Charles De Gaulle vino al país hace sesenta años en tiempos de Illia, con el peronismo proscripto. Desde el exilio, Perón vislumbró una oportunidad y el gobierno no supo desarticular su estrategia.
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“Flaca, alguien me está haciendo una joda”, le dijo Agustín Giraudo a Natalia, su mujer. Fue una noche de agosto de 2017, cuando estaban haciendo dormir a su hijo mayor, Benicio, y recibió un correo escrito en inglés en el teléfono. Lo enviaban desde la productora de Tim Giardina, en Nueva York, y le decían que había sido elegido para grabar la voz de la audioguía latina para los visitantes de la Estatua de la Libertad.Sentado en el estudio de grabación que construyó con sus propias manos durante la pandemia, utilizando maderas, pallets y otros materiales recolectados de volquetes, Agustín recupera la sensación de incredulidad que el produjo el mensaje para contársela al cronista. Recién al día siguiente, al releer el correo y ver que también llevaba adjunto un contrato, recordó aquel casting de voz al que había enviado un audio dos meses antes y después olvidado.“En junio me había llegado un pedido donde necesitaban una voz joven, latina, para narrar historias de Estados Unidos, un chico de 18 años. Yo pensé que era algo escolar y les mandé un audio cortito, donde con voz de adolescente decía: ‘Hola amigo, me llamo Agustín ¿cómo estás?, espero que estés bien, ¿podemos echar mocos? No, no, no echemos mocos porque nuestros padres se van a enojar’. Y después les decía: ‘Bueno, cualquier cosa me avisan’. Yo me presento a muchos castings por día, así que me olvidé. Eso había sido todo”, cuenta.Agustín tiene 43 años y es locutor desde hace más de veinte. Estudió en el Colegio de Periodismo Obispo Trejo y Sanabria, en Córdoba, y empezó a trabajar en una radio local de su ciudad natal, Río Segundo. Después fue voz en FM Dale y locutor de piso en Touch Tv, por Canal 12, y en Muy de Minas, por Canal C, todos medios cordobeses. Pensaba que la radio y la televisión eran los únicos lugares donde podía estar un locutor hasta que en 2010 descubrió que, gracias a internet y los avances tecnológicos, podía hacer otras cosas… y que le gustaban.El locutor cordobés Agustín Giraudo en su estudio“Un día, navegando por internet, encuentro una página que se llamaba 123, de unos ingenieros mexicanos que enseñaban a hacer cualquier cosa, desde cocinar una papa frita hasta desarmar un auto, en tres pasos. Hacían unos videos con eso y necesitaban narradores, así que me presenté. Hice un par de pruebas y empecé a trabajar para ellos. Me pagaban un dólar por cada texto. Al principio lo tomé como un hobby, pero un mes grabé como 50 audios y cobré 50 dólares. Ahí pensé que podía meterme más en eso y empecé a buscar en productoras y bolsas de trabajo. Y los trabajos me fueron saliendo”, explica.Los primeros trabajosAl principio lo tomó como un ingreso más, como si hiciera horas extras, pero pronto vio que se le abría otro mundo. Además, estaba preparado para meterse en él, gracias a una charla del locutor Sebastián Yapur, que hacía doblajes. “Seba era un gran locutor comercial, por eso fui, pero en un momento de la charla empezó a hacer voces de todo tipo, como hacía en los doblajes y yo dije: ‘¡Quiero eso!’. Y bueno, ahí me puse a estudiar acento neutro, actuación, tomé clases de foniatría y, bueno, también tengo mucho manejo autodidacta del sonido vocal. Ya sabía hacer todo eso cuando descubrí la veta de trabajar online”, dice.Agustín no solo lo cuenta, también lo demuestra. En la charla con el cronista hace diferentes tipos de voces, con distintos acentos, de diferentes edades. “Empecé haciendo doblajes. Uno de los primeros trabajos que pegué fue para una plataforma de iPhone, donde hacía un personaje de un videojuego para niños, un malo llamado Malitovich. Es un científico malo que en realidad quiere ser un niño y entonces corre a los otros niños, les roba los caramelos”, dice.A partir de allí, los trabajos se fueron sucediendo. Por su probada capacidad para hacerlos, pero también porque sabe buscar. Hoy se presenta a un mínimo de cinco y un máximo de quince castings por día, para todo tipo de empresas y productos, para audioguías o locuciones institucionales. Dice que su trabajo creció de manera exponencial, lo que junto a que había cerrado la radio en la que estaba trabajando, lo llevó a centrarse en el trabajo independiente.AFP“Desde 2010 trabajo como freelance a través de internet para todo el mundo, directamente desde mi estudio. Hago desde comerciales a videos internos para empresas como Coca Cola, Pepsi o McDonald’s. Me centro sobre todo en el mercado de voice over en Latinoamérica”, cuenta.Martín, el pibe de la estatuaDespués de firmar el contrato para la audioguía de la Estatua de la Libertad, recibió un guion de 76 páginas para grabar con voz latina neutra. Su personaje se llamaba Martín, tenía 18 años, y compartía la tarea de guiar a los visitantes con otra locutora, su “hermana menor” llamada Celine.Agustín nunca había viajado a Nueva York y conocía a la Estatua de la Libertad solamente por fotos de su exterior, no sabía como era el recorrido por dentro. Le habían pedido que Martín fuera un adolescente intrépido, aventurero, que iba descubriendo la historia y el mundo para contarlo.¿Te imaginaste el personaje?, le pregunta el cronista. “Sí, claro, lo construí, pero no se trataba solamente de leer el guion, yo tenía que saber qué era lo que Martín estaba viendo para transmitir con la voz también lo que sentía en cada parte del recorrido, ante lo que estaba viendo”, responde.Para lograrlo buscó fotos y videos del interior del monumento, de cada parada de su recorrido, para “verlos” él también. “Hay una parte en la visita en la que llegás como a un mirador. Entonces hay que entender eso, que Martín sale a ese mirador y qué ve, ¿el mar?, ¿el sol?, ¿la isla? La vista es muy impactante y hay que transmitirlo. Fui trabajando eso para que la voz de Martín dijera: ‘Ahora vamos al mirador, es momento de que deslumbres’. Esa fue una de las partes que más trabajo me dio. Al final tuve clara la personalidad que tenía Martín y cómo lo que iba descubriendo la condicionaba. Tenía que ser un adolescente asombrado que sintiera e hiciera sentir algo así como ‘¡Amigo, mirá la maravilla que estás viendo!”, explica.“Are you crazy?”Agustín cuenta que le dieron un plazo de 15 días para entregar el audio terminado, pero que lo hizo en apenas un día, que un miércoles mandó el contrato firmado e investigó el recorrido y que al día siguiente trabajó sin parar. Lo cuenta así: “Llamé a mi mamá y le dije: ‘Vieja, te necesito mañana a las 8 de la mañana en casa para que cuides al nene. Yo desaparezco, me meto en el estudio y desaparezco, no sé cuándo salgo’. Me metí el jueves a las ocho y media de la mañana y salí a las seis de la tarde con todo el trabajo ya grabado, editado, limpio, listo para entregar”.Lo mandó ese mismo día a la productora y al rato recibió un mensaje que decía: “Are yoy crazy?” (¿Estás loco?”). “Les contesté que había tenido tiempo para hacerlo y que, bueno, lo había hecho. También les pedí que me mandaran las correcciones y me dijeron que iban a revisar todo y que el lunes me contestaban”, cuenta Agustín.Cuando llegaron las correcciones descubrió que había acertado en la voz, el tono y la personalidad de su personaje. De las 76 páginas del guion original, solo recibió media carilla con sugerencias o modificaciones. “Eran cuestiones de fonética más que nada. Las hice, se las mandé y me quedé esperando”, dice.Pasó todo agosto y Agustín recibió el pago por su trabajo, pero no tuvo más noticias. “Era una cosa extraña, después de pagarme no me dijeron nada más. Yo sentía como que era un sueño, que lo había imaginado, necesitaba ver que mi trabajo se materializaba, que cumplía con su función para terminar de creer que era cierto”, recuerda.La confirmación de que su voz estaba en la audioguía de la visita a la Estatua le llegó por un camino impensado. Estaba viajando desde Córdoba a su casa cuando recibió el mensaje por WhatsApp de un amigo desde Nueva York. “Me decía: ‘No vas a creer dónde te encontré’. Paré a un costado de la autopista y me encuentro con un video donde mi amigo está con el telefonito, la audioguía y la estatua de fondo. ‘Mirá, mirá’, me decía mi amigo. Recién ahí caí… fue como ‘¡Mierda! ¡Es en serio!’. Me puse a llorar ahí mismo, en el auto, a un costado de la autopista. Recién ahí supe que todo era real”, dice Agustín y vuelve a emocionarse.Giraudo grabó también la audioguía del recorrido de Montblanc, un trabajo muy grande con toda una retrospectiva de la historia canadiense, y la del Zoológico de MarylandLocutor, actor vocal, lectorEse trabajo le dio una nueva visión de su oficio. Hoy Agustín dice que, si bien su título es el de locutor, se considera un actor vocal y también un lector, porque se la pasa leyendo de todo, desde un guion hasta manuales de mecánica para hacer los diferentes trabajos que se le van presentando.Después de grabar la audioguía para los visitantes latinos de la estatua, recibió otras ofertas similares. Grabó también la audioguía del recorrido de Montblanc, un trabajo muy grande con toda una retrospectiva de la historia canadiense, y la del Zoológico de Maryland. “El de Maryland fue muy lindo, porque pude jugar mucho con las voces, presentando a cada animal con un tono que lo identificara. Me divertí muchísimo buscando cada tono y haciéndolo”, explica.Cuando está por terminar la charla, dice que es feliz con su trabajo y que eso es lo que trata de enseñarles a sus dos hijos, Benicio y Francisco, que busquen cosas que los hagan felices, que eso no tiene precio.Cuenta también una historia que muestra cómo su padre le permitió a él elegir su propio camino, aunque no estuviera muy convencido de que tuviera éxito: “Cuando estaba construyendo este estudio, él me ayudó mucho. Un día estábamos haciendo una prueba para ver si el soporte iba a aguantar el peso del panel de luces y yo salí un momento. Cuando volví lo encontré llorando. Yo me preocupé y le pregunté si estaba bien. Él me miró y me dijo: ‘Yo nunca creí que vos fueras a vivir de hacer vocecitas’. Me puse a moquear yo también y le contesté: ‘Gracias, viejo, por no condicionarme, por no decirme, que me iba a cagar de hambre. Gracias por confiar en mí y no pincharme el globito con un alfiler’”.
