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El crimen de Fernando Báez Sosa: el respeto a la vida del otro en una sociedad marcada por la crisis

Las imágenes de la fatídica noche del 18 de enero de 2020 en la que fue asesinado Fernando Báez Sosa, en Villa Gesell, se repiten diariamente en los medios y en las redes sociales. El juicio a los supuestos culpables de su muerte ha vuelto a recordarnos la brutalidad con la que puede actuar el ser humano. La sociedad mira perpleja la cara de cada uno de los implicados. Tienen la edad de sus hijos, sus hermanos, sus sobrinos o sus nietos. La que tenía Fernando antes de morir.La violencia ha estado presente en la vida cotidiana de los argentinos desde hace décadas, pero este crimen conmueve. Algo en ese hecho nos impulsa a interrogarnos como individuos y como seres sociales. Como, en su momento, el asesinato en Catamarca de María Soledad Morales (1990), o el de Axel Blumberg (2004), por citar solo el nombre de un par de los tantos jóvenes que perdieron la vida antes de tiempo por culpa de la violencia y la inseguridad.De una u otra manera, estos casos quedaron grabados a fuego en la historia colectiva. Pero hay otros, anónimos, que suceden todos los días y pasan inadvertidos. Como ocurrió la semana pasada, en el barrio porteño de Recoleta, cuando una oficial de la policía de la ciudad fue atacada por un hombre cuando le pidió que depusiera su actitud agresiva contra automovilistas y peatones que transitaban por los alrededores de la avenida Santa Fe y Uruguay. Primero la agredió verbalmente, después la tiró al piso y comenzó a patearla hasta que optó por darse a la fuga. Un ejemplo entre tantos otros.¿A qué se debe este desprecio por la vida ajena? ¿Hemos naturalizado la violencia? ¿Es consecuencia de un debilitamiento de los lazos sociales? ¿Qué más esconde?En Villa Gesell se celebró el miércoles una misa frente al boliche Le Brique, donde hace tres años un grupo de rugbiers asesinó a Fernando Baez Sosa.
(Marcelo Manera/)“Estos son tiempos que exacerban el ‘sálvese quien pueda’, y como sea. Los jóvenes que pueden se van al exterior; los que no pueden se quedan con la bronca. Si cada cual atiende su juego, como en el Antón Pirulero, los demás no cuentan. Una sociedad proclive a no respetar las normas y en la que cada cual atiende su juego ve acentuarse esta tendencia disgregadora, que se suma a una fragmentación social creciente; una pobreza que alcanza a la mitad de la población; y un humor colectivo en el que domina el pesimismo y la resignación, en el que florecen los descontentos. Estos son tiempos de rabia y caos”, afirma Liliana de Riz, doctora en sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de la Universidad de París e investigadora superior del Conicet en el Instituto Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.Palabras que hablan de una crisis moral, de valores, pero que también aluden a una sociedad que está haciendo poco para que este derrotero cambie. “Hay una sociedad que se degrada a gran velocidad, que no provee a las nuevas generaciones de la educación necesaria que los prepare para enfrentar la vida, que no crea trabajo genuino, que no da ejemplos que levanten la vara de evaluación”, subraya De Riz.Si miramos para atrás, sin embargo, la historia puede acercar algún consuelo. Adriana Amado, doctora en ciencias sociales, investigadora y periodista, trae al escritor Steven Pinker al análisis al recordar un libro suyo en el que se demuestra que en el pasado “la cosa” fue peor. “No estamos ahora en tiempos más violentos, si nos comparamos con el siglo pasado, y mucho menos si nos comparamos con tres o cuatro siglos atrás, donde proporcionalmente la gente se mataba y lo hacía descarnadamente. No hace tanto, por un insulto la gente se batía a duelo y eso estaba reconocido socialmente”, dice. Y señala que, si bien cuantitativamente no hay más violencia que antes, “somos más conscientes de hechos violentos de mucha intensidad, de mucha brutalidad, porque estamos más comunicados y eso hace que conozcamos el detalle de manera directa”. Sin embargo, agrega, en la Argentina “estamos viendo los resultados de una democracia que no integró y no educó”.Aprender a convivirLos jóvenes de Zárate que mataron a Fernando son parte de una clase media acomodada, de un entramado familiar y social que les permitió ir a la escuela (lo que no ocurre con todos los chicos de su edad). Sin embargo, no aprendieron a ser personas de bien. “La escolarización no es solo los contenidos didácticos de matemática o de lengua”, puntualiza Amado. “Implica también aprender las normas de convivencia, tener espacios de internalización de lo que es el otro”.Tampoco podemos echarle toda la culpa a la escuela. También hay que ver al interior de las familias, que son el reflejo de lo que sucede puertas afueras, donde la clase política da la nota. “La ejemplaridad en la clase política es imposible, son el grupo con menos reconocimiento social, al que la gente le tiene menos confianza”, dice Amado. Hacia adentro de las casas, agrega, las cosas no están mucho mejor. “Muchos padres esperan que sus hijos hagan cosas que ellos no hacen en sus hogares. Por ejemplo, escuchar a los demás o tratarse bien”.Silvino Báez , Graciela Sosa, padres de Fernando Báez Sosa en la novena jornada de