“Y si aceptamos su condición de organismo sintiente, hoy La Habana debería estar profiriendo alaridos de dolor”, escribe Leonardo Padura hacia el final de Ir a La Habana, un libro del que seguro se puede decir que es “un canto de amor” a la ciudad donde nació y donde vive, pero que sobre todo es una historia de cómo se entrelaza el pulso, la temperatura y el destino de la capital de Cuba con la vida del escritor y, en definitiva, de su generación.“La ciudad en la que nací, habito y donde desde hace casi medio siglo escribo, ha sufrido ante mis ojos un proceso de ‘ajenitud’”, escribe Padura, que nació en 1955, apenas cuatro años antes de la Revolución Cubana y que se ha cansado de explicar que, aunque tiene también la nacionalidad española, vive en Mantilla, el barrio habanero de siempre, porque no podría escribir en otro lugar, donde no supiera ni los nombres de los jugadores de béisbol. Todo le importa de la ciudad. Hasta el reggaetón que, dirá, invadió el espacio sonoro del Caribe.Ahí está Padura cuando se hace esta entrevista y, hay que decirlo, las conexiones no son lo mejor así que lo intentamos por zoom pero o no nos vemos o no nos escuchamos y, finalmente, hacemos una videollamada de Whatsapp, que fluye. En Mantilla, justamente, está el escritor. Buen lugar para empezar. “En mi casa, a cualquier desplazamiento desde Mantilla hacia los centros comerciales, institucionales e históricos de la ciudad, se le decía «ir a La Habana»”, aclara el autor en el libro. Y ahora abunda: “La Habana tiene forma de una U y Mantilla está en el borde sur de la ciudad, en lo que fue el antiguo camino real que conducía de la costa norte a la costa sur. Desde el centro hasta Mantilla estaba todo urbanizado. A partir de Mantilla había espacios ya no urbanizados”.Pero, aclara, no era un lugar aislado: “Desde los años 30 había una ruta de autobuses, la ruta cuatro de las guaguas, como decimos nosotros aquí en Cuba, que iba de Mantilla al centro histórico de la ciudad. Y esa guagua pasaba una cada cuatro minutos. Es decir, que desplazarse al centro era muy fácil. Y la gente a veces no iba porque fuera a comprar, iba simplemente a pasear. Y para ver esa Habana deslumbrante que existió en los años 40 y los años 50″.-¿Y cuándo dejó de ser deslumbrante?-Ya a finales de los 60 se produce un proceso político más que económico, que fue la llamada “ofensiva revolucionaria”. Esa ofensiva cerró todos los emprendimientos privados, ya antes los grandes almacenes, las grandes fábricas habían sido intervenidas por el Estado, habían sido nacionalizadas. Y todo esto va haciendo que se pierda ese carácter deslumbrante que tenía la ciudad. Después, en esos años, hay como una inercia que llega hasta los años 80. Y la caída definitiva es en los años 90. Cuando desaparece la Unión Soviética, Cuba no recibe más la subvención que mantenía al país y se empieza a vivir una enorme crisis, que es la crisis que todavía hoy estamos viviendo. Los apagones de los años 90 se han reproducido en los últimos años, las carencias de los 90 se han reproducido e incluso se han agudizado en estos últimos años. Y La Habana, por supuesto, sufre de todas esas carencias, de toda esa falta de recursos.-¿Y antes?-Con la presencia estadounidense en Cuba hubo un proceso muy intenso, pues necesitaban que hubiera una infraestructura adecuada en esa especie de protectorado que fue Cuba. Y La Habana fue muy beneficiada con la construcción de elementos de esa infraestructura, pero también de edificios. Esa presencia estadounidense fue la que propició un enriquecimiento de la sociedad cubana muy desigual. Manuel Vázquez Montalbán lo dice muy claro en un libro suyo sobre Barcelona. Él dice que las ciudades que vemos son las ciudades que se construyeron cuando había dinero y, evidentemente, La Habana que se ve es La Habana que se construyó cuando había dinero.-Hace unos veinte años se veía bastante en ruinas, la gente viviendo en las ruinas de algo que se había construido mucho tiempo antes. ¿Era mejor la ciudad del turismo y los cabarets?