En seis años del ciclo Scaloni, la selección se asoma a un balcón desconocido. Nada grave, vale aclarar de inmediato. Podía perder, claro, ante Colombia, hoy, el rival más calificado de América del Sur, en la hoguera de Barranquilla y sin Lionel Messi. Y por un penal muy discutible. Esta vez no es un drama para la Argentina, solo queda una sensación algo extraña porque no tendrá revancha exprés. La Albiceleste siempre se había podido recomponer de inmediato, en días, detrás de las poquísimas derrotas oficiales del mandato dorado.Con la Colombia de Néstor Lorenzo apenas se trató del quinto traspié por competencias de la FIFA. Hasta ahora, se había sacado la espina casi en un suspiro para aliviarse rápidamente de la desazón que instala una derrota.Cuando cayó 2-0 en el debut de la Copa América 2019 precisamente con Colombia, a los cuatro días rescató un empato 1-1 con Paraguay –providencial penal atajado por Armani– para sostenerse en el torneo (y sostener a Scaloni). Cuando le ganó Brasil 2-0 en las semifinales de esa misma Copa, cuatro días después derrotó 2-1 a Chile por el tercer puesto y nació el espíritu salvaje de un plantel hermanado y ambicioso. Cuando pareció que se le venía el mundo encima tras caer 2-1 con Arabia Saudita en el debut del Mundial, a los cuatro días superó 2-0 a México y se encendió la mecha hacia la gloria eterna. Y cuando Uruguay y Bielsa le dieron una lección y le ganaron 2-0 en la Bombonera el año pasado, cinco jornadas más tarde la Argentina construyó otro Maracanazo: 1-0 en Río de Janeiro, con gol de Nicolás Otamendi para borrar el invicto histórico como local del Scratch en las eliminatorias.La selección siempre reaccionó a la adversidad. Siempre pudo saldar esa deuda ipso facto. Nada de cuotas, pagó al contado el disgusto. Ahora, como nunca había ocurrido, deberá gestionar la paciencia: faltan 30 días para el 10 de octubre, cuando visitará a Venezuela. Quitarse esa electricidad del cuerpo esta vez llevará más tiempo, una buena ocasión para poner en práctica una lección que Lisandro Martínez le confió a LA NACION: “Perder está bueno porque es cuando más crecés, cuando más fuerte te hacés”.Pero la robustez del ciclo no se discute. Todos los parámetros lucen confiables: madurez colectiva, crecimiento individual por el desembarco de varias piezas a clubes más competitivos con relación a la era anterior a Qatar, vena competitiva a salvo y una base de jugadores más amplia entre la vigencia del plantel campeón mundial y una crepitante ala renovadora. Simplemente, tocó perder.No serán semanas de una severa autocrítica ni rotundas reformas para continuar en octubre –Venezuela, y luego Bolivia en casa– una ruta eliminatoria hacia 2026 que ya se encuentra bien orientada. Nada cruje alrededor de la selección. Sí, habrá que asimilar un mal trago y convivir con una sensación de desazón por un período más extenso que el acostumbrado. Perder genera angustia y debe sentirse así. Al campeón del mundo le debe fastidiar una derrota. Eso es orgullo.
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