audiencias (Diego Izquierdo/)La psicóloga Alicia Crosa, docente de la Universidad Nacional de La Plata y conferencista sobre violencia y vínculos, suscribe, pero amplía el foco y habla de la sociedad en su conjunto. “Con los enormes cambios culturales que estamos teniendo en los últimos decenios –puntualiza–, hay un descenso de la valoración de lo afectivo. Está como banalizado. Como también se hace una banalización del mal que se inflige a otro”.Este tipo de fracturas sociales no son exclusivas de la Argentina, aunque sin duda el país ha multiplicado en los últimos tiempos las frustraciones de sus ciudadanos y eso acrecentó el malestar social. “La sociedad argentina está inundada de frustración. Eso hace que los individuos tengan una especie de vuelta sobre sí mismos, solo buscan salvarse de sus trastornos, salir de los fracasos. El tema económico no es nuevo. Nos viene acosando desde hace décadas. La gente joven en particular ha crecido al amparo de esa situación de ‘sálvese quien pueda’. Y esto produce un debilitamiento de lo afectivo, de las pautas que tienen que ver con la cordialidad. Esto es lo que puede llevar, en algunos extremos, a cometer actos que, como el asesinato de Fernando Báez Sosa, exhiben una verdadera falta de piedad”, explica Crosa.Otro factor que no puede obviarse es el de la droga en la noche de los jóvenes”. Retoma De Riz: “El crimen de Fernando en Villa Gesell , ejecutado por una banda de rugbiers enfurecidos, es un ejemplo de la ley de la selva: una manada de leones se come a uno que no puede defenderse. Sorprende la saña y el desprecio por la vida humana. Pero también horroriza el asesinato por un celular y, sin embargo, ese caso tiene menos eco. La droga contribuye a que la vida no valga nada y se sigue distribuyendo a ojos vista”.Miguel Espeche, psicoterapeuta especialista en vínculos, aporta otra perspectiva: “En el caso del asesinato de Fernando se ha dado la circunstancia de que un grupo de muchachos, posiblemente embrutecidos por el alcohol y la droga y por una cultura que degrada ciertas capacidades de percepción y de sensibilidad, han puesto el afán de redimir su masculinidad por encima de la vida humana. La necesidad de sentirse más poderosos que otros. Y de tener alguien a quién despreciar para no despreciarse a sí mismos”.El machismo herido aparece así en escena como otro factor. El sociólogo y analista Marcos Novaro habla de “machismo acorralado”. Y señala: “La violencia es parte del rito del grupo. Es un ejercicio del machismo y de afirmación del macho. Hoy los ataques a las mujeres son más virulentos y vienen de tipos que se sienten amenazados, inseguros, cuestionados. Hombres que creen que tienen que dar fe de ese machismo en retirada. Grupos como el que mató a Fernando tienen esta característica: ser el macho patotero. Siempre existió, pero hoy está cuestionado por una sociedad que no logra ponerlo en caja y que, por el contrario, en algún sentido lo incita a ponerse más virulento, más desafiante”.La tribu contra el mundoEn la bandita o la patota, igual que con los barrabravas, las inseguridades desaparecen y aflora la prepotencia. “Lo que más me impresiona no es solo la violencia de este crimen –afirma Novaro– sino que el grupo se haya mantenido tan solidario. Es una banda en el sentido más estricto y es muy fuerte. Son fieles al jefe pero sobre todo, son fieles a la tribu. Están dispuestos a pagar con la misma pena, no transan, y se afirman en esa cuestión del desafío, de la masculinidad al palo. Dicen ‘acá nos la bancamos’. Puede ser que haya una parte de racismo de clase, pero me parece que es secundario. Podrían habérsela agarrado con cualquiera. Creo que en este caso se trata de la afirmación de la tribu contra sus enemigos”.Fernando era un chico perteneciente a un sector social más humilde que la banda que terminó con su vida. La televisión, TikTok, YouTube suelen reproducir imágenes tomadas por cámaras callejeras donde jóvenes que cumplen con el estereotipo del pibe marginal roban el celular a mano armada a personas de clase media más o menos acomodada. Este caso es al revés.Después del festejo por haber obtenido el Mundial de Fútbol en Qatar, el juicio por el asesinato de Fernando Báez Sosa nos trajo de vuelta a la realidad. La que se fagocita a tantos argentinos de bien. Pero en la que, de todos modos, también hay señales de que se puede salir adelante y ser mejores. Como marca Espeche: “En la misma escena del crimen vemos actos solidarios: la chica que le hizo RCP, el testigo que ayudó, el personal de seguridad que tomó cartas en el asunto. La coexistencia de la crueldad y la violencia con lo mejor del ser humano en términos de solidaridad siempre ha ocurrido. Lamentablemente una vida humana se ha perdido, y también se ha transparentado una severa dificultad de un grupo humano para hacerse cargo de lo que ha hecho y para entender valores que tienen que ver con el respeto al otro”.Que se haga justicia puede ser un punto de partida. Por la familia de Fernando, por los jóvenes. También, por las instituciones y los valores que su funcionamiento conlleva. La única manera de salir adelante es construir, desde el ejemplo, un tiempo en el que resignifiquemos al otro y volvamos a respetar la vida. La propia y la ajena.

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