Categories
opinión

Una provincia que ha dejado de vivir en paz

Nos duele, nos indigna y nos asusta, pero no nos sorprende. Lo que ocurrió en la cancha de Gimnasia era más que previsible. Fue el estallido, en una sola noche, de algo que, en dosis dispares, se ve y se sufre todos los días en la provincia de Buenos Aires: la falta de una verdadera política de seguridad.Todo aparece condensado en las imágenes de esa noche aciaga: la falta de profesionalismo de la bonaerense; el estilo teatral y grandilocuente, pero a la vez inconsistente y hueco, de un ministro de Seguridad que hace marketing de sí mismo; la connivencia del poder con grupos marginales y mafiosos asociados al fútbol; el entramado de inoperancia, negocios y complicidades que vincula a la dirigencia de los clubes con la política. Frente a todo eso, queda expuesta, una vez más, la extrema vulnerabilidad a la que están condenados los ciudadanos cuando salen a la calle, cuando van a la cancha o cuando vuelven del colegio o del trabajo.Organizar el operativo de seguridad para un partido de fútbol de alta sensibilidad debería ser, para una policía profesional, una tarea básica y casi rutinaria. Deberían estar aceitados, hasta en sus mínimos detalles, los protocolos de actuación; deberían estar previstos los riesgos y las posibles contingencias; debería haber un minucioso manual de procedimientos para el manejo de los accesos, las evacuaciones, los controles y, por supuesto, una eficaz cadena de mandos que garantice un operativo ordenado. Lo que vimos el jueves a la noche es exactamente lo contrario: improvisación, descontrol, amateurismo. “Nos comprometemos a transformar la policía”, dice el comunicado que emitió ayer Axel Kicillof. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Con quiénes? El que habla es un gobernador que está cumpliendo su tercer año de mandato. Lo que se ve es una fuerza policial cada vez más desarticulada, más desorientada y menos capacitada. También una policía con muy poco respaldo, sin incentivos ni objetivos claros; asediada por un discurso (el del kirchnerismo) que justifica el avasallamiento de la ley y que promueve el desaliento entre las fuerzas de seguridad.Los alrededores de una cancha de fútbol –la de Gimnasia o cualquier otra– son zonas liberadas para las mafias de “los trapitos”, el narcomenudeo, las parrillas clandestinas, la reventa de entradas y otros submundos similares. Los gobiernos municipales suelen mirar para otro lado y, al menos en el plano discursivo, la administración provincial parece fomentar en lugar de combatir ese entramado de marginalidad y delito.La dirigencia del fútbol, con la AFA a la cabeza, es parte del problema. ¿Podrían las barras bravas sobrevivir y expandir su poder si no fuera con la complicidad de las estructuras dirigenciales? El mercado negro de las entradas se ha convertido en un negocio gigantesco que también se conecta con la inseguridad en los estadios. ¿La policía, la política, la AFA y los clubes no tienen nada que ver con estos sótanos tenebrosos del espectáculo deportivo?Lo que se vio el jueves a la noche fue algo más que un fallido y descontrolado operativo policial. Fue la consecuencia de todos estos despropósitos que abonan la corrupción y la violencia en territorio bonaerense. Hubo negligencia, claro, pero también complicidad.Sergio BerniMaximiliano Luna Lo ocurrido también nos muestra la arbitrariedad del poder para medir y justificar sus propios actos. Si algo así hubiera ocurrido en la ciudad de Buenos Aires, el oficialismo bonaerense hoy pediría a los gritos la renuncia de medio gobierno sin ahorrar adjetivos para denunciar la represión policial. Pero ocurrió en La Plata, y la reacción del gobernador ha sido el silencio (solo “habló” a través de un comunicado) y el sostenimiento, al menos hasta ahora, del ministro Sergio Berni. El gobierno nacional no ha dicho una palabra; los organismos y funcionarios de derechos humanos, en su mayoría, han preferido ignorar las imágenes de uniformados disparando a mansalva, con gases y balas de goma, contra niños, familias, mujeres y hombres mayores, fotógrafos y camarógrafos. No es un mero silencio oportunista. Es un silencio que revela una forma de concebir las responsabilidades institucionales y de eludir el costo de las acciones propias, apartándose de la honestidad intelectual y política. Desnuda una doctrina que no se apega a la gestión y a los hechos, sino a la especulación y al relato. Es un silencio que degrada la ética del debate público.Apenas se acallaron los estruendos de la locura y de las balas empezó el espectáculo de tirarse unos a otros las culpas de lo sucedido. Sergio Berni responsabilizó a Gimnasia y a sus propios subordinados; el club apuntó a la policía. Salvar el pellejo parecía la estrategia más nítida de funcionarios y dirigentes. Se escribía, así, otro capítulo de una técnica conocida: encontrar siempre un “culpable” en la vereda de enfrente; no hacerse cargo, no enfrentar la realidad ni asumir las responsabilidades. En ese juego de “tirarse la pelota”, los problemas estructurales, lejos de resolverse, alcanzan dimensiones catastróficas. Se ahonda, además, la brecha entre la dirigencia y la sociedad.El desastre del jueves a la noche muestra, en definitiva, algo más que la violencia en el fútbol. Es una foto del drama argentino: el Estado no garantiza la seguridad a sus ciudadanos, las mafias se sienten habilitadas, el poder construye relatos vacíos y nadie se hace cargo de la responsabilidad que le toca.César Regueiro había ido con sus nietos a alentar a su equipo. Tenía la ilusión de festejar un triunfo y de volver feliz a su casa. ¿Nadie se hará cargo de su muerte? La tragedia íntima de su familia es, después de todo, la tragedia de una provincia que ha dejado de vivir en paz.Luciano RománConforme a los criterios deConocé The Trust Project

Fuente