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De Lisboa a Buenos Aires: Lídia Jorge invita a las nuevas escritoras a mirar al pasado para ver el futuro

Lídia Jorge considera vital reconocer las raíces literarias para crear una narrativa rica y diversa. (João Barata)La nueva generación de escritoras necesita hacer equipo con sus similares de “otros tiempos” para crear una narrativa que tenga una visión general sobre todas las historias que se pueden construir no solo en torno a la mujer sino a todo lo que compone el mundo literario, aseguró la escritora portuguesa Lídia Jorge, uno de los personajes lusitanos que estarán presentes durante la 48 Feria Internacional del Libro de Buenos Aires del 25 de abril al 13 de mayo, que tiene como invitada a la ciudad de Lisboa.Jorge, una de las escritoras más premiadas y reconocidas de la llamada “Generación post 25 de abril” -fecha en la que en 1974 la llamada Revolución de los Claves llevó al derrocamiento de la dictadura militar en Portugal-, afirma que en el mundo literario actual las nuevas generaciones de autoras no deben sentir “desprecio” por sus antecesoras, ni pensar que es tiempo de que dejen el campo libre para plumas más jóvenes, sino tratar de conocerlas mejor para tejer lazos solidarios en los que ayuden a difundir el trabajo de unas y otras.“Uno tiene siempre raíces y es importante, para crear una mirada, no simplemente mirar adelante diciendo ‘ahora es mi tiempo’ porque su tiempo siempre será una mezcla con el tiempo que acaba de ocurrir”, expresó en diálogo con Infobae en Lisboa, donde hizo un llamado a voltear hacia lo humano en un mundo cada vez más en conflictos de todo tipo: bélicos, sociales, económicos, climáticos y culturales.La “hermandad” antimachista con América LatinaLa escritora repasa su carrera, marcada por premios y un compromiso con la memoria histórica. Para la autora, una persistente candidata al Premio Nobel de Literatura, este entendimiento entre las distintas generaciones de creadoras es un primer paso hacia la construcción de un gran puente que ayude a lograr un mejor entendimiento pero también a una defensa del feminismo.Aunque cuando se habla sobre la situación actual de la mujer, para Lídia Jorge es difícil hacer una comparación entre Europa y América Latina, pues existen contrastes y similitudes marcadas no sólo por la diferencia geográfica sino también por el nivel de desarrollo y acceso a la educación que tiene en cada país, no obstante, un punto de unión es que en ambos lados del océano Atlántico existe la necesidad de hablar abiertamente sobre el feminismo.“Del punto de vista del arte, del punto de vista del cine -principalmente en América del Sur-, tiene una mirada muy fuerte, muy capaz de denunciar el machismo que existe, la represión”, expresó. En este aspecto consideró el feminicidio, un delito que golpea a distintos países de América Latina, como algo horrible e inaceptable.Para la portuguesa, la defensa de la mujer puede constituirse como un puente que una a las escritoras de Buenos Aires y Lisboa, que ayude a tejer una relación más sólida entre las voces que han hecho escuchar los abusos para así integrar un grupo de “grandes compañeras que cada quien desde donde pueda tome cosas de las otras y que las otras tomen cosas de ella”.Se dijo dispuesta a compartir historias de mujeres que lograron un cambio en su país como la de las autoras de Nuevas cartas portuguesas (Maria Isabel Barreno, Maria Teresa Horta y Maria Velho da Costa, conocidas como las Tres Marías) quienes en plena dictadura fueron encarceladas acusadas de haber escrito un libro pornógráfico cuándo únicamente plasmaban su sentir y punto de vista en relación a una serie de situaciones personales, sociales y políticas, entre otras.“En Portugal el libro y las mujeres han marcado claramente la denuncia y el anuncio de cómo se puede ser libre y lo han hecho desde el punto de vista social y del lenguaje. Con el lenguaje corporal han hablado del deseo femenino, han creado toda una apertura y libertad”, agregó.La importancia de la memoriaLa autora hace un llamado a la solidaridad entre escritoras para difundir sus obras. Nacida en Boliqueime, en el Algarve, en 1946, Lídia Jorge es considerada hoy en día una de las autoras más influyentes de su país. Fue testigo de los últimos años de guerras independistas en Angola y Mozambique en los que ejerció la docencia. Su primer libro O Dia dos Prodígios (1980) está considerado como un parteaguas en la nueva literatura portuguesa.Egresada de filología romántica, que estudió en la Universidad de Lisboa, ha recibido a lo largo de su carrera una serie de premios y reconocimientos en su país y el extranjero entre los que se pueden mencionar el Jean Monnet de Literatura Europea en 2000, el Grande Prémio de Romance e Novela APE/DGLB en 2002, el premio internacional Albatros de Literatura, de la fundación Günter Grass, en 2006 y el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, que le fue concedido en 2020.Algunos títulos de Lidia Jorge en español.Una de sus obras Misericórdia (Misericordia) está considerado como una de los más audaces en la literatura lusa de los últimos tiempos. La obra está centrada en Alberti, una mujer de avanzada edad que vive en un asilo donde reflexiona sobre el bien y el mal de su existencia. El texto fue inspirado por su madre, quien murió de COVID-19 en una casa de retiro, y quien le pidió escribir sobre la misericordia.La autora tiene lazos con Argentina: su padre vivió en este país y su única hermana también nació en estas tierras. A lo largo de su carrera ha publicado tanto novela como relato y de entre su obra traducida al español habría que destacar títulos como Los memorables, La costa de los murmullos y La instrumentalina. En sus libros también examina las secuelas del pasado colonial y las luchas por la independencia.Como parte de sus actividades en la Feria, el 4 de mayo junto con Jorge Sigal encabezará en el Pabellón de Lisboa el diálogo “Literatura y poder” en el que los dos autores debatirán sobre cuestionamientos como ¿Por qué las novelas, la poesía, los ensayos incomodan a los regímenes autocráticos? ¿Qué puede hacer la literatura para generar tantos miedos? ¿Y por qué también parece ser motivo de muchos temores en regímenes democráticos y libres, donde algunos proponen cambiar términos y expresiones en obras literarias para no ofender las sensibilidades de los lectores? ¿Qué debe proponer la literatura? ¿Y qué no?

