“Eugenia no puede bajar de la habitación. Está con mucho dolor de panza”, le dijo su esposa a Oscar Herrera, un trabajador de una metalúrgica en la localidad de Martínez. Cuando fue a buscar el auto para llevarla al hospital de San Isidro, nadie se imaginaba el duro periplo que cursaría su hija de 12 años y su familia, hasta encontrar una terapia para su enfermedad.Al momento de contar la historia, Eugenia estaba sentada, jugando con el celular. Como una nena sana, como cualquier otra. A su lado, en conversación con Infobae, Oscar reconstruía su historia. En su rostro había emoción, la misma que dejaron entrever otros cientos de pacientes, que llenaron el auditorio del Hospital Universitario Austral el pasado miércoles, cuando se acercaron para volver a ver a los médicos que regularmente los atienden. Esta vez, no estuvieron ahí para un diagnóstico, recibir una receta o realizarse un estudio, sino para celebrar los más de 1000 trasplantes hepáticos que practicó la institución en su historia reciente.“Es un numerazo”, graficó el doctor Manuel Mendizábal, jefe del Servicio de Hepatología, quien ofició de maestro de ceremonias de la actividad, junto a Martín Fauda, director del Servicio de Trasplante de Hígado del hospital, ubicado en el partido bonaerense de Pilar. Los dos profesionales son piezas clave de este rompecabezas y del esfuerzo mancomunado que requiere que un paciente logre superar una enfermedad hepática grave.Al mes de noviembre, el hospital había realizado unos 979 trasplantes hepáticos, 20 hepato-renales y 1 hepatopancreáticos. De ese total, el 60% fue en adultos (645), y el 40% restante en niños y jóvenes (355). “Es el resultado de nuestro compromiso inquebrantable con nuestros pacientes. Cada trasplante es una nueva oportunidad de vida y representa una gran responsabilidad para nuestro equipo”, señaló Fauda.“Los 1000 trasplantes son un hito. Muestra cierta madurez institucional y el logro del objetivo de impactar en la sociedad positivamente, brindando medicina de alta complejidad. No es algo sencillo. No hay muchas entidades en el mundo y Argentina que puedan llevar estos procesos”, destacó a su turno Rafael Aragón, director general del hospital universitario, acompañado de Fernando Iudica, director médico.Luchar para conseguir una terapiaEugenia Herrera, una de las pequeñas pacientes pediátricas presentes en la sala, tuvo que enfrentar una patología autoinmune en el hígado, que se la conoce como “cuerpo de rata”, describió Oscar. “Tuvimos varios episodios. Un día la tuve que ir a buscar en el colegio temprano porque llamaron, que se sentía mal, que se sentía con la presión baja”, narró.De aquella emergencia, inicialmente se sospechó que la patología de Eugenia podría tratarse de un cáncer, pero tras una punción cuyos resultados fueron enviados al Hospital Garrahan, esta posibilidad fue descartada. Durante 21 días de internación en el Hospital de San Isidro, Eugenia fue sometida a múltiples estudios. Posteriormente, fue derivada e internada durante cuatro días en el Policlínico de la Unión Obrero Metalúrgica (UOM), dado que su padre trabaja para una actividad de ese gremio.“Nos atendió la directora del Hospital Gutiérrez, Cristina Galoppo, que también hace trasplante hepático”, siguió Oscar en su relato. “Muy rápidamente, nos drivaron a un centro de alta complejidad. Imaginate que yo soy metalúrgico, para nosotros y mi familia fue muy difícil. Hablé con el sindicato y con el director de Obras Sociales, Diego Bonetto, que se movió muy rápido. Él me llamó un domingo temprano a mí y me dio su palabra, como padre, que iba a conseguir todo para la nena”.El periplo para dar con una terapia exitosa fue arduo. Dependió una cadena de voluntades, muchas veces coordinada, y otras que respondió de manera espontánea. Sin embargo, encontrar un hospital con disponibilidad resultó un desafío. “No era un problema de guita. Estaba todo colapsado: el Hospital Garrahan, el Favaloro, el Italiano, y el Austral. No había lugar para mi hija”, explicó Herrera. Mientras tanto, la salud de Eugenia seguía deteriorándose. “Ella estaba con mucho dolor abdominal, las manos le temblaban, le parpadeaban los ojos. Cuando estaba internada, ella se golpeaba la cabeza por los dolores. Uno sufre ver todas esas cosas”, añadió.Un día, se dio un giro inesperado en esa búsqueda. “Venía de Capital a las diez de la noche en la autopista y me suena el teléfono. Era un mensaje del doctor Rafael Aragón, el director del Austral. Me dice: “Oscar, me enteré de tu caso, te llamo por intermedio de un cura y quiero saber si ya tenés solucionado el problema con tu hija”. Yo le dije que no, que estábamos desesperados en la búsqueda, y que en cualquier momento le podía pasar algo grave a mi hija. Ahí me dijo que le mande todo lo que tenga con sus estudios, que iba a ser todo lo posible para que la traigan al Austral”, reconstruyó.Oscar Herrera no esperó a que lo citen, y al día siguiente se mandó directo al hospital. “Aragón nos recibió y nos dio un abrazo, y me dijo que me quede tranquilo”. “Desde que ella vino al Austral, se solucionó todo. Y salió rápido lo del trasplante, estuvo menos de tres meses”, contó.El perfil de una instituciónSegún Fauda, el programa de trasplantes, que se inició en el 2001, se caracteriza por tener una “fuerte impronta en el donante vivo”, ya sea en pacientes adultos o pediátricos. Este año, hubo intervenciones con 222 donantes vivos relacionados, como se dice en la jerga médica, de las personas que aportaron conscientemente sus órganos, para que otra persona pueda continuar con su proyecto de vida.