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La Región de Murcia, una de las comunidades en las que menos mejora la confianza empresarial

El porcentaje de establecimientos que piensan que la marcha de su negocio será favorable entre julio y septiembre de este año se sitúa en el 14%, el 53,2% considera que su negocio marchará de forma estable y el 32,8% son pesimistas

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Ricardo Melogno: el asesino de taxistas que después de matar se daba un banquete en un bar de Mataderos y se sentía “magnetizado”

La cacería llegaba a su fin. El asesino de taxistas que asoló las calles porteñas durante la primavera de 1982 estaba de pie frente al juez Miguel Ángel Caminos. Con prudencia, el magistrado, que les había pedido a los policías entrar solo en el departamento de Villa Crespo donde estaba el sospechoso, se acercó y le preguntó qué le pasaba. La respuesta fue lacónica: “No sé lo que me pasa…”. Hubo un acercamiento, casi un abrazo fraternal, y, después, ambos se subieron a un patrullero para dirigirse al Palacio de Tribunales de la calle Talcahuano al 500.Ese 15 de octubre de 1982, Ricardo Melogno, de 20 años, quedaba preso. Lo buscaban desde septiembre por cuatro homicidios. Las víctimas, todas taxistas. Siempre eran encontradas de la misma forma: sus cuerpos caídos sobre el asiento delantero, siempre con un tiro en la sien. Los autos, estacionados, con las luces y el motor apagados.“Fue un caso notorio. Había una revolución por el asesino de los taxistas. Cuando Melogno confesó los hechos contó que una voz le decía: ‘Es este’… y ahí paraba el taxi”, recordó a LA NACION, casi 40 años después, Caminos, el juez que lo detuvo personalmente. El magistrado se jubiló hace dos años, cuando integraba un tribunal oral.La historia criminal de Melogno fue contada por el escritor Carlos Busqued en el libro Magnetizado, publicado por Anagrama.Busqued, que falleció en marzo del año pasado, grabó 90 horas de conversaciones con el asesino de taxistas en el pabellón del programa de salud mental del penal de Ezeiza, entre noviembre de 2014 y diciembre de 2015. Quería indagar en la mente de ese criminal que le hablaba tranquilo, sin eludir preguntas, que respondía con lógica. ¿Qué lo llevaba a matar?“A veces, ponele, ves un plato de comida y ver esa cosa te da hambre. Esto era al revés. Algo interno: mediodía, te hace ruido la panza, sentís algo. ¿Qué es? Hambre. Esto era un poco lo mismo. Una sensación física. No tengo otra manera de explicarlo”, le contó Melogno al escritor, que quería saber qué lo movía a asesinar, y por qué a taxistas.Muchas curiosidades y misterios rodean el caso y la vida del homicida. Siempre, después de matar, se daba un banquete en el mismo bar, incluso rodeado de taxistas que, acechados por el asesino fantasma, debatían armar batidas para rastrearlo y encontrarlo. Pero nadie tenía una imagen suya. Tanto, que el único identikit que se hizo era de alguien que ni siquiera se parecía un poco a Melogno. Es más: solo lo encontraron porque su propia familia lo entregó; lo habían descubierto por una circunstancia fortuita: el homicida atesoraba las cédulas de identidad de sus víctimas.Otro punto que acrecienta el misterio es que no existen fotos de Melogno. A Busqued no le permitió retratarlo en sus 90 horas de entrevistas en el Programa Interministerial de Salud Mental Argentino (Prisma) del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación. Tampoco figuran en el expediente ni las conservó algún familiar.También forma parte de la excepcionalidad de su caso el curso del proceso penal en su contra. En la Capital, donde mató a tres taxistas, fue declarado inimputable. En cambio, el Tribunal de Morón que lo juzgó por el crimen en Lomas del Mirador contó con el informe de peritos que interpretó que comprendía la criminalidad de sus actos y podía responder cargos, por lo que lo sentenció a prisión perpetua. La pena se extinguió en 2015. Pero Melogno estuvo recluido en penales neuropsiquiátricos hasta 2017, cuando fue derivado a una clínica privada.El primer crimenVio venir un taxi. Melogno, parado sobre la vereda de la avenida Rivadavia, a metros de la General Paz, hizo la típica seña para que el chofer se detuviera. Sentado en el asiento de atrás, pidió que lo llevara a Lomas del Mirador. Le indicó una dirección cercana a la parroquia de San Pantaleón. Cuando llegaron a destino y el taxista giró la cabeza para cobrarle, el