Desde una cuesta, con el corazón acelerado y sudando frío, Reynaldo Puma contempló la masacre del último lunes en Juliaca, uno de los pueblos de la sierra sur peruana que se ha levantado en contra del Gobierno de Dina Boluarte. En la avenida Independencia —simbólico nombre que le puso el destino—, en los exteriores del aeropuerto Manco Cápac, distinguió con nitidez la lucha desigual: de un lado, escudos, cascos, bombas, y armas; del otro, palos, piedras y hondas. Podía preverse claramente el desenlace.Seguir leyendo
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