Cuando Luis Horacio Fortín le avisó a sus padres que iba a ir a combatir en la Segunda Guerra Mundial, no recibió la aprobación: tuvo que pedirle a otro adulto para que firmara como su padre
Luis Horacio Fortín nació en Buenos Aires, Argentina, el 14 de febrero de 1920. Murió en Washington, Estados Unidos, el 19 de enero de 2010, días antes de cumplir 90 años y después de ser condecorado por el ejército británico con la distinción Distinguished Flying Cross (DFC: Cruz de Vuelo Distinguido) y nombrado Officier de la Légion d’Honneur por la fuerza armada francesa, de quien también recibió la Croix de Guerre con tres palmas. La historia Luis Horacio Fortín es el retazo de una guerra universal. Voló como piloto de bombardero de aviones Boston IIIA en cincuenta misiones del escuadrón 342 “Nancy” de las Fuerzas Aéreas Francesas Libres. Sus condecoraciones, distinciones e imágenes de guerra fueron entregadas a un museo en Francia por su expreso pedido antes de fallecer. Había nacido en Buenos Aires, había jugado al rugby en Rosario, había falsificado la firma de su padre para “pelear la guerra”.“Él siempre lo decía así: ‘yo peleé la guerra’”, reveló Julieta Zavalia, sobrina y ahijada de Fortín, en diálogo con Infobae, en una nota publicada en 2019. Julieta lamenta no tener disponibles fotos de ella con él ni conservar los recortes periodísticos que orgullosa guardaba su abuela, Isabel Browman García Poblet, la madre de Luis. Julieta sabe todo lo que sabe de boca de su tío: “Cuando era joven yo quería que me hablara de todo lo que vivió, pero él no quería hablar de la guerra. Después, cuando se fue poniendo viejo, no hablaba de otra cosa”.En sus relatos percibió una halo de dolor, un esbozo de arrepentimiento que se desprendía de sus contradicciones. “Sentía mucho orgullo por lo que había realizado, por las medallas que le dieron, pero a la vez un poco de culpa con el pueblo alemán que también había sido víctima. Era una persona muy inteligente: pudo pensar la guerra desde dos ángulos. ‘A mí decían por dónde volar, dónde tirar, pero después yo veía los diarios…’, me reconoció”. “Nunca se creyó un héroe -precisó Julieta-, por más que a todos lados donde fuera lo trataran como tal”.Luis Horacio Fortín quiso pelear la guerra por amor a la patria de su padre. Louis Alexandre Fortín es la razón de su aventura. Había nacido en París el 29 de mayo de 1897. Recaló en Argentina en su juventud y en 1916 se casó con Isabel Browman García Poblet, con quien tuvo tres hijos: Luis Horacio, Isabel Roxane (la madre de Julieta) y Carlos Antonio. En 1923, cuando Luis tenía tres años, la familia se mudó a Rosario: su padre había sido contratado como contador de la Compagnie du Port de Rosario, firma perteneciente a la Hersent et Fils et Schneider et Cie. de París, ganadora del concurso para la construcción, concesión y explotación del puerto rosarino. Su padre emprendió una exitosa carrera hasta alcanzar el cargo de subdirector. Luis se graduó como perito mercantil en el Colegio Superior de Comercio a los quince años y continuó su educación en la Universidad de Buenos Aires. Estaba estudiando para recibirse de contador cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Tomó la decisión de presentarse en la embajada de Francia en Buenos Aires para postularse como voluntario. Deseaba defender el país donde había nacido su padre.Luis Horacio Fortín en el cockpit de un Douglas Boston IIIA de la Real Fuerza Aérea de Gran Bretaña. Su avión bombardero llevaba siete ametralladoras
Marcelo Miranda, periodista y historiador de la aviación civil argentina, escribió en la revista especializada Lima Víctor un artículo sobre Luis. Detalla su fervor y voluntad por intervenir en la guerra: “Concurrió a la Embajada y llegó a ser atendido por el propio embajador, pero fue rechazado con el argumento de que lo que necesitaban las fuerzas armadas francesas eran ‘especialistas’, tales como ingenieros, médicos, veterinarios o pilotos de avión”.Ya había pasado el primero de septiembre de 1939 y la invasión alemana a Polonia como detonante del conflicto. Ya Francia y Gran Bretaña habían formalizado su declaración de guerra contra Alemania. Ya el General Charles De Gaulle había emitido un llamamiento a la resistencia por radio desde Londres. Ya habían germinado por el mundo los “Comités de la Francia Libre” como consecuencia de la convocatoria al alzamiento de De Gaulle. Luis se enroló en su propósito: se asoció al Centro Universitario de Aviación de Buenos Aires y comenzó a tomar lecciones de pilotaje en los biplanos Fleet 5 y Fw44J.Obtuvo su licencia de piloto civil con la capitulación de Francia ante la ofensiva nazi ya consumada. Luis le contó a su sobrina la historia detrás de su postulación. Su padre se sabía petainista, militante del Mariscal Philippe Pétain, aquel soldado, diplomático, político, estadista y líder militar en la Primera Guerra Mundial que fuera sentenciado a muerte por colaborar con el régimen nazi durante el segundo gran conflicto bélico. “Su papá no lo hubiese autorizado jamás a postularse para ir a la guerra -reveló Julieta-. Por eso, le pidió a un peón del club de rugby Plaza Jewell que firmara como si fuese su padre. No sé cómo hizo para convencerlo, no sé si lo sobornó. Pero él me lo contaba muerto de risa. Él quería ir como piloto, pero sino hubiese terminado yendo como soldado”.El Desembarco en Normandía comenzó la mañana del 6 de junio de 1944 y diez horas después, las tropas aliadas pudieron sostener una cabeza de playa. Fue el principio del fin para el nazismo (CORBIS/Corbis via Getty Images) (Historical/)Tenía apenas cinco horas de vuelo civil cuando decidió presentarse en un “Comité De Gaulle” porteño para combatir contra la ocupación alemana. El 4 de julio de 1941 partió de Buenos Aires a bordo del SS Trojan Star con destino a Gran Bretaña. Viajaron voluntarios argentinos y brasileños. “Cuando llegaron, se pusieron a festejar -narró Julieta-. ‘Tomamos mucho e hicimos mucho ruido’, me contó mi tío. Por eso, los militares ordenaron que a ‘estos salvajes’ los enviaran al norte de África. Pero él se acordó que llevaba una carta para una persona en Londres”. La señora Middleton era una socia del club que tenía un pariente en la capital británica. Luis la llamó para coordinar un encuentro con el remitente y para rogarle que motorice sus influencias. Los reclutas sudamericanos emigraron al continente africano, pero él fue convocado por la Royal Air Force (RAF).Bastó un solo vuelo para ser aprobado por la RAF en la base aérea de Cambridge. Lo enviaron a Canadá para recibir entrenamiento avanzado: llegó a New Brunswick el 28 de junio de 1942. Fue capacitado para convertirse en piloto bombardero. Regresó el 13 de febrero del año siguiente al Reino Unido para perfeccionar su técnica de vuelo que incluía el combate nocturno. Acumuló 300 horas de vuelo antes de pilotar un Douglas Boston IIIA, la denominación británica del bombardero mediano Douglas A-20C fabricado en los Estados Unidos, y de asignarle su tripulación inicial. Eran todos soldados franceses, integrantes de las Forces Aériennes Françaises Libres (FAFL: Fuerzas Aéreas Francesas Libres).El relato de Miranda es una transcripción del recuerdo indeleble de Fortín: “El 26 de enero de 1944 pasó a formar parte del Grupo de Bombardeo 1 denominado Lorraine de las FAFL que operaba encuadrado en la RAF como Escuadrón Nº 342 del Ala Nº 137, y el 9 de febrero de 1944, con el grado de Teniente de las FAFL voló su primera misión de guerra sobre Francia”.El piloto argentino al comando de un DC-6 de Aerolíneas Argentinas. Se retiró de la aviación antes de cumplir 50 años por problemas en el corazónEl código de escuadrón fue OA-P y el objetivo del ataque fue Febvin-Palfart. “Intenso, pesado y preciso”, describió Fortín de su primera misión. Su Boston IIIA transportaba 900 kilos en bombas y siete ametralladoras: cuatro en la trompa, dos en la cabina trasera tripuladas por un operador inalámbrico y una séptima opcional. La primera vez que las armas montadas en la parte delantera abrieron fuego sintió cómo su bombardero sufría un “ataque al corazón”.A las 6:30 de la mañana del 6 de junio de 1944 empezaron a desplegarse las rampas de las primeras embarcaciones que inundaron las costas de Normandía, al norte de Francia. La “Operación Overlord” fue un hito histórico: el Día D, la maniobra bélica crucial de la Segunda Guerra Mundial, propinó el golpe de efecto para la caída del Tercer Reich.Ciento setenta mil soldados participaron de la invasión aliada que socavó la integridad del régimen nazi. Adolf Hitler dormía esa mañana y nadie se animó a despertarlo. Era la batalla por la que se había alistado el argentino Luis Horacio Fortín. Sin embargo, permaneció todo el día sentado en la butaca de su avión. A las 2:20 de la madrugada del día siguiente, recibió la orden de despegar en una misión nocturna para bombardear la estación de ferrocarril de Folligny y, según las palabras que le admitió al periodista y escritor Jon Guttman, “atacar a las tropas del general Erwin Rommel”. Rommel, general y estratega militar alemán conocido como el Zorro del Desierto, el mismo que en la frontera del 6 y el 7 de junio de 1944 exclamó sin gracia y sin esperanza “la guerra está perdida”.Luis Horacio Fortín y su esposa azafata Blanca Pascual en la recepción de un Comet 4, en los albores de Aerolíneas ArgentinasGuy Napier Westley fue un inglés adoptado por una Argentina próspera. Su padre William Westley, un ingeniero civil, había sido contratado por el Ferrocarril Central Argentino cuando su hijo tenía apenas dos años. Guy murió joven, a sus 25 años, asesinado por la resistencia alemana antes de conquistar con su escuadrón la Gold Beach, una playa ubicada entre Omaha y Juno. Es uno -otro- de los argentinos protagonistas del Desembarco en Normandía. El piloto Federico Arturo Greene, el teniente Henry Albert Venn, el capitán Thomas Dawson Sanderson, el paracaidista Raúl Casares, el soldado Kenneth Charney, el conductor John Gordon Davis son algunas historias recuperadas por el escritor bahiense Claudio Gustavo Meunier en su libro Alas de trueno. También desmenuza las hazañas de Fortín, quien diez días después de la epopeya aliada completó su primer ciclo de treinta operaciones militares. Cumpliría su vuelo de combate número cincuenta el 3 de octubre de 1944 en una misión abortada por mala visibilidad sobre Nijmegen, Holanda.Su carrera de piloto se venció: acumulaba en su haber 771 horas de vuelo. No había sido atacado nunca por combatientes alemanes, pero sí encontraba su bombardero con decenas de hoyos al regreso de cada misión. Su navegante en la mayoría de sus operaciones, el capitán Niel, llevaba un nombre falso. Era una práctica común para evitar que los nazis hallaran a sus familias. Luis Horacio Fortín no utilizaba un seudónimo: sus únicos familiares estaban en Argentina, un país relegado del mapa bélico.Culminada la Segunda Guerra Mundial, fue desmovilizado a la Embajada de Francia en Argentina. A comienzos de 1946, el Gerente General de FAMA (Flota Aérea Mercante Argentina), Pierre Colin Jeannel, lo visitó en su departamento de Buenos Aires: quería invitarlo al plantel de tripulación de su nueva aerolínea. Fortín ingresó a la incipiente línea aérea nacional con el grado de comandante. Allí conoció a su esposa Blanca Pascual, quien fuera una de sus primeras azafatas. Se casaron al año siguiente. Luis Horacio Fortín, de traje oscuro y una pipa en la mano derecha, delante de un Avro York de la Flota Aérea Mercante Argentina (FAMA)Julieta Zavalia deslizó que Blanca fue azafata en el viaje de Evita a Europa en 1947 y que la primera dama argentina le copió el peinado luego de halagarle el rodete. “¡Blanquita, qué lindo peinado tenés!”, parafraseó la nieta y sobrina del héroe de guerra argentino.FAMA y otras aerolíneas locales se fusionaron para ofrecer un único servicio nacional. Fortín era el director de operaciones de Aerolíneas Argentinas cuando trajo el primer avión de pasajeros Havilland Comet. Fue, también, uno de los primeros pilotos de la aerolínea de bandera y uno de los primeros en realizar vuelos transatlánticos.Tenía tan solo 49 años cuando en 1962 debió abandonar la aviación por problemas cardíacos. Había vivido intensamente. Era recibido con honores en Buenos Aires, en Rosario, en Francia y en los Estados Unidos. No se detuvo: regresó a la Universidad de Buenos Aires para obtener un doctorado en estudios económicos, recibió una beca para asistir a la Universidad de Columbia en Nueva York, donde cursó una maestría en administración de empresas. Trabajó como oficial de Inversiones Senior de la International Finance Corporation (World Bank) hasta que se jubiló en 1985.No volvió a vivir al país, pero siempre se asumió argentino. Sentía agradecimiento por el pueblo inglés y veneración por la patria francesa. Julieta rememoró una de sus recuerdos más sensibles: “Cuando ya era muy viejito, se emocionó hablando de las mujeres inglesas. Dijo que habían sido muy amables, porque ellas sabían que al día siguiente ‘nosotros íbamos a volar y tal vez no volveríamos nunca'”.Su nieta dijo que valoró de él que nunca adoptara la actitud de “héroe” y que los años le fueron curando sus memorias de guerra. “Me recuerdan como un héroe porque ganamos, si hubiésemos perdido sería un guerrillero”, repetía pícaro el argentino que quería pelearle a la guerra.* El artículo original fue publicado en junio de 2019.