pasajero, de 20 años, le disparó en la sien con una pistola calibre 22.Prendió un cigarrillo y, pensativo, se quedó unos diez minutos dentro del coche, junto al cadáver. Después, como si nada, se bajó y comenzó a caminar. Hizo 50 cuadras. Llegó hasta el bar Los Dos Hermanos, de Mataderos, donde pidió una suprema napolitana con papas fritas y mousse de chocolate de postre. Tras la cena, se fue a dormir al Parque Alberdi.Ese fue el primero de los cuatro homicidios ejecutados por Melogno. Fue en septiembre. Los otros tres crímenes se sucedieron en el lapso de una semana, con el barrio porteño de Mataderos como epicentro.Un identikit del presunto asesino de taxistas; cuando Melogno fue detenido, la policía advirtió que no se parecía en nada al del dibujoPrender un cigarrillo y esperar, en silencio, después de disparar, era su forma de “acompañar” a las víctimas y asegurarse de que estaban muertas, contaría decenas de años más tarde.Tras los crímenes, Melogno, que poco antes de comenzar a matar había hecho el servicio militar en el Batallón 601 de Villa Martelli, siempre repitió “el ritual” de ir a comer la suprema napolitana con papas fritas y mousse de chocolate de postre. Para él, “era una celebración”.“La cuenta la pagaba con el dinero que les sacaba a los taxistas que mataba”, recordó el juez Caminos.El bar donde cenaba en esas ocasiones era una parada de taxistas. El asesino comía rodeado de choferes, que después del segundo hecho se organizaron y llevaban sogas para “cazarlo”.La pistola, según contó en Magnetizado, fue lo único que se llevó de su casa cuando se fue a vivir a la calle y dormía en plazas, sobre todo en el Parque Alberdi, a metros de la comisaría 42ª, donde trabajaban parte de los policías que buscaban prácticamente a ciegas al asesino de taxistas.“Yo pensaba que morir era el destino de esas personas”, le explicó el asesino de taxistas a Busqued en una de sus conversaciones.De una anécdota de esas charlas surgió el nombre del libro de Busqued. Después de dispararle a su tercera víctima, Melogno caminó 150 metros hasta el bar de la avenida Directorio y Larrazábal para darse su banquete de celebración. Cuando empezó a comer sintió que los cubiertos se le quedaban pegados en las manos. “¡La mierda, estoy magnetizado!, ¡¿Qué me pasó?!”, rumiaba, sin saber qué era.Pero no, Melogno no estaba magnetizado. Sus manos estaban empapadas de sangre y por eso se le pegaban el cuchillo y el tenedor. Tenía sangre en la campera y en el pantalón. Y así cenaba, rodeado de taxistas que se juraban cazarlo y darle su merecido.Cronológicamente, el primer asesinato de Melogno fue el de Lomas del Mirador, aunque fue el último que se le atribuyó, solo porque él lo confesó. Los crímenes de taxistas en Mataderos se encadenaron entre el 23 y el 27 de septiembre de 1982.La primera víctima de la Capital fue hallada en Pola al 1500. Ángel Redondo tenía 51 años, estaba casado y era peón de una flota de taxis. Su homicidio ocurrió en horas de la madrugada del 23 de septiembre, tres meses después del final de la trágica Guerra de Malvinas.La siguiente víctima, Carlos Alberto Cauderano, tenía 33 años. Al igual que Redondo, manejaba un Fiat 125. Fue hallado agonizante dentro del coche que conducía, en Oliden al 1800.La tercera víctima, Juan de la Santísima Trinidad Gálvez, un español de 56 años, fue encontrada dentro de un Peugeot 404 en Basualdo y Tapalqué.Carlos Busqued, autor de Magnetizado, la historia del asesino de taxistas (Silvana Colombo/)El “altarcito”, la infructuosa cacería y el final fortuitoEl asesino les sacaba las cédulas de identidad a sus víctimas. Luego se sabría que se llevaba los documentos a un depósito que tenía su padre, donde hizo una suerte de altar macabro.Cuando los investigadores le preguntaron por qué guardaba los documentos que lo incriminaban, Melogno respondió que había hecho una especie de altarcito y que era como una “defensa contra las almas” de los taxistas asesinados.Durante años, en los neurospiquiátricos por los que transitó, también creó otro altar en su celda. Dibujó un pentáculo en el piso y todas las noches se sentaba en el medio de esa figura, rodeado de velas, a rezarle a Satán.Pero en aquellos meses aciagos después de la trágica Guerra de Malvinas, él mismo era una suerte de Satanás suelto por las calles porteñas en busca de la sangre de sus víctimas al volante. El miércoles 29 de septiembre de 1982, LA NACION publicó la nota titulada “Tres taxistas han sido asesinados en Mataderos”.“Las autoridades de la División Robos y Hurtos de la Policía Federal y de la comisaría 42ª, en cuya jurisdicción ocurrieron los hechos, investigan tres homicidios de características similares cometidos en el término de cuatro días y de los que resultaron víctimas sendos taxistas, que fueron hallados muertos de un balazo en la cabeza en el interior de sus vehículos, en el barrio de Mataderos”, se lee en esa nota del archivo histórico periodístico.