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Una pasión de verano: Borges le dedicó al mar su primer poema publicado… pero después lo destruyó

No fue fácil tener este poema. Jorge Luis Borges lo escribió, le escribió al mar, cuando tenía 22 años pero después, como suele pasar, no lo reconoció, no se vio en él, lo destruyó con todos los poemas que había escrito entonces y que formaban un libro titulado Los salmos rojos o Los ritmos rojos.Eran unos veinte poemas en los que -sí, Borges- elogiaba a la Revolución Rusa y le cantaba al pacifismo.Habrá estado feliz, sin embargo, cuando le publicaron Himno al mar en la revista Grecia, de Sevilla, el último día de 1919. Era la primera vez que una obra suya salía impresa. Habrá estado tan feliz como para haberlo recogido en aquel libro luego repudiado.Muchos años más tarde, en 1970, Borges daría una conferencia, en inglés, en la que volvería sobre su Himno al mar. “Intenté con todas mis fuerzas ser Walth Whitman”, contaría allí.”Grecia”, la revista en que debutó Borges.¿Lo suyo era el mar? Borges no lo creía. En 1970, decía: “Hoy, apenas pienso en el mar, o incluso en mí mismo, como hambriento de estrellas” (en el poema habla de “sed” de estrellas). Sin embargo, explicaba: “cuando llegué a Madrid meses después, como éste era el único poema que había impreso, la gente de allí me consideraba un cantor del mar”.El poema está dedicado a Adriano del Valle, por entonces redactor-jefe de la revista Grecia y amigo de Jorge Luis y de su hermana Norah. Del Valle comