escucharescuchar“Muchas gracias por su ayuda y por haber venido hasta acá desde tan lejos. Queremos seguir adelante y tratar de estar mejor a pesar de las dificultades porque acá es muy difícil”, dice Manuel Caciano a LA NACION, a través de un intérprete. Es Wichí, está aprendiendo a hablar y a escribir en castellano y vive en el paraje Techat, en el Impenetrable Chaqueño.LA NACION lo conoció en 2018, cuando cavaba pozos para sostener a sus 8 hijos que vivían con él: le pagaban con mercadería. Su mujer se había muerto desangrada esperando a la ambulancia que nunca llegó a su casa mientras daba a luz a mellizas que fueron dadas en adopción.La situación era desesperante. Como las pocas bicicletas que tenían estaban rotas y no tenía nafta para la moto, sus hijos no estaban yendo a la escuela. Cuando le preguntamos qué se imaginaba para el futuro de sus hijos, Manuel contestó: “Solo quiero que vivan”. Las urgencias del presente no dejaban lugar para imaginar ningún mañana.LA NACION volvió a visitar a los Caciano para ver cómo estaban después de tantos años y cómo había mejorado su vida gracias a la visibilización de su historia. Hoy tienen las bicicletas en condiciones para que sus hijos vayan a la escuela y reciben ayuda alimentaria y donaciones en forma sostenida.Llegamos junto a Diego Fernández, director de la Escuela EEP Nro 366, del Paraje La China al que asisten Manuel de forma libre y sus hijos de manera presencial. Lo acompaña Eduardo García que es Auxiliar Docente Aborigen (ADA) de la escuela y oficia de traductor y Adriana Cragnolini, supervisora de la escuela y fundadora del grupo solidario Los Hijos del Monte que se generó a partir del programa Hambre de Futuro.“La primera historia que visibilizamos con ustedes fue la de los hermanos Palavecino que habían quedado huérfanos. La gente me empezó a llamar de todos lados y yo no entendía nada porque no pensé que iba a tener esa repercusión. Era gente de todas las provincias de la Argentina pero también de otros países como Estados Unidos, España, Italia. Se ve que el programas se ve en todos lados. Decidí armar un grupo de Whatsapp con todos para organizar la ayuda y así surgió el grupo Hijos del Monte”, explica Cragnolini, que junto con Fabiana López son las que coordinan esta iniciativa solidaria.Después de construirle a los Palavecino una vivienda de material con dos ambientes, cisterna de agua, baño y dejarla equipada, el grupo no quiso parar y se comprometió con otros casos: se hicieron otras viviendas, más aljibes, se construyó una salita de 5 para una escuela y muchas obras más.“Creo que Hijos del Monte ayudó mucho a las personas a pasar las pandemia porque tenían alguien de quién ocuparse. No es solo donar dinero, sino también difundir, conseguir medicamentos, contactos. Y su cabecita estuvo atenta a ayudar a otros y no tan centrados en el difícil momento que estábamos pasando. Otro aspecto muy lindo del grupo es que le dio trabajo a gente de Miraflores como albañiles, carpinteros, los que hicieron los aljibes. Y todas las cosas se compraron en Miraflores, así que la plata quedaba en los comercios de la zona”, agrega Cragnolini.Antes y despuésEstudiar, lo más importanteActualmente el grupo está ayudando a los Caciano para que mejoren su vivienda y los hijos puedan tener las bicicletas en condiciones para ir a la escuela. En la camioneta, Fernández trae un colchón para dejarles, mercadería, sábanas, toallas y ropa para toda la familia. Las mujeres se ponen a revisar las bolsas y a probarse la ropa.“Paula me había pedido un colchón y acá lo tiene. Lo puede compartir con una de sus hermanas. Muchas personas están queriendo mandar cosas pero estamos viendo cómo traerlas de las otras provincias. Todo va a estar llegando a Miraflores y yo te lo voy a estar trayendo. Pero hay que cuidarlo. ¿Te queda algo de los jabones que te dejamos el otro día? ¿Harina? ¿Fideos? Ahí te traje un pollo para que coman hoy. Mañana te mando otro porque con este calor se va a poner feo”, le dice Fernández al padre de familia.Paula, Armando, Susana, Magdalena y Angela asisten a la escuela que queda a 8 kilómetros en las únicas tres bicicletas que tienen y ya fueron reparadas. Si no tienen cómo ir, Fernández pasa por su casa y acerca a los chicos en su camioneta. Manuel le comenta que una de las bicicletas está rota y enseguida Fernández pone manos a la obra: “Nos llevamos la rueda y mañana te la traemos con la cámara y la cubierta nueva”, dice convencido.El único que se comunica con nosotros es Manuel. Sus hijas se mantienen a una distancia prudencial y prefieren no interactuar. Entienden lo que decimos y hablan entre ellas en Wichí.Sin luz ni agua de red“¿Cuándo van a volver?”, pregunta Manuel con una ternura que emociona. Es que solo no puede. Ya no consigue trabajo en el monte, el calor es insoportable, no tienen luz, apenas tienen agua en los bidones que le carga la municipalidad y estira la Asignación Universal por Hijo como puede.“Necesitamos harina, fideos, cebolla, lo que sea para comer. Zapatillas también. Yo calzo 36″, dice mientras muestra unas alpargatas bastante agujereadas. Sus hijos almuerzan de lunes a viernes en la escuela y cuando sobra les entregan bolsones para que se lleven. “A la noche yo les hago fideos o puré. Hay veces en que no hay nada, ni grasa. Esta es una piel de iguana, ¿la conoce? Esa la comemos. La cazo en el monte. La cocino en la olla que es más rico”, agrega Manuel.Para él lo más importante es que sus hijos vayan a la escuela. Hace varios años que la maestra de adultos de la escuela se empezó a acercar a lo de Caciano para enseñarle de forma personalizada a Manuel y dejarle tareas. “Esta hoja me la trajo ella hoy. Estoy aprendiendo a leer. Es difícil. Antes no sabía nada y ahora alguito. Se escribir mi nombre, mi apellido, mi DNI y las letras A, E, I, O, U. Hay otras letras que todavía no sé cómo son”, dice mientras escribe las vocales en su cuaderno. Y agrega: “La única salida es estudiar y estudiar. Mi sueño es que alguno de mis hijos sea profesional y consiga un trabajo”.La familia CacianoDominga Caciano es la hija mayor. Tiene 25 años y vive con su marido Carlitos y su hija en una casa que alquilan en Miraflores. Se acercó a la casa familiar para poder vender algunas de las artesanías que hace con sus propias manos. “Lo hacemos con hojas del monte que saco con machetes. Tardo 4 días en hacer cada una. Lo vendo en Miraflores para comprar harina y cocinar. Yo no voy más a la escuela. Se escribir y leer un poquito en castellano. Necesito colchón que sea usado. Tengo uno pero está viejito y es muy finito”, dice con mucha timidez.Paula, otra de las Caciano, se acerca con una hoja escrita a mano con el pedido de cosas que necesitan: una cama, una carretilla, un colchón, un rastrillo, un hacha, calzado y mercadería.Herramientas para la vidaUna vez que terminan de dejarles las donaciones, la camioneta de Fernández sigue hasta la escuela EEP Nro 366, Paraje La China. Allí, los alumnos están recibiendo las clases del día. Son 20 en primaria y 4 en la modalidad de adultos que asisten de forma presencial.“Ella es Magdalena Caciano y está en 4to grado. En primaria en este momento la tenemos a ella con Armando. El trabajo con ellos es de mucho apoyo por el tema del idioma. Acá en la escuela reciben la única socialización con el castellano y por eso es muy importante el trabajo con el auxiliar. Son constantes en la escuela. Si faltan dos veces en el año es mucho”, explica Fernández. La temperatura llega casi a los 50 grados y los alumnos asistieron igual. La escuela tiene luz eléctrica, por lo que los ventiladores están prendidos.“Después tenemos a Susana que está en el nivel de adultos. A ella la acompaña la misma maestra de Manuel. Hay épocas en las que no vienen a la escuela porque hace mucho frío. O cuando hace mucho calor, también vienen menos. Se ve una mejora en el nivel educativo de toda la familia. Nosotros tratamos de darles más herramientas para la vida”, agrega Fernández.Eduardo García entra al aula y empieza a trabajar. Él es el nexo entre los docentes y los alumnos, y viceversa. “Cuando los chicos llegan a la escuela les cuestan algunas palabras, expresarse y ahí entro yo a mejorar la comunicación entre ellos. Es muy común que los alumnos estén atrasados en su escolaridad. Faltan mucho en los tiempos difíciles de frío o calor y se atrasan. A veces viajan lejos y cuando vuelven les cuesta retomar”, explica García, que es de la etnia Wichí.Haciendo un resumen del trabajo de Hijos del Monte, Cragnolini se anima a decir que ya fueron cerca de 2000 las personas que fueron parte del grupo, que está en constante movimiento. Algunos se suman y otros se dan de baja por distintos motivos. Actualmente, son alrededor de 50 los miembros activos.“Yo siento orgullo por cada uno de los chicos que acompañamos. Ahora estamos ayudando a los Caciano. Pero, ¿cuántas familias como los Caciano habrá? Yo sé que no podemos llegar a todos. La vida en el monte es muy difícil y es lindo saber que uno puede hacer una diferencia”, resume Cragnolini.COMO AYUDARLas personas que quieran colaborar con los Caciano, pueden comunicarse con Adriana Cragnolini al +54 9 364 459-2933.Micaela UrdinezTemasHambre de futuro ChacoPobrezaDerechos HumanosSoluciones en marchaEducaciónConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectOtras noticias de PobrezaInspirador. Una empresa de publicidad empezó a contratar a personas en situación de calle en la ciudad de Buenos Aires”Paso de todo”. Le dieron una oportunidad, a los 15 años aprendió a leer y muestra cómo cambió su vida”Dolía su realidad”. El ingeniero que viajó al Impenetrable para llevar un proyecto que cambió la vida de varias familias
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escucharescucharEl viernes pasado todo fue celebración para Sandra Toribio y sus familiares y amigos. Ese día, después de rendir la última materia de la carrera de Medicina en la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE), terminó lo que considera una de las etapas más importantes de su vida.“El título mucho para mí. Representa mis sueños, mi esfuerzo y el anhelo de mis ancestros. Yo sé que ellos soñaron con ver a todos los jóvenes acceder a la educación y a transitar por un mundo más justo, no igual, porque creo que la diversidad es importante. Pero si más equitativo”, señala la joven, la primera integrante de la comunidad wichi de Formosa en recibirse de médica.Los estudiantes indígenas suelen transitar un camino dificultoso para acceder a la educación, tanto de nivel primario como secundario, y más aún universitario. La falta de recursos económicos, las distancias, los prejuicios y la discriminación son algunos de los factores que los ponen en desventaja.En ese sentido, Sandra reconoce que si bien tuvo una buena experiencia durante esta etapa como estudiante universitaria, no siempre resulta así para los integrantes de su comunidad. “Sé de muchos jóvenes que por venir de una comunidad indígena, con menos posibilidades de formarse y que solo aprendieron a escribir o a interpretar un texto, tienen problemas para acceder a una educación superior. Son muchos más barreras que las que suele enfrentar alguien que viene de una familia de buena posición, que fue a un buen colegio, que seguramente tenga más chances de completar sus estudios”, explica.Sin embargo, cuenta que, en su caso, la carrera de medicina le hizo ver algo diferente: “Crecí con mi familia advirtiéndome sobre las injusticias hacia nuestras comunidades, pero cuando llegué acá me di cuenta de que a la universidad pública no le interesa de donde venís. Puede ingresar desde el hijo de un indígena, como en mi caso, o el de un médico o un político. Esta carrera me mostró otra mirada del mundo”, asegura.”Cuando empecé a estudiar me di cuenta de que a la universidad pública no le interesa de dónde venís”, dice Sandra“Colaborar con la salud de mi gente”Sandra tiene 28 años y es oriunda de Ingeniero Juárez, un pueblo de unos 12 mil habitantes ubicado en el oeste formoseño y con mayoría de población indígena. Durante el jardín de infantes y la primera etapa de la escuela primaria concurrió a una escuela bilingüe, donde aprendía sobre la base de la lengua indígena. Más tarde, por cuestiones laborales de su padre, que tiene un emprendimiento de artesanías indígenas, se mudó al centro del pueblo y terminó la primaria en un colegio que no era intercultural al igual que el colegio en el que cursó la secundaria.La joven reconoce que su padre realizó un gran esfuerzo para que ella y sus hermanos estudiasen. Al finalizar su educación media, pensó en formarse como docente: “Quería ser maestra jardinera, pero casualmente ese año, por alguna razón que desconozco, habían cerrado las instituciones terciarias en la zona y, entonces, pensé en probar la universidad, lo que representaba un gran desafío para mí”. Admite, además, que se inclinó por medicina como una forma de colaborar con el bienestar de las personas, y particularmente de sus pares wichis: “Verme convertida en médica era un sueño”.Sandra cuenta que le pidió la bendición a su padre y se mudó a Corrientes, donde la familia le alquiló un departamento para estar cerca de la universidad. Recuerda que el momento en que ingresó a la casa de estudios fue especial. “Sentí que era un lugar conocido”, dice. “Empecé primer año en 2015, pero fallé. Entonces me anoté en una academia para prepararme y, finalmente, al año siguiente, en 2016 ingresé”, aclara.Por temas de salud, tuvo que dejar de estudiar en 2017 y pudo retomar sus estudios en 2019. La adaptación a la vida universitaria no le resultó sencilla, principalmente por el hecho de tener que desenvolverse sola. “Mi familia siempre me cuidó, me protegió mucho, un poco me advirtió sobre las injusticias que habían vivido mis ancestros y ellos mismos”, dice.Al comienzo del segundo año, la sorprendió la pandemia y se quedó en Corrientes, para realizar sus estudios de forma online. Reconoce que fue una etapa dura donde estudiaba muchas horas por día y, además, había sido convocada para ayudar en un hospital de campaña establecido en la ciudad correntina.Sandra tiene 28 años y es oriunda de Ingeniero Juárez, un pueblo de unos 12 mil habitantes ubicado en el oeste formoseñoGentilezaRecién el año pasado retomó la universidad y se reencontró con sus compañeros, con quienes había formado un buen grupo de amigos. “Me metí de lleno en la vida académica y pude hacer docencia e investigación, algo que siempre soñé. La verdad es que la universidad me acompañó para cumplir ese sueño porque soy fan de las mujeres que hacen ciencia”, reconoce.Si bien ya rindió su última materia, tiene por delante el internado rotatorio que tiene proyectado hacer en Corrientes. “Tengo pensado crecer en investigación y docencia y culminar volviendo a mi provincia. Mi idea es colaborar en lo que pueda con la salud de mi gente”, admite. Su comunidad, también celebra sus logros. “Para ellos es una alegría el hecho de que podamos mostrarle a la sociedad que podemos progresar; nosotros también queremos mejorar nuestra cultura y nuestra educación”, sostiene.Salud interculturalAdriana Luján, profesora en Ciencias de la Educación y coordinadora del Programa Pueblos Indígenas de la UNNE, considera que el logro de Sandra es una respuesta a muchos años de lucha por parte de las comunidades indígenas en el acceso a la educación en todos sus niveles.“Tanto el nivel secundario como el superior y el universitario siempre tuvieron relegadas a las comunidades. Pocos jóvenes llegan a terminar el colegio secundario y ni pensar en estudiar una carrera. Hay que tener en cuenta que, por el problema del territorio, las comunidades fueron relegadas a sectores regionales con poco acceso a los servicios o los bienes sociales que tiene una ciudad”, explica Luján. Son muchos los jóvenes indígenas que hacen kilómetros para acceder a la escuela secundaria y son pocos los que la terminan.Cabe aclarar que, desde 2011, la UNNE lleva adelante un programa para garantizar el acceso al derecho a estudios superiores de jóvenes indígenas de distintas comunidades que habitan la región chaqueña. Se trata de una beca de ayuda económica que colabora con sus gastos, además de un sistema de tutorías en los que al ingresar y durante toda la cursada, los jóvenes son acompañados por sus pares.“El título de esta alumna es muy valioso porque medicina es una de las áreas que mayores problemas presenta para las comunidades por las condiciones de vida. Su formación seguramente va a traerles muchos beneficios y es fuente de inspiración para otros jóvenes. Ella va a tener una doble fortaleza: la capacidad y la formación que le dio la universidad y la traducción de sus conocimientos de salud ancestrales, eso es pura riqueza. Creo que va a ser un puente porque esos saberes no son necesariamente excluyentes”, advierte la profesora.Mientras que la licenciada en Ciencias Antropológicas y técnica del Instituto Nacional de Agricultura Familiar Campesina Indígena, Leda Kantor, admite la importancia que tiene este título. “Ojalá que Sandra pueda conseguir trabajo en zonas cercanas a la comunidad wichi o a otras comunidades originarias”, dice. Y explica que la salud es una problemática que está teñida de situaciones de desencuentros, malos entendidos, prejuicios y conflictos, justamente por la escasa formación que hay en interculturalidad. “Es una demanda muy fuerte de los pueblos originarios que el trabajo en salud tenga una perspectiva intercultural, como, por ejemplo, tener traductores bilingües en salas, de hospitales. Por eso es una gran noticia que haya una médica wichi”, señala.Consciente del sinuoso camino que transitó para llegar a su título y de lo que significa para su comunidad, Sandra celebra que haya una nueva ingresante originaria qom en la universidad. “Sé que hubo otros jóvenes de otras comunidades que no lo lograron y me voy a de facultad con la alegría de saber que hay otro médico en camino”, concluye.Silvina VitaleTemasPueblos originariosEducación inclusivaInclusiónConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectOtras noticias de Pueblos originariosEstuvieron en un museo por más de 100 años. Francia devolverá a la Argentina los restos de un cacique tehuelche que habían sido robados para su exhibiciónPueblos originarios. El Gobierno aceleró el reconocimiento de tierras a comunidades indígenas antes de dejar el poder”Ahora siente paz”. Estuvo nueve años en un hogar y nadie la adoptaba, pero una jueza aceptó el deseo de la adolescente de vivir en una comunidad wichi
escuchar>LA NACION>ComunidadLorena quiso contar su historia para generar conciencia sobre la violencia que sufren muchas mujeres; con 39 años, el lunes egresa del secundario; “estudiar es la mejor herramienta para darle luz a todo”, asegura y cuenta que cuando escapó de su agresor llegó a vivir en la calle con su hija recién nacida25 de noviembre de 202306:00María AyusoLA NACIONescucharLorena Benítez (39 años) siente que vive un sueño. Se crio en La Matanza y tuvo que dejar la escuela a los 15, para trabajar. Pero el lunes, después de meses de enorme esfuerzo y años de anhelar ese momento, le van a entregar su diploma de egresada del secundario. Se emociona cuando repasa las palabras que va decir delante de sus compañeros y autoridades, y al pensar que va a estar presente su hija, de 4 años.Para ella, es mucho más que un título, porque llegar a donde está hoy no fue nada fácil. Lo que vivió antes, fue una pesadilla. En 2019, la expareja de Lorena la violentó de todas las formas posibles: “Fui secuestrada y violada durante casi 70 días en mi departamento. Pude salir después de muchos intentos y cuando logré escapar, fui directamente a la Maternidad Sardá, porque tenía un embarazo de casi seis meses”, recuerda.Él la había dejado incomunicada y ella sentía que no había escapatoria: cualquier movimiento en falso podía costarle la vida. La forma en que logró dejar ese departamento fue de película, e incluyó dormir a su agresor con pastillas que le puso en la comida. Fue un plan minucioso y un trabajo de hormiga, hasta que una noche dijo: “Tiene que ser hoy”. En el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, elige contar su historia para visibilizar y generar conciencia sobre un mal que no da tregua.VIOLENCIA DE GÉNERO: DÓNDE HACER LA DENUNCIA Y RECIBIR AYUDA E INFORMACIÓNArgentina ocupa el primer puesto respecto a la cantidad de mujeres que respondieron haber sufrido algún tipo de violencia física o psicológica en el último año: cuatro de cada 10 (37%), lo que supera por 20 puntos al promedio global (17%). Las jóvenes resultaron las más afectadas: 6 de cada 10 mujeres (57%) de 18 a 24 años, señalaron haber atravesado estas violencias, según una encuesta mundial realizada recientemente en 35 países por las consultoras WIN Internacional y Voices Argentina sobre violencias y equidad de género.Lorena en Casa Trans, donde pudo retomar sus estudios: “Encontré una comunidad que abraza muchas historias y retroalimenta vidas, porque una va tejiendo redes de contacto”, asegura.Rodrigo Nespolo – LA NACIONEn el caso de Lorena, ella sintió que volvía a hacer pie cuando gracias a una propuesta de la Dirección de Educación de Adultos y Adolescentes del Ministerio de Educación porteño, pudo retomar el secundario. “Siempre supe que para poder tener un trabajo en mejores condiciones y lograr un futuro para mí y mi hija, necesitaba el título”, asegura. Desde la dirección le propusieron anotarse en Adultos 2000, un programa de educación a distancia diseñado para jóvenes y adultos.Pero, además, le hablaron de la posibilidad de hacer parte de ese proceso de forma presencial, en un espacio comunitario cercano a su casa, lo que le garantizaba el acceso a una red de apoyo y contención que sería clave. Le mencionaron dos lugares: la fundación CasaSan (que trabaja con personas en situación de vulnerabilidad en La Boca) y Casa Trans (un espacio de contención del gobierno de CABA abierto a toda la comunidad). Por cercanía, Lorena se anotó en este último, pero ambos espacios jugaron un rol fundamental para ella: “Encontré una comunidad que abraza muchas historias y retroalimenta vidas, porque una va tejiendo redes de contacto”, asegura.“Siento que no la vi venir”Lorena nació en La Matanza e hizo la primaria y parte del secundario en San Justo. Sus papás estaban separados y ella vivía con su mamá, que trabajaba en casas de familia. “Me crie más o menos sola y cuando era adolescente, a los 15 o 16 años, dejé la escuela y me fui a la ciudad de Buenos Aires para buscar trabajo”, recuerda. Se mudó con una amiga un poco más grande. Empezó a trabajar primero de moza y más adelante en fábricas como administrativa u operaria.La idea de retomar en algún momento el secundario estaba siempre latente, por debajo de esa vorágine que implicaba ganarse la vida siendo una adolescente sin redes de contención. “Cada vez que quería otro estilo de trabajo, con mejores condiciones laborales, lo primero que me preguntaban era si había terminado el colegio”, recuerda. Los años fueron pasando y nunca dejó de trabajar. Cuando podía, hacía cursos para capacitarse. También viajó mucho, siempre detrás de ofertas de trabajo.En 2018, todo cambió cuando comenzó una relación con un hombre a quien conocía desde antes. Ella alquilaba un departamento en San Telmo, tenía unos ahorros y estaba buscando la forma de empezar un emprendimiento. Al poco de arrancar la relación, empezaron a convivir y luego Lorena quedó embarazada, algo que los tomó por sorpresa a ambos.Le cuesta reconstruir en qué momento ese hombre que le hablaba de un futuro juntos, la empezó a violentar. “Me sigo preguntando cómo pasó. Siento que no la vi venir. Entrás en un círculo tan simbiótico, no sé si porque estás enamorada, cegada o qué, que de pronto te encontrás sumisa frente a ese hombre que se cree un macho alfa. Creo que es algo que nos pasa a todas las que atravesamos por esto: es como si nuestras defensas quedaran vulneradas y no nos diéramos cuenta de que estamos en un circuito de mucha manipulación”, reflexiona.De a poco, Lorena siente que fue dejando todas sus cosas de lado. “No podría decirte con exactitud cómo empezó la violencia, pero sí que fue mucho peor desde que quedé embarazada”, sostiene. Un tiempo después de esa noticia, él desapareció. Estuvieron un mes sin verse hasta que volvió. “Me dijo que quería que lo intentemos de nuevo, que podíamos tener un futuro. Pero no fue nada así. Empezaron las peleas, los golpes, los celos, las millones de cosas que me hacía para que me sintiera menos. Empezó a no dejarme salir, a atarme, encerrarme y taparme la boca. Estuve secuestrada durante casi 70 días”, detalla con la voz quebrada.El recuerdo de esos días aparece como una nebulosa. Así actúa el trauma: es un gas lacrimógeno que vuelve todo borroso. Él la obligaba a tomar pastillas para dormir y ella estaba “atontada” gran parte del día.La última materia que rindió Lorena fue filosofía. Hoy, se emociona al recordar el camino que transitó en estos años junto a su pequeña hija, que tiene 4.Rodrigo Nespolo – LA NACION“Pude robarle las llaves y salir”La forma en que Lorena logró escapar de ese departamento recuerda a la película Misery, basada en la novela del mismo nombre del estadounidense Stephen King. “Al principio estaba todo el tiempo en la habitación, hasta que dejé de confrontar con él porque me di cuenta de que no servía, ya que tenía mucha más fuerza que yo y empecé a convencerlo de que tenía todo el poder sobre mí”, dice Lorena. “Un día, empecé a tener más acceso al resto del departamento. Empecé a guardar algunas de las pastillas que me daba para dormir y una noche, después de que me violó, se la puse en la comida. Se quedó completamente dormido, pude robarle la llave y salir”.Agarró la plata que encontró y se vistió: “El día anterior, por suerte, había podido bañarme después de muchas semanas”. Dejó el departamento de madrugada. En los casi seis meses de embarazo que cursaba, Lorena se había hecho una sola ecografía en la Maternidad Sardá. Se tomó un taxi y fue directo para allá. “Cuando llegué conté todo: que no me había podido hacer los controles y que había sido abusada durante el embarazo. Estuve internada desde ese momento hasta un mes después del nacimiento de mi hija, que fue en junio de 2019″.En la Sardá, le tomaron la denuncia. “Vino una fiscal, lo fueron a buscar a él pero no lo encontraron. No supe más nada”, reconstruye. Le dieron el alta a ella y su niña en agosto. Hacía un frío que calaba los huesos y Lorena no tenía a dónde ir. Se quedó en situación calle, en pleno invierno y con una bebé recién nacida. “Ni siquiera sabía que existían los paradores y el único lugar que me resultaba familiar era la guardia de la Sardá. Me quedaba ahí y cuando había un día lindo, me iba a la plaza de Parque Patricios y estaba con mi bebé en el solcito. Unas abuelas de la caridad me dieron las primeras ropita para mi nena y también los pañales”, dice Lorena.Finalmente, decidió hablar con la asistente social de la Sardá y contarle todo: “Nunca le había aclarado con exactitud si tenía un lugar donde vivir, porque lo primero que se me vino a la cabeza era que si reconocía que no lo tenía me iban a separar de mi hija. Pero blanqueé toda la situación y ella me dijo que fuese a un parador o a un refugio para mujeres que sufren violencia”.Finalmente, llegó a uno en Belgrano, el Hogar 26 de julio. En 2021 consiguió alquilar una pieza en el departamento de una señora mayor, que necesitaba ayuda con la limpieza y sus cuidados. Mientras su hija iba jornada completa al jardín, Lorena trabajaba allí y en otras casas de familia. Tiempo después, se mudaron a la pequeña habitación donde ambas viven actualmente en el departamento de otra mujer, en Palermo. “Vivo de changas, lo que salga, ya sea trabajar de limpieza o de lo que me puedan ofrecer, cuidando personas o haciendo trámites. Me las rebusco como puedo para tener un ingreso”, explica.“Es un renacer”“Creo que mi historia refleja la de muchas otras mujeres que pasamos por violencias de todo tipo y pudimos, gracias a la ayuda de distintas personas, recorrer un camino de transición que nos permitió salir adelante. Porque una quiere salir, y la mejor manera de hacerlo es con mucho esfuerzo, a través del trabajo y el estudio, que es la mejor herramienta para darle luz a todo esto. Aprendés a construir otra vez: es un renacer”, asegura Lorena.”El estudio fue la mejor herramienta para darle luz a todo lo que viví. Aprendés a construir otra vez: es un renacer”, dice Lorena. Rodrigo Nespolo – LA NACIONCuando reconstruye esa red que le permitió salir adelante, habla de aquel día de febrero de 2022 en el cual, en el Centro Integral de la Mujer (CIM) 14 de Palermo, conoció Jackie Cichero, directora de Educación de Adultos y Adolescentes del Ministerio de Educación porteño, y a Marian Palij, profesora y asesora de esa dirección. Ellas fueron quienes le hablaron de la posibilidad de terminar el secundario mediante Adultos 2000.“Lo que propuso Jackie fue llevar el programa a la territorialidad, es decir, a donde la comunidad lo necesita. Así surgieron los espacios de terminalidad primaria y secundaria en la fundación CasaSan, en Casa Trans, clubes de fútbol, entre otros. Estudiar a distancia no es fácil para nadie, y lo que hacen estos espacios es darle una regularidad”, sostiene Palij.Lorena, que no tenía idea de que existiera esa posibilidad, no lo dudó. Empezó en Casa Trans pero con frecuencia se conectaba también con las mujeres de CasaSan y entre todas empezaron a tejer lazos. Dice que conoció a una “comunidad hermosa”, que le abrió las puertas de par en par, con “abrazos, mimos y alientos”.Palij explica que todas las personas que forman parte de Adultos 2000 fueron vulneradas en sus derechos, ya que por un motivo u otro, no lograron terminar en tiempo y forma su educación. Muchas son mujeres que, como Lorena, atravesaron violencias. “Lo que más me gustó del programa es su flexibilidad. Yo en su momento había querido retomar el secundario pero no podía ir a un lugar de lunes a viernes de 18 a 22: ¿dónde dejaba a mi hija?”, dice Lorena.Para ella, que llegó con la autoestima hecha polvo, entender que podía lograrlo no fue fácil. “Lo primero que nos pasa a los adultos cuando tenemos que volver a estudiar es pensar: ‘Si no pude antes, ahora menos’. Hay que perder el miedo de pensar que no vas a poder leer un libro, entender una consigna o resolver un trabajo práctico. Uno se llena de prejuicios, pero podés lograrlo cuando tenés gente que te acompaña”, reflexiona Lorena. “Volver a estudiar es lindo porque es una decisión propia: te aprendés a valorar, a quererte y a saber que merecés algo mejor. Es lindo instruirse y superar esos miedos”.CasaSan y Casa Trans trabajan de forma articulada para dar esas oportunidades. “Es emocionante ver a todas esas mujeres que pensaron que nunca iban a poder terminar la secundaria y acceder a la posibilidad de tener un futuro mejor para ellas y sus hijos. En general son mujeres monoparentales, que sostienen el hogar. Verlas llorar cuando reciben el diploma no tiene palabras”, asegura Mercedes Frassia, fundadora de CasaSan, donde 187 personas ya pasaron por el programa Adultos 2000.El próximo lunes, a Lorena le van a entregar el diploma. “Es un triunfo y una gran puerta a todo lo bueno que se viene. Hoy valoro mi resiliencia y mis lagrimas ya no son de dolor, son de alegría. No tengo nada pero también tengo mucho: me refiero a toda esta esta gente que fue aparecido en momentos puntuales y que me volvió rica”, asegura Lorena. Actualmente, su expareja está preso: a las denuncias de ella se le sumaron otras causas por violencias contra otras mujeres. Ella se siente feliz, libre, capaz de lograr todo lo que se proponga. Su sueño es conseguir un trabajo formal, que le permita a ella y su niña poder alquilar un lugar propio y proyectar un futuro para ambas. Hoy, siente que no tiene límites.Cómo ayudarPara colaborar con Lorena, hay que contactarse con CasaSan al 11 6551 0290 o a [email protected]. O con Casa Trans a [email protected]. Sueña con tener un trabajo formal y poder alquilar un lugar propio.Para recibir información sobre el secundario que funciona en Casa San hay que llamar al 11 6551 0290.Para terminar los estudios en CABA: en la Ciudad hay diferentes opciones tanto de primaria como de secundaria. También para capacitarse sobre diferentes oficios y actividades. Para más información, contactarse con la Ventanilla Única de Adultos por mail a [email protected] o por WhatsApp a 11 3849 5735, 11 3851 0070 y 11 3846 0945.Dónde pedir ayuda y denunciar:Línea 144: brinda asistencia y orientación a las víctimas de violencia de géneroMaría AyusoConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectTemasViolencia de géneroEducaciónPobrezaMás notas de Violencia de géneroGrave denuncia El escándalo que protagonizaron los padres de Lauty Gram y suegros de la China SuárezLo demanda por US$5 millones. El alcalde de Nueva York fue acusado de abuso sexual por una excolega“Estoy pasadísimo de droga, no recuerdo nada”. Una mujer fue asesinada de 20 puñaladas en Santa Cruz y arrestaron a un expastor evangélico
escucharescuchar“Quiero agradecer infinitamente a todos y de corazón por su ayuda y por haber hecho realidad mi sueño de competir. Estoy muy contento”, dice Emanuel Campos, muy emocionado, desde su casa en el paraje Santa Cruz, en la zona rural de Chañar, en La Rioja.La historia de este adolescente de 17 años que quiere dedicarse al atletismo para sacar a su familia de la pobreza emocionó a la audiencia. Su historia de humildad y esfuerzo se viralizó en el día, y la colaboración empezó a llegar en oleadas.“Me quedé todo sorprendido con todas las ayudas que me han dado. Me largué a llorar porque llegaban cosas de acá y de allá. Así que no sabía qué hacer y estaba muy feliz. Y muy contento gracias a Dios”, agrega Emanuel.CONOCE LA HISTORIA DE EMANUELSu familia vive de la cría de ovejas, de los trabajos de electricidad que su papá hace en la zona y de lo que saca su mamá vendiendo pan todas las mañanas. “Me quiero recibir para darle todo lo mejor a ellos, para que no estemos aquí y para poder llevarlos de viaje a dónde ellos quisieran. Mi mamá quiere conocer las Cataratas del Iguazú. Voy a luchar para eso”, contaba en la nota.Oleada de donacionesEmanuel cursa su 4to año en el Instituto Privado Dr. P. J. de Castro Barros, una escuela pública de gestión privada que depende del Obispado de La Rioja, a la que asisten 100 alumnos. Su rector, Luis Aráoz, fue el encargado de canalizar todos los llamados solidarios que llegaban.“Estamos súper contentos. Tuvimos muchísimas consultas y gente que pregunta. Como acá no tenemos oficina de correo en Chañar yo he dado mi domicilio particular para que envíen las donaciones. Mucha gente que llama, que quiere colaborar asi que estoy a full con el celular. Desde que se comenzó a publicar el artículo se comunicó muchísima gente y otra que transfirió directamente”, cuenta Aráoz.Emanuel recibe las donaciones de indumentaria para poder andar el bicicletaGentliezaEn total, se recaudaron $78.400 para el Instituto y $650.000 para Emanuel, que usó para poner a punto su bicicleta, comprarse dos pares de anteojos, un celular para poder hacer las tareas de la escuela y el resto lo va a utilizar para seguir comprando los materiales para terminar la nueva habitación que están construyendo para él y su hermano Maxi.Ampliar la casa“Ya tenemos lo necesario para empezar a llenar la base y ahora se va a comprar lo que nos falta para poder levantar las paredes. Lo que queremos es que el dinero se utilice para lo que él necesite. Ya le ofrecieron una beca e inscripción para la universidad para cuando termine la secundaria y también una beca para que termine la secundaria. Mucha gente lo quiere visitar en noviembre y diciembre”, cuenta Rosa Guzmán, su mamá.Todos quisieron sumarse al sueño de Emanuel y le mandaron equipamiento para la bici, ropa y zapatillas. Le llegaron 20 equipos de indumentaria, 8 cascos para la bici, anteojos, medias y muchas cosas más.Ema terminando su primera carrera en bici y festejando por esta hazañaKasandra Fotografias Gracias a eso, Emanuel pudo correr su primera carrera en bici, en la localidad de Olta. “Antes de empezar estaba nervioso pero cuando llegó la hora de la carrera estaba tranquilo. En la segunda vuelta me empezó a saltar la cadena. Una gente me prestó la bici y con esa pude terminar. Fue una experiencia muy linda y aprendí a sufrir también en una carrera de ciclismo. Muchas gracias a todos por su cariño”, resume sobre ese momento.Esta semana el intendente de Chañar le entregó a Emanuel el dinero para que se comprara una bicicleta nueva y él le regaló la suya a su hermano Maxi. Este fin de semana, corrieron juntos una carrera en Chañar.Emanuel tiene dos metas muy claras: terminar la secundaria y estudiar para ser profesor de educación física y llegar a ser campeón argentino. Emanuel tiene una meta clara y es recibirse para poder salir adelante. “La próxima apuesta es llegar al campeonato Argentino de Duatlón y poder participar. Me propuse lograr muchas cosas”, concluye.COMO AYUDARLas personas que quieran ayudar a Ema o a la escuela a conseguir un vehículo para trasladarse con los alumnos pueden:-comunicarse con Luis Aráoz al +54 9 3826 41-5122-donar a la cuenta de la escuela Instituto Privado Doctor P. De Castro BarrosBANCO RIOJACuenta Nro Caja de Ahorro 0050010002013887CBU: 3090005703000120138875ALIAS: tiza.pluma.moradaMicaela UrdinezTemasHambre de Futuro La RiojaDeportePobrezaDerechos HumanosSueños de los chicosConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectOtras noticias de Hambre de Futuro La Rioja“Necesitamos luz en el campo”. Es abanderado de su escuela y su sueño es seguir estudiando para convertirse en veterinarioCorrer para salir de la pobreza. Su familia cría ovejas y él quiere dedicarse al atletismo para darles una vida mejorEl efecto ‘Superman’ de las pastillas. Un peligro que corroe a La Rioja: “Te despertás y no te acordás de nada”
escuchar>LA NACION>ComunidadJean Pierre fue internado contra su voluntad en una clínica que prometía sacarle, a golpes, su homosexualidad; una organización internacional lo ayudó a llegar a Buenos Aires; como él, ciudadanos de Rusia, Venezuela, Honduras, Ucrania, Bielorrusia y Kazajistán, entre otros países, también solicitan refugio a nivel local14 de octubre de 202306:00Lorena OlivaLA NACIONescucharDurante mucho tiempo, Jean Pierre Rosero Valladares había pensado que las clínicas de conversión para personas LGBTIQ+ eran un mito ecuatoriano, un rumor echado a rodar en su país para desalentar que los chicos gays como él salieran del clóset. Pero el 19 de abril de este año descubrió que eran una pesadilla real.Ese día llegó a uno de estos centros que ofrecen la conversión de personas del colectivo en heterosexuales o cisgénero. En su caso, para una terapia de “deshomosexualización”. Viajó tres horas acurrucado en la parte trasera de un auto, resistiendo los golpes que le daban los cuatro hombres que lo habían secuestrado para llevarlo contra su voluntad y mientras sus padres presenciaban toda la escena.Jean Pierre Rosero (der) está iniciando los trámites como refugiado con la asistencia de la ONG que encabeza Mariano Ruiz (izq.)FABIAN MARELLIJean Pierre: “El trauma fue tan grande que ya no soy el mismo. Me cuesta mucho confiar”FABIAN MARELLIEn ese lugar estuvo nueve días, hasta que, gracias a la movilización de sus amigos, la Justicia lo rescató y cerró la clínica. “El trauma fue tan grande que ya no soy el mismo. Me cuesta mucho confiar”, dice con los ojos llenos de lágrimas, sentado al borde de su cama, en el monoambiente en el que vive desde agosto, en un punto de la ciudad del que no daremos detalles para resguardarlo. Acorralado por las amenazas que comenzó a recibir de quienes manejaban la clínica, Jean Pierre tuvo que irse de su país y tramita en Argentina el reconocimiento del estatus de refugiado.“Son peores que cerdos”La cantidad de personas LGBTIQ+ que a nivel mundial deben escapar de sus países por su orientación sexual o su identidad de género es un enigma hasta para Acnur, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados. Pero hay un dato que es bastante ilustrativo: más de 60 países persiguen o, directamente, criminalizan a quienes integran ese colectivo.Según reportes de Amnistía Internacional, la población LGBTIQ+ sufre discriminación en países como Hungría o Polonia. En Zimbabue, el presidente Robert Mugabe llegó a decir públicamente que los homosexuales “son peores que cerdos y perros”. En los países con nula protección a los derechos de estas personas suelen ser más frecuentes los crímenes de odio, por ejemplo en Letonia, Lituania, Croacia o Serbia.En tanto, en Rusia, todo acto que promueva la defensa o el apoyo de este colectivo es considerado “propaganda” y como tal, es penalizado con multas y hasta con la cárcel. Hace pocos meses, una nueva ley recortó drásticamente los derechos de las personas trans: no pueden acceder a tratamientos de cambios de género, ni cambiar su DNI, casarse o postularse en el sistema de adopción. “A las personas del colectivo les pasan todas las cosas malas que puedas imaginarte en Rusia. Literalmente todas”, explica Roman Bevz, un joven trans de 23 años, que llegó al país en mayo del año último junto a su novia Margarita. Hace pocas semanas, logró que la Argentina lo reconociera como refugiado.“A veces se cree que los países que cuentan con legislación que amplía derechos, son amigables con la población LGBTI+. Pero eso no siempre es así. El reconocimiento de derechos no garantiza que las personas los puedan ejercer, sobre todo en democracias endebles”, reflexiona Mariano Ruiz, presidente de la asociación civil Derechos Humanos y Diversidad, organización que ya asistió en nuestro país a 350 migrantes del colectivo de diferentes maneras: desde interpretación en diferentes idiomas para que realicen la solicitud de status de refugiado y hasta con clases gratuitas de español, entre otros servicios. También articulan con la Fundación Huésped para garantizar el acceso al sistema de salud de personas trans y de personas que viven con VIH.Mariano Ruiz: “El reconocimiento de derechos no garantiza que las personas los puedan ejercer, sobre todo en democracias endebles”FABIAN MARELLIEn el caso de Ecuador, se trata de un país que tiene leyes que reconocen sus derechos, como la ley de matrimonio igualitario, de 2019. Sin embargo, Jean Pierre describe a su país como conservador. “Sobre todo en los pueblos del interior”, dice este publicista de 27 años, que pasó toda su vida en Quito y recuerda que los episodios de bullying por su orientación sexual comenzaron a los cinco años. “Era tal la indiferencia de mi familia ante esas situaciones que preferí convertirme en el chico problemático del curso para que esa identidad tapara la del chico gay”, describe.Creció en el seno de una familia católica y conservadora que, asegura, le cortaba las alas todo lo que podía para evitar que se conectara con la comunidad homosexual. “Crecí mintiendo, teniendo una doble vida. A partir de la universidad y sobre todo desde que había conseguido trabajo, empecé a independizarme”, explica.“Curar la homesexualidad”Después de vivir con amigos, en abril de este año Jean Pierre había logrado alquilar un departamento. Junto a dos amigas, fue a la casa de sus padres para buscar su cama y otros objetos personales. Mientras sacaba algunas cosas a la calle, fue interceptado por cuatro hombres que lo subieron, a la fuerza, a un auto. Una de sus amigas llegó a filmar el secuestro con su celular y mientras la mamá de Jean Pierre le gritaba que no llamara a la policía.“Estaba desesperado, no entendía qué pasaba. Intenté escapar del auto, pero me golpearon y me arrojaron un spray que me dejó atontado”, relata. Después de tres horas de viaje, llegó a una clínica de Cotacachi, ciudad ubicada en el norte de Ecuador. “Me dijeron que me habían enviado mis padres para que se me cure la homosexualidad y me obligaron a firmar un papel que decía que prestaba mi consentimiento. Yo decía que no podía estar ahí y ellos respondían con más violencia”, sigue.Jean Pierre reconoce que, durante su estancia en la clínica, llegó a pensar en suicidarse: “No nos daban objetos punzantes para evitar que atentáramos contra nosotros mismos”FABIAN MARELLILa clínica quedaba en una zona boscosa y aislada. Eran varias construcciones rodeadas de un espacio verde y una cancha de fútbol. Los dormitorios eran pequeños, compartidos por dos o tres personas, y las puertas se cerraban con candado. En esos ocho días no tuvo contacto con sus padres o su hermano mayor. Solo recibió una valija que le hicieron llegar con algo de ropa, pañuelos de tela, cuadernos para los ejercicios escritos y una Biblia.Jean Pierre calcula haber visto a unos 25 internos. “Estaban por diferentes motivos. Había un muchacho al que habían enviado por tener relaciones con mujeres trans”, puntualiza.El día arrancaba a las 6 de la mañana, cuando tocaba una campana. “Tenías que hacer tu cama perfecta, porque la respuesta para todo lo que contrariaba las reglas eran golpes con un machete”, explica. Hacían actividad física e iban a charlas con un fuerte contenido religioso. “Había un supuesto convertido que estaba ahí para contar su experiencia y demostrar que la homosexualidad se podía revertir”, agrega. También tenía sesiones de terapia: “Te hacían decir a quiénes habías dañado con tu homosexualidad”.En el tiempo que duró su internación, recuerda haber pasado hambre y frío. “Te daban poco de comer. Nunca carne. No nos daban objetos punzantes para evitar que atentáramos contra nosotros mismos”, explica y reconoce que varias veces pensó en suicidarse. Cuenta que era frecuente que recurrieran a tranquilizantes para bajar el nivel de resistencia de los internos. “Te sacaban los zapatos para impedir que quisieras escapar”, dice.RIESGO DE SUICIDIO: DÓNDE RECURRIR EN BUSCA DE AYUDADurante uno de esos días, un joven escapó. “Lo capturaron horas después y le aplicaron el castigo del mendigo, que consistía en desnudarlo, vestirlo con ropa vieja, hacerle comer excremento y tomar agua podrida. A partir de ese momento, tuvo que empezar a caminar en cuatro patas, como un perro. Nadie podía hablarle”, continúa con el relato. “Era difícil sostener la voluntad de querer escapar o rebelarte después de ver situaciones como esa”, reconoce.En todos esos días de angustia, Jean Pierre se aferró a una certeza: “Sabía que mis amigos no iban a permitir que yo siguiera ahí por mucho tiempo”, dice. Tenía razón. Fueron ellos quienes hicieron la denuncia ante la Justicia y viralizaron el caso. “Había llegado el rumor de que la Justicia iba a venir por mí un jueves pero, por suerte, la fiscal y la policía llegaron un día antes. Tal vez el jueves me hubieran escondido de la Justicia, porque esa gente era capaz de todo”, reconoce.Hace unos días hice un tuit sobre la desaparición de Jean Pierre Rosero. Fue rescatado y aquí cuenta sobre su situación ⬇️ pic.twitter.com/RsUghhkzul— Hernán Higuera (@higuerahernan) May 1, 2023
“Sabía que la Argentina respeta los derechos humanos”El de las clínicas de conversión, dice, es un negocio rentable del que se nutren agrupaciones delictivas. “Por mes, cobran entre 400 y 1000 dólares”, explica. Tras su liberación, la clínica de Cotacachi fue clausurada. “Ahí empezaron las presiones y amenazas”, recuerda.Ante ese contexto tan adverso, Jean Pierre sintió que la única salida estaba en el aeropuerto internacional. “La empresa en la que trabajo desde hace un año y medio tiene empleados freelance en otros países y mis jefes me garantizaron el trabajo aún fuera del país”, agrega.Con la ayuda de la ONG ecuatoriana Diálogo Diverso, que articuló con la canadiense Rainbow Railroad, llegó a la Argentina el 5 de agosto. “No sabía mucho de Argentina, pero sí que era un país progresista, que respetaba los derechos humanos de las personas homosexuales”, dice.Una vez acá, se conectó con Derechos Humanos y Diversidad. La organización le brinda asistencia psicológica y acompañamiento a través de un grupo de voluntarios que lo ayudan con los trámites para que nuestro país le brinde protección internacional a través del status de refugiado.“Cuando una persona es refugiada, la nación que la recibe se compromete a no devolverla a su país de origen”, explica Mariano Ruiz, y sigue: “La organización nació el año pasado y en este tiempo ya hemos asistido a unas 350 personas LGBTIQ+ que llegaron a nuestro país a iniciar los trámites para solicitar el status de refugiado por motivos de orientación sexual y/o identidad de género. Algunas de ellas ya están siendo reconocidas como tales”. Ruiz cuenta que la mayoría viene de Rusia, pero también llegan personas de Ucrania, Bielorrusia, Kazajistán, Venezuela, Ecuador y Honduras. “En la mayoría de los casos, las personas ingresan al país y nos contactan para que las asistamos a iniciar los trámites”, agrega.Para ser considerada refugiada, la persona debe demostrar que su vida o su libertad corren peligro en su país. Los trámites se inician ante la Comisión Nacional para los Refugiados, organismo que depende del Ministerio del Interior. Entre 1985 y 2022, unas 32.406 personas pidieron ser reconocidas como refugiadas por la Argentina al considerar que sus vidas y su libertad corría peligro por diferentes causas en sus países de origen. En el caso de las personas del colectivo, tienen que expresar su temor a ser perseguidas o violentadas por su orientación sexual o su identidad de género.Roman Bevz y su novia Margarita son dos de las personas que pidieron este reconocimiento el año último y lo consiguieron hace pocas semanas. Llegaron de Rusia en mayo de 2022, cansados de la violencia y la discriminación que padecían porque Roman es un varón trans.Roman (izquierda) junto a su novia Margarita, durante un paseo en el Jardín Japonés: “Este es nuestro hogar también en los papeles”El joven le cuenta a LA NACION que fue en su adolescencia cuando descubrió que era un varón trans. “No hay información en Rusia sobre la comunidad trans. Tenía que ir a la dark web para buscar material. Existen grupos que ayudan pero están ocultos y era muy difícil acceder, porque la comunidad LGBT está oculta”, explica este joven de 23 años, que vive con su novia en Belgrano. Juntos, tienen un emprendimiento de cuidado de mascotas.Hace unos años, Roman pudo hacer el cambio de identidad en su documento, un trámite que, como ya dijimos, actualmente está prohibido en su país. Para hacer ese cambio registral tuvo que someterse a que un comité de psiquiatras lo diagnosticara con disforia de género, una práctica que genera un rechazo generalizado en la comunidad LGBTIQ+ porque implica patologizar la identidad autopercibida. “Antes de eso, era un problema cada vez que la policía me pedía los documentos”, agrega.Con la sanción de leyes cada vez más restrictivas y un contexto más adverso hacia la comunidad LGBTIQ+, Roman y Margarita empezaron a proyectar irse del país. La gota que rebalsó el vaso fue cuando el joven empezó a tener dificultades para acceder al sistema de salud. “Habíamos descubierto por Instagram una cuenta de personas rusas del colectivo viviendo en la Argentina. Hablaban de un país hermoso, con libertad y oportunidades para todos. Así que lo hicimos”, cuenta.La pareja llegó en mayo del año pasado. Roman recuerda unos primeros meses de adaptación estresantes, pero hoy siente que todo valió la pena. Sobre todo cuando, hace unas semanas, les otorgaron estatus de refugiados. “No quiero decir que antes no nos sentíamos seguros pero ahora, desde que tenemos nuestros papeles, sabemos que este es nuestro hogar también en los papeles”, concluye.Una de las paredes del monoambiente en el que vive Jean Pierre está decorado con frases optimistasFABIAN MARELLIPor su parte, Jean Pierre es optimista con el camino que empezó a recorrer a pesar de todo lo que tuvo que dejar atrás: sus amigos, sus pinturas (también ilustra), su cámara. “Argentina es un país hermoso y me siento muy bien recibido. Sé que es cuestión de tiempo hasta poder armar un grupo de amigos”, confía. Mientras, sostiene sus sesiones de terapia para superar el trauma y curar sus heridas, en compañía de su gata Seline. En una de las paredes de su departamento, cuelgan cuadros con frases positivas. Uno de ellos le recuerda que “Vivir es mucho más que existir”.Más información:La asociación civil Derechos Humanos y Diversidad brinda diferentes formas de asistencia a la población LGTBIQ+ que llega a la Argentina huyendo de la violencia y la discriminación. Si querés conocer más, hacé click aquíLa oficina de la Comisión Nacional para los Refugiados está ubicada en Hipólito Yrigoyen 952, CABA, y sólo atiende con cita previa. Brinda atención a los números: 4317-0200 int. 74022 / 74023 y por mail a: [email protected] OlivaConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectTemasDiversidadLGBTIQ+DiscriminaciónMás notas de Diversidad”Nos dicen que somos promiscuos”. Son varones y tienen una orientación sexual sobre la que recaen muchos prejuiciosSilicona líquida. “Muchas compañeras murieron por el aceite que se inyectaron en sus cuerpos”Se enviaron mensajes discriminatorios. Hackearon el correo electrónico y la base de datos de celulares del Ministerio de las Mujeres
escuchar>LA NACION>ComunidadSara Gabriela Burgos es religiosa desde hace 25 años e integra el Comité Ejecutivo de Lucha contra de la Trata y Explotación de Personas, que depende del Estado nacional; en lo que va del año, en el país ya hubo 1362 rescates, de los cuales 56 fueron de niñas, niños y adolescentes23 de septiembre de 202300:09María AyusoLA NACIONescucharLa imagen y el olor de ese cuarto le quedaron impregnadas en las retinas y la nariz durante varias semanas. Era una pieza sin ventanas, iluminada con una luz tenue. En el piso, un colchón con manchas de sangre. Sobre el colchón, una chica de 19 años con discapacidad intelectual, que era explotada sexualmente ahí mismo, en ese cuarto de una casa familiar de un barrio del interior jujeño. Junto al colchón estaba el tipo que había pagado por abusarla.A la joven la violaba un hombre tras otro, desde la 9 de la mañana hasta la madrugada. Había llegado a esa casa donde funcionaba un prostíbulo clandestino, ubicado a apenas 12 cuadras de donde vivían sus padres, con la promesa de un trabajo: cuidar a una persona mayor. Sin embargo, la esperaba otra cosa. Tenía 15 minutos para comer y, el resto del día, los abusos se sucedían sin tregua.“Sus dos proxenetas la habían engañado y le habían dicho que iba a cuidar a una anciana. Fue captada en su propio barrio y estaba en una situación de completa vulnerabilidad. Me costó mucho tiempo recomponerme de esa imagen”, recuerda Sara Gabriela “Gaby” Burgos, que es religiosa de la congregación internacional Misioneras Siervas del Espíritu Santo e integrante del Comité Ejecutivo de Lucha contra de la Trata y Explotación de Personas, que depende del Estado nacional. Oriunda de Jujuy, dentro de ese organismo ella se desenvuelve en el área de la región Noreste del país, que además de esa provincia incluye a Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca y La Rioja.En el Día Internacional contra la Explotación Sexual y la Trata de Personas, Gaby, que es psicóloga social, explica que en el NOA este fue un año muy particular “porque todos los meses hay rescates” de víctimas de explotación laboral o sexual. “Después de la pandemia estas redes volvieron a actuar de una manera muy activa, sobre todo en el norte de nuestro país. En el caso de Jujuy, incide que es una provincia fronteriza, pero también la indiferencia o el desconocimiento de la población sobre esta problemática”, asegura.Según datos del Programa Nacimiento de Rescate y Acompañamiento a las Personas Damnificadas por el Delito de Trata, de enero a agosto de 2023 hubo 1362 rescates y asistencias a víctimas (en todo el año pasado, en cambio, fueron 1186), de las cuales 56 era niñas, niños y adolescentes. Las modalidades más frecuentes son, en primer lugar, para fines de explotación laboral (962 casos), seguida por la sexual (271) y la reducción a la servidumbre (104). El NOA suma 35 rescates en lo que va del año; mientras que Buenos Aires (353 casos), Córdoba (237), CABA (210) y Mendoza (203) son las jurisdicciones con más casos.Gaby (de rosa) junto a otros referentes de la lucha contra la trata. GentilezaAdemás, en el país hay 21.894 denuncias vigentes de personas extraviadas, es decir con una búsqueda activa. De ese total, más del 50% corresponde a chicos y chicas de hasta 17 años. Los datos, que surgen de un pedido de acceso a la información pública hecho y analizado por LA NACION Data, revelan que, de ese total, 4089 denuncias corresponden a desapariciones de bebés de hasta 12 meses. Mientras que el segmento de edad que suma más denuncias es el de la adolescencia: el grupo que va de los 12 a los 17 años acumula un tercio del total, 18.592 denuncias.Hace unos semanas, el estreno en los cines de “Sonido de libertad”, la película basada en la historia real de un agente norteamericano que logra rescatar a decenas de niños de una red de trata en Colombia, expuso justamente el drama de la explotación sexual en la infancia. PERSONAS PERDIDAS: QUÉ SE DEBE HACER DURANTE LAS PRIMERAS HORAS“Nunca me impactó tanto algo”El rescate de la joven de 19 años ocurrió un sábado de este año. Ella estaba dando una capacitación cuando la llamaron por teléfono y le preguntaron si podía asistir a un operativo. Ahí se encontró con la chica. “Viví muchos años en el exterior y en Papúa Nueva Guinea vi cómo habían quemado a dos mujeres acusadas de ser brujas, pero nunca me impactó algo tanto psíquicamente como la imagen de esa joven en esa pieza, con su abusador ahí mismo: cuando llegamos la estaba violando”, describe la religiosa.El rescate de esa joven pudo realizarse tras una investigación iniciada a partir del llamado de una vecina a la línea gratuita 147, que funciona las 24 horas y es atendida por profesionales capacitadas del Programa Nacional de Rescate y Acompañamiento a las Personas Damnificadas por el delito de Trata de Personas. Este año, recibieron 1304 denuncias.“Es clave la difusión en la ciudadanía, hay que seguir socializando la línea 145, porque en este caso todo se destapó gracias a esa vecina que veía cómo las chicas entraban y salían de lugar. Son esas personas clave. Yo las llamo ‘vecinas cámaras’, porque son quienes muchas veces detectan estas situaciones. Era una casa familiar, esa era la fachada, y al fondo funcionaba un prostíbulo. Van a ser enjuiciados todos los involucrados”, detalla Gaby.En Papúa Nueva Guinea, donde trabajó durante años. Gentileza“Es un delito que va mutando”Aunque a Sara Gabriela le dicen Gaby, siempre que la entrevistan da su nombre completo para evitar confusiones, ya que en su provincia hay una diputada que también se llama Gabriela Burgos. Hace casi 25 años es religiosa y vive en San Salvador de Jujuy, en un convento. Dentro de su congregación, se dedicó siempre a trabajar con mujeres y, particularmente, con aquellas víctimas de trata y explotación. Primero lo hizo en Australia, donde vivió 12 años, y luego se formó en intervenciones humanitarias en Papúa Nueva Guinea, Hong Kong y Singapur. Además, perteneció al equipo internacional de Talitha Kum, una organización cuyo objetivo “es trabajar en la prevención y asistencia a otras congregaciones religiosas que están abocadas a estas problemáticas”, detalla.En 2016, regresó a la Argentina y continuó con las tareas de prevención, hasta que le ofrecieron sumarse al equipo de NOA del Comité Ejecutivo de Lucha contra de la Trata y Explotación de Personas. “El delito va mutando en todo el mundo: hoy está muy presente en lo digital a través del grooming y su vinculación con la producción de imágenes de explotación sexual de niñas, niños y adolescentes”, señala.Cuenta que en abril, en un rescate, se encontró a un adolescente que había sido captado con fines de explotación sexual. “Fue mediante un engaño: supuestamente se iba a apadrinar a ese menor de edad e iba a ser llevado a la capital para que estudiara, algo que suele pasar en Jujuy”, cuenta Gaby.Al ser una provincia fronteriza, Jujuy es un territorio de tránsito, captación y recepción de tráfico de personas. “Tuvimos varios casos de chicos y chicas acompañados por adultos que no podían convalidar su relación con el menor. Si bien mejoró mucho el control en las rutas, hay otros pasos ilegales que los traficantes utilizan”, subraya. El año pasado, tuvieron un caso que involucró a un niño de 4 años: “Fue secuestrado en Cochabamba, Bolivia. Tenía un pedido de búsqueda por su desaparición y lo encontraron en Tres Cruces, Jujuy, con dos hombres que lo estaban trasladando y cuyo destino era Buenos Aires. Se pudo hacer el rescate gracias a los convenios bilaterales que hay con Bolivia que permiten articular más rápido y con mayores competencias”.“Hay personas que venden sus bebés”En las capacitaciones que da, Gaby advierte que muchas personas no conocen bien qué es la trata y cuál es su alcance. “No sólo es con fines de explotación sexual o laboral, sino que también están las organizaciones coercitivas [como la llamada “secta del horror” que operaba en una escuela de yoga en Villa Crespo] y hay otras modalidades como el obligar a las personas a la mendicidad, el matrimonio forzado o la reducción a la servidumbre. Si no difundimos estas otras modalidades, van a seguir sucediendo con impunidad”, afirma.Por otro lado, dice que este delito se va “camuflando” dentro de las distintas regiones de acuerdo a los contextos socioculturales. Por ejemplo, algo que le llamó la atención cuando volvió a la Argentina, fue conocer en la ciudad jujeña de Perico a “personas que habían vendido a sus bebés”. En ese sentido, recuerda que en la Argentina el delito de compraventa de bebés, niñas y niños (y su intermediación) no se encuentra tipificado como tal en el Código Penal, lo que la Corte Interamericana de Justicia le viene reclamando al país desde hace más de una década (después de un caso emblemático de 2012, “Fornerón e Hija vs. Argentina”).“A la sociedad le pedimos que ante cualquier sospecha de trata y explotación de personas, llamen al 145″, dice.GentilezaEl último caso en el que intervino Gaby fue hace un mes atrás e involucró a dos hermanas adolescentes. Una de ellas había conocido por redes sociales a un hombre, que les pagó un remís para trasladarse desde la localidad de Pichanal, Salta, con destino a Santiago del Estero. En el trayecto, fueron interceptadas por las fuerzas de seguridad.En el caso de los jóvenes víctimas de este delito, lo que observa Gaby es “una gran vulnerabilidad emocional” más allá de la socioeconómica: “Muchos te dicen: ‘Yo no quiero volver a mi provincia porque mi padrastro o mi papá ejerce violencia física y sexual’. Lo que percibo en este tiempo es que no son contenidos en sus familias y se vinculan por las redes sociales con gente de otras provincias que muchas veces los termina captando”.En Santiago del Estero, señala, hay un alto tráfico con fines de explotación laboral. “La explotación laboral no es sólo que no te paguen o te paguen lo mínimo, sino que se vincula también con condiciones de trabajo que algunos contextos de mucha necesidad están naturalizadas, donde las personas viven en condiciones infrahumanas y van asumiendo deudas con sus explotadores que no terminan de pagar nunca”.Un caso que la sorprendió por la magnitud de la violencia, fue el de un grupo de jóvenes que fueron rescatados de la cosecha de aceituna en La Rioja: “Nos contaban que cada 15 días los llevaban a una comisaría, donde claramente había connivencia con la policía y extorsionaban a sus familias pidiéndoles 15 o 20 mil pesos para dejarlos libres. No les daban de comer y lo golpeaban”.Gaby considera que, el que haya más rescates, habla también de que “la Gendarmería, la Policía Federal y las fiscalías están implementando las capacitaciones que recibieron, tienen un ojo alerta para percibir los indicadores y conocen cómo funciona la línea 145, que cumple un rol clave porque la mayoría de las intervenciones se dan gracias a los llamados recibidos allí”. Por otro lado, explica que de todas las intervenciones que se hacen, algunas no avanzan en los procesos judiciales como trata o explotación de personas, sino que quedan vinculadas a delitos conexos.“El trauma es enorme”Acompañar a las víctimas de trata a rehacer su vida es un camino largo y complejo. Gaby considera fundamental poner el foco en el acceso a derechos fundamentales como a la salud mental (contando con una asistencia psicológica sostenida en el tiempo), al trabajo y a la vivienda. “Es un proceso que no pasa solamente por rescatar a la víctima, sino que es necesario articular con todos los otros organismos provinciales para ver cómo la asistimos”, enfatiza.En ese sentido, considera clave que cada provincia sancione su propia ley de cupo laboral para las víctimas, algo que en Jujuy, aunque existe el proyecto, aún no se logró. “Otro desafío es que los puntos focales puedan asistir a sus víctimas desde la convicción de que estamos tratando con seres humanos, no con un número o una estadísticas. Es decir, que se pueda trabajar desde la empatía, que las instituciones tengan esta sensibilidad de mirar al otro como una persona y que se le restituyan sus derechos luego de haber pasado por la mayor violencia que puede existir hacia un ser humano”, resume. Gaby termina con un mensaje para la ciudadanía: “Les pedimos que ante cualquier sospecha de trata y explotación de personas, llamen al 145″.Más informaciónLínea 145: Todos los llamados son atendidos por profesionales capacitadas del Programa Nacional de Rescate y Acompañamiento a las Personas Damnificadas por el delito de Trata de Personas. Se puede denunciar:La desaparición de una persona ante una posible situación de trata, sin requisitos de espera de ningún plazo y sin importar el género, edad o nacionalidad. Las primeras horas son fundamentales para la investigación judicial.Cualquier hecho en el que se sospeche que una persona es explotada sexualmente por otra.Una situación laboral considerada cercana a la esclavitud, la reducción a servidumbre o trabajo forzado en cualquier rubro, como talleres textiles, campos, fábricas, casas particulares.Si querés saber qué es lo que hayque hacer durante las primeras horas de desaparición de una persona, podés entrar a esta guía de LA NACION con toda la información necesaria sobre cómo proceder.Hablemos de abuso sexual: en esta guía de Fundación La Nación podés encontrár más información sobre dónde pedir ayuda y señales de alerta.María AyusoConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectTemasTrata de PersonasAbuso sexualViolencia de géneropersonas perdidasmujeres perdidasMás notas de Trata de PersonasSonido de libertad“Mi hermana tiene 15 minutos para escapar”. El llamado que activó a la red que rescata a adolescentes y mujeres víctimas de trataCausa Corazza. Detuvieron en Misiones a un joven acusado de organizar fiestas en las que abusaban a adolescentes
escucharescucharQué pasó. Magdalena Espósito Valenti y su pareja, Abigail Páez, fueron declaradas culpables por los cargos de homicidio agravado del pequeño Lucio Abel Dupuy, el niño de cinco años cuyo caso conmovió al país entero. Lo resolvió hoy el Tribunal de Audiencia de la provincia de La Pampa.Mientras se aguarda la definición de la pena, que se dará a conocer el 13 de febrero a las 8 de la mañana y sería de prisión perpetua, también se espera que el Senado trate en sesiones extraordinarias el proyecto de la llamada “ley Lucio”. Es una iniciativa que busca prevenir que más chicas y chicos sean víctimas de violencias.Las historias de Lucio, Abigail, Salomón y Tahiel. El de Lucio no está lejos de ser un caso aislado. En 2014, Abigail, una bebita de siete meses fue asesinada por sus padres en Río Gallegos, en Santa Cruz: “Lo más terrible es que esta beba estaba bajo la lupa del sistema de protección y a pesar de todas las alertas, se falló”, señala la diputada Roxana Reyes (UCR), que es oriunda de esa ciudad y una de las impulsoras de la ley Lucio, junto a los legisladores Martín Maquieyra (Pro) y Paola Vessvessian (FdT).Tras la muerte de Lucio se supo que en un lapso de tres meses, el niño fue llevado al menos cinco veces a distintos centros de salud de La Pampas porque tenía politraumatismos. Pero ni los profesionales de esas guardias ni del jardín al que iba hicieron la denuncia. Todas las señales de la violencia se pasaron por alto.También están los casos de Salomón, que tenía dos años cuando su padrastro lo mató y quien había sido llevado reiteradas veces a un centro de salud de Neuquén por lesiones. O de Tahiel, quien antes de ser asesinado por su madre y su padrastro fue en más de una ocasión con golpes al centro de integración comunitaria de Gualeguaychú. La lista sigue y fue recordada recientemente por Maquieyra en LA NACION.El proyecto de ley. En ese contexto, la norma que podría ser aprobada por el Senado establece la capacitación permanente sobre derechos de la infancia y violencias contra niñas, niños y adolescentes de todas las personas que trabajan en el Estado. Es decir en los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial nacionales, de las provincias, de la ciudad de Buenos Aires y de todos los municipios del país.Determina la obligación del Estado de intervenir ante una denuncia anónima por violencia contra un niño, niña o adolescente. Es decir sin requerir que quien la realiza se exponga.En resumen, busca preparar a docentes, médicos, policías, empleados judiciales y cualquier funcionario público para que sepan detectar señales de violencia, y rápidamente intervengan, por ejemplo, con una denuncia anónima.Lo que busca prevenir, detectar y detener. La violencia física, sexual y psicológica que sufren niños, niñas y adolescentes. También, la negligencia, es decir, cuando no se dan los cuidados básicos a un chico y chica.La violencia más invisibilizada. Los centros de salud detectan solo un 10% de los casos que circulan por guardias y consultorios. Esa es la estimación que hace Javier Indart, director médico del Hospital de Niños Pedro Elizalde.“Esto se debe a muchos obstáculos, incluyendo que nosotros los pediatras tenemos idealizado el rol de la familia como lugar donde se desarrollan plenamente las capacidades de un niño, algo que en muchos hogares no es así”.“Segundo, tenemos que entender que cuando vemos una situación de violencia, pensar que será la única es una equivocación: se van a repetir en frecuencia y van a aumentar en intensidad. Los casos de violencia que vemos en el hospital son variados, algunos niños llegan ya fallecidos”.7 millones de chicos y chicas expuestos a violencia. La Organización Mundial de la Salud estima que 1 de cada 2 niños y niñas es víctima de algún tipo de violencia. En la Argentina y según una proyección hecha por Red por la Infancia en base a los datos del Censo 2010, estamos hablando de 7.000.000 de chicas y chicos.En 2022, la Línea 102 recibió 39.409 llamadas de todo el país. De esas, 21.319 fueron por motivos asociados a situaciones de violencia contra chicos. “Es importante tener en cuenta que las situaciones denunciadas son muchas menos que las que efectivamente ocurren mayormente en ámbitos privados”, aclaran desde la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia de la Nación, de la que depende la línea.Si se pone solo la lupa en la ciudad de Buenos Aires, de los 32.400 chicas y chicos que fueron atendidos en 2021 por defensorías zonales que depende del Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, el 63,5% (20.589) había atravesado situaciones de violencia.El 70% de las violencias que sufren niñas, niños y adolescentes ocurren en el ámbito familiar, tal como subrayan desde Unicef. En pocas palabras, la casa está lejos de ser el lugar más seguro para muchos chicos, como se ha instalado desde hace siglos en el imaginario social.Una realidad tan espantosa como cotidiana. Juan Pablo Mouesca es Jefe de la Unidad de Violencia Familiar del Elizalde, que nació como una experiencia piloto hace 30 años y es la única de su tipo en la Ciudad y provincia de Buenos Aires. Reciben unas 200 consultas nuevas por año, casi siempre de casos graves.La mitad de los casos son por violencia sexual, pero también atienden muchos por maltrato físico y negligencia. Es decir, cuando teniendo los recursos no se dan los cuidados básicos a un chico y chica.Algunos son de chicos que llegan con sus familias y el personal médico detecta que puede tratarse de situaciones de violencia. Por ejemplo, fracturas o traumatismos de cráneo que no pueden explicar.También reciben chicos que son derivados por juzgados, organismos de protección de derechos, defensorías y otros hospitales.¿Se aprobará el proyecto? Se espera que sí, ya que hay consenso entre los distintos espacios políticos. Como fue aprobado en diciembre por unanimidad en la Cámara de Diputados, con la ratificación del Senado sería convertido en ley.Dos advertencias. “Si bien es muy importante que haya capacitación, tiene que haber un sistema articulado que haga que una vez que se detecte una situación de violencia, se intervenga. Es decir, es buenísimo abrir la puerta para que entre más demanda, porque hay mucha que está oculta, pero es clave darle una respuesta”, señala Mouesca, de la Unidad de Violencia Familiar del Elizalde.Paula Wachter, directora ejecutiva de la Fundación Red por la Infancia, considera que será clave la reglamentación, es decir, “la letra chica”, para que la capacitación sea diferenciada: “No es lo mismo los pasos a seguir, por ejemplo, en la escuela o el sistema de salud, que en la Justicia para poder dar una respuesta temprana y eficaz”. Y agrega: “Más allá de que tan bien pueda actuar uno de estos eslabones, la intervención entera se cae si cualquier de ellos no hace bien su trabajo”.Por qué es importante este proyecto. Historias como las de Abigail y Lucio provocaron una gran conmoción a nivel social y pusieron sobre la mesa una realidad dolorosa: son millones las niñas, niños y adolescentes en la Argentina que están expuestos a violencias cotidianas de todo tipo y horrorizarnos no alcanza para ponerles un freno. El involucramiento de toda la ciudadanía, es fundamental, y todos podemos hacer algo desde nuestro lugar.Para Wachter, el caso de Lucio expuso cómo todos los actores que podrían haber hecho algo, omitieron “lo que estaba oculto a plena luz y eso le costó la vida a un niño de la forma más cruel”. En ese sentido, su historia debería invitarnos a entender que “eso que a veces nos resulta muy ajeno, empieza con algo cotidiano que está al alcance de todos: dejar de naturalizar la violencia”.Imágenes del juicio por el homicidio de Lucio Dupuy, crimen por el que están acusadas la madre del pequeño y su pareja Poder Judicial de La PampaCuáles son los puntos centrales del proyecto de ley. La normativa busca instaurar tres herramientas fundamentales:1. Capacitación de todos los actores claves en la detección: “Esto implica que quienes tienen cualquier contacto con la niñez, ya sea en hospitales, escuelas, clubes, organismos de protección y juzgados de familia, tengan perspectivas de derechos de infancia”, reflexiona Reyes.“Oír a un niño no es lo mismo que escucharlo: si una asistente social lo ve sin la debida capacitación, si en el colegio se dejan pasar los golpes y por miedo no se denuncia, si pasó varias veces por el hospital y no se despiertan las alertas, lo que se está haciendo es mirar para otro lado y perder la perspectiva de que nuestra intervención puede salvarle la vida”, agrega la diputada.Los especialistas consideran fundamental que la formación incluya cuestiones elementales y muy precisas como a dónde debe realizarse la denuncia, cómo se constatan o se registran las lesiones, etcétera. Es decir, que haya herramientas prácticas que permitan elevar la calidad de respuesta.2. La reserva de identidad en las denuncias: implica la obligación del Estado de intervenir ante una denuncia sin requerir que quien la realiza se exponga. “Esto es muy importante porque hay muchos mitos y desinformación. Hay que denunciar cualquier sospecha de violencia pero también tener en cuenta que en muchos casos, sobre todo en las localidades chicas, la gente tiene miedo de represalias, y de hecho han ocurrido casos de agresiones a médicos y docentes, por ejemplo, lo cual tiene un efecto disuasorio”, asegura Wachter.También destaca que hay que recordar que la persona que denuncia no se convierte ni en perito ni juez: no hay que tener una certeza, sino una sospecha (en eso se basan las alertas tempranas), y es el Estado el responsable de realizar la investigación correspondiente.Si bien la Ley 26.061 de Protección Integral de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes establece la obligación del personal público de denunciar y notificar, lo que se intenta con este proyecto es dar un paso más, evitando las situaciones en que porque el temor a la exposición o la falta de información no se cumpla.3. Campañas masivas de concientización: El hacerle frente a las violencias implica generar un cambio profundo a nivel social. “Tenemos que cambiar la cultura del no te metas, generar otro tipo de conciencia social e instalar fuertemente la idea de que casos como el de Lucio no suceden en mundos lejanos a nuestra vida cotidiana: cada uno de nosotros puede incidir en su centímetro cuadrado de intervención, ya sea informándonos para ser agentes de detección temprana o entendiendo que el disciplinamiento físico está prohibido por ley: tenemos que desnaturalizar la violencia en el marco de la crianza, no se educa más a los golpes”, resume Wachter.“La tolerancia social al maltrato contra niñas y niños tiene que cambiar. Ese es el aspecto cultural que es se sostiene a largo plazo y donde todos nos deberíamos involucrar. Pero sino hay herramientas para detectar o saber cómo o donde denunciar, es difícil actuar”.Desde Red por la Infancia se propusieron “monitorear fuertemente la aplicación de la ley”. “No podemos quedarnos solo en la capacitación sobre violencias, necesitamos trabajar en herramientas efectivas. Estamos hablando de chicos que están pagando con su vida y no pueden seguir siendo invisibles para Estado”, concluye Wachter.Dónde denunciarLínea 102: Ante situaciones de maltrato o abuso contras niñas, niños o adolescentes puede llamarse por teléfono a la Línea 102, un servicio de escucha, orientación y acompañamiento especializado en derechos de las infancias y las adolescencias. Es gratuita, confidencial y, desde 2022, funciona en todas las provincias del país, atendida por equipos de profesionales de cada jurisdicción.Ministerio Público Tutelar de CABALinea 144María AyusoTemasNiñezViolenciaAbuso sexualConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectOtras noticias de Niñez”Mis padres peleaban y ahora tengo problemas en los vínculos” Claves para vencer las heridas de la infancia y superar traumasTragedia en Carlos Paz. Una beba cayó de un quinto piso, se encuentra en grave estado y su niñera fue imputadaBúsqueda barrio por barrio. La ciudad alcanzó su valor histórico más bajo de mortalidad infantil: cómo lo hizo
escuchar>LA NACION>Comunidad>AdopciónEn 2017, Alicia y Paco se convirtieron en papás de Clara (11), Lucila (9) y Ezequiel (7); y este año se sumaron a la familia una niña de 10 y dos varones de 7 y 8; en una cuenta de Instagram comparten fragmentos de su vida cotidiana con la idea de derribar prejuicios sobre ahijar y visibilizar la realidad de los chicos “grandes” que esperan una familia8 de noviembre de 202211:54María AyusoLA NACIONescuchar“Tengo mucho meio”. Eso les dijo Lucila (que en ese momento tenía 4 años) a sus papás, Alicia Eyre Manzano y Paco Navarro, a los pocos días de conocerse. Era septiembre de 2017 y la niña acababa de subirse al auto del matrimonio con sus hermanos, Clara (6) y Ezequiel (2), para una de sus primeras salidas juntos.Con esas tres palabras, la pequeña Lucila condensó el sentimiento que atravesaba a los cinco.“Inconscientes, Paco y yo nos anotamos en el registro de adopción sin saber qué ni a quién nos íbamos a encontrar. Ha pasado mucha agua debajo del puente en estos años. Aunque seguimos igual de inconscientes, el miedo, los nervios y la desconfianza ya no están. Solo quedamos nosotros”, contó Alicia semanas atrás en un posteo que subió a su cuenta de Instagram @familiaporadopcion, en el aniversario de aquel 14 de septiembre en el que con Paco conocieron a Clara, Lucila y Ezequiel.“Cuando nos anotamos para adoptar, creíamos en ese mito de que iban a tardar cinco o seis años en llamarnos y lo pensábamos como algo a largo plazo. Pero no fue así. Desde que iniciamos los trámites hasta que llegaron los chicos, pasaron dos años”, explica Alicia (31) en diálogo con LA NACION, desde su casa de Mar del Plata.Cinco años pasaron desde que ella y Paco se convirtieron en padres por primera vez. Cinco años en que pasó de todo: empezaron a convivir con quienes serían sus hijos prácticamente sin conocerse, fueron consolidando el vínculo, sorteando todo tipo de temores y atravesando esa montaña rusa que implica, nada más y nada menos, que ser familia.De izquierda a derecha: R (8 años), Paco (43), Ezequiel (7), Clara (11), M (7), Alicia (31), Lucila (9) y C (10).Mauro V. RizziPero una vez consolidados, los Navarro Eyre, no se quedaron ahí. El año pasado, los cinco tomaron una decisión: agrandar la familia. “Lo hablamos con los chicos, les preguntamos varias veces en distintas situaciones y todos estaban enloquecidos con que querían tener hermanos”, cuenta Paco.Fue entonces cuando la pareja se volvió a anotar en el Registro Único de Postulantes a Guarda Adoptiva de la provincia de Buenos Aires. Como la primera vez, estaban dispuestos a ahijar a chicas y chicos considerados “grandes” (de hasta 10 años, porque su único requisito era que Clara siguiera siendo la mayor) y a un grupo de hasta seis hermanos.Los Navarro Eyre, en la puerta de su casa de Mar del Plata. Mauro V. RizziEn septiembre hicieron los trámites y, dos meses después de su inscripción, el teléfono les explotó. Por día, recibían entre dos y a veces hasta cuatro llamados de distintos juzgados. En total, fueron unos 40.Es que la disponibilidad con la que Alicia y Paco se inscribieron era poco frecuente, teniendo en cuenta que, de las 2373 personas y parejas que se encuentran hoy anotadas para adoptar, la inmensa mayoría recibiría únicamente a una niña o niño (a lo sumo, dos) de hasta 3 años. Con respecto a la posibilidad de ahijar a grupos de hermanos, menos del 2% estarían dispuestos a recibir a tres chicos, y de cinco hermanos para arriba, no hay postulantes.Actualmente, en la Argentina hay 2199 chicas y chicos con la situación de adoptabilidad decretada: de ellos, el 75% tiene entre 6 y 17 años.Entre esos llamados que no paraban de entrar a sus celulares, llegó el definitivo: hace siete meses, se convirtieron nuevamente en papás, esta vez de otros tres hermanitos: C, una niña de 10 años, y R y M, dos varones de 8 y 7 (sus nombres y rostros se preservan en esta nota porque el proceso de adopción sigue en marcha). Hoy, junto a Clara (11), Lucila (9) y Ezequiel (7), los seis niños y niñas, Alicia, Paco y dos perros (un teckel de pelo duro llamado Alambre y Púa, un gran danés) son una gran familia.“Si bien entiendo que cualquier hijo te cambia la vida, la adopción te abre a otro planeta: es una aventura que te enriquece la vida y te hace crecer mucho como persona. Acá no hay baby shower, ni moisés, ni pompones: no digo que todo eso no sea divino, pero esto es mucho más crudo. No hay banalidades y eso lo hace espectacular. El de ellos es un amor urgente”, dice Paco (43), en el Día Mundial de la Adopción, 9 de noviembre, en relación a sus hijos.Paco junto a Clara, la mayor de los seis. Mauro V. RizziUrgente. Porque las chicas y los chicos que esperan en los hogares tienen el derecho a vivir en una familia. Y ese derechos debe ser restituido cuanto antes. Y urgente, asegura Paco, “por el amor que necesitan”.“Cuando llegan a tu vida te encontrás desbordado por todo ese amor que te piden y tenés que sacar rápidamente lo mejor de vos, dejando de lado un montón de cosas que tenías pensado que iban a pasar: la llegada de un bebé que de a poquito vas a ir queriendo y que cuando empiece a hablar te iba a decir ‘papá’”, asegura Paco. Y agrega: “La adopción te saca de todo eso y llega un momento en que te parece que el vínculo no se va a dar, que es traído de los pelos, que vas a fracasar, como en la película Familia al instante. Pero con el tiempo, pasa. Hoy hace cinco años que soy padre y es muy fuerte”.“No sabíamos absolutamente nada del proceso”Ni Paco ni Alicia buscan romantizar la adopción. Dicen que no fue ni es un camino color de rosas. En el Instagram @familiaporadopcion, ella recoge fragmentos de su vida cotidiana como madre de seis hijos. Episodios, cartas y frases que, en poco caracteres, resumen parte de los desafíos, miedos, mitos y prejuicios (propios y ajenos), que tuvieron que ir sorteando: desde el temor “a la historia previa de los chicos” hasta el preguntarse si, habiendo llegado a sus vidas siendo “grandes”, llegarían a quererlos como mamá y papá.Alicia y Paco, en el jardín de su casa.Mauro V. RizziAlicia es española (de Barcelona) y Paco argentino (de Mar del Plata). Se conocieron gracias a que la hermana mayor de ella se puso en pareja (y luego se casó) con un hermano de él. Al principio, empezaron su noviazgo a la distancia, hasta que finalmente Alicia se instaló en Mar del Plata. Ella estudió diseño de indumentaria y durante un tiempo hizo ropa para chicos. Paco trabaja en el rubro de la construcción.QUIERO ADOPTAR: LAS RESPUESTAS A LAS PREGUNTAS MÁS FRECUENTES Cuando se casaron, Alicia tenía 20 y Paco 32. Al tiempo, empezaron a proyectar la idea de convertirse en padres, pero el embarazo que tanto esperaban, no llegaba. Cinco años después, fueron a un juzgado para iniciar los trámites de inscripción en el registro de adopción.“No sabíamos nada sobre cómo era el proceso y nos encontramos con una planilla en la que teníamos que responder preguntas. Nos asustamos porque debíamos decidir, como si fuera el menú de un restaurante, si queríamos hermanos, de qué edades, con enfermedades o no. Nos sentimos abrumados, pero dijimos un poco que sí a todo, porque pensamos: ‘Si tuviéramos hijos de forma biológica, no estaríamos decidiendo eso’”, recuerda Alicia. View this post on Instagram A post shared by FAMILIA POR ADOPCIÓN (@familiaporadopcion)
Después, solo quedaba esperar. Por sugerencia del secretario del juzgado, empezaron terapia con una psicóloga para hablar de sus decisión y prepararse. “Nos ayudó mucho, porque cuando llegó el momento en que nos llamaron, no dudamos nada: fue un sí rotundo”, cuenta Alicia.En ese llamado que llegó mucho más rápido de lo esperado, les dieron pocos datos sobre los hermanitos. Aunque Alicia y Paco estaban muy seguros de su decisión, también se dispararon algunos temores: “Pensábamos: ‘¿Podremos con los tres?’ ‘¿Nos querrán?’ Porque el miedo al rechazo estaba. También nos daba miedo su historia: que estuvieron demasiado lastimados para recomponerse”, detalla Alicia. Con el tiempo, todos esos temores fueron quedando atrás.La familia a pleno. Mauro V. RizziLa primera vez que se vieron con Clara, Lucila y Ezequiel no fue “para nada romántica”, como se reconstruye en algunas historias vinculadas a la adopción. Los chicos tenían cara de pánico y, para descontracturar, el matrimonio les dibujó su casa en una hoja y les habló de Alambre, su perro, que fue un buen enganche.Alicia y Paco se fueron con la certeza de que habían pasado la primera prueba de fuego, conocerse, y de que estaban empezando a transitar el camino correcto. Los chicos los despidieron detrás de la reja del hogar y la imagen de ese día quedó inmortalizada en una foto que años después su mamá compartió en Instagram. View this post on Instagram A post shared by FAMILIA POR ADOPCIÓN (@familiaporadopcion)
Después vino la vinculación, el pasarlos a buscarlos dos veces por semana por el hogar para ir a una plaza o a un café, los primeros fines de semana en que se quedaron a dormir y, al poco tiempo, la convivencia definitiva y el caos de pasar de ser una pareja a una familia con tres niños.“Siempre escucho que muchas familias hablan de una luna de miel al principio de la adopción. En nuestro caso, no hubo nada de eso: los tres fueron muy sinceros desde el principio y son muy, muy, movidos. Durante los primeros seis meses me quedaba dormida sentada a la hora de cenar: estaba agotada física y emocionalmente”, admite Alicia. View this post on Instagram A post shared by FAMILIA POR ADOPCIÓN (@familiaporadopcion)
Pero, además, estaban los desafíos propios de cada uno: “A Clara, la mayor, había que sacarla de ese rol de madre que había asumido, protector de sus hermanitos, para ponerme yo en ese lugar y que supiera que ahora había una figura de cuidado que iba a estar siempre. Además, los tres tenían cierta desconfianza hacia los adultos. Eso fue algo que se fue desvaneciendo cuando se sintieron seguros. Poco a poco se dejaron abrazar”.Aceptar es para la madre una palabra clave. Empezando por la historia de los chicos. “Con el tiempo entendimos que no es que lo que vivieron desaparece y nunca más van a tocar el tema: forma parte de su historia y los va a acompañar durante toda su vida −reflexiona Alicia−. A medida que Clara fue creciendo, se la fuimos contando de acuerdo a su edad, como si fuera un cuentito, que luego ella le transmitió a los más chiquitos. Y ese miedo que tuvimos con ella al principio, porque la notábamos muy lastimada, ya no está,. Se la ve feliz y sabe que esta familia es un puntal seguro”.“Gracias por adoptarnos”A diferencia de la primera vez en que se anotaron para adoptar, en la segunda Alicia y Paco sí vivieron la espera con ansiedad. Un número desconocido, una llamada perdida, era un sacudón. En septiembre del año pasado hicieron los trámites y a partir de diciembre el teléfono no paró de sonar. A fines de febrero, conocieron a C, R y M.La vinculación tuvo grandes desafíos porque los chicos estaban en un pueblo a dos horas de Mar del Plata y, durante los primeros encuentros, el matrimonio no podía ir junto a Lucila, Clara y Ezequiel, lo que implicó hacer malabares con la logística cotidiana.Ezequiel disfrutando de una tarde de juegos, después de la escuela, junto a sus hermanos.Mauro V. RizziCuatro meses después de que C, R y M se sumaran a la familia, en una reunión online con el juzgado, C terminó el zoom diciendo: “Gracias a Dios que me tocó una familia”. Alicia, quien reconstruyó ese momento en uno posteo, cuenta: “Con gran acierto, el juez le explicó que tener una familia es un derecho y que ellos lucharon mucho para tener una”. View this post on Instagram A post shared by FAMILIA POR ADOPCIÓN (@familiaporadopcion)
Paco dice que, aunque ya había pasado por la experiencia de la adopción, el temor a que C, R y M no los quisieran, también estaba latente: “Esa duda se me fue rápidamente porque ellos querían, desde el primer día, una mamá, papá y hermanos: no tenían la menor duda. El mayor desafío para mí es lograr que entiendan lo que es una familia, porque prácticamente nunca tuvieron una”.Y le saca peso a ese momento que suele idealizarse: la primera vez en que los chicos los llamaron “mamá” y “papá”. “Al principio, C, M y R lo repetían como loros, sin el peso real de la palabra. Creo que hoy están empezando a entenderlo”, reflexiona Paco.“Sus ganas de aprender y superarse son impresionantes pero más todavía su capacidad de amar”, dice Alicia sobre sus hijos.Mauro V. RizziAlicia agrega que la construcción del vínculo se vive como algo “silencioso”. “A veces pensás que todo es un despelote, que algo podría haber sido mejor, y que nunca es suficiente lo que das. Pero de repente, no te diste cuenta y decís: ‘Son mis hijos, no hay vuelta atrás’. Ese camino que hiciste, divertido por momentos y tortuoso por otro, hace que un día pienses: ‘Ya está, lo logramos’”.Más informaciónAquí podes encontrar las preguntas frecuentes y los pasos a seguir si estás interesado en inscribirte en un registro de postulantes a guarda adoptiva. Además, en la web del Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos hay una guía sobre la adopción en la Argentina, servicios en línea y se realizan charlas informativas de forma mensual. Por otro lado, en este link podés conocer el listado de los registros de cada jurisdicción para saber cuál es el que te corresponde.Para conocer otras formas de involucrarte con las chicas y los chicos que viven en hogares, hacé click aquí.María AyusoConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectTemasAdopciónNiñosFamiliasMás notas de AdopciónAbandono de los mellizos africanos. Cómo se actúa cuando no hay un buen vínculo entre un niño y sus padres adoptivos“Ellos te dan más”. Marcela Morelo habló de sus tres hijos adoptivos e hizo una conmovedora reflexión“Mis padres me compraron”. Desde la India, Daisy May Queen habla de la dolorosa búsqueda de su identidad
La noticia se difundió con rapidez en los últimos días y generó alarma en padres, madres y docentes: en Uruguay, siete niños debieron recibir atención médica por autolesiones (cortes) que habrían sido motivadas por un reto viral. Fue entonces cuando pasó al centro de la escena “Huggy Waggy”, el protagonista de “Poppy Playtime”, un videojuego que se presenta como de “terror y aventuras” e irrumpió en el mercado el año pasado. Y que puede descargarse fácilmente desde cualquier celular.De color azul, ojos redondos y boca roja con colmillos afilados, la figura de “Huggy Waggy” se muestra, al comienzo, con un aspecto “inocente” y va mutando a lo largo del juego. El objetivo de los participantes es resolver “puzzles” para no tener que enfrentarse al monstruo que, en caso de alcanzar al jugador, lo abraza hasta asfixiarlo.Si bien en el videojuego original no aparece nada vinculado con las autolesiones, su enorme popularidad (sobre todo en niñas y niños de entre seis y 10 años) empujó el surgimiento de “copias” (conocidas como spin-offs) que toman algunos de sus elementos y escapan al control de los creadores de “Poppy Playtime”. En estos videos publicados en distintas plataformas, se encontró material que incita a las autolesiones y a otras conductas de riesgo mediante “retos” propuestos a los chicos.¿Qué hace que algunas niñas y niños sean más vulnerables a sumarse a esos desafíos virales que los ponen en riesgo? ¿Cuáles son las consecuencias vinculadas a una exposición temprana a contenidos que no pueden procesar? ¿A qué señales deben estar atentos los padres y cómo pueden acompañar a sus hijas e hijos para prevenir estas situaciones?