero bienvenida, también. “Estuvieron buenos los 10 goles porque uno queda en una lista. En el momento uno no lo ve, porque lo único que quiere es ganar, pero cuando uno termina la carrera está bueno haber llegado”, piensa.”No arenguen más a la gente, que no puedo más de la emoción”, parece decirle Milo a su séquito de compañeros y contrarios en la vuelta olímpica del adiós, en 2006.ALFIERI MAUROCasualidad total, La Dolfina estuvo enfrente en tres de los picos de su trayectoria. La final de Palermo 2000, la de 2002 y aquel adiós de 2006 a la Triple Corona –más allá de que hizo una breve suplencia en Chapa II en 2007–. Ahora, el cuadro de Cañuelas es el suyo: Milo es su director técnico. Y no quiere que se repita con su líder algo que sucedió con todos los Heguy: retirarse sin despedida.“A mí me obligaron a hacerla. Yo no la habría hecho si no me hubieran dado manija Cambiaso y Lolo [Castagnola]”, se defiende hoy. Pero qué bueno que lo hayan forzado, entonces: “Estuvo muy lindo. Fue un momento bárbaro. Se lo digo a Adolfito ahora: el día en que te retires tratá de hacer esa vuelta. Lo merecés vos, lo merece la gente. Ruso no lo hizo… Para mí Adolfito no puede irse sin hacer eso. Es como Federer”, sostiene.Mil veces oponentes, Cambiaso y Fernández Araujo festejaron después una infinidad de conquistas de La Dolfina; “el día en que te retires tratá de hacer esa vuelta. Lo merecés vos, lo merece la gente”, aconseja Milo a Adolfito hoy.Sergio LlameraDe ocurrir, tendrá lugar dentro de pocos años. Sería la cuarta gran aclamación a un polista en la cancha 1 en algo más de un cuarto de siglo. La tercera fue un bálsamo para Facundo Sola, en 2019, cuando el cordobés de Las Monjitas circuló delante de las gradas una semana después de que falleciera su padre, Rubén, por un paro cardíaco sucedido en pleno Campo Argentino de Polo. Otra casualidad: Facu es ahijado de Milo. “Le tengo mucho cariño. También a la familia. Fue una ovación muy linda”, comenta el padrino.La muerte de Sola fue un golpe “duro, durísimo” para él, compañero de Rubén en los primeros abiertos grandes y en el exterior. Muy amigo en su momento. Un impacto mayor que los muchos –físicos– que Fernández Araujo apiló en tantos años de alto handicap. Y no menores. Una vez recibió un tacazo, lo cosieron en un sanatorio cercano a Palermo y volvió al partido. Cicatrices tiene de sobra, como para regalar. “Pero sobreviví. Acá estoy. Por suerte, ningún golpe fue bravo como los que hoy estamos viendo por ahí. Siempre tuve esa suerte. Y siempre, esa forma de jugar arriesgada. Pero fue mi forma de jugar, y era la que transmitía”, afirma. La que transmitía algo al público, quiere decir.Físicamente grandote para este deporte, el número 3 de Indios Chapaleufú II tuvo muchas como ésta: cicatrices, puntos de sutura y operaciones no le faltan; una vez un tacazo le hizo un agujero en la boca, lo cosieron en una clínica y Milo volvió al partido.SERGIO LLAMERAY el público se la premió. “Tuve dos ovaciones. Increíble”, se sorprende en el repaso el hoy entrenador del seleccionado argentino femenino, campeón del primer mundial, en abril en Palermo. “Con la pandemia, sin público, nada que ver, era otra cosa el deporte. La gente es muy importante. Cuando ganaron el mundial las chicas les dije «vayan a despedirse». Y nunca van a olvidar esa ovación. La tribuna es el cariño que uno siembra”, enuncia Milo.Por exhortación de su entrenador, las chicas argentinas campeonas mundiales en abril en Palermo fueron a saludar el público y se llevaron una aclamación “que nunca van a olvidar”, según Fernández Araujo; “la tribuna es el cariño que uno siembra”, cree el DT.LANACION/Sergio LlameraNació en Madrid, pero es argentino (y con la camiseta albiceleste ganó la imponente Copa Coronación contra Inglaterra, en aquel brillante 2000). Le gustaba el automovilismo, y un poco el fútbol, pero jugó al polo. Odiaba el polo, pero lo convirtió en su medio de vida e hizo una carrera esplendorosa. Odiaba el polo, y tiene dos hijas polistas (y muy buenas). Bajó de handicap en el ‘96, pero a los dos años lo convocaron los Heguy, a los tres se consagró por primera vez campeón argentino –que en este deporte es como decir “campeón mundial”– y a los seis plantó bandera en la cúspide con la calificación óptima, 10. Jugaba de 3, pero su estilo era el de un número 2. Vivió sus experiencias más fuertes con La Dolfina como oponente, y después, como DT, lo sacó multicampeón. El gol más importante de su vida fue un coscorrón con el mango de un taco. Fue menos virtuoso que muchos y sin embargo conquistó más que ellos, y llegó al 10 con el que amagaron algunos mejores que él individualmente. Ganó mucho y llegó alto, pero sigue sin conocerlo “nadie” en su Saladillo. Sin familiares polistas, tuvo el handicap ideal, y tal vez sea el único que lo consiguió en esa condición. Fue un jugador popular en un deporte impopular.La mano en señal de saludo, las incipientes lágrimas, el casco amarillo que se archiva para el Abierto: Milo Fernández Araujo se despide del máximo torneo del mundo, el 25 de noviembre de 2006.Sergio LlameraUna vida de paradojas. Y una trayectoria única, quizás al estilo de la de Martín Palermo en el fútbol. “Como para hacer una película. Llegué a donde muchos no llegan, con un poco de suerte. Me encantó llegar lejos en el deporte que hice toda mi vida. El polo es para abrirse puertas. Papá la tenía clarísima en eso de los contactos, que son lo mejor que tiene el polo. Y esa etapa en que los Heguy me llamaron para estar con ellos… Se hizo historia”, rebobina Fernández Araujo.La Copa Emilio de Anchorena, el último trofeo que levantó en la Triple Corona; Tortugas 2006 fue también la última conquista de Indios Chapaleufú en la NBA del polo.GERARDO HOROVITZ“Vamos a extrañarlo siempre. Fue un placer jugar con él. Es un tipo con el que uno nunca puede pelearse. Un jugadorazo. Podrá haber mejores o peores polistas que él, pero se va la mejor persona del Abierto”, lo elogió Pepe Heguy, instigador de su ingreso a Indios Chapaleufú II, antes de aquella vuelta olímpica final. Su hermano Eduardo coincidió por entonces: “Se va un grande del deporte. Sin tener las facilidades ni el talento de otros, llegó a lo más alto del polo mundial. Y todo fue por mérito propio”.Los aficionados al polo entendieron lo mismo. Y por eso lo convirtieron en el único jugador vitoreado dos veces en los últimos 25 años en el Argentino Abierto. Los feligreses de la Catedral lo alabaron como a ninguno otro.Entrega, compañerismo, bajo perfil, mucha dedicación desde cero, éxitos y ser “la mejor persona del Abierto” volvieron a Milo Fernández Araujo un jugador popular en deporte impopular, el polo.GERARDO HOROVITZXavier Prieto AstigarragaSeguí leyendo”Fue una locura”. Adolfo Cambiaso, el iluminado que revolucionó la historia del polo: a 30 años de su debut en PalermoPolo. Las dos extraordinarias razones por las cuales la final de Palermo no será un fin de semana, después de décadasPolo femenino. 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