Ser gregario es un oficio. Domésticos les llamaban los clásicos. Van Aert es un campeón y un magnífico gregario, pero Andrea Carrea era el gregario perfecto, siempre a las órdenes de su líder, Fausto Coppi. Lealtad a prueba de bombas, así que cuando se vistió de amarillo en el Tour de 1952, en el podio no exhibió una sonrisa, sino lágrimas; y se arrodilló ante su jefe, y le pidió perdón por la afrenta, aunque el campeonísimo no se lo reprochó, y le animó a lucir con alegría aquel jersey que había conseguido después de responder con eficacia a una orden suya.Seguir leyendo
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