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Edvard Munch: la vida tormentosa del pintor noruego que gritó las emociones

Dos visitantes posan frente al cuadro ”El Grito”, del artista noruego Edvard Munch, durante la exposición sobre su obra en Moscú, Rusia (EFE/ Yuri Kochetkov)
(YURI KOCHETKOV/)Inspirador de emociones compartidas como los emoticones creados a partir de su célebre cuadro El grito, el célebre pintor noruego Edvard Munch mantiene invicta su presencia tan universal como los temas reflejados en sus pinturas y grabados sobre el amor, la angustia y la melancolía que siguen convocando miradas y relecturas a 80 años de su fallecimiento.“La naturaleza no es solo lo visible para el ojo, también son las imágenes interiores del alma”, decía Munch, uno de los tres artistas noruegos modernos más conocidos en el mundo junto al dramaturgo Henrik Ibsen y el compositor Edvard Grieg.Museos exclusivos, muestras permanentes y temporales, inmersivas, películas y la presencia de sus obras en grandes colecciones, marcan un derrotero que habilita mitos e historias sobre dolores existenciales como marco de una obra que más allá de lo expresivo permea los ciclos tan humanos de la vida y la muerte. Aunque, también lo permanente y la vitalidad de los colores, como manifiesta la pintura El sol, colgada en el salón de actos de la Universidad de Oslo.Luces y sombras, color y movimiento y la vida desde el dolor al amor pasando por el sexo y la soledad, la depresión, la angustia, la ansiedad, el alcoholismo y la genialidad, conforman su amplia paleta temática, como firma del retrato de una época. “Pintar me completa”, decía Munch.Edvard MunchA caballo entre dos siglos y figura bisagra entre el pujante e industrializador del XIX y un revolucionario y cambiante siglo XX, su mirada atenta sobre el mundo se convirtió en símbolo del sentir finisecular, y junto a Vincent van Gogh, se los señala como pioneros del expresionismo alemán.Mundialmente conocido por “El grito” que representa a un hombre gritando con las manos en los costados del rostro, el conocimiento sobre Munch parece detenerse en la obra maestra pintada a los 30 años sin contemplar los años posteriores de trabajo ni la complejidad de la obra. Tal vez por eso, el año pasado, el parisino Museo de Orsay le dedicó la muestra Edvard Munch. Un poema de vida, amor y muerte, en coincidencia con el 160 aniversario de su natalicio, dando cuenta de esas concepción del artista acerca de humanidad y naturaleza unidas por el ciclo de la vida.“En su proceso creativo Munch creaba variaciones del mismo motivo, versiones de un mismo tema”, caracterizaban. Así como el escritor corrige su texto, Munch elaboraba bocetos y variantes, e incluso volvía a pintar lo mismo para recuperar el vacío dejado por una obra vendida. Pero además de pintar y ser un gran retratista, incluidos sus numerosos autorretratos y fotografías, trabajó magistralmente el grabado.De la muestra “Un poema de vida, amor y muerte”, de Edvard Munch en el Museo de Orsay de París (EFE/EPA/CHRISTOPHE PETIT TESSON)
(CHRISTOPHE PETIT TESSON/)La versión inaugural de “El grito” (1893) fue expuesta en Alemania, y en una de las cuatro versiones que realizó siendo la última de 1910, cuando escribió en lápiz sobre el cielo rojo: “Sólo podría haber sido pintado por un loco”. Sin embargo, la imagen concebida a partir de una experiencia en su país, fue realizada durante una estancia en Niza.Para la versión de 1895 realizada en pasteles y vendida en 2012 por casi 120 millones de dólares -la única en manos privadas- Munch escribió en el marco con pintura de color rojo sangre el poema que lo había inspirado un año antes durante un paseo con amigos en las colinas de Oslo, con la puesta de sol y un cielo rojo como la sangre que lo dejaron “temblando de angustia” y sintiendo “que un inmenso grito infinito recorría la naturaleza”.Con el tiempo, el cuadro “se convirtió en el símbolo de la angustia universal”, y según Peter Olsen, descendiente del que fuera amigo y mecenas de Munch, quien vendió el cuadro, “muestra el momento escalofriante en el que el hombre se da cuenta de su impacto sobre la naturaleza y los cambios irreversibles que ha provocado”.Una visitante tomando fotografías del icónico cuadro de Edvard Munch “El grito” en el Museo Nacional de Oslo, Noruega (Heiko Junge / NTB / AFP)
(HEIKO JUNGE/)El cuadro fue parte de la secuencia narrativa conocida posteriormente como “El friso de la vida”, que presentó el artista invitado por la Asociación de Artistas de Berlín en 1893. Una muestra que fue suspendida a una semana de su apertura y le dio mucha publicidad.La narración de Munch exploraba el amor, la ansiedad y la muerte, y “El grito” respondía al “clímax final del ciclo del amor”, un ciclo compuesto por “la llamada del amor con la obra ‘La voz’, sus aspectos de placer en El beso, dolor con Vampiro, misterio erótico en Madonna, la culpa con Cenizas y por último la Desesperación”, explicaba la casa de subastas Sotheby’s.“En una imagen, Munch inicia el gesto expresionista que alimentará la historia del arte a lo largo del siglo XX y más allá”, sintetizaban.”Madonna” (1894-1895), en la Galería Nacional Noruega, Oslo