“Desde hace unos años hemos notado la aparición de personajes más o menos virulentos en videos que consumen las niñas y los niños, como “Momo” en su momento o “Huggy Wuggy”, actualmente. Todas las propuestas empiezan como algo lindo o liviano y se transforman en algo terrorífico. Hay motivos reales para preocuparse, pero también hay mucho para hacer para mejorar el vínculo de las chicas y los chicos con la tecnología”, advierte María Zysman, psicopedagoga y quien lleva años trabajando sobre el uso responsable y seguro de las redes sociales.En relación a “Poppy Playtime” y sus copias, advierte: “Los van haciendo gradualmente ingresar en un desafío en el que deben ir pasando etapas para lograr objetivos, que es en lo que se basaba también el ‘juego’ de la Ballena Azul y que se vincula en ver hasta dónde son capaces: hay una necesidad de demostrar que haciendo tal o cual cosa son valientes, son poderosos y salen sanos y salvos de aquellas travesías sin darse cuenta de que están jugando con fuego”.En el último tiempo, el merchandising en torno a la figura de “Huggy Wuggy” creció a pasos agigantados. Solo en Mercado Libre, la búsqueda de su nombre arroja 104 resultados: son muñecos de distintos tamaños (algunos llegan a medir 45 centímetros) y colores, con precios que van de los 1.000 a 4.000 pesos.Muñecos en venta de “Huggy Wuggy”Shutterstock – Shutterstock¿Quiénes son los más propensos a caer en estas propuestas? La psiquiatra Juana Poulisis, magister en Psiconeurofarmacología y docente de la Universidad Favaloro, responde que los más vulnerables son las chicas y los chicos con baja autoestima y con más impulsividad, lo que en inglés se denomina como novelty seeking (“buscadores de la novedad”). “Cuando tenés un cerebro más impulsivo, estas propuestas pueden ser vistas como algo alentador, muy placentero, como un pico dopaminérgico. Por otro lado, esto puede prender en chicas y chicos que la están pasándola mal desde todo punto de vista, por ejemplo, atravesando una depresión”, señala la especialista.Y advierte: “El problema de estas propuestas es que dan ideas. Tal vez una niña o niño que no sabía que existía esta posibilidad de lastimarse, empieza a probarlo y puede sentir una sensación de alivio, de distrés. Por eso, siempre hacemos hincapié en que los padres estén alertas: el cuidado parental en el uso de la tecnología es clave”.Un efecto traumáticoSilvia Ongini, psiquiatra infantojuevenil del departamento de pediatría del Hospital de Clínicas, subraya que hay distintos grupos etarios que caen en las “trampas” de los desafíos propuestos por los spin-offs. En el caso de “Poppy Playtime”, la mayoría de las chicas y los chicos están en la primaria, mientras que en la Ballena Azul eran los adolescentes los más involucrados. “Aquí se ponen en juego aspectos como la pertenencia, la grupalidad, la aprobación, la validación por los otros. En el caso de los adolescentes o púberes, estamos en una edad donde la aprobación del grupo es muy significativa”, reflexiona.Independientemente de que los chicos y las chicas puedan verse involucrados en conductas de riesgo como las autolesiones, Ongini subraya que el estar expuestos a imágenes terroríficas o juegos “para los cuales su psiquismo no está todavía preparado para metabolizar o procesar adecuadamente”, va a generarles un impacto grande, una situación traumática que en algunas niñas y niños se va a manifestar pidiendo apoyo o resguardo a sus figuras significativas; mientras que otros, en cambio, “no van a poder hacerlo y van a tender a tejer otro tipo de vínculos, depositando su confianza en quienes los están manipulando desde el otro lado de la pantalla”.Hay señales de alarma que es importante que los padres, docentes y adultos en general, puedan identificar. Por ejemplo, si los chicos o chicas presentan ansiedad elevada, dificultades para dormir, angustia, irritabilidad, aislamiento, terrores nocturnos, repliegues o miedos exagerados (fobias).“Cuando un juego se pone de moda, pasa a ser el tema de conversación, de pertenencia a una determinado grupo. La puntuación que se logra, por ejemplo, también marca cierta jerarquía. Cuando los desafíos van aumentando, a los niños que no están preparados para poder discriminarlo, se los van sometiendo a situaciones que los expone a riesgos”El aislamiento y otros cambios bruscos de conducta, son señales a las que hay que estar atentos. Shutterstock – ShutterstockConductas compulsivas y de riesgoPara las especialistas consultadas por LA NACION, si bien noticias como la de los chicos uruguayos suelen generar un efecto de preocupación, es fundamental “escuchar el dolor de los chicos”, que a partir de la pandemia se hizo especialmente notable.En los últimos dos años, las consultas de chicas y chicos con autolesiones (entre otras manifestaciones de un sufrimiento psíquico agudo), crecieron de forma exponencial. Las mismas incluyen tanto cortes superficiales en las muñecas, brazos, piernas y muslos; como el quemarse o golpearse. ¿Por qué ocurren? Poulisis y Ongini explican que cuando la angustia y el dolor psíquico son tan fuertes, el dolor físico, más concreto e intencionalmente provocado, es usado como distractor. En todos los casos, son conductas compulsivas y de riesgo que esconden un desesperado pedido de ayuda y la imposibilidad de poner en palabras o regular emociones intensas.“No hay que pensarlo como llamados de atención. Si uno como padre ve que esto está ocurriendo, es importante no enojarse y buscar ayuda”, reflexiona Poulisis. La psiquiatra detalla que hay dos tipos de personalidades vulnerables a las autoagresiones: por un lado, las chica y los chicos “más impulsivos, histriónicos, buscadores de novedades”. Y, por el otro, “un perfil más sobrecontrolado, autoexigente, ese chico que en general cuando hace las cosas de una forma que considera incorrecta, se lastima como un autocastigo”.Estas son las señales a la que los padres deben estar:Buscan cubrirse el cuerpo: se suelen tapar los brazos usando permanentemente mangas largas, aún en verano, o gran cantidad de pulseras en el caso de las mujeres. Por lo general, evitan usar trajes de baño y se cubren también los muslos.Están más nerviosos: pueden tener conductas desafiantes, estar más rebeldes e irritables, alterados. Se los puede ver inquietos al ir al baño, uno de los lugares donde suelen cortarse.Se encuentran objetos punzantes: suelen tener en sus habitaciones cutters o tijeras. Además, pueden aparecer manchas de sangre en la ropa o en las sábanas.Tienden a aislarse: algunos chicos están más retirados o dejan de hacer actividades que antes compartían con pares, pasando más tiempos solos, generalmente en su habitación.¿Qué hago si descubro que mi hija o hijo se está autolesionando? Es recomendable que, en caso de descubrir cortes u otras autolesiones en sus hijos, los padres no reaccionen con alarma (excepto que el peligro sea inminente), sino con preocupación y curiosidad amorosa. No juzgar ni mostrarse “indignados” también es importante. “Lo que no se sugiere es demonizar la conducta, decirles: ‘Estás loca, ¿por qué no me contaste?’ O amenazar con frases como: ‘Te voy a llevar al psiquiatra’, como si fuera un castigo. Hay que entender que esa chica o chico la está pasando mal y necesita ayuda profesional”, señala Ongini.Cómo acompañar en el uso seguro de InternetHace unos días, una niña de 12 años llegó con un dibujo de “Huggy Waggy” al consultorio de Mariana Savid, psicopedagoga diplomada en Educar en la Cultura Digital. Para ella, la problemática de fondo detrás del fenómeno generado por este videojuego, es que “cada vez más los padres les dan a los chicos, desde edades muy tempranas, el celular o la tablet sin ningún tipo de supervisión, no pudiendo los niños procesar lo que ven. Muchas veces, incluso, se lo entregan como ‘objeto calmante’, por ejemplo en los restaurantes, y los efectos están siendo devastadores”.Savid, quien se dedica a investigar sobre riesgos y formas de violencia en los entornos digitales y a brindar talleres sobre habilidades socioemocionales, reflexiona que es clave acompañar a las niñas y los niños en el uso seguro de Internet, “ayudándolos a comprender sus consecuencias”. “Yo sugiero introducirlos a las pantallas a partir de los ocho o nueve años de forma gradual y acompañada, reforzando habilidades sociales como el juego en equipo y la empatía. La educación digital familiar es superimportante: siempre digo que la tecnología va en avión y nosotros a pie. Va tan rápido que los adultos no tenemos tiempo de procesarla y los chicos siempre tienen más destrezas digitales, pero no el pensamiento crítico o la capacidad para discernir lo que consumen”, señala.Estas son algunas recomendaciones de las especialistas consultadas para LA NACION para aplicar en casa:Tener una actitud de escucha respecto a lo que los chicos y las chicas ven en Internet: “Son los espacios que habitan los chicos hoy y hay que enseñarles que es una herramienta que puede ser muy útil para un montón de cosas, pero que también conlleva sus riesgos. Hay que empoderarlos, de forma gradual, para el uso de la tecnología”, dice Savid.Conocer qué les gusta a nuestros hijos, en qué páginas y sitios de Internet se mueven. Estar siempre atentos, sobre todo cuando son más pequeños: “Muchas veces uno cree que está tranquilo porque los chicos están mirando dibujitos, pero sepamos que todo esto se puede ‘trampear’ de alguna manera. En estos videos pueden aparecen parodias que incluyen drogas, sexo y violencia. Entonces, dato número uno, no los dejemos solos viendo ni el dibujito más inocente”, reflexiona Zysman.Transmitirles que tienen que recurrir a nosotros cuando sienten miedo, asco o rechazo frente a un contenido que están viendo o en el intercambio con quien están “del otro lado de la pantalla”. “Tienen que pedirle ayuda a mamá, papá, un hermano mayor, la abuela o la maestra, para poder detectar situaciones de riesgo”, subraya Zysman.No naturalizar ni minimizar lo que los chicos nos cuentan, validar sus emociones y mostrarse como un adulto confiable, manteniendo la calma: si la primera reacción es el enojo, los chicos tienden a cerrarse y es posible que no quieran volver a contar. Evitar reprochar con frases como ‘pero si te dije que no mires eso’ o ‘¿por qué no le dijiste a tu amigo que no querías ver eso?’. Si los chicos no supieron manejar esa situación, es porque no pudieron solos. Buscar abrir la conversación y ofrecerles nuestro apoyo.Escucharlos, dejarlos hablar sin interrumpirlos y que puedan relatar todo lo que vieron, escucharon o le contaron. Generar un clima de confianza y respeto, sin insistir ni forzar el tema.Instalar aplicaciones de control parental en los dispositivos tecnológicos de los chicos es una opción válida para las especialistas, pero mucho más importante es ofrecernos como referente para que no solo hablen, “sino que griten cada vez que alguien les pida mantener en secreto su relación”, como advierte Zysman. Y, en ese sentido, aclara: “Hay muy buenos filtros y muy buenas maneras de acompañar a nuestros hijos en este crecimiento, pero ningún mecanismo de control parental va a reemplazar lo imprescindible de nuestra presencia acompañándolos en este proceso. La mejor aplicación que conocemos todos los que trabajamos en esto es el diálogo”.Poner límites desde el inicio: construir un “código de uso familiar”, que incluya reglas claras sobre qué herramientas y redes pueden usar, cómo usarlas y el tiempo de uso diario, resulta fundamental. Para generar estos acuerdos, es importante incluir a los chicos dialogando con ellos, haciéndolos partícipes del armado de las reglas, para que entiendan que estas tienen un sentido, que no son arbitrarias, que buscamos protegerlos.Generar canales de diálogo y espacios de confianza: “Tenemos que hablar de la vida digital como algo más: así como le preguntamos qué hicieron en la escuela, preguntarles qué vieron en las redes”, seña Savid.María AyusoTemasRedes socialesInternetNiñosSalud mentalConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectOtras noticias de Redes socialesCon 200 libros gratis. Se larga una nueva Maratón Nacional de Lectura con más metas y desafíos“No me interesa, quiero morir”. El viaje de un adolescente al lado oscuro de internetQuo vadis, Twitter
Zaira tenía tres años cuando su mamá, Daniela, dejó la casa familiar. Huyó de la violencia que sufría por parte de Ricardo, su pareja, y con la certeza de que su vida corría peligro. La pequeña Zaira se quedó con su padre y su hermanito Kevin (4). Daniela, que por aquel entonces era una adolescente de 19 años, había hecho todo por llevarse a sus hijos con ella y hacía malabares para verlos a escondidas.Como Ricardo se lo prohibía y ella le tenía pánico, aprovechaba para ir cuando el hombre salía a trabajar y los chicos quedaban a cargo de su abuela. Daniela hizo la denuncia por violencia de género en la comisaría de la mujer de Aristóbulo del Valle, la localidad de Misiones donde vivía, y también el reclamo por la tenencia de los chicos, pero todo quedó en la nada, juntando polvo en el cajón de un juzgado.Durante una década, ella y sus hijitos siguieron viéndose esporádicamente, aunque su sueño de recuperarlos se mantenía intacto. Una tarde, la mujer recibió una noticia que la derrumbó: “Me dijeron que Zaira, con 11 años, había sido aparejada por su padre con un hombre de 23″, cuenta en diálogo telefónico con LA NACION. En otras palabras, fue entregada a un varón que durante dos años la violentó de muchas maneras: abusó sexualmente de ella, la sacó de la escuela y, en definitiva, le arrebató su infancia en una unión forzada en la que se vulneraron sus derechos más elementales de niña.Cuando Daniela supo lo que había pasado con su hija, sintió, desolada, que la historia se repetía. Ella misma había sido entregada a los 13 años, también por su padre, a un hombre que la doblaba en edad y a quien solo había visto una vez en su vida: Ricardo, quien se convertiría luego en el padre de Zaira.La Dirección de Niñez y Adolescencia de Aristóbulo del Valle tomó conocimiento del caso de Zaira cuando ya tenía 13 años. A partir de la intervención de ese organismo, hace dos años que se la revinculó con Daniela, su mamá, y lograron volver a vivir juntas. Las historias de ambas (sus nombres, como los del resto de la familia, fueron cambiados en esta nota para preservar su identidad), permiten asomarse a una realidad que pocas veces se visibiliza en los medios: en la Argentina, el 4,7% de las niñas y adolescentes de entre 14 y 17 años (un total de 132.398) se encuentran “unidas en matrimonio o convivencia infantil”.La cifra se desprende del informe El matrimonio y las uniones convivenciales infantiles en la Argentina, publicado por la Fundación para el Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM), con el apoyo del Fondo Fiduciario de Naciones Unidas para Eliminar la Violencia contra la Mujer, en base a datos del censo de 2010.A nivel provincial, los porcentajes más altos de niñas en esta situación se encuentran en Misiones (7,2%), Chaco (6,9) y Formosa (6,4%). Pero si se pone el foco en los números absolutos, la provincia de Buenos Aires encabeza la lista con unas 49.510 (4,7%) niñas en esa situación.Desde FEIM subrayan que hay un “subregistro de casos”, ya que lamentablemente no hay información sobre la cantidad de niñas menores de 14 años, como en su momento ocurrió con Zaira, que se encuentran en esa situación. El motivo, es que la pregunta “¿convive en pareja o matrimonio?” de la Cédula Ampliada del censo 2010, no fue realizada a menores de 14 años.“En el último censo, el de este año, ni siquiera se agregó esa pregunta. Pero nosotras creemos que son muchas más las chicas en esa situación, por la cantidad de denuncias, por el número de chicas embarazadas y por los casos de femicidios que vemos de niñas y adolescentes asesinadas por varones con los que conviven”, señala la médica Mabel Bianco, presidenta y fundadora de FEIM. La referente, especializada en salud pública, subraya que “en la Argentina, se cree que esta problemática es muy infrecuente o no existe, pero eso es un mito: ocurre más de lo que pensábamos”. Las chicas que se encuentran unidas o en matrimonio viven en la extrema pobreza, sobre todo en las regiones del NEA y NOA, “donde influyen también pautas culturales y familiares”. Las que están en zonas rurales, y particularmente las que pertenecen a comunidades indígenas, son las más vulnerables, según FEIM.En esa línea, Sonia Almada, psicoanalista y fundadora de Aralma, una asociación civil con una larga trayectoria en el trabajo por la erradicación de las violencias contra chicas y chicos, sostiene: “En los temas de violencias contras las infancias nuestra sociedad tiene literalmente una venda gigantesca en los ojos. La infancia está en algún punto sacralizada, idealizada. Los niños corriendo, jugando, felices: esa es la imagen que nos venden en la televisión o en las redes sociales. Pero de estas infancias vulneradas no se habla, no se quiere saber porque duele demasiado, asusta mucho”.“La nena se va de la escuela con el marido”¿Qué se entiende por “matrimonios infantiles”? Desde FEIM explican que, según las convenciones internacionales, son aquellos en los cuales, al menos uno de los contrayentes, es menor de 18 años. Se trata de “una forma de violencia de género contra las niñas y de matrimonio forzado, y se celebran mediante ceremonias tradicionales o religiosas, siendo pocas veces registrados ante las autoridades civiles”.Al igual que las uniones de hecho o tempranas (en la Argentina, mucho más frecuentes que los matrimonios), tienen múltiples consecuencias sobre los derechos de las niñas: afectan su derecho a la educación, a la salud sexual y reproductiva (suelen ser forzadas a la maternidad), a vivir una vida libre de violencias, entre otras múltiples vulneraciones.Las manos entrelazadas de Zaira y Daniela, que viven juntas desde hace casi dos añosComo “moneda corriente”. Así define la frecuencia con la que las uniones forzadas de niñas y hombres se dan en su provincia, Misiones, la abogada y docente Norma Fernández Flores, asesora técnica de la Dirección de Niñez y Adolescencia de la Municipalidad de Aristóbulo del Valle.“Estoy trabajando con las escuelas para que se denuncien estos casos, porque muchos maestros lo tienen tan naturalizado que te dicen: ‘La nena se va de la escuela con el marido’. Y resulta que la nena tiene 12 o 13 y el ‘marido’ (que obviamente no es tal, porque es ilegal), 45 años. Esto es muy común, más de lo que se piensa. Y llegar a todos los casos o a la mayoría, es difícil, porque si bien hay direcciones de niñez en casi todos los municipios, no hay un trabajo de territorio”, sostiene la abogada.En la ciudad de Buenos Aires, la jurisdicción con menor porcentaje (2,3%) de “matriomonios o uniones infantiles”, se contabilizaron 2.800 casos repartidos, principalmente, en las comunas 8 (comprende los barrios de Villa Soldati, Villa Lugano y Villa Riachuelo) y 1 (Retiro, San Telmo, San Nicolás, Montserrat, Constitución y Puerto Madero).Fernández Flores explica que en la Argentina el matrimonio “no está permitido cuando hay asimetría de poder y de edad”. Ese tipo de uniones, donde no hay consentimiento posible, son claramente un delito, y una violación gravísima a los derechos de las infancias y adolescencias.“Si bien hay varones que también se unen tempranamente, no es lo más común y suelen hacerlo con alguien menor o de su misma edad. En las chicas, la diferencia de edad, en general, es enorme y son forzadas a unirse o convivir con hombres mayores, muchas veces para salir de situaciones de pobreza o porque son vendidas, ya que el padre o adulto a cargo decide mercantilizar su cuerpo”, explica Almada.Ahora bien, los casos de matrimonios o uniones convivenciales entre dos adolescentes que dan su consentimiento (por ejemplo, dos chicos de 16 años), también están comprendidos dentro del número relevado en el informe de FEIM, aunque se dan en una proporción menor. ¿Cómo pueden casarse legalmente teniendo menos de 18 años? Con autorización de sus progenitores o tutores legales y un juez, que debe verificar si realmente hay consentimiento entre las partes.“Cuando no hay desigualdad de edades y se trata de uniones entre adolescentes, estas están más influenciadas por situaciones de vulnerabilidad, cuestiones culturales o sociales. Incluso, a veces buscan irse de la casa, escapando de situaciones de violencia o hacinamiento, o se juntan tempranamente porque, por falta de acceso a educación sexual integral (ESI), la chica queda embarazada de forma precoz y se une convivencialmente con esa pareja”, explica Almada.“Me dijo que irme con él era lo mejor”Para contar la historia de Zaira y cómo fue entregada por su padre a Lisandro, el hombre con el que convivió durante dos años, primero hay que contar la de Daniela. Hoy tiene 31 años y es mamá de cuatro hijos: después de Kevin (17) y Zaira (15), con su actual pareja tuvieron a Mía (11) y Luis (6). Viven todos juntos en Oberá, Misiones, la ciudad donde Daniela creció hasta los seis o siete años. Luego, cuando sus padres se separaran, se mudó junto a su papá y bisabuela a Aristóbulo del Valle.“Mi infancia fue muy dura desde que mi mamá se fue. Yo tenía cinco años y era la mayor de cuatro: mi hermanita más chica tenía cinco meses. Mi papá trabajaba, como hasta hoy, de chofer, cargando yerba, mudanzas, esas cosas”, cuenta Daniela, con un acento misionero suave que llega a través del teléfono. “Fuimos creciendo y yo me hice mamá de mis hermanos: les hacía la leche, les cambiaba los pañales, aprendí forzadamente a cuidarlos. Así crecí. Cuando tenía 7 años mi papá se acompañó con una señora que no nos quería y ahí empezó el caos”, resume. “Acompañarse” es como, coloquialmente, se nombra muchas veces el unirse convivencialmente o el formar pareja.Daniela recuerda que su bisabuela “ya estaba muy viejita”, con las muñecas y las rodillas vencidas de haber pasado toda una vida criando hijos propios y ajenos. “Mi papá no nos cuidaba, no nos atendía. La señora con la que se juntó quería que trabajáramos y decía que nosotros hacíamos todo mal. Él nos golpeaba mucho, sobre todo a mí, que era la más grande”, describe Daniela.A los 10 años, Daniela ya trabajaba en una casa de familia. A los 12, lo hacía cama adentro. A los 13, conoció a un chico en un baile y quedó embarazada. “Él no quiso saber nada del bebé. Yo a esa edad ya iba a los bailes porque mi padre no me controlaba”, recuerda Daniela, que tuvo que dejar la escuela en 7° grado.Una vista de Oberá, la ciudad donde Daniela pasó gran parte de su infancia y donde vive actualmente con sus cuatro hijos, incluida Zaira. Un día, cuando estaba embarazada de siete meses, su padre le dijo que Ricardo, un hombre al que ella había visto una vez, había ido a hablarle. “Ricardo era hermano de mi madrastra y le dijo a mi papá que quería acompañarse conmigo. Él tenía veintipico. ‘Vino a hablar por vos, para llevarte: mañana te vas’, me dijo mi papá. No me preguntó nada. Mi madrastra dijo: ‘Es lo mejor, porque tenés un hijo en la panza y no vamos a poder mantenerlo’”, detalla Daniela.Así se fue, un puñado de semanas antes de parir, con aquel desconocido. Se mudaron a la casa que Ricardo compartía con su madre en una chacra y la violencia fue recrudeciendo. Algo más de un año después, Daniela quedó embarazada de Zaira y al tiempo, los cuatro volvieron a Oberá, a la casa del padre de ella.“Ahí tomé la decisión de irme, porque los dos, Ricardo y mi papá, empezaron a golpearme juntos. No aguanté más y me fui de miedo, no había pasado mucho tiempo desde que mi papá me había castigado con un palo”, reconstruye Daniela. Kevin tenía 4 años y Zaira 3, cuando un viernes a la noche se fue con ellos a la casa de su abuela materna. El sábado temprano, Ricardo estaba allí, insistiendo para que volviera. “Le dije que estaba cansada de vivir sufriendo, de tanto maltrato. Le dije que quería ser alguien en la vida”, dice Daniela con la voz encendida.Ese día fue a la comisaría de la mujer en Aristóbulo del Valle a hacer la denuncia. Cuando volvió a lo de su abuela, los chicos ya no estaban: Ricardo se los había llevado. “Le dijo al juez que yo los había abandonado en la casa de mi abuela. Le expliqué todo, pero como yo no tenía a donde ir, el juez me dijo que le iba a dar la tenencia temporaria a él hasta que tuviese un lugar”, señala Daniela, tratando de explicar lo inexplicable.Se sintió impotente, pequeña ante una burocracia inmensa que la aplastaba. Aunque llena de miedos, hizo todo lo que estaba a su alcance para mover el expediente y recuperar a sus hijos. “Pasaron 10 años y nunca tuve una respuesta. Ricardo no se presentó a la Justicia ni tampoco fueron a buscarlo”, se lamenta.En ese tiempo, Daniela se fue de Aristóbulo del Valle y volvió a Oberá. Conoció a Marcos, su actual compañero, y trabajó como tarefera, poniendo el cuerpo en los cultivos de yerba mate. Así llegó el día en que supo que su hija Zaira, con 11 años, había sido “aparejada”. La historia volvía a repetirse en un loop de infancias vulneradas.“Es impresionante y tremendo cómo se encuentran estas genealogías de las violencias”, reflexiona Almada, para quien las uniones forzadas en la infancia son la expresión más cruda de la desigualdad de género. Esa desigualdad, señala la especialista, se vincula con “sistema sociales, culturales y políticos que están controlados por hombres, y eso significa que las niñas y mujeres pueden ser utilizadas para cualquier cosa, incluso para venderlas”. Almada, resume: “Convertir una niña en esposa y en madre es de una violencia inusitada. No es solo un arrasamiento de derechos en el presente, sino que se involucra también su futuro”.Al igual que Bianco, ambas especialistas destacan que es clave trabajar en la prevención. “El problema es que las chicas no tienen elección. En muchas comunidades rurales, aisladas, con pocos recursos, en las escuelas no hay ESI y los servicios de salud son pocos y muy precarios, además de que casi no hay comunicación entre los distintos efectores. El Estado tiene una responsabilidad institucional en esta problemática”, advierte la fundadora de FEIM.“La tenían de empleada”Daniela supo lo que había pasado con Zaira por la abuela paterna de la niña, que la llamó para contarle. “Me fui enseguida a hablar con el papá de ella, que me mostró un papel. No sé si era de verdad o no, pero Ricardo me decía que estaba firmado por la policía y que había dejado a ese hombre, Lisandro, como responsable de Zaira”, dice Daniela, que se volvía a sentir minúscula ante un sistema inaccesible para ella.Para ese entonces, ya vivía con su hijo Kevin, que había huido de la violencia paterna. Sin saber qué hacer para recuperar a Zaira, los meses pasaron hasta que un día sonó el teléfono. Eran de la Dirección de Niñez de Aristóbulo del Valle. “Me dijeron que se habían enterado del caso de Zaira y me preguntaron si estaba dispuesta a tener la tenencia de ella. ¡Les dije que sí, que por supuesto, que con los brazos abiertos!”, recuerda Daniela.Zaira con su mochila, volviendo de la escuela, donde cursa en el turno tarde.¿Cómo había llegado a intervenir ese organismo oficial? A partir de una denuncia que hizo la madre de Lisandro, quien se acercó a la Justicia por otros motivos. “Cuando la entrevistan, la mujer cuenta al pasar que su hijo mayor estaba conviviendo con una niña que había llegado a su casa con 11 años, que el papá de la chica la había dado en pareja y de vez en cuando pasaba a llevarle mercadería. La señora manifestaba que la niña era ‘muy sumisa y colaboradora’: la tenían de empleada”, cuenta Fernández Flores. Esa niña, era Zaira.Allí empezaron a desplegarse las medidas de protección, sacándola de aquella casa y revinculándola con su mamá. Al principio, Zaira se mostraba muy asustada y con dudas. Fernández Flores recuerda que “el padre le decía que el chico la quería, que nunca más iba a tener una pareja, que se tenía que quedar con él porque era su marido: esa mirada bien patriarcal”.Pero poco a poco, se fue reconstruyendo el vínculo entre la niña y su mamá. “Zaira es muy cerrada, casi no habla, hasta el día de hoy es así. Todavía no tiene la confianza para contarme todo lo que vivió, pero lo estamos trabajando. Es muy difícil: yo pasé por eso y sé lo que es sufrir esas cosas. A veces le hablo y le digo que quiero que me cuente, que puede confiar en mí. En el colegio, pedí que me ayuden con la psicóloga”, dice Daniela.Hoy Zaira va a 7° grado. Después de haber dejado durante dos años la escuela, pudo volver a estudiar, a jugar con otras chicas de su edad, a ser una niña. Hace poco, cumplió los 15 y todo el barrió ayudó para hacerle un festejo. “Yo siempre le pedía a Dios poder criar a mis hijos de una manera diferente a como yo me crie”, cuenta Daniela.Su sueño es que Zaira estudie, “que no sufra y que no dependa de nadie”. “Fui a charlas de mujeres maltratadas y aprendí mucho -reconoce Daniela-. Zaira me comentó que el sueño de ella es ser policía y yo le dije que si estudia y procura salir adelante, le voy a pagar toda la carrera para que pueda ser alguien el día de mañana”.En el tiempo que llevan juntas, su hija cambió mucho. Cuando llegó, le pedía permiso hasta para comer. Dos fotos muestran el contraste: en una, se ve a la Zaira de 13 años con el rostro muy delgado, los ojos apagados y el gesto cansado. En la otra, a una chica sonriente, luminosa: una selfie de adolescente contenta.Daniela mira para adelante. Hace seis años forma parte de una agrupación social conformada por mujeres. Tienen una cooperativa y, por un acuerdo con la Municipalidad de Oberá, trabaja de cuatro a ocho de la mañana en el barrido de calles, mientras que de 8 a 12, entre otras tareas, desmaleza, limpia cordones cunetas, rastrilla y fumiga con sus compañeras. Muchas semanas, trabaja de lunes a lunes. “Tengo casa propia y mis hijos conmigo, que es lo más importante”, suelta en un suspiro.Aunque ella logró darle un vuelco a su futuro y al de su hija, son muchas las Danielas y las Zairas cuyas historias permanecen en las sombras. “En los primeros años de vida de las chicas y los chicos, el índice de violencias no distingue por género en las estadísticas. Es a partir de los 7 años que las violencias comienzan a redirigirse; y la sexual, por ejemplo, crece exponencialmente a medida que las niñas se desarrollan”, subraya Almada. La especialista tiene la certeza de que, correr esa “venda” que muchas veces le impide a la sociedad ver estas problemáticas, es a penas el primer paso para proteger a las infancias.Dónde denunciarLínea 144: Brinda atención a víctimas de violencia de género. Atiende las 24 horas, los 365 días del año. Es anónima, gratuita y nacional. Es posible contactarse por mail a [email protected] y por WhatsApp al (+54) 1127716463. También se puede bajar una App gratuita al celular buscando 144 desde Android o App Store. Descargá la appLínea 137: Pertenece al Programa Las Víctimas contra las Violencias, del Ministerio de Justicia de la Nación. Cualquier persona que sea víctima o tenga conocimiento de una situación de violencia familiar o sexual puede comunicarse las 24 horas, todos los días, de manera gratuita. El llamado es atendido por psicólogos o trabajadores sociales. También es posible comunicarse por WhatsApp al (+54) 113133-1000.Línea 102: Este servicio gratuito y confidencial brinda un espacio de escucha, contención y orientación para niños, niñas y adolescentes y también realiza intervenciones, de manera conjunta con otros organismos del Estado, ante situaciones de vulneración de sus derechos. Para más información escribir a: [email protected] de violencia doméstica (OVD): Se atiende de forma presencial en Lavalle 1250, CABA, todos los días, las 24 horas. Está conformado por un equipo multidisciplinario de abogados, trabajadores sociales y psicólogos, que derivan los casos según sus particularidades.Más información:FEIM: el informe El matrimonio y las uniones convivenciales infantiles en la Argentina se puede descargar haciendo click aquí. Además, la Fundación se encuentra impulsando la campaña de concientización “¿Sí, quiero?”, para concientizar sobre esta realidad. Aquí podés conocer los videos y ayudar a difundirlos con el fin de visibilizar este hecho y sus múltiples consecuencias.Arama: Lleva 19 años trabajando contra las violencias hacia las niñas, niños y adolescentes. Para más información escribir a [email protected] o contactarse por Facebook e Instagram: @somosaralmaGirls No Brides (Niñas, no novias): Es una iniciativa internacional que reúne a más de 1600 organizaciones sociales de 100 países. Se puede conocer más ingresando en su web.María AyusoTemasAbuso sexualViolencia de géneroPobrezaTrata de PersonasConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectOtras noticias de Abuso sexualPor abuso sexual. Condenan a 23 años de prisión al abogado Gustavo Rivas, el “ciudadano ilustre” de Gualeguaychú”Lo dañaron enormemente”. El padre de un chico con autismo denunció que su hijo fue torturado y abusado en la escuelaConmoción. Arrestan a un chofer de Uber que abusó sexualmente de una pasajera a la que llevaba a un campus universitario