La moral de los ciclistas del Giro, los organismos debilitados, enfermos, flagelados por 12 días de lluvia, frío, covid, caídas en descensos imposibles, desciende un escalón más la mañana del viernes en Borgofranco d’Ivrea, en el Piamonte siempre verde. Al amanecer, apartan los visillos de las ventanas de sus habitaciones y solo ven oscuridad, cielos negros, lluvia interminable. Después de desayunar, en el autobús, camino de la salida, se untan las piernas de crema que las mantiene calientes, perneras sobre el culotte, impermeables. Y hablan entre ellos. No un día más de frío y agua hasta los huesos, que ya no aguantan más. No más descensos largos y heladores, sobre todo. Sus representantes sindicales hablan con Mauro Vegni, el boss del Giro. Ya intentaron, sin éxito, acortar la etapa del martes, desde la Emilia, ahora asolada por inundaciones que ni los más viejos del lugar recordaban, muerte y desolación, hasta la costa toscana. En esta ocasión, Vegni, entre la espada y la pared, escaso de argumentos, busca rápidamente un compromiso. “Nunca es fácil llegar a un acuerdo”, dice el responsable de la carrera. “Cada uno defiende intereses diferentes. A mí me interesaba solo salvar el Giro, así que he tenido que ceder algo para que la carrera se haga, que es lo fundamental”.Seguir leyendo
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