(Børre Høstland/)El artista nació el 12 de diciembre de 1863 en Løten, y falleció de neumonía el 23 de enero de 1944 en Ekely, cerca de Oslo, donde pasó sus últimos años que culminaron en tiempos de la ocupación alemana de Noruega durante la Segunda Guerra Mundial.La de Munch no fue una vida sencilla. Hijo de un padre médico castrense, estricto y religioso y luego depresivo, tuvo cuatro hermanos. La madre falleció de tuberculosis siendo él un niño, al igual que su hermana mayor Sofía a sus 15 años, a la que adoraba. Estas muertes, sumada más adelante la de su padre, lo marcarán para toda la vida.“Enfermedad, locura y muerte fueron los ángeles negros que velaron mi cuna y me acompañaron toda mi vida”, escribía el artista.“Amor y dolor” o “Vampiro” (1895) de Edvard MunchCon una salud frágil, su pasión fue el dibujo. Inició por mandato paterno estudios de ingeniería en Christiania (la actual Oslo), matriculándose en 1880 en la Real Escuela de arte y diseño. Participó del ambiente bohemio burgués de la época y conoció hacia 1884 al escritor anarquista Hans Jaeger, quien le sugirió “pintar tu propia vida” tras las críticas recibidas en 1885 por La niña enferma, un cuadro que significó además para el artista, la ruptura con el impresionismo.“Empecé como impresionista pero durante los tremendos conflictos espirituales y vitales de la época de la bohemia, el impresionismo no me daba suficiente expresión. Me vi obligado a buscar expresión para lo que se movía en mi ánimo”, expresaba Munch.En 1885 tiene su primera aventura amorosa tras conocer a la casada Milly Thaulow, viaja por tres meses a París, ciudad donde se siente atraído por los pintores postimpresionistas y el sintetismo (como el de Paul Gauguin). Su obra vira hacia el simbolismo pintando su visión interna de las cosas.”La niña enferma” (1885–86), en la Galería Nacional Noruega, Oslo (Børre Høstland/)“En mi arte he intentado explicarme la vida y su sentido. También he pretendido ayudar a otros a aclararse con la vida”, decía Munch.En 1889 realiza su primera exposición individual en Oslo y recibe una beca para estudiar en París, donde se quedará hasta 1892. Es la última vez que ve a su padre. Luego, en Alemania se inicia en el grabado, con el cual experimenta dándole mayor libertad y copias.En 1898 conoce a Mathilde Larsen, Tulla, relación que termina en 1902 en una pelea, y después conoce a la que fuera su amiga y amante, la violinista Eva Mudocci.Si en la década de 1890 el pintor explora sentimientos internos y experiencias personales, en el nuevo siglo “moderno” con una Europa de “nuevas tecnologías, medios de comunicación de masas, transporte de alta velocidad y vida urbana” -como destaca el Museo Munch en su biografía- estas previas parecen anticuadas, lo que lo hace buscar formas de expresar “este nuevo mundo”. También 1902 es el año en que Munch presenta la secuencia completa de imágenes del Friso de la Vida en Berlín.Detalles de “Los bañistas” (EFE/EPA/CHRISTOPHE PETIT TESSON)
(CHRISTOPHE PETIT TESSON/)Sus crisis nerviosas sumadas al alcoholismo, dicen, lo llevaron a internarse en el sanatorio de Copenhague del Dr. Jacobsen (1908) unos meses. Recuperado, vuelve a Noruega al año siguiente, y entre 1909 y 1916 el reconocido artista trabaja en la decoración del salón de actos de la Universidad de Oslo, cuyas pinturas de gran formato “están llenas de vida y energía”.A partir de 1916 llevó una vida solitaria en su casa de Ekely. Continúa trabajando sobre lo que observa en su entorno, el paisaje, el jardín, los animales, y los retratos de sus perros, y se sigue fotografiando y autorretratando.En 1940, sin haberse casado por miedo a transmitir enfermedades que se creían hereditarias, entre otras cuestiones, escribe su testamento legando a la ciudad de Oslo sus obras, preservando de este modo su memoria.El moderno Munch-Museet de Oslo con sus 13 pisos y 26.313 metros cuadrados fue inaugurado en 2021 (REUTERS/Nora Buli) (STAFF/)Su figura se proyecta firme en el moderno Munch-Museet de Oslo con sus 13 pisos y 26.313 metros cuadrados inaugurado en 2021, que atesora la colección de más de 26 000 obras de arte que incluyen 1200 pinturas y 7050 dibujos y bocetos, además de 9800 objetos personales de Munch, entre textos, cartas, fotografías y herramientas, donados por el artista a la ciudad. El museo que suplanta el creado en 1963 rescata su figura y mantiene vivo su legado.En cuanto al cine, se destacan Edvard Munch (1974) del británico Peter Watkins que pone pone en contexto la sociedad en la que nació el artista en con una Oslo de 135.000 habitantes, trabajo infantil y prostitución legalizada, y más allá de los numerosos documentales y capítulos televisivos, la reciente Munch (2022) dirigida por Henrik M. Dahlsbakken aborda esa vida entrelazada en el arte, la lucidez, el amor y la muerte, pero también la vida.Fuente: Télam S.E

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