Los cafés en la Buenos Aires colonial fueron el punto de sociabilidad de los porteñosEl virrey Santiago de Liniers tenía al español Pedro José Marco entre ojo y ojo. Llegó a prohibirle que los parroquianos de su concurridísimo café hablasen de cuestiones de Estado, que de lo contrario no tendría más remedio que clausurarlo. Además estaba convencido que ese próspero hombre de negocios estaba en conversaciones con “el miserable” de Francisco Javier, D ‘Elío, el gobernador militar de Montevideo, con quien estaba enfrentado.Cuando el 1 de enero de 1809 estalló la conspiración de Martín de Alzaga para deponer a Santiago de Liniers, el café finalmente cayó en la volteada y fue clausurado por unos días, mientras que Marco fue a parar a la cárcel. Inútil fue convencer de que era imposible controlar lo que decían los parroquianos y que, en definitiva, eran delitos individuales.Cuando en enero de 1809 un movimiento encabezado por Martín de Alzaga intentó remover de su cargo de virrey a Liniers, éste culpó al café de Marco por ser reducto de los conspiradoresEs que Liniers lo que buscaba no era solo cerrarlo, sino provocar que se mudase de la estratégica zona en el que estaba: calle de la Santísima Trinidad, hoy Bolívar, y San Carlos, Alsina, frente a la iglesia de San Ignacio.Tenía su entrada por Santísima Trinidad y era más que un simple café, era el café clave de Buenos Aires donde muchas cosas pasaban.Abrió el jueves 4 de junio de 1801, año en que hubo muchas novedades en estas tierras. El 1 de abril había salido el primer diario, llamado Telégrafo Mercantil de las Provincias Unidas del Río de la Plata, fundado por Antonio Cabello y Mesa y el 20 de mayo asumía como virrey Joaquín del Pino, reemplazando al marqués Gabriel de Avilés, a quien enviaron como virrey de Lima.Este café no fue ajeno a las invasiones inglesas y desde sus techos se vigiló a los británicos que ocupaban un cuartel cercanoBillar y discusionesMarco había invertido cerca de treinta mil pesos en montarlo. Cercano al Cabildo y de los regimientos, era un lugar obligado donde se podía jugar a las cartas, al billar, tomar algo y discutir de política. “Al café, al café” se autoconvocaba la gente a la hora de participar en alguna movida política.En la puerta colgaba el cartel de “Villar, confitería y botillería”, sí, con “v” corta, como se usaba entonces.A la hora de escribir su historia, lo han llamado el Café de San Marcos, Café de Marco o Marcos y hasta Mallcos. Por la atención y servicio se transformó en un café muy popular.Apenas traspasada la entrada, el parroquiano se encontraba con un amplio salón, cuyas paredes estaban cubiertas con papel francés con motivos de paisajes de lugares exóticos o bien con escenas de obras literarias, como era el caso del Quijote. También disponía de dos espejos.Eran encendidas las arengas que daba Bernardo de Monteagudo parado sobre una mesa, en las jornadas posteriores a 1810Al fondo una innovación: dos mesas de billar, en tiempos en que todos los cafés de la ciudad disponían de uno. Daba distinción y era un imán especialmente para la gente joven. Marco pagaba de impuesto dos pesos por mes por cada mesa de este juego.El primero en introducir el billar en el Río de la Plata había sido Simón de Valdéz en el siglo XVII, un controvertido personaje quien por un tiempo se desempeñó como tesorero de la Real Hacienda y que había hecho fortuna con el contrabando y el comercio de esclavos.Marco debía esforzarse porque el café del vasco Domingo Alcayaga no solo tenía una mesa sino que había armado una cancha de bolos, mientras que el local de Francisco Cabrera también le hacía competencia. También debía esmerarse para poder sacarle clientela al primer café que había abierto en la ciudad, el de los Catalanes, que funcionaba desde el 2 de enero de 1799, atendido por el italiano Miguel Delfino. La competencia era dura: el del Agustín Rocha había instalado una ruleta, donde la gente de los arrabales dejaba sus pocos pesos. En la orilla de enfrente, Montevideo, el primer café fue abierto por José Beltrán en 1792.El de Marco poseía espacios para tertulias, un patio, cubierto por una lona para atajar el sol del verano, aljibe y un sótano, donde se mantenía fresca la bebida.Transitar por la ciudad era un verdadero martirio, con calles de tierra sin arreglar y por las que era imposible cruzarlas cuando llovía. Por eso a partir del 1 de julio brindaba un servicio adicional: un coche de cuatro asientos podía ser alquilado cuando la lluvia impidiese al parroquiano volver a su casa.El café estaba ubicado frente a la iglesia de San Ignacio. En diagonal, a media cuadra, la botica del catalán Marull congregaba a los españolesLa cartaEra uno de los cafés donde mejor servicio tenía. Un mozo que generalmente atendía fumando servía vinos españoles, aguardiente, anís, chocolate, sangría, candial y agua de horchata, aunque la especialidad era café y leche, así se llamaba y tenía su propia ceremonia: el mozo traía un plato con azúcar, el parroquiano ponía encima el tazón, lo daba vuelta y el mozo agregaba el café y la leche hasta el borde mismo del recipiente.Lo que no se servía era té, producto que solo se lo conseguía en boticas, ya que se le atribuía propiedades medicinales.Marco tenía un socio, Antonio Gómez, que explotaba otro bar muy cerca de ahí, en Perú y Alsina. A este local, de menor vuelo, eran habitués los actores que trabajaban en el teatro de la Ranchería y los que asistían al mercado que estaba enfrente.Al tiempo de haber abierto, Marco hizo refacciones gracias a la venta de los dos billares, uno al francés Raymond Aignasse y el otro a José Antonio Gordon, éste último antiguo empleado de Marco. Tiempo después volvió a comprar dos mesas. En lo de Aignasse se comía tan bien, que las familias enviaban a sus esclavos para que aprendiesen a cocinar. Durante la primera invasión inglesa, Aignasse era el que le preparaba la comida al general William Beresford y de allí salió la última comida para los condenados a muerte por el Motín de las Trenzas.No existían entonces los locales que podían permanecer abiertos hasta muy tarde. Las horas hábiles de actividad comercial estaban regladas por sendos disparos del cañón del fuerte y, en más de una oportunidad, fue multado por expender bebidas fuera de los horarios permitidos.Invasiones y políticaDurante la primera invasión inglesa, desde sus techos se vigiló el cuartel de la Ranchería, entonces ocupado por los británicos y durante la segunda invasión, a pesar de haber quedado dentro del área donde se combatía casa por casa, no fue afectado, aunque sí se celebró la victoria.En los sucesos de Mayo de 1810, fue adoptado como lugar de reunión de los criollos que buscaban el apartamiento del virrey y la conformación de una junta de gobierno. Por eso los españoles dejaron de concurrir y se reunían en la botica del catalán Francisco Marull, distante media cuadra sobre la vereda de enfrente, y a la que se conocía como “la botica del Colegio”. Ese negocio, que se transformó en uno de los primeros puntos de sociabilidad porteña y cuya tradición continuaría su sobrino Narciso.Así fue como los morenistas tomaron al de Marco como su segundo hogar, lo que llevó al deán Gregorio Funes a decir que los que lo frecuentaban “eran muchachos perdidos sin obligaciones”.Marco era un próspero hombre de negocios que tenía propiedades en la ciudad que alquilaba y durante los viajes de negocios que solía hacer a Río de Janeiro, ocupaba su lugar su socio Diego Larrea. Fue además el fiador del maestro mayor Francisco Cañete, quien estuvo a cargo de la construcción del Coliseo, frente a la plaza del fuerte y que también levantó la Pirámide de Mayo.Que allí haya nacido la Sociedad Patriótica el 11 de marzo de 1811 por los morenistas que buscaban reagruparse para declarar la independencia, brinda la importancia que tenía este café y también se escucharon encendidas arengas en1812, durante el motín de Alzaga.Firma, tomada de documentos coloniales, de Pedro José Marco, el primer dueño del café (Caras y Caretas)En los tiempos de Juan Manuel de Rosas, desde su puerta salió un aluvión de personas que, con diversos instrumentos, piano incluido, recorrió las calles de la ciudad con la finalidad de darle una serenata a Manuelita Rosas, la hija compasiva del señor de la Confederación.La fiebre amarilla de comienzos de 1871 fue el fin del café. La implacable epidemia que no distinguía entre clases sociales, modificó la fisonomía de la ciudad. Muchas familias con recursos decidieron moverse hacia el norte y el café, que ya languidecía, debió cerrar, transformándose en un triste recuerdo, donde jóvenes que ahora eran ancianos evocaban aquellos tiempos en que, para ellos, el pasado había sido mejor.Fuentes: Los Cafés de Buenos Aires, de Jorge Bossio: Noticias Históricas, de Ignacio Núñez; Buenos Aires setenta años atrás, de José A. Wilde; De fondas, cafés, restaurantes y hoteles en el antiguo Buenos Aires, de Vicente Gesualdo
“Para mi sorpresa vi aparecer a un sacerdote capuchino que había estado presenciando la escena anterior y que, al alzar la pantalla de luz, resultó ser el mismísimo Che”, contó el hombre que fue testigo de un encuentro nunca confirmadoLa imagen que describe la situación, armada a través de los relatos de supuestos o reales testigos, se centra en un enigmático monje que entró en la residencia de Puerta de Hierro, en Madrid, donde fue recibido por Juan Domingo Perón para mantener una reunión secreta. Corría abril de 1964 y el ex presidente argentino -derrocado casi nueve años antes- no descansaba en su exilio español. Tanto es así que a finales de ese año intentaría retornar al país en un vuelo que terminó frustrado en Brasil.El mundo vivía en el estado de ebullición que sería la marca de esa década. Cinco años antes, los guerrilleros liderados por Fidel Castro habían bajado de la Sierra Maestra para terminar con la dictadura de Fulgencio Batista e iniciar un proceso revolucionario en Cuba, el Movimiento de Países No Alineados se hacía fuerte en el juego político internacional, la Guerra Fría estaba más caliente que nunca, en América Latina empezaban a surgir las guerrillas, y los movimientos de liberación nacional ponían en jaque a los gobiernos de las colonias europeas en África.En ese contexto, el 17 de marzo de ese año, el argentino Ernesto Guevara partió secretamente de La Habana para realizar una gira por varios países que duraría un mes.Según la versión que sigue circulando hasta hoy, fue durante ese viaje que El Che, disfrazado de monje, visitó Puerta de Hierro y se reunió con el líder justicialista en el exilio.Ni Perón ni Guevara hablaron nunca de ese supuesto encuentro, como tampoco hay -más allá de los testimonios que, además, distan de ser coincidentes- pruebas documentales de la entrada de Guevara a España ni de esa supuesta visita.De todos modos, esa falta de registros no sería extraña: como lo haría después para sus intentos guerrilleros en El Congo y en Bolivia, en sus viajes “no oficiales” Guevara se movía con documentos falsos, lo que explicaría que no haya registros migratorios de su paso por una España donde, con Francisco Franco en el poder, no habría podido entrar con un pasaporte a su nombre.En cuanto al silencio de Perón, tampoco debería extrañar: las reuniones secretas en Puerta de Hierro eran una costumbre del general, al que tampoco le habría convenido en ese momento -cuando preparaba su intento de retornar a la Argentina- que se filtrara una reunión con uno de los líderes comunistas más conspicuos del mundo.Juan Domingo Perón y su télex durante su exilio en Puerta de Hierro: una fotografía tomada por Norma López RegaPerón, El Che y CubaDos años antes del supuesto encuentro, Juan Domingo Perón había recibido una propuesta de dejar España para radicarse en Cuba. La iniciativa le llegó de la mano de su antiguo delegado personal, John William Cooke, de muy buenas relaciones con el gobierno de Fidel Castro y uno de los primeros argentinos en recibir entrenamiento para la guerra de guerrillas en la isla.A fines de 1962, Cooke voló a Madrid, vía Praga, para llevarle al líder exiliado la propuesta de los cubanos. La primera dificultad con la que se enfrentó fue que María Estela Martínez de Perón -Isabel, que no podía ni verlo- convenció a Perón de que no lo recibiera en la residencia. Finalmente, el encuentro se produjo en un hotel de Navacerrada, un municipio de las afueras de la capital española.Cooke le contó el proyecto y finalmente le propuso ir a vivir a la isla.El resto de su vida, Cooke contaría sin poder evitar la risa la respuesta de Perón:-No, de ninguna manera. Usted me está invitando a que me vaya a vivir en una isla que hace poco casi la hunden con bombas nucleares… ¿A dónde me quiere llevar, Bebe?Al general exiliado no le faltaba razón. Hacía poco más de un año, en octubre de 1961, la llamada “crisis de los misiles” había llevado a la Unión Soviética y los Estados Unidos al borde de una guerra nuclear, cuando Washington descubrió que Moscú había instalado secretamente misiles balísticos de medio alcance P-12 en Cuba. Además, la isla estaba aislada por el bloqueo, sólo se podía llegar a ella en vuelos desde México o Praga, lo cual dificultaría mucho la comunicación con los compañeros del movimiento en la Argentina.En cambio, Perón aceptó de buena gana la segunda parte de la propuesta cubana -para que pudiera contar con fondos para la actividad política- y designó a Héctor “el Pájaro” Villalón para que viajara a La Habana y se hiciera cargo de la comercialización del tabaco cubano en Europa.Esos contactos previos y la relación económica de Perón con los cubanos no pueden descartarse como antecedentes de su supuesta reunión con Guevara.“Liberación” era un organismo que Guevara había creado en el gobierno cubano para apoyar los movimientos revolucionarios en Latinoamérica y que habría financiado el gobierno de PerónContactos para una reuniónLa gira secreta que Guevara realizó entre marzo y abril de 1967 tuvo como objetivo principal visitar varios países africanos, fundamentalmente Argelia, y tal vez estudiar el terreno para su posible participación en la guerrilla en el Congo.Según uno de los testimonios más contundentes sobre su encuentro con Perón, la visita del ministro de Industria de Cuba a Madrid tuvo lugar casi al final de su periplo, apenas antes de regresar a la isla.Un incondicional del Che, Jorge “el comandante Papito” Serguera, era embajador cubano en la Argelia revolucionaria, y habría sido quien ofició los enlaces necesarios para que el argentino cubano pudiera llegar -con documentación fraguada- a la España del dictador Francisco Franco.Serguera ya conocía a Perón, porque El Che lo había enviado para ofrecerle ayuda y, también, la posibilidad de que se fuera de Madrid para radicarse en Argel, capital de la Argelia liberada de gobernaba Ben Bella.Lo que nunca supo con exactitud fue cómo surgió la idea del encuentro. “Hasta el momento desconozco cómo El Che y Perón entraron en contacto. Sé que Luco (Valentín, hombre del entorno de Perón) y Villalón habían viajado a La Habana en varias ocasiones porque ellos me lo dijeron, y que allí vieron al Che. Esto, unido al hecho de que yo sería el primer enviado del Che a dialogar con Perón, me hace suponer que la iniciativa puede haber partido del ex presidente argentino. Tampoco sé por qué me contactaron a su vez en Argel, supongo que eso debe haber sido una indicación del Che; pero no me consta. El Che era muy parco y no me explicó los detalles del asunto”, escribió sobre el asunto.Serguera tampoco estuvo presente en la supuesta reunión madrileña.De izquierda a derecha: López Rega, un funcionario de la embajada argentina, el general Perón, Julio Gallego Soto, Isabel, Carlos Cámpora, hijo de Héctor Cámpora -ya presidente electo- y Norma López Rega de LastiriEl testimonio de Gallego SotoEn abril de 1964, el contador Julio Gallego Soto estaba en Madrid. Su vínculo con el peronismo llevaba muchos años. Durante las presidencias de Perón había sido asesor económico financiero del ministro de Salud, Ramón Carrillo. Fue el propio Carrillo quien firmó dos resoluciones (en abril y mayo de 1951) en las cuales otorgaba ese cargo “ad honorem”, lo cual certifica la relación.En cuanto a la relación directa con Perón durante su exilio, el hijo de Gallego Soto, Víctor, conserva una carta firmada por el propio general -de junio de 1964- en la cual Perón reconoce como organismo oficial del movimiento peronista al Instituto de la Doctrina Justicialista entre cuyas autoridades estaba Julio Gallego Soto.Es una muestra de confianza del líder justicialista hacia Gallego Soto y la fecha tiene importancia dos razones: es apenas dos meses después de la posible presencia de Guevara en Madrid y también comenzaban los preparativos para el primer intento de retorno de Perón, planeado para el 17 de octubre de ese año.En abril, Gallego Soto se alojaba en el Hotel Plaza de Madrid, frente a la fuente de Cibeles, cuando llamaron a su puerta. Según su relato, se estaba preparando para dormir cuando un desconocido le entregó una nota de puño y letra de Perón en la que le pedía que fuera de inmediato a Puerta de Hierro.El general lo recibió y le dijo que lo necesitaba para “una tarea que requiere una gran reserva y una buena administración”. Y agregó, siempre según el relato del contador argentino que lo había elegido “por lo mucho y bien que lo conozco”.La misión era administrar varios millones de dólares del fondo de “Liberación”, un organismo que Guevara había creado en el gobierno cubano para apoyar los movimientos revolucionarios en Latinoamérica.Julio Gallego Soto, el hombre que fue testigo del encuentro secreto entre Perón y el Che Guevara, con su hijo Víctor en julio de 1964El “monje capuchino”Una vez que le explicó de qué se trataba, Perón se volvió hacia un rincón oscuro de la habitación, de dónde surgió una silueta desde las sombras. “Para mi sorpresa vi aparecer a un sacerdote capuchino que había estado presenciando la escena anterior y que, al alzar la pantalla de luz, resultó ser el mismísimo Che”, contó.Entonces, la supuesta reunión fue secreta y habría tenido a Gallego Soto como testigo. Hoy es imposible consultarlo, porque el contador fue secuestrado por la última dictadura militar argentina.Si la versión de Gallego Soto se conoce es porque su íntimo amigo Alberto López se la contó al periodista Rogelio García Lupo, quien la publicó en Clarín, acompañada por la foto un manuscrito -cuya autoría López le adjudicó a su amigo- donde se afirma que Guevara estaba ataviado como un “monje capuchino”.Pero el hijo de Gallego Soto duda de la autenticidad del texto, porque “esa no era la letra de mi padre”, según les dijo a Eduardo Anguita y a este cronista cuando lo consultaron para un artículo años atrás.En esa charla también dijo que supone que fue el propio López quien lo escribió, aunque aclara que eso no contradice la posibilidad de que su padre haya presenciado el encuentro entre Perón y El Che.Alicia Eguren, la esposa de John William Cooke, el delegado personal de Perón que había hecho la guerrilla en Cuba, inventó la carta que le fue adjudicada al GeneralLa carta que no fueAsí como la supuesta reunión en Madrid entre el jefe del justicialismo y el comandante guerrillero sigue envuelta en un halo de misterio, no sucede lo mismo con la carta que durante muchos años se dijo que Juan Domingo Perón escribió al enterarse de la captura y el fusilamiento de Ernesto Guevara en Bolivia.El texto adjudicado a Perón comienza así:“Con profundo dolor he recibido la noticia de una irreparable pérdida para la causa de los pueblos que luchan por su liberación. Quienes hemos abrazado este ideal, nos sentimos hermanados con todos aquellos que, en cualquier lugar del mundo y bajo cualquier bandera, luchan contra la injusticia, la miseria y la explotación. Nos sentimos hermanados con todos los que con valentía y decisión enfrentan la voracidad insaciable del imperialismo, que con la complicidad de las oligarquías apátridas apuntaladas por militares títeres del Pentágono mantienen a los pueblos oprimidos.Hoy ha caído en esa lucha, como un héroe, la figura joven más extraordinaria que ha dado la revolución en Latinoamérica: ha muerto el Comandante Ernesto “Che” Guevara. (…) He leído algunos cables que pretenden presentarlo como enemigo del peronismo. Nada más absurdo.”Hace tres años, en una entrevista que el autor de esta nota hizo para Infobae, uno de los responsables de la publicación de esa carta contó la verdadera historia del texto.“La carta por la muerte del Che no la escribió Perón. Es más, Perón se enteró de ‘su’ carta recién cuando se publicó. No sabía nada. Ese texto, que hoy todos llaman la carta de Perón por la muerte del Che, lo escribió Alicia Eguren en Buenos Aires, después de consultar con su marido, John William Cooke, y un grupo de compañeros que estuvimos de acuerdo en darla a conocer como si fuera de Perón”, explicó Manuel Justo Gaggero.-¿No pensaron que Perón podía desmentirla? – le preguntó este cronista.-Estábamos seguros de que no la iba a desmentir y no la desmintió nunca. A él lo dejaba bien posicionado porque era un momento que había un clamor mundial por E Che y a él lo ponía al lado de los líderes del Tercer Mundo. Así que se quedó en el molde – respondió.-¿Por qué decidieron escribir la carta y adjudicársela a Perón? – fue la pregunta inevitable.Y Gaggero respondió:-Nosotros estábamos en el Peronismo Revolucionario y considerábamos que era importante que “el Viejo” tuviera alguna expresión que acercara a los trabajadores argentinos a la figura del Che. Sabíamos que, obviamente, Perón no la iba a desmentir porque, vieron cómo era el Viejo, su péndulo giraba de la izquierda a la derecha permanentemente. Eso estaba claro, pensamos que cuando se enterara iba a decir: “Bueno, está bien”.Quizás ese péndulo que iba de derecha a izquierda y viceversa al que se refirió Manuel Gaggero en esa charla pudo haber sido también el motivo por el cual Juan Domingo Perón haya recibido a Ernesto Guevara en Madrid pero nunca lo contó.
Groucho Marx fue un humorista único (Photo via John Kobal Foundation/Getty Images) (John Kobal Foundation/)“¿Por qué debería preocuparme por la posteridad? ¿Qué ha hecho la posteridad por mí?”, decía irónicamente Groucho Marx cuando alguien le preguntaba por el lugar que ocuparía en la historia del cine.Prefería hablar de la muerte con el mismo humor ácido provocador que lo hacía amado y temido a la vez en el ambiente de Hollywood. Ese que le hacía enviar a sus amigos saludos de cumpleaños como este: “Si sigues cumpliendo años, acabarás muriéndote. Besos, Groucho”.Y también dejar instrucciones desopilantes para sus exequias, como pedir que lo enterraran bocabajo sobre el féretro de Marilyn Monroe o bien que lo cremaran y que “el diez por ciento de mis cenizas sean vertidas sobre mi representante”.El momento finalmente le llegó el 19 de agosto de 1977, hace hoy 46 años, cuando le faltaba poco para cumplir los 87. Para la ocasión había previsto – muy seriamente – dejar un mensaje para que fuera leído voz alta durante su velatorio, frente a su féretro.Era un texto de seis palabras que, aún estando muerto, hizo reír a quienes habían ido a despedirlo para siempre:“Disculpen, señores, que no me levante”, decía.Los Hermanos Marx: Zeppo, Harpo, Chico y Groucho en la publicidad de su película ‘Animal Crackers’, de 1930 (Photo by Paramount/Getty Images) (Archive Photos/)Genio y figura, Groucho seguía fiel a sí mismo. Por esa razón, y muchas más, resulta difícil hacer una semblanza del actor, guionista, escritor y comediante norteamericano cuyo genio humorístico hizo reír – y pensar – a generaciones, no solo en su país sino en gran parte del mundo.Se podría escribir sobre sus 21 películas, la mayoría de ellas con sus hermanos, sobre sus seis libros – incluida una autobiografía desopilante -, sus éxitos teatrales o sus programas de televisión, pero todos hablan por sí mismos, tanto que hacerlo sería caer en lugares comunes y redundar sobre lo que el propio dijo e hizo con inalcanzable agudeza.Tan admirado por su talento como temido por su mal carácter y su filosa lengua, Groucho Marx fue capaz de contarse y pintarse a sí mismo como nadie podría hacerlo.Por ejemplo, así:“Jamás aceptaría pertenecer a un club que admitiera como miembro a alguien como yo.”Tal vez por eso, a la hora de escribir unas líneas para recordarlo, lo mejor sea dejar que él mismo haga su semblanza utilizando sus propias frases. Julius ‘Groucho’ Marx en 1935, con un fez, para su rol en “Una noche en Casablanca” (Photo by Hulton Archive/Getty Images) (Hulton Archive/)“Nacido a edad temprana”Julius Henry Marx nació el Nueva York el 2 de octubre de 1890 o, como él prefería decir: “A pesar de que en general ya es cosa sabida, creo que más o menos es el momento de anunciar que nací en una edad muy temprana”.Hijo de los emigrantes alemanes Simon (o Samuel) Marx y de Miene “Minnie” Schoenberg, fue descarnado para describir a su familia. De su padre decía que era “el peor sastre de Nueva York”; a su madre la pintó como una actriz sin talento, hija de una familia de cómicos que no pudo seguir su camino. No es que no los quisiera, sino que no podía con su genio.Julius era el cuarto de seis hermanos, menor que Manfred, Harpo y Chico y mayor que Zeppo y Gummo. Tal vez porque era una actriz frustrada, Minnie hizo todo lo posible para que sus hijos triunfaran en el ramo y, salvo Manfred, todos lo hicieron.Primero los hizo formar un grupo de canto llamado “Los cuatro ruiseñores” que pasó sin pena ni gloria, pero que le permitió a Julius desarrollar sus dotes para la improvisación, pero no por razones artísticas sino de supervivencia. Cuando veía que el canto no funcionaba, cortaba todo con un chiste para evitar que el público se fuera.Te puede interesar: A 45 años de la muerte de Chaplin: cuatro matrimonios, “miles” de amantes y un cadáver secuestrado del cementerioGroucho en la película Plumas de caballo, dirigida por Herman McLeod para Paramount (Bettmann/)Julius empezaba a ser Groucho, apodo que le cayó encima por “grouch” (gruñón), lo que hablaba desde el principio de su mal carácter. Pero su nombre de bautismo también se debió a una razón. Se lo impusieron en homenaje a un tío que pasó con la familia una temporada en la casa de Nueva York y al que creían riquísimo. Con el nombre, pensaron, quizás recibieran su herencia, pero cuando murió se llevaron una desilusión. Según Groucho, “su fortuna ascendía a una bola de billar (robada), una cajita de píldoras y una pechera de celuloide”.Para entonces, Groucho, igual que sus hermanos, estaba seguro de que su futuro estaba en las tablas pero no en la escuela, a la que faltaba cada vez que podía.-¿No querés labrarte un futuro? – lo increpaba Minnie, enojada.-No si para eso tengo que ir a la escuela – respondía.De Minnie diría:“Mi madre adoraba a los niños, ella hubiera dado cualquier cosa si yo hubiese sido uno.”Groucho Marx baila en la película Sopa de Ganso (Photo by John Springer Collection/CORBIS/Corbis via Getty Images) (John Springer Collection/)Una banda fraternaComo el canto no funcionaba, los hermanos Marx, impulsados por los monólogos con que Groucho quería salvar la ropa cuando los abucheaban en sus presentaciones, se volcaron al humor teatral. Empezaron a ser Groucho, Chico, Harpo, Zeppo y Gummo. Si uno se guía por los dichos de Groucho, lo hicieron sin saber muy bien en qué se metían:“Humor es posiblemente una palabra; la uso constantemente y estoy loco por ella. Algún día averiguaré su significado”.Aunque según Groucho no supieran muy bien de qué se trataba, sus presentaciones eran un éxito. En un camino vertiginoso llegaron a Broadway y después al cine. Para la década del ‘20 eran un grupo consagrado, que llenaba teatros y cuyas películas eran éxitos de taquilla. La primera fue “Humor risk”, en 1921, de la cual hoy se conservan solo algunos fragmentos.Empezaron a ganar mucho dinero haciendo reír, aunque:“No reírse de nada es de tontos, reírse de todo es de estúpidos.”El afiche de la película Sopa de Ganso, que para muchos críticos es el mejor film de Los Hermanos MarxPor esa época conocieron a otro actor cómico que ya era una estrella, Charles Chaplin. Si se le cree a Groucho, la primera vez que se encontraron fue en un cabaret de Winnipeg, en Canadá. Cierto o falso, lo describió así:“Mientras nosotros cortejábamos a las chicas, él estaba muy ocupado jugando con el perro de la madama”.La segunda película de los hermanos Marx, “Los cuatro cocos”, se estrenó en 1929. Ya eran un grupo consagrado y el dinero les llovía en sus presentaciones teatrales y desde las productoras cinematográficas, con las que ya había pactado otras tres películas: “El conflicto de los Marx”, “Pistoleros de agua dulce”, “Plumas de caballo” y “Sopa de ganso”, considerada hoy por los críticos como la mejor de todas. Sobre su éxito decía:“No estoy seguro de cómo me convertí en comediante o en actor cómico. Tal vez no lo sea. En cualquier caso, me he ganado la vida muy bien haciéndome pasar por uno de ellos durante bastantes años.”Entonces llegó el crack de 1929 y comenzó la “gran depresión”.Chico, Harpo and Groucho Marx -ya sin Zeppo, que solo actuó en las primeras cinco películas- en el film de 1937 “Un día en las carreras”(Photo by Movie Poster Image Art/Getty Images) (Movie Poster Image Art/)Reírse de su propia quiebraEl desastre financiero de 1929 en Estados Unidos y la consecuente crisis económica que desató afectó de manera formidable a toda la economía mundial y también a la de Groucho Marx, que con tanto dinero en sus manos había entrado a jugar en el mercado especulativo.De un día para el otro perdió todo lo que había ganado: 240.000 dólares de la época, una verdadera fortuna. El propio Groucho describiría con humor su fiebre especuladora:“Muy pronto un negocio mucho más atractivo que el teatral atrajo mi atención y la del país. Era un asuntito llamado mercado de valores. (…) Constituyó una sorpresa muy agradable descubrir que era un negociante muy astuto. Nunca obtuve beneficios. Parecía absurdo vender una acción a treinta cuando se sabía que dentro del año doblaría o triplicaría su valor”.En “De cómo fui protagonista de las locuras de 1929″ contó que tanta era su desesperación por especular que cuando el ascensorista del hotel donde se alojaba con sus hermanos le contó que había escuchado a “dos tipos gordos de Wall Street” hablando de unas acciones que subirían vertiginosamente, corrió a la habitación de Harpo para decirle que fueran a comprarlas al agente de bolsa que tenía una oficina en el vestíbulo del hotel. Harpo estaba en pijama y le dijo:-Esperá que me vista…-No, mientras te vestís van a subir de valor y las tendremos que pagar más caras – le respondió.Y arrastró Harpo en pijama a comprarlas.El resultado fue trágico, pero aún así lo pudo contar con humor:“Algunos de mis conocidos perdieron millones. Yo tuve más suerte. Lo único que perdí fueron doscientos cuarenta mil dólares. Hubiese perdido más, pero era todo el dinero que tenía. Creo que el único motivo por el que seguí viviendo fue el convencimiento consolador de que todos mis amigos estaban en la misma situación. Incluso la desdicha financiera, al igual que la de cualquier otra especie, prefiere la compañía.”El actor y humorista Groucho Marx, con su puro y su famosa sonrisa irónica (EFE/yv/Archivo)
Sospechoso de ser comunistaAunque gracias a su éxito pronto pudo rehacer su fortuna, la experiencia del crack hizo que volcara sus críticas hacia la políticas y los políticos estadounidenses, a los que criticó con frases como esta:“La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.”Pero así como despreciaba a los políticos se interesaba por los derechos civiles. En 1934 recaudó fondos para el Comité Nacional de Prisioneros Políticos y concedió una entrevista al Daily Worker donde repudió el encarcelamiento de Tom Mooney, un activista socialista acusado sin pruebas de un atentado que nunca había cometido, y la situación de los Chicos de Scottsboro, nueve jóvenes afroamericanos acusados injustamente de violar a dos mujeres blancas en un tren de mercancías.En esa entrevista habló también de la Unión Soviética de manera elogiosa y llamativamente seria:“Es un país maravilloso. Todo el mundo esperaba que fracasara, pero lleva ya más de 16 años, así que es un éxito. Mi hermano Harpo estuvo allí por invitación del Gobierno. No tienen desempleo. Ojalá pudiera decir lo mismo de aquí”.Que su apellido fuera Marx – el mismo del padre del socialismo científico – y se hablara de esa manera lo puso en la mira del FBI, que abrió ese año una investigación sobre él que duraría más de dos décadas.Más tarde, el senador Joseph McCarthy y Richard Nixon lo tendrían también en la mira durante la “caza de comunistas” en el mundo del espectáculo. Nunca le pudieron probar nada, pero a Groucho, Nixon le quedó entre cejas.Te puede interesar: Sexo, miserias y un amante argentino, todo cabe detrás de las memorias de Gloria SwansonGroucho Marx, con su característico puro pero sin el bigote maquillado, en 1945 (Photo by Pictorial Parade/Getty Images) (Pictorial Parade/)Muchos años después, entrevistado en la televisión por Bill Cosby, éste le preguntó:-Usted, que ha conocido a todos los grandes cómicos, ¿en qué lugar me pondría a mí? – le preguntó Cosby.-Justo por detrás de Richard Nixon – fue la fulgurante respuesta.Despiadado con las mujeresGroucho Marx se casó tres veces y se separó otras tantas. Su relación con las mujeres fue siempre difícil y no dejaba de ser cáustico con ellas, con palabras que, si se las mira desde la perspectiva actual, serían motivo de denuncia o de “cancelación”.Su segunda esposa, Ruth Johnson, se separó de él poco después de una cena con muchos invitados en la casa. Al probar la comida, Groucho le preguntó delante de todos:“Querida, ¿en qué cárcel me dijiste que te enseñaron a preparar esta sopa?”Sus chistes misóginos, que entonces hacían reír, hoy seguramente no serían aceptados:“Nunca voy a ver películas en las que el pecho del héroe es mayor que el de la heroína”.“¿Por qué y cómo ha llegado usted a tener veinte hijos en su matrimonio? – Amo a mi marido. – A mí también me gusta mucho mi puro, pero de vez en cuando me lo saco de la boca.”“Cásate conmigo y nunca más miraré a otro caballo”.“Detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer, y detrás de ésta está su esposa”.Son solo algunos entre muchos, porque se los puede contar por decenas si se suman sus chistes, los diálogos de sus películas y sus libros.Groucho y Marilyn Monroe en una escena de Amor en conserva, de 1949. Alguna vez el cómico pidió que, cuando muriera, pusieran su ataúd bocabajo del de Marilyn (Getty)Con el filo de la lenguaSus colegas actores tampoco se salvaban de su lengua filosa, que llegaron a temer lo que podía decir sobre ellos.Uno de los intocables de Hollywood, Humphrey Bogart, debió padecerla cuando estaba en el pináculo de su fama y del respeto del público y de sus colegas. De todos, menos Groucho, que se despachó sobre él:“Humphrey Bogart vino anoche a casa y terminó completamente ebrio, algo por otra parte, bastante normal en él. Cuando está borracho es un imbécil, pero la verdad es que no mejora mucho cuando está sobrio”.Otro que lo padeció por Ron Wood, el guitarrista de The Rolling Stones, en una fiesta. Cuando se acercó a saludarlo, Groucho le disparó en la cara:“Es el corte de pelo más estúpido que vi en mi vida ¿Sos un hombre o una gallina?”.Incluso otra de las estrellas consagradas de Hollywood, Doris Day, cuya imagen cinematográfica era sinónimo de pureza e inocencia, lo sufrió en los pacatos años ‘50. Alguien le preguntó a Groucho cómo llevaba la edad y, sin que viniera a cuenta, contestó:“Soy tan viejo que recuerdo cuando Doris Day era virgen.”Groucho y su última esposa, la actriz Erin Fleming, en 1981 (Photo by Michael Ward/Getty Images) (Michael Ward/)Un final difícilEntre sus biógrafos, no son pocos los que sostienen Groucho Marx pagó por chistes como esos durante los últimos años de su vida, cuando estaba en pareja con la actriz Erin Fleming, cuarenta años menor que él, que también fue su manager. Los hijos de actor aseguran que lo manipuló y lo maltrató en la intimidad.Otros sostienen que, a pesar de esos rumores, fue una buena influencia, que lo impulsó a volver al teatro y a la televisión cuando ya se había retirado.Para esa época, Groucho ya pensaba en la muerte con humor. Fue por entonces que escribió el texto que se leyó el día de su muerte. Y bromeaba sobre la reencarnación:“En mi próxima existencia me gustaría venir al mundo con la brillante inteligencia de Kissinger, la fabulosa apostura de Steve McQueen y el indestructible hígado de Dean Martin.”Groucho Marx falleció el 19 de agosto de 1977 en Los Ángeles a causa de una neumonía. Fue incinerado, como había pedido, aunque a nadie se le ocurrió verter el diez por ciento de las cenizas sobre su representante.Poco antes de morir, un periodista le preguntó:-¿Qué haría si pudiera volver a vivir toda su vida?Y Groucho respondió:-Probar más posiciones.Seguir leyendo:Un nuevo libro reexamina la vida de Buster Keaton, el genio del cine mudo al que Hollywood le dio la espaldaMae West, la artista rebelde, sin prejuicios y de lengua filosa que le ganó a la censura en Hollywood
Cuando su padre llegó a la iglesia y notó la ausencia de Gretchen se preocupó y habló con David Zandstra, quien decidió llamar a la policía a las 11:23. La buscaron días, semanas, mesesHace 48 años, la calurosa mañana del viernes 15 de agosto de 1975, Gretchen Harrington de 8 años caminaba sola hacia el campamento religioso de verano que se realizaba en dos iglesias de Marple Township, en las afueras de la ciudad de Filadelfia, Estados Unidos, cuando una camioneta se detuvo para llevarla. La pequeña se subió al vehículo y desapareció para siempre.Este mes de julio de 2023, casi medio siglo más tarde, se supo que Gretchen no tuvo ningún motivo para desconfiar de quién le había ofrecido alcanzarla. Se había subido al auto del líder religioso del mismo campamento, cercano a su familia y padre de su mejor amiga: el reverendo David Zandstra.Pero en ese momento nadie supo ese detalle. Hasta ahora que el responsable de su crimen, con 83 años, fue detenido.Vamos a desempolvar el archivo de este caso que, gracias a una denuncia tardía, fue resuelto.La niña pasaba las mañanas y las tardes en dos iglesias de Marple Township: la Presbiteriana Reformada que lideraba su padre y la Trinity Church Chapel que dirigía el reverendo David Zandstra (Oficina del Fiscal de Distrito del Condado de Delaware)Sesenta días buscando a GretchenHarold Boyd Harrington, pastor religioso, tuvo con su mujer Ena Cover, cuatro hijas. Una de ellas fue Gretchen quien nació el 13 de junio de 1967 en Marple Township, en el estado de Pensilvania. Eran una familia corriente y feliz que estaban celebrando el nacimiento de su última hija. Esa mañana de viernes, a las 9:30 de la mañana, Gretchen salió sola hacia el campamento, no quería faltar. Sus otras hermanas se quedaron en casa con su madre.Durante las vacaciones de verano se llevaba a cabo un campamento religioso dentro de las instalaciones de las dos iglesias de Marple Township: la Presbiteriana Reformada (que lideraba Harold Harrington, padre de Gretchen) y la Reformista y Cristiana Trinity Church Chapel que dirigía el reverendo David Zandstra. Juegos y aprendizaje de la Biblia se mezclaban buscando entretener a los niños e infundirles valores. Los chicos pasaban las mañanas en la iglesia de Zandstra y, luego, él se encargaba de hacerlos cruzar hasta la iglesia de Harrington, donde pasaban las tardes. Si hacía falta, Zandstra los subía a su camioneta verde o a su pequeño bus Volkswagen azul y blanco para trasladarlos.Esa mañana Gretchen se despidió de su familia y empezó a caminar. Harold la observó desde su casa durante el primer trayecto del camino. Luego, la perdió de vista y se concentró en sus tareas hogareñas.En pocos minutos más, la sonriente Gretchen de dientes de conejo, de pecas, de ojos azules y cándidos, se evaporaría para siempre.Gretchen esa mañana no llegó a clases. Cuando su padre llegó a la iglesia y notó su ausencia se preocupó y habló con David Zandstra quien decidió llamar a la policía a las 11:23. Él, junto a los padres y las autoridades, llevaron a cabo una búsqueda incansable durante horas, días, semanas. Nada. Ni un rastro de la menor.Gretchen había nacido el 13 de junio de 1967 en Marple Township, en el estado de Pensilvania. Iba caminando al campamento religioso de verano cuando la secuestraronDos meses de angustia siguieron a esa fatal mañana hasta que, el 14 de octubre, en un bosque cercano en el Parque Estatal Ridley Creek, aparecieron sus restos óseos. Estaban a ocho kilómetros de donde había sido vista por última vez.El pastor David Zandstra ofició el triste funeral de Gretchen ante una comunidad conmovida y aterrada. La policía no tenía pistas y había un criminal que seguía libre.Zandstra tuvo un papel importante en el consuelo de esa familia devastada. Era el reverendo y el amigo.El caso tuvo algunas pistas que se enfriaron rápidamente. Había un testigo que informó haber visto a la pequeña hablando con un conductor de una camioneta Rambler verde, similar a la que tenía Zandstra, pero al ser entrevistado el pastor negó haberla visto esa mañana. Autoridad religiosa, un hombre respetado, un padre de familia reconocido. En esos años casi nadie se atrevía a desconfiar ni a cuestionar sin pruebas a un hombre de su condición.El dolor se concentró intramuros, los policías siguieron intentando investigar sin la poderosa herramienta actual del ADN (esas pruebas recién empezaron a realizarse a mediados de los años 80) y, uno año después, Zandstra se mudó con su familia a otro estado. La ficha policial de Gretchen Harrington comenzó a llenarse de polvo.El misterio de lo sucedido inspiró un libro: La tragedia de Gretchen Harrington: muerte e inocencia perdida en un suburbio de Filadelfia, de los periodistas Joanna Falcone Sullivan y Mike Mathis. La autora le dijo a la BBC que había entrevistado al matrimonio Zandstra y que le había llamado mucho la atención que, mientras su mujer recordaba todo lo ocurrido esa mañana, él no podía hacerlo.La policía local halló los restos de la menor el 14 de octubre de 1975, dos meses después de su desaparición, en un bosque cercano en un parque. Estaban a ocho kilómetros de donde había sido vista por última vez (Oficina del Fiscal de Distrito del Condado de Delaware)Recuerdos para resolver un crimenA comienzos de este año, el 2 de enero de 2023, la mejor amiga de la hija del reverendo David Zandstra, habló con los investigadores del caso y les reveló algo sorprendente y que tenía atragantado desde hacía mucho tiempo: creía que el padre de su amiga era el culpable de aquel terrible crimen. ¿Qué la llevaba a pensar eso? Ella les relató algo terrible. Dijo que en esa época se quedaba mucho a dormir en lo de su amiga y que, en una oportunidad cuando tenía solamente 10 años, se despertó en medio de la noche con el pastor tocándola en la zona de la ingle. Ocurrió en dos ocasiones. Lo curioso fue que, cuando se animó a contárselo a la hija, ella le respondió que su padre hacía a veces esas cosas con sus invitadas. La pequeña abusada se preocupó y escribió en su diario personal: “Creo que él podría ser quien secuestró a Gretchen. Creo que fue el Sr. Z”.La menor calló, pero escribió. Ese diario íntimo se lo entregó como prueba a los detectives.Esa pequeña, cuyo nombre no ha sido divulgado y que hoy tiene 60 años, es la testigo crucial que llevó al arresto. Además, recordó otro hecho sospechoso: en esa misma época, una de sus compañeras de clase había vivido dos intentos de secuestro.Los Zandstra dejaron Pensilvania en el año 1976 y se terminaron mudando de estado dos veces más. Primero a California, luego a Texas y más tarde a Georgia. ¿De qué otros crímenes escaparía el Sr Z?El 17 de julio de este año los detectives viajaron a la ciudad de Marietta, en Georgia, donde vivían Zandstra y su esposa. Lo interrogaron. Comenzó negando haber visto a Gretchen aquel día, pero luego admitió haberla observado caminando sola y recordaba qué tenía puesto. También aceptó que él tenía una camioneta verde. Fue pisándose, por la culpa o por sus años, y terminó aceptando que él le había ofrecido llevarla. Los investigadores aceleraron el interrogatorio. Lo que siguió fue una confesión: había subido a Gretchen a su camioneta, la había llevado a una zona boscosa aislada donde le había pedido que se quitara la ropa. La menor se negó a desvestirse y él, luego de realizar actos sexuales y obscenos frente a ella, la golpeó furioso en la cabeza con sus puños. Cuando creyó que estaba muerta cubrió su cuerpo con lo que encontró y se fue de nuevo a su iglesia para proseguir con sus tareas religiosas.Según el agente Eugene Tray, quien escuchó la escalofriante confesión, Zandstra pareció aliviado al contar todo por primera vez.”