David Domingo Dávila Guido no ha conseguido aún un pedazo de cartón para recostarse sobre la acera en la que más de medio centenar de migrantes nicaragüenses están arrejuntados, acurrucados como pingüinos en grupos, resistiendo los 17 grados de esta noche de febrero en San José, que cae sobre ellos –para empeorar la sensación térmica– acompañada de ráfagas frías. A la sombra de una luminaria amarillenta, el hombre de 31 años ha preferido abrigarse con una manta gris que más temprano un grupo humanitario le regaló. “El frío está duro y ya llevo dos noches aquí. De madrugada se pone peor, pero espero conseguir un número hoy”, cuenta sin mucha esperanza. Su rostro es envuelto por el vapor que sale de las tazas de café caliente que casi todos sostienen pegadas al pecho, como un rescoldo que alivia las manos.Seguir leyendo
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