“El orden puritano está en marcha. En nombre de la igualdad y de la justicia, las progresistas y las neofeministas persiguen la menor desviación, la transgresión, la expresión de la fantasía. La sexualidad debe responder al imperativo de la transparencia y las relaciones varón/mujer a un estatuto aséptico”, escribía hace un par de años la periodista francesa Elisabeth Lévy, jefa de redacción de la revista Causeur.La tendencia sigue viento en popa y ha llevado a la Cinemateca francesa a autocensurarse en prevención de posibles escraches y sabotaje a la proyección, en el marco de un homenaje a Marlon Brando, del clásico de Bernardo Bertolucci, “Último tango en París”.La decisión fue precedida por una semana de furiosa campaña en las redes sociales. “Con el fin de apaciguar los espíritus, y dados los riesgos de seguridad enfrentados, la Cinemateca francesa cancela la proyección de Último Tango en París. La seguridad de nuestro personal y de nuestro público está por encima de cualquier otra consideración”, decía el comunicado, cuyo tono da la medida de la virulencia de las críticas recibidas.El cuestionamiento de las activistas feministas que amenazaban con impedir la proyección por la fuerza se resume en esta frase de la periodista Chloé Thibaud, una de las principales acusadoras de los responsables de la Cinemateca: “Este film tiene un único olor: el de la cultura de la violación”.La pregunta que surge ante esta frase es si Thibaud vio la película, porque Último Tango en París dista mucho de ser la historia de una relación abusiva.[Para quienes aún no la han visto, aviso que daré detalles]: Paul, el personaje que encarna Marlon Brando, es un viudo profundamente afectado por el suicidio de su esposa -y por el absurdo de la vida en general- que busca desahogo o quizás sólo aturdimiento en un vínculo sexual con una joven desconocida (intrerpretada por la actriz María Schneider) de quien no quiere saber nada, ni siquiera el nombre de pila. Aunque está de novia, ella acepta el juego y se suceden los encuentros con el viudo en un departamento vacío que está en venta.En uno de esos encuentros se produce la célebre relación anal, mantequilla mediante, que es la que se califica como violación, lo cual es dudoso (vean el film). Muchos años después, la actriz María Schneider atribuyó a esa escena -que no estaba prevista en el guión- el hundimiento de su carrera y los muchos trastornos mentales que jalonaron su vida bastante breve -murió de cáncer a los 58 años-. La relación fue obviamente fingida, no real. Parece mentira que haya que aclararlo y sin embargo miren lo que dice actualmente la Wikipedia en su entrada sobre la película: “Maria Schneider fue violada (sic) en una escena, en la que se utilizó mantequilla para facilitar la penetración. Este hecho la llevó a consumir drogas ….”, etc., etc.María Schneider no fue violada. La relación fue fingida como corresponde en el cine. En la escena, ambos protagonistas están vestidos.Pero además, y es lo que lleva a pensar que la mayoría de los detractores de la película no la han visto, pese a la diferencia de edad de los personajes -el viudo está en la cuarentena y ella tiene 20- no se trata de un vínculo de dominación de un varón abusivo sobre una mujer desvalida. A la escena famosa le sigue otra en la cual los roles se invierten y el sodomizado es Paul. Más aun, el desenlace del vínculo es decidido por ella, una joven de buen pasar que prefiere la comodidad de un matrimonio convencional con el bobo de su novio que la locura a la cual finalmente la quiere arrastrar su amante trastornado. Cuando éste abandona el principio de limitar la relación al sexo y quiere ahondar en el vínculo, ella lo rechaza y ante la insistencia de Paul acaba matándolo de un disparo sin mayor justificación. A la policía le dice que no lo conoce y que se estaba defendiendo de un intento de violación.Esta es la película que las feministas consideran promotora de una cultura de la violación… De nuevo cabe preguntarse si la vieron.Más allá de la censura a la que el feminismo actual es tan proclive, los argumentos en este caso están totalmente fuera de lugar y no reflejan la trama del film. Más bien son signo de la regresión puritana que promueve este movimiento cuyo fin último es el apartheid sexual.Con el argumento de que lo personal es político -lema del feminismo radical- la nueva inquisición de género pretende meterse en las sábanas de todo el mundo.El último libro de la ensayista Claude Habib, crítica del feminismo, desafía este principio desde el título: “Lo privado no es político”. Denuncia el intento de convertir el hogar, la familia, en terreno de combate entre el varón, siempre verdugo, y la mujer, eterna víctima.Habib lo dice sin vueltas: “Abolir la frontera entre la esfera privada y la vida pública es propio de los totalitarismos”. Todos los totalitarismos, dice, sean de izquierda o de derecha, pretenden organizar el mundo en todos sus aspectos, y además exigen permanentemente garantías de adhesión, incluso en la intimidad del hogar. Es el tema de la novela de George Orwel, 1984: no existe sitio donde recluirse, escapar a la vigilancia; no hay espacio para la intimidad y por lo tanto no hay relaciones amorosas libres.Claude Habib es de las que cree que, habiendo ya las mujeres obtenido los mismos derechos que los hombres, el feminismo no tiene razón de ser. En cambio, constata que ha surgido “un nuevo ciclo de reivindicaciones”. En una reciente entrevista con Causeur, lo explica así: “La exigencia de igualdad se ha desplazado de la esfera pública a la privada, como si las familias fueran los reservorios de la dominación”. En consecuencia, sigue diciendo, “es deber de cada mujer rastrear este virus en el domicilio; toda feminista debe librar la lucha en el seno de su hogar”.En concreto, el feminismo te quiere decir cómo convivir en la pareja y en la familia. Qué esta bien y qué no en la cama. El hogar es el último baluarte de la desigualdad sexual. Allí, dice Habib, “las mujeres son presentadas como eternas perdedoras, los hombres como aprovechadores y culpables”. La tensión y la confrontación son inherentes a la política; trasladar esa lógica a los lazos privados es problemático, porque el objetivo de éstos “no es la tensión sino la distensión, no es la discordia, sino la seguridad, no el litigio, sino el afecto mutuo – agrega Habib-. Preconizar la confrontación permanente en el marco de una vida privada, es minar la pareja y la vida de familia”.En su guerra contra la película de Bertolucci, las feministas reclamaban que antes de la proyección hubiese un debate para “contextualizar” la película, y exponer las VSS, es decir, las violencias sexistas y sexuales que contiene.Vale reiterar que en la película la protagonista no se deja intimidar por el hombre mayor, pese a los muchos años que los separan. Por otra parte, traiciona a su novio sin manifestar el menor remordimiento, lo que no parece inmoral a los ojos de los críticos de la película. La victimización que hacen las feministas del papel de María Schneider en la película se explica solo por el hecho de que en su plantilla mental la mujer siempre tiene que estar disminuida. En rigor de verdad, el único que podría quejarse del rol que le toca es Jean Pierre Léaud en el papel del novio perdidamente enamorado y traicionado con toda desenvoltura por su joven prometida.La diputada ecologista Sandrine Rousseau anunció que convocará a los responsables de Cinemateca para que expliquen “esta elección delirante de proyectar el film y la violación a la que dio lugar (sic)”. Su fuente es la Wikipedia evidentemente. La legisladora preside la comisión de investigación sobre las VSS (violencias sexuales o sexistas) en el cine.Cuando se estrenó, en 1972, la película también escandalizó, pero no a las feministas o a la izquierda, sino, curiosamente, a los que los progresistas gustan llamar “fachos”. 50 años después, la tendencia se invierte y quienes ponen el grito en el cielo son los que en aquellos tiempos se decían partidarios del amor libre y la liberación sexual.No es la única contradicción. En noviembre pasado hubo otro escándalo en Francia por una novela enviada a alumnos de secundaria con descripciones crudas, casi pornográficas, de relaciones incestuosas y sadomasoquismo. A imagen y semejanza de quienes entre nosotros se congregaron en el Teatro Picadero de Buenos Aires para leer una novela que nadie quería censurar, también en Francia los mismos sectores que hoy quieren cancelar a Bertolucci y a Brando consideraron muy atinada la inclusión de Le Club des enfants perdus (El Club de los niños perdidos), de Rebecca Lighieri, entre los libros destinados a estudiantes desde los 14 años.Para medir el nivel de hipocresía de este neo-puritanismo autoritario en que ha derivado buena parte del feminismo actual, baste decir que la escena de sodomía que escandaliza en un film que en su estreno fue calificado como prohibido para menores de 18 años resulta casi inocente en comparación con algunos párrafos de la novela destinada a estudiantes de 14 y 15 años que contienen descripciones detalladas y muy crudas de sexo anal y coprofilia en una trama que además incluye relaciones incestuosas -una de una madre con su hijo-, suicidio y sexo trash (Algunos extractos pueden leerse en esta nota).Los medios de izquierda, los mismos que ven en el film de Bertolucci una apología de la violación, calificaron las críticas de los padres de los estudiantes que debían leer el libro polémico como “hipocresía reaccionaria”, y tildaron de “asociaciones de extrema derecha” a quienes pidieron el retiro del libro. Otro medio habló de “fuego puritano”, calificativo que llamativamente no aplican a la cancelación del Último Tango en París.Es decir que, para la prensa progresista, los padres que no consideraron apropiado ese libro para alumnos de 14 a 18 años son todos de extrema derecha. Mientras que las asociaciones feministas que obtuvieron la censura de un film están defendiendo una causa justa.Por otra parte, se ha vuelto costumbre, en os casos polémicos, prevenir al público, sea con charlas previas o hasta con carteles insertos al comienzo de la cinta para ponerla en contexto. Es decir que los mismos que promueven la pornografía y el sexo explícito en textos destinados a menores de edad, infantilizan al público adulto considerando que es su deber explicarles lo que van a ver, prevenirlos, proteger su sensibilidad, con una serie de ridículas advertencias.Todo censor niega que lo es. “No practicamos la cultura de la cancelación, pero en adelante hay que acompañar las proyecciones de obras de cineastas acusados de hechos graves, o que muestran en sus films actos graves”, dicen por ejemplo. Vaya criterio. ¿Quién decide qué son “actos graves” en el cine? ¿Crímenes, guerras, violencia?El cine, que es el arte de la imaginación, de los sueños, de la transgresión incluso, pasado por los filtros de estos censores que no quieren decir su nombre, saldrá severamente dañado.“No se trata de un retorno al puritanismo”, aseguran negando nuevamente lo que están haciendo.Élodie Drouard, de France Télévisions, hablando en nombre de las jóvenes generaciones de 20 a 25 años (las generaciones de cristal a las que todo ofende), acota que “no se puede ignorar la evolución de la sociedad”, defendiendo lo que en realidad es una involución.Laura Pertuy, periodista y administradora del Colectivo 50/50, que promueve la igualdad de hombres y mujeres en el cine -¿como garantía de calidad?-, dijo: “Hay que superar el debate sobre la cultura de la cancelación, no se trata de eso. La elección de difundir una película en salas o en la tele ilustra más que nunca una línea moral. El público está ávido de saber en qué condiciones se hicieron las películas (..) Ya no podemos razonar en términos únicamente artísticos (sic) y debemos acompañar estos cuestionamiento al ecosistema del cine”.Esto no es moral, sino moralina.“Creo que hoy la gente es menos libre en sus prácticas sexuales”, decía la escritora Catherine Millet, autora del best seller La vida sexual de Catherine M., en una entrevista con Página 12 en octubre de 2018. Ya entonces, Millet se quejaba por los reclamos de algunas feministas contra la retrospectiva de Roman Polanski en la misma Cinemateca Francesa. “La ola purificadora parece no conocer ningún límite”, decía.Millet había firmado junto a otras escritoras y artistas francesas -Catherine Deneuve entre ellas- un manifiesto con fuertes críticas al #MeToo que para ella promovía “formas de censura que implican un retroceso de más de un siglo”. “A través del #Me too se estaba pidiendo una codificación de la relación entre hombres y mujeres que también nos parecía un regreso de la moral victoriana”, decía Millet en la entrevista citada para explicar el motivo del manifiesto.Y formulaba otra crítica que resulta pertinente respecto de los criterios para la cancelación del “Último Tango en París”: “No me gusta cómo usaron la definición de la violación; por lo menos una tendencia dentro de ese movimiento usó la palabra violación para actos que no eran violaciones. (…) Algunas mujeres usan la palabra violación para designar situaciones en las cuales durante la relación sexual cambian de opinión. No me parece justo; la mujer tiene que asumir sus responsabilidades desde el inicio”.Elisabeth Lévy, por su parte, señala que, a mediados de los 70, nadie “habría podido predecir que, medio siglo más tarde, la prensa haría la apología del sexo sin penetración, porque esta última ha sido reducida a una técnica de dominación, o incluso a los inicios de la violación”.También señalaba que existe sin duda en estos temas “una fractura generacional”. Pero, al revés de lo que suele suceder, en este caso “las jóvenes son más puritanas, más represivas y (tienen) una visión de la sexualidad más ingenua y a la vez más deprimente que sus mayores”.
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