Los detectives de la Policía Federal que estaban detrás del asesino de taxistas llegaron a detener a 17 sospechosos. Ninguno era el homicida, según una crónica publicada por Clarín en octubre de 1982.Los sospechosos eran detenidos porque tenían rasgos fisonómicos similares a los del identikit del asesino, hecho por detectives de la Policía Federal a instancias del testimonio de un taxista al que un pasajero había atacado con un cuchillo en Oliden y Remedios. El sobreviviente hizo una descripción de su agresor. Pero el retrato hecho por los dibujantes de la Federal no tenía ningún parecido con Melogno.“En Mataderos había como una suerte de cordón de seguridad para controlar a quienes pasaban por el barrio. Melogno me contó que una vez lo requisaron. Él caminaba con una carterita sobaquera donde llevaba el arma. Los policías lo palparon, pero no revisaron la carterita, la apoyaron en el techo del patrullero y, después de identificarlo, lo dejaron seguir”, recordó Caminos.Es más, el homicida fue descubierto porque lo entregó su hermano. El 15 de octubre de 1982 un joven se presentó en el Palacio de Tribunales y le contó al juez Caminos que el asesino de taxistas era su hermano y que en ese mismo instante estaba en un departamento de Espinosa al 1800, en el barrio de Villa Crespo, en el límite con La Paternal.“Estaba en mi despacho y, de pronto, llegó el hermano de Melogno con dos abogados. Me dijo que en un depósito de la familia, en Haedo, estaba la pistola con la que había asesinado a los taxistas y los documentos de las víctimas. El sospechoso estaba en el departamento familiar”, dijo Caminos, que casi 40 años después no olvida los detalles del escalofriante caso.Rápido, el juez Caminos salió de su despacho y fue corriendo a hasta la comisaría 3ª. Le pidió al jefe de la seccional una comitiva para hacer un operativo. Cuando el magistrado abrió la puerta del departamento de Villa Crespo, encontró a Melogno parado en medio del living.“Súpose que el sujeto se confesó autor de las muertes de Redondo, Cauderano y Gálvez”, publicó LA NACION el 16 de octubre de 1982. Esa admisión fue el principio de sus 35 años de encierro.En 2017, según información oficial, Melogno salió del Complejo Penitenciario Federal I de Ezeiza y fue derivado a una clínica psiquiátrica.Las entrevistas con el escritorBusqued llegó a Melogno de manera fortuita, cuando jugaba una partida de ajedrez online y un usuario se le apareció y le dijo: “Hay un asesino serial que vive”. La curiosidad acicateó al escritor, que vivía en Chaco y no recordaba haber leído nada sobre el caso. Comenzó las averiguaciones con el Juzgado de Ejecución Penal N°1 de Morón, que autorizó las entrevistas.Como dijo Busqued en 2018 a LA NACION: “El encuentro surgió a partir de una idea en el contexto de su proceso terapéutico (llevaba diez años sin medicación psiquiátrica y trabajando) para que ordenara la historia, que para él mismo era un conjunto de episodios desordenados, con faltantes e incógnitas. Si bien la posibilidad de un libro era una de las motivaciones del encuentro, el tema fue tomando cuerpo recién con la sucesión de entrevistas. Eran sesiones de conversación que duraban alrededor de cuatro horas. Iba cada 15 días, más o menos. Se fumaba mucho y se tomaba mucho mate. Por lo demás, fue una conversación de tono normal, sin mayor exotismo. Ricardo es una persona amable, pero sobria en su comportamiento”.“Es una historia muy triste [la de Melogno]. Y, por otra parte, noté que muchas veces las personas ‘normales’ que deciden sobre los ‘enfermos’ pueden llegar a ser aterradoras. El poder determina si estás enfermo o no. Si tenés la misma enfermedad que el poder, no estás enfermo. Ricardo es una persona amable, pero sobria en su comportamiento”, había dicho Busqued a LA NACION en 2018.El escritor nunca pudo saber, al cabo de tantas charlas con el asesino, qué llevó a Melogno a matar a taxistas. Cuarenta años después, sigue sin saber qué lo empujó a hacerlo.

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En la casa de Tucumán no hay sándwich de milanesa

Lo primero que hace el turista que llega a la ciudad de San Miguel de Tucumán es buscar “La Casita”. Una denominación que los tucumanos aborrecen y corrigen de inmediato. Es un esfuerzo desparejo que debe enfrentarse con décadas de manuales escolares escritos e impresos en Buenos Aires (la gran metrópoli que se ocupó de cortar en rebanadas el Cabildo histórico de 1810).

Pero “La Casita” es en verdad un caserón que está ubicado en el centro de la ciudad que le creció alrededor. La calle sobre la que se levanta el frente con la clásica puerta flanqueada por las dos columnas peor dibujadas por generaciones de alumnos argentinos, se hizo peatonal para favorecer el ángulo de las fotos de los turistas. Es que el centro tucumano es de calles estrechas.

Así de finitas también cortan las rodajas de tomate que le ponen al sánguche de milanesa. La confusión histórica surge de las guías de turismo que destacan a la capital tucumana como La Meca de este acierto culinario, que hasta tiene el tupé de hacerle sombra a las empandas locales rociadas con juguito de limón.

Si la historia fuera contada por las guías de turismo, los hechos fundacionales de la Patria estarían matizados con anécdotas laterales, tentempiés y puntos panorámicos.

Si la historia fuera contada por las guías de turismo, los hechos fundacionales de la Patria estarían matizados con anécdotas laterales, tentempiés y puntos panorámicos. Y hacia allí van los relatos que mejor se propagan, aquellos que entienden que la historia es sólo una de las prestaciones que ofrece Instagram.

Cada 9 de julio Tucumán recupera su centralidad patriótica, pero apenas cae esa hoja del calendario, los turistas buscan un monumento que ya no existe. La escultura que homenajeaba al sánguche de milanesa (única en el mundo) tuvo un derrotero de traslados y actos vandálicos. Tampoco dan con el lugar donde se hace anualmente la Expo Milanga (spoiler: es el 18 de marzo), pero sí encuentran un rato para degustar el célebre sánguche de milanesa del que la ciudad alardea hace apenas dos décadas. Se sirve con un pan especial (quizás ese sea su secreto) en una veintena de lugares especializados.

En la Casa Histórica, donde se declaró la independencia de esta parte del mundo, no son muchos los objetos que sobrevivieron al paso del tiempo. Quizás los congresistas de 1816 tampoco eran demasiado conscientes de que estaban siendo protagonistas de un hecho histórico. Y por eso redactaron un Acta de Declaración de la Independencia que es más breve que las cartas de renuncia de Kulfas y Guzmán. El texto arranca fuerte: “Era universal, constante y decidido el clamor del territorio por su emancipación solemne del poder despótico de los reyes de España. Los representantes, sin embargo, consagraron a tan arduo asunto toda la profundidad de sus talentos, la rectitud de sus intenciones e interés que demanda la sanción de la suerte suya, pueblos representados y posteridad”. Y sigue un poco más con palabras encendidas y fervor patriótico, pero sin hacer grandes promesas. Vamos viendo.

Los congresistas de 1816 redactaron un Acta de Declaración de la Independencia más breve que las cartas de renuncia de Kulfas y Guzmán.

En el lienzo que retrata aquel momento puede observarse la ausencia plena de sánguches de milanesa. Quizás los food trucks contemporáneos que ofrecen este manjar recién llegado les deban un homenaje a los congresistas de 1816. Cae de madura la idea de bautizar cada variedad: un Gran Laprida para la milanga más completa y el nombre de los otros diputados para el resto de las ofertas. El Gascón sale con queso cheddar, el Anchorena con doble lechuga, y el Boedo viene con huevo. Y todo así. Las guías turísticas sabrán valorar el gesto.

El monumento al “Sánguche de milanesa”, del artista Sandro Pereira, fue parte de una exhibición que duró un día en el Parque 9 de Julio de Tucumán en el año 2000. Tiempo después apareció así, vandalizado.

También hay un marketing para la historia. Todavía no sabemos cómo será retratado en el futuro el turbulento presente de la Argentina. Pero si los historiadores del próximo siglo hurgan en los detalles, encontrarán perdido en alguna foto del acto de hoy un sánguche de milanesa. El Alberto sale con fritas.
La entrada En la casa de Tucumán no hay sándwich de milanesa se publicó primero en Diario Con Vos.

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