El sábado 9 de noviembre llegué al aeropuerto de Puerto Príncipe a las diez de la mañana desde Panamá, lista para regresar a trabajar después de unos meses fuera de Haití. Los 35 grados centígrados de temperatura y el cuarteto musical que da la bienvenida a la salida del avión se sentían familiares, una rutina que hace parte de mi vida como una periodista hija de haitiano y colombiana, que vive a caballo entre los dos países. Lo que no imaginaba era que el aeropuerto se convertiría en mi refugio improvisado durante más de 20 horas. No pude salir de allí hasta las siete de la mañana del domingo.Seguir leyendo
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