“El donante vivo es un procedimiento que se utiliza en todo el mundo, pero a raíz de la falta de órganos, le encontramos una indicación absolutamente incontrovertible en el país para los chicos, desde un punto de vista médico y estadístico. Uno sabe que cuando le está pidiendo a alguien de la familia, un hermano, o un hijo, que sea donante a un adulto, es mucho más complicado, porque requiere parar toda la actividad, dijo Gustavo Podestá, uno de los dos fundadores junto al doctor Marcelo Silva del Servicio de Hepatología y del Programa de Trasplante Hepático de la Institución. En el evento, dialogaron con el periodista y neurólogo Nelson Castro, donde repasaron la historia de la iniciativa.Camila Blanco, otra niña de 12 años, tuvo que viajar desde Perú hasta Buenos Aires para superar su patología. Con menos de siete meses de vida, su familia supo que debía recibir un trasplante. Nació con un quiste de Colédoco, una enfermedad rara congénita del tracto biliar. “Una de las condiciones era que llegara a pesar diez kilos, y en aquel momento, a duras penas, llegaba a los cinco. No solamente era una meta inalcanzable y teníamos el tiempo en contra. Nos dieron tres meses de esperanza de vida. El proceso fue complejo, pero nunca lo dudamos. La cirugía de Camila fue con donante vivo relacionado, que fui yo”, reconstruyó su padre, en un testimonio para el evento.“La espera hasta el trasplante fue muy larga. Fueron siete años desde que me enteré de mi enfermedad. Recuerdo la noche en la que me llamó mi doctor Manuel Mendizábal. Fue mucha emoción, alegría y agradecimiento a Dios por este día, porque sabía que iba a cambiar completamente todo”, contó Camila. “Mis padres me han contado que, por ejemplo, demoré más que otros bebés en aprender algunas cosas básicas, como gatear”, recordó.Otro de los casos fue el de Dora Blanco, quien recibió un trasplante tras padecer el síndrome de Budd-Chiari. “Es una enfermedad muy atípica, rara, en la cual se me taparon las arterias hepáticas”, contó. También estuvo presente Martín Grazziani, amigo de Mendizabal desde la infancia, quien vivió con una enfermedad hepática desde los 8 años, hasta que recibió un trasplante recién a sus 33. “Más de poder estar ayudando a un amigo, me sirvió mucho porque me permitió estar del otro lado del mostrador”, contó Mendizabal, emocionado.Comunidades que salvan vidas“Este logro refleja el compromiso con nuestra misión, que se materializan en el trabajo de los equipos asistenciales y no asistenciales. Todos ellos, además de superarse constantemente en los aspectos técnicos, lo hacen desde una perspectiva muy humana, poniendo a las personas en el centro y formando a las futuras generaciones para que sigan con este legado”, manifestó Rafael Aragón, en otro de los momentos de la jornada.A lo largo de la charla, tanto Silva como Podestá señalaron cuánto avanzó la cultura de la donación en las últimas décadas, donde plantearon la importancia de mantener la educación constante y la labor fundamental del INCUCAI, “una de las estructuras públicas más nobles, transparentes y profesionales” de Argentina, a pesar de las dificultades.Marcelo Silva, en tanto, hizo hincapié en otra cualidad del sistema. “Este es un compromiso comunitario de los pacientes y de las familias. De los pacientes, que donan en el momento más difícil de la vida, que ponen encima la generosidad, por sobre el dolor. Estamos hablando de comunidades que salvan vidas”, remarcó. “Es el que abre la puerta, el de maestranza, es el de mantenimiento, el personal de enfermería, de laboratorio, de imágenes, los de quirófanos y de cuidados intensivos”, celebró. “No hay protagonistas solitarios: detrás de cada trasplante hay un enorme trabajo en equipo”, expresó Podestá.Finalmente, tras buscar una respuesta, Eugenia Herrera fue admitida en el Hospital Austral. Menos de tres meses después, la niña se sometió a un trasplante de hígado el 14 de junio. La cirugía comenzó a las 20.30 y concluyó exitosamente a la 1.30 de la madrugada.“Antes del trasplante, ella no podía levantarse de la cama. Tenía miedo de que se le partiera la espalda, porque estaba muy doblada. De 24 horas al día, dormía tres horas nomás. Estoy muy contento y agradezco un montón no solo al hospital, sino al sindicato y toda la gente que se movió”, concluyó Oscar.
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