Él representa la peor pesadilla para cualquier padre. Es un depredador sexual sin remordimientos”, dijo el fiscal de distrito sobre David Zandstra, de 83 años, responsable de la muerte de Gretchen (Oficina del Fiscal de Distrito del Condado de Delaware/AP)Justicia tardía, pero Justicia al finEl fiscal de distrito Jack Stollsteimer aseguró que este caso generó un antes y un después en esa apacible comunidad que quedó atravesada por la muerte violenta de Gretchen: “Hoy, por fin, podemos anunciar que tenemos al asesino, quien ha admitido el crimen. Estamos orgullosos de poder dar una respuesta a la comunidad. (…) Ese hombre es malvado. Mató a esa niña de 8 años que confiaba en él. Y luego actuó como un amigo cercano de la familia (…) Él representa la peor pesadilla para cualquier padre. Es un depredador sexual sin remordimientos”.David Zandstra, de 83 años, fue arrestado y acusado por el secuestro y el asesinato de la menor. Los investigadores enviaron a otros estados sus registros de ADN para cotejarlo con otros casos. Temen que en los lugares donde vivió haya dejado más víctimas.El esclarecimiento de lo sucedido con Gretchen llegó muy tarde para su padre Harold, quien murió en 2021 a los 94 años. Su madre Ena y sus tres hermanas Zoe, Ann y Jessyca, al enterarse de la noticia, escribieron un comunicado: “Con el anuncio de hoy del arresto estamos extremadamente esperanzados de que la persona responsable del malvado crimen que fue cometido contra nuestra pequeña Gretchen quede presa. Es difícil expresar las emociones que sentimos a medida que nos acercamos a la justicia. Gretchen tenía solo 8 años cuando nos fue arrebatada súbitamente en su camino a la Iglesia el viernes 15 de agosto de 1975. Si ustedes hubieran conocido a Gretchen enseguida se hubieran hecho amigos de ella. Ella destilaba amabilidad y era dulce con todos. (…) El secuestro y el asesinato de Gretchen alteró para siempre a nuestra familia y la extrañamos cada día. Estamos agradecidos por la búsqueda contínua de justicia llevada adelante por las fuerzas de la ley y queremos agradecer también a la policía del estado de Pensilvania por su constante búsqueda de respuestas. Nosotros no estaríamos aquí si no fuera por ellos. Como familia solicitamos privacidad en este momento para poder digerir esta información. Gracias por su comprensión, amor y continuo apoyo”.Zandstra, el monstruo disfrazado de amigo y de pastor amable y dedicado, hoy duerme tras las rejas sin posibilidad de libertad condicional mientras batalla por no ser extraditado a otro estado. El calvario de la familia de Gretchen para llegar a la verdad llegó a su fin.Aunque saber que ese perverso y cínico sujeto se mantuvo tan cerca de ellos, simulando empatía y consolándolos en el momento más oscuro de sus vidas, resulta un trago demasiado amargo.Seguir leyendo:Mató a sus padres a martillazos, escondió los cuerpos y por la noche convocó a una fiesta descontroladaLlevó a su hija al hospital y sospecharon que la enferma era ella: la desgarradora historia de una muerte y un “secuestro médico”El calvario de la chica que fue engañada por sus amigas y quemada viva al ritmo de una canción de música disco
Dos niños con un saco de papas que encontraron durante la hambruna en Ucrania. La comida había sido escondida por una anciana, que fue asaltada por la GPU (policía secreta) y deportada a Siberia para el acaparamiento de alimentos. Los agentes habían pasado por alto la comida encontrada por los chicos (Daily Express/Hulton Archive/Getty Images)Vladimir Putin copia a José Stalin. Y lo hace paso a paso. Será imprevisible en muchas cosas, pero la hilacha estalinista brilla con tanta intensidad que se hace inocultable, aunque sea una hebra fina.El viernes pasado, Putin se dio un baño de masas en el estadio Luzhinski, de Moscú. Lo ovacionaron más de cien mil personas cuando explicó las razones, falsas, de su “operación especial” en Ucrania a la que no llama ni invasión, ni guerra. El periodista Will Vernon, de la BBC, que no duda acerca del apoyo de muchos de los asistentes al acto, descubrió que otros miles eran funcionarios, maestros, empleados estatales que habían sido obligados a ir al estadio y que ignoraban el verdadero motivo de la convocatoria. A los estudiantes les habían prometido “un día libre” de clases, si aceptaban ir a “un concierto”: el concierto de Putin.Hay más. El diario español El País reveló ayer que el gobierno de Putin dictó una serie de leyes “draconianas, aprobadas por el Kremlin”, que sanciona con hasta quince años de cárcel a quien cuestione la versión oficial de la guerra y castiga con penas parecidas a quienes “diseminen información no oficial”.Stalin hizo lo mismo, y peor, con la hambruna que mató a cerca de ocho millones de ucranianos entre 1931 y 1933. Si Putin no cumplió todavía con las demandas de su mentor, es por falta de tiempo y no de voluntad. Como Putin con la guerra, Stalin prohibió hablar de la hambruna en Ucrania, dictada por él mismo para cumplir con la “colectivización” de la agricultura. La hambruna no existió ni en los discursos, ni en los documentos oficiales, ni en los diarios de la época. Los soldados ucranianos del Ejército Rojo dejaron de recibir cartas de sus familiares. Años después, cuando esas cartas confiscadas fueron halladas y hechas públicas, se enteraron del drama que habían vivido sus familias: muchas habían muerto.El código de silencio fue comprendido de inmediato porque estaba fundado y sostenido por el terror. “En el trabajo no se hablaba de la hambruna o de los cadáveres que había en las calles, como si todos fuésemos parte de una conjura de silencio. Hablábamos de las terribles noticias sólo con los amigos más fieles y de confianza”, reveló uno de los testigos ante el Congreso de los Estados Unidos y la Comisión sobre la Hambruna Ucraniana que funcionó en los años 80. Stalin ordenó también que médicos y enfermeras “se inventasen algo” para extender los certificados de defunción de las víctimas de la hambruna y que, en los casos de muerte por inanición, certificaran que la muerte se había producido por una enfermedad infecciosa o por un paro cardíaco.En Odessa, hoy bombardeada por las fuerzas de Putin, desaparecieron en 1934 todo los libros de registro de defunciones que se archivaban en los consejos municipales. Lo mismo sucedió en Járkov, también hoy bajo las bombas de Putin, ciudad en la que los funcionarios soviéticos reclamaron los libros de registro de las muertes ocurridas entre noviembre de 1932 y finales de 1933, con la excusa de que esos libros estaban “en manos de elementos hostiles a la clase obrera”.Un caballo muerto durante el Holodomor en Ucrania. La gente comía ratas, hormigas, animales muertos y basura (Daily Express/Hulton Archive/Getty Images)En el gobierno de Stalin, eliminar cualquier prueba o referencia a la hambruna fue una cuestión de disciplina partidaria y de lealtad personal a Stalin y a su régimen. Cuando el cónsul japonés en Odesa quiso información oficial sobre las precarias condiciones de vida de la población, le contestaron que, en efecto, “hay una escasez de alimentos, pero no una hambruna”.Lo que era difícil era ocultar a los muertos. No los cuerpos, que fueron enterrados en fosas comunes sin señalar. El drama eran los números y el efectivo y disciplinado servicio de estadísticas de la Unión Soviética. En 1937 hubo un censo. Y un drama. En 1934, la propaganda soviética había calculado con entusiasmo que la población de la URSS era de ciento sesenta y ocho millones de personas. Y proyectaron para 1937 una población total de ciento setenta millones. o de ciento setenta y dos: un símbolo del progreso y el bienestar del régimen.Pero cuando los datos reales del censo estuvieron disponibles, demostraron que la población seguía anclada en ciento sesenta y dos millones de habitantes: faltaban ocho millones de personas entre las que se contaban no sólo a los muertos por la hambruna, sino a los nonatos por la muerte de sus padres y que la optimista proyección de 1934 daba por nacidos. Un informe preliminar de aquel censo indicó, con mucha cautela y una temerosa prudencia, que los niveles de población “están quizá por debajo de lo previsto en Ucrania, en el Cáucaso Septentrional y en la región del Volga”, las zonas donde la resistencia campesina a entregar las cosechas al Estado había sido más tenaz.Los líderes soviéticos empezaron a ponerse nerviosos. Impidieron a los empleados de las oficinas estadísticas dar cualquier tipo de información. La orden fue: “No se puede publicar ni una sola cifra del censo”. Pero, ¿qué hacer con la propaganda? Los diarios partidarios habían anunciado un veloz aumento de la población, “evidencias del crecimiento del nivel de vida de los obreros tras diez años de nuestra heroica lucha por el socialismo”. Y de todo eso, había nada. A los estadísticos soviéticos no había que ordenarles nada: estaban dispuestos a no abrir la boca por temor a ser considerados “transmisores de un mensaje negativo”, y por tanto, verdaderos enemigos del pueblo.“Los niños morían de hambre. Y los padres, muy próximos también a la muerte por inanición, cocinaban los cadáveres de sus hijos y se los comían. La debilidad los sumía en un profundo embotamiento. Luego, cuando se daban cuenta de lo que habían hecho, enloquecían”Cuando Stalin supo de los resultados del censo, lo abolió. La publicación de los números se frenó en las imprentas y los resultados jamás vieron la luz. El Comité Central de Partido Comunista de la Unión Soviética, decretó que el censo se había organizado “de manera incorrecta y poco profesional”, y que se trataba de “una grave violación a los fundamentos básicos de la ciencia estadística”. Una revista, Bolshevik, afirmó que el censo había sido “alterado por despreciables enemigos del pueblo, espías trotskistas y traidores a la patria, infiltrados todos en la jefatura del Directorio Central de Contabilidad Económica del Pueblo”. Iván Krával, director del Instituto Soviético de Estadística, fue arrestado y fusilado en septiembre de 1937, destino que siguieron sus colegas más cercanos. Centenares de funcionarios de los territorios rusos fueron despedidos, muchos ejecutados, en especial en Ucrania y Kazajistán. Mijailo Avdienko, director de la revista Estadística Soviética, fue arrestado en agosto y ejecutado en septiembre de ese año. Y también fue fusilado Olexándr Askatin, jefe del departamento de Economía de la Academia de Ciencias de Ucrania.Ocultar la hambruna en el extranjero fue tarea más difícil. Las denuncias cruzaban la frontera de la URSS en cartas desesperadas que enviaban las víctimas y eludían de alguna forma la censura, a veces llevadas fuera de la URSS por viajeros. Ya en 1933 un diario ucraniano publicado en Polonia denunció la hambruna como “un ataque contra el movimiento nacional ucraniano”. Los ucranianos dispersos por el mundo revelaron la gran tragedia que se había abatido sobre su tierra. Algunas llegaron a la Casa Blanca del recién llegado presidente Franklin D. Roosevelt, como la enviada por el Consejo Nacional Ucraniano en 1933. En ese año, el Vaticano recibió por escrito dos denuncias anónimas sobre la hambruna que el Papa Pío XI hizo publicar en L’Osservatore Romano. El mundo de la diplomacia, el de las iglesias cristianas y Estados Unidos tuvieron información directa sobre la hambruna. Hicieron poco y nada. Enfrentaban un dilema mayor: el ascenso de Adolfo Hitler y los ímpetus belicistas del nuevo canciller alemán. Acaso los consejeros de Roosevelt pensaron en la URSS como un eventual y futuro aliado si Estados Unidos debía, otra vez, ir a la guerra en Europa. Es probable que el Vaticano de Pío XI -Pío XII llegaría al trono de Pedro en 1939, meses antes de la Segunda Guerra Mundial- haya temido que un pronunciamiento duro contra la Unión Soviética por la hambruna ucraniana, diera al mundo la impresión de que el Papa apoyaba a la Alemania nazi.La prensa extranjera acreditada en Moscú empezó a sufrir los embates de la censura y las presiones nada disimuladas del Kremlin. Los corresponsales en Moscú necesitaban de un permiso del Estado para vivir en la capital y para enviar sus artículos a sus periódicos: sin una firma y un sello oficial del departamento de prensa, el telégrafo soviético no enviaba un solo reporte al exterior.Empezó a funcionar la censura. Así como Putin hoy castiga con la cárcel a quien hable de guerra contra Ucrania o de invasión rusa a ese país, Stalin prohibió hablar de la hambruna ucraniana, de las muertes por hambre y del hambre en general. Algo sí se podía decir, autorizado por el régimen: “déficit alimentario, grave escasez de alimentos, falta de comida, enfermedades causadas por la desnutrición”, pero nada más.Dos campesinas recolectando granos caídos en una granja colectiva cerca de Belgorod, durante la hambruna. El eslogan oficial decía: “Los rusos tienen hambre, sí. Pero nadie se muere” (Daily Express/Hulton Archive/Getty Images)Los periodistas negociaban su precaria vida en la URSS con el responsable soviético de la prensa extranjera, Konstantin Umansky. En su revelador Hambruna roja, la historiadora Anne Applebaum cita a William Henry Chamberlin, corresponsal entonces del “Christian Science Monitor” y a sus dilemas: “Trabajamos con una espada de Damocles en la cabeza, bajo la amenaza de expulsión del país o la denegación del permiso para volver a entrar, lo que equivale a lo mismo”.Existía un régimen de premios y castigos para los corresponsales extranjeros. Walter Duranty, enviado del The New York Times a Moscú entre 1922 y 1936 aprovechó los beneficios que daba la obediencia y se hizo famoso, y rico, con su adhesión a Stalin, un servilismo que ni siquiera estaba ceñido a una simpatía ideológica. Duranty dijo en un reporte sobre la colectivización de las granjas ucranianas y sobre el menú al que se veían condenados los ucranianos: “Se puede objetar que la vivisección de animales vivos es algo triste y espantoso, y es cierto que la gran cantidad de kulaks y otros que se han opuesto al experimento soviético no es feliz. Pero en ambos casos, el sufrimiento infligido se hace con un propósito noble”.Duranty, afirma Applebaum, “tenía un piso grande, tenía un coche y una amante, tenía el mejor acceso que cualquier corresponsal y recibió en dos ocasiones codiciadas entrevistas con Stalin. (…) Sus notas desde Moscú lo convirtieron en uno de los periodistas más influyentes de su tiempo”.La opinión de Duranty, británico de nacimiento, fue muy útil a Stalin, lo que no impidió que los funcionarios soviéticos lo visitaran en su piso a finales de 1932, lo que provocó cierta inquietud en el corresponsal. Duranty miraba y veía lo que quería. Para su colega Chamberlin, “oficialmente no hubo hambruna, pero para cualquiera que haya vivido en Rusia en 1933 y haya mantenido los ojos y los oídos abiertos, la hambruna no está en duda”. Para William Strang, diplomático británico, las notas de Duranty habían “despertado a la verdad durante algún tiempo, aunque no habían permitido que el gran público estadounidense supiese lo secreto”. Y lo secreto eran cerca de ocho millones de muertos.”Los caminos que llevaban al Donbás estaban cubiertos de cadáveres. Había aldeanos muertos en las carreteras, en las cunetas y en los caminos. Había más cadáveres que personas para moverlos”, dice un párrafo del libro “Hambruna roja”La contrapartida de Duranty, que ganó un Pulitzer por callar, fue otro británico, Gareth Jones, un galés de 27 años que viajó a Ucrania en 1933. Hablaba ruso, francés y alemán y era secretario privado del ex primer ministro David Lloyd George. Jones conoció a Umansky, el poderoso jefe, y censor, de los corresponsales extranjeros en Moscú, y consiguió un permiso para visitar Ucrania.Trepó a un tren en Moscú el 10 de marzo de 1933 pero se bajó a ochenta kilómetros de la hoy bombardeada Járkov: llevaba una mochila cargada con pan, manteca, queso, chocolate, comprado todo en Moscú con libras esterlinas. Siguió las vías del tren y anduvo por no menos de veinte pueblos y granjas colectivas, en el momento más grave de la hambruna. Anotó todo en cuadernos que pasaron luego a manos de su hermana. En ellos revela sus diálogos con los campesinos ucranianos que le decían que no tenían pan, que hacía meses que no comían pan, que se acababan sus reservas de remolacha, que el ganado se moría de hambre porque no hay con qué alimentarlo. No podían sembrar porque no tenían caballos. Un campesino le confesó que hacía ya un año que no comía carne. Así siguió hasta que lo arrestaron los milicianos comunistas y, pese a los sellos y permisos oficiales, lo metieron en un tren y lo llevaron a Járkov. Quedó libre gracias a los servicios del consulado alemán y fue testigo del hambre en esa ciudad. Prudente, escapó de la URSS y el 30 de marzo apareció en Berlín y denunció todo en una conferencia de prensa.Todo lo que dijo Jones fue tomado por los diarios americanos The New York Evening Post y el Chicago Daily News que titularon “La hambruna se apodera de Rusia, millones mueren, la inactividad aumenta, dice el británico” y “La hambruna rusa es ahora mayor que la de 1921, dice el secretario de Lloyd George”.En la URSS estaban furiosos con Jones, a quien le habían facilitado todo y a cambio habían recibido lo que juzgaban una traición. De inmediato, el Kremlin prohibió que los periodistas viajasen fuera de Moscú, furiosos con Jones porque había dicho lo que ellos callaban. Hicieron pedazos a Jones. El corresponsal de United Press en Moscú, Eugene Lyons, que había sido un marxista devoto, admitió: “Derribar a Jones fue una tarea tan desagradable como la que nos tocó a cualquiera de nosotros en años de hacer malabarismos con los hechos para complacer a los regímenes dictatoriales, pero lo hicimos, por unanimidad. El pobre Gareth Jones debe haber sido el ser humano vivo más sorprendido cuando los hechos que tan minuciosamente obtuvo de nuestras bocas quedaron cubiertos por nuestras negaciones”.Vladimir Putin se para frente a una bandera con imágenes de los líderes soviéticos Vladimir Lenin y Joseph Stalin en una fotografía del 6 de marzo de 2020 (Sputnik/Aleksey Nikolskyi/Kremlin via REUTERS)El primero en denostarlo fue Duranty, que envió un artículo al The New York Times titulado: “Los rusos tienen hambre, pero no mueren de hambre”. Así fue publicado.Furioso, Jones envió una carta al director del The New York Times, en las que enumeraba sus entrevistas y a sus fuentes, más de veinte cónsules y diplomáticos, y atacó a sus colegas acreditados en Moscú: “La censura los ha convertido en maestros del eufemismo y la subestimación. Por lo tanto, le dan a “hambruna” el nombre cortés de “escasez de alimentos” y “morir de hambre” se suaviza para que se lea como “mortalidad generalizada por enfermedades debidas a la desnutrición”.En 1935 Jones fue secuestrado y asesinado por delincuentes chinos durante un viaje a Mongolia. Lo de “los rusos tienen hambre pero no mueren de hambre” se convirtió en una verdad aceptada, y aceptable, en un mundo que empezaba a preocuparse por Hitler y acordaba olvidar a Ucrania. Applebaum sostiene que, con eso, el encubrimiento de la hambruna ucraniana estaba completo. Stalin se había salido con la suya.El proceso de ocultación y de destrucción de la identidad ucraniana siguió con la eliminación en los años del Terror Soviético de la elite intelectual, política y científica de Ucrania: académicos, escritores, líderes políticos, pensadores, todo aquel y aquello que pudiera ayudar a enraizar la cultura y la lengua y la identidad ucraniana fue arrasada “para que la revolución del pueblo fuese posible”.Ucrania no fue destruida, su idioma no desapareció, sus tradiciones, sus leyendas, sus deseos de independencia. Putin vuelve a intentar hoy lo que Stalin dejó inconcluso y ataca a civiles, bombardea maternidades y por eso su guerra ya lleva más de ciento cincuenta chicos ucranianos asesinados.Puede hacerlo aún peor. Es sólo cuestión de tiempo.SEGUIR LEYENDO:La criminal obsesión rusa con Ucrania: gente que comía ratas, perros y hasta a sus hijos en la brutal hambruna de StalinLa caída y el colapso de la URSS: cómo se disolvió la “Rusia histórica” que quiere restaurar Putin
Argentina fue uno de los principales destinos de inmigración de Croacia y de Montenegro, entre los que se encontraba Slavo Tomasević, bisabuelo del reconocido empresario Federico Tomasevich, que arribó a estas tierras en la década de 1910.
El argentino fue reconocido en 2018 por Milo Đukanović, Presidente de la República de Montenegro con la mención “El Montenegrino Luchador”, como resultado a la destacada trayectoria empresarial de un descendiente de ese país en la Argentina.
Interesado por fortalecer los negocios entre ambos países y analizar oportunidades de inversión, Tomasevich viajó en 2019 a Montenegro. Durante ese viaje, el empresario mantuvo reuniones con autoridades locales y fue entrevistado por medios locales.
En sus conversaciones con la prensa, no solamente conversó sobre las oportunidades de negocios sino que también tomó parte de su tiempo para destacar la labor de las ONGs que acompaña desde hace muchos años: CONIN, Fundación Pescar y las Olimpíadas Especiales Argentina, entre otras.
Motivado por esta vocación de ayudar a los que más necesitan, Tomasevich firmó un acuerdo de colaboración con la Facultad de Letras de la Universidad Nacional de Montenegro a partir del cual aportarán recursos para los jóvenes sudamericanos que viajan a ese país a estudiar el idioma local.