Estamos en los años sesenta, en plena guerra de Vietnam. El presidente Lyndon B. Johnson sentía un odio profundo por el periodista de The New York Times Tom Wicker. Un fin de semana en el que varios periodistas estaban haciendo guardia en su rancho de Texas apareció el propio presidente en su coche, un Lincoln blanco convertible, y gritó “¡Wicker!”. El informador se subió al vehículo presidencial, que se alejó por uno de los caminos polvorientos de la propiedad. Y entonces, describe el periodista Seymour M. Hersh en Reportero (Península), “se bajó del coche, dio unos pasos hacia los árboles, se detuvo, se bajó los pantalones y defecó allí mismo, a plena vista. El presidente se limpió con unas hojas, se subió los pantalones, se montó en el coche, dio media vuelta y regresó a toda velocidad”. Era su forma —poco sutil— de expresar su desacuerdo con la cobertura del periodista.Seguir leyendo