-La Habana creció mucho en función de esa vida nocturna que ofreció. Recuerda que una de las grandes novelas sobre La Habana es Tres tristes tigres, que se refiere a esa Habana nocturna, La Habana de los clubes, de los cabarets, ese espacio que existió y ha seguido existiendo, no de la misma manera en que lo reflejó Guillermo Cabrera Infante, pero sigue existiendo. Y yo fui un poco beneficiario de esa Habana. Imagínate que en el bar que está en la azotea del Hotel Vedado, Lucía, mi mujer, y yo podíamos en una noche escuchar allí a César Portillo de la Luz, a José Antonio Méndez, a Elena Burke, a Omara Portuondo. Eso es un lujo. Y, por supuesto, de eso queda poco.-¿Cómo es ahora?-La Habana nocturna se ha polarizado, es La Habana que disfrutan los turistas y los nuevos ricos cubanos, que son gente que por alguna vía ha montado negocios, que tiene posibilidades económicas. Porque un cubano normal no puede ir a comer a un restaurante o ir a un cabaret y gastar 60, 70, 80, 100 dólares por persona. Eso se ha convertido en un privilegio de unos pocos. Te pongo nada más que una condición: desde un barrio como Mantilla, por la noche si no tienes automóvil o si no consigues un taxi -que te cuesta muy caro-, no puedes desplazarte al centro de la ciudad. Pues La Habana se ha ido fragmentando, no solamente en los espacios, sino también en el disfrute de esos espacios.- En Ir a La Habana decís que esa decadencia de la ciudad se metió en tu literatura. Cito: “Las ruinas físicas y humanas del entorno no solo penetraron los textos que iba escribiendo, sino que le dieron parte de su sentido: mi literatura adquirió su carácter, cada vez más interrogativo, más desencantado, más corrosivo, cada vez más libre”. ¿Cómo es eso?-¡No lo voy a decir mejor ahora! Ahí tienes la respuesta.-Siempre cuestionás lo que hizo el socialismo pero no buscando una vuelta atrás sino algo superador.-Mira, a veces leo cosas, como que en los 80 se pasaba hambre, que son mentira. A lo mejor había una familia con niños malnutridos, pero en los años 80 se vivía una burbuja económica en Cuba que permitía que la gente, por supuesto, no comiera caviar, pero comía pescado. Y vistiera de forma digna. Después han ocurrido otras cosas. Hay suficientes elementos para ser críticos con respecto a la realidad y a la política cubana, no hay que tergiversar la realidad para ser más crítico. Yo hablo de los muchos problemas que tiene la realidad cubana pero trato de que lo que digo se ajuste a lo que ha sido la realidad, una realidad en la que yo he vivido toda mi vida. Y no he renunciado a vivir en ella, entre otras cosas, porque esta realidad es la que a mí me alimenta como escritor y es la realidad en la que yo me siento más completo como persona. Yo pudiera tal vez irme a vivir a España, pero España siempre va a ser el lugar de acogida, no va a ser mi lugar y yo tengo un fuerte sentido de pertenencia a mi lugar.-Pero podrías vivir en un barrio como El Vedado…-Yo pudiera tener una casa en alguna otra parte de La Habana, pero mira, justo ahora estoy escribiendo una columna donde narro una historia sobre cómo en la casa de mis abuelos se hacía la gran cena familiar de Navidad. Eso pasaba a 150 metros de aquí. Esa es la casa de mis abuelos, que está todavía ahí, donde ya no vive nadie de mi familia. Y esta casa donde vivo la construyeron mis padres en el año 54- Y aquí nací yo en el año 55. Aquí murió mi padre. En este patio que me rodea están enterrados todos mis perros, los muchos perros que he tenido a lo largo de mi vida. Esta parte de la casa la construimos Lucía y yo. Entonces tengo un sentido de lo propio que no solamente es físico sino también de la memoria, eso no lo voy a tener en otra parte. Y otra cosa importante…-¿Más importante que todo esto?-Es el lenguaje de la ciudad. Mi instrumento de trabajo son las palabras, el idioma. La expresión de la realidad a través de una forma de entenderla y de expresarla. Y eso me lo da la ciudad.-Hablando de lenguaje, de lenguajes… en el libro mencionás que La Habana se llenó de reggaetón…-El reggaetón se ha apropiado del espacio musical del Caribe, no solamente de Cuba. Eso está pasando también en Puerto Rico, en República Dominicana, en las costas españolas del Caribe. Ha sido un fenómeno muy invasivo. Es una música rítmica y armónicamente muy pobre, con textos que pueden ir desde una elaboración de la realidad hasta un lenguaje completamente soez y escatológico. Machista, racista, homofóbico. Y ha ocupado el espacio sonoro del Caribe. Pero el gran problema es que el reggaetón es la consecuencia, no es la causa. Hemos llegado al reggaetón porque estas sociedades también han sufrido un proceso de deterioro y el reggaetón es una expresión de ese proceso de deterioro cultural y ético de nuestras sociedades.-¿Por qué pensás que fue ese deterioro?-Por muchas razones. La marginalidad ha crecido, la violencia ha crecido. También la pobreza y la desigualdad. Entonces la gente se rebela como puede ante eso. Y una de esas rebeldías ha venido por el conducto del reggaetón.-¿De la misma manera en Cuba que en los países capitalistas?-Porque Cuba se parece cada vez más a los otros países. Su sociedad se parece cada vez más, aunque el sistema político y económico siga siendo socialista. La sociedad cubana ha cambiado mucho. A ver, en Cuba durante muchos años el acceso a Internet o a tener un teléfono móvil estuvo muy limitado. La posibilidad de la gente de tener este espacio de comunicación y de información por supuesto ha provocado cambios en la sociedad. La gente participa de las redes sociales, tienen Facebook, tienen Instagram, tienen Telegram. Esa sociedad, con todos los problemas económicos que existen, se ha ido fragmentando. Hay destellos de riqueza, en una sociedad en que van apareciendo bolsones de pobreza cada vez más evidentes: devaluación de la moneda, pérdida de valor del salario, carestía. Todo eso necesita encontrar una vía de escape. Pero no ha sido el reggaeton la más recurrida, ha sido el exilio. Por eso en los últimos tres años ha salido de Cuba un millón doscientas mil personas, lo que significa entre el diez y el doce por ciento de la población del país. .-¿Cómo ves La Habana del futuro?-Eso es una gran interrogación. La Habana del futuro depende de la Cuba del futuro. Y esa Cuba del futuro depende de posibles cambios o no cambios políticos, de posibles cambios o no cambios económicos. Puede ser una Habana que se siga deteriorando. O una Habana en la que, junto con el deterioro, surjan estos hoteles enormes que se están construyendo, que parecen fantasmas, extraterrestres que han caído en el medio de la ciudad. Hacer predicciones de futuro es muy arriesgado y no me atrevo a hacerlo, pero va a depender mucho de cómo evolucione económica y políticamente. Cuba.-Entonces te voy a preguntar otra cosa más fácil: ¿cómo es tu Habana soñada?-Mira, mi Habana soñada sigue siendo esa que es amable; que en comparación con los ritmos que que se vive hoy en el mundo es más lenta, más familiar. La Habana sigue siendo una una ciudad hermosa. Es una vieja linda. Yo le digo que es una vieja linda porque te sientas en el muro del malecón y miras la ciudad y te das cuenta de que es hermosa. Y entras en la Habana Vieja y es el casco colonial más grande de todo el Caribe, con partes muy deterioradas, partes mejor conservadas, pero te das cuenta de que es una ciudad majestuosa. Recorres el Vedado, recorres Miramar y ves esa Habana de los años 20 y 30, de los 40, 50. Es una Habana potente, en crecimiento y llena de edificaciones que ganaban premios nacionales de diseño, de arquitectura. Entonces sigue teniendo esa belleza en medio del deterioro, en medio de las ruinas circulares, como diría Borges.-Es una contradicción.-Es una gran contradicción, pero las contradicciones existen en cualquier parte del mundo, ¿eh? Vas a Buenos Aires y te deslumbras. Pero te alejas un poquito y llegas a una villa miseria. Yo creo que el ideal de un futuro, no solo para La Habana sino para todo el mundo, es que cada individuo pueda vivir dignamente del resultado de su trabajo. Si eso se consigue, las ciudades van a ser mucho más amables porque la vida va a ser mucho más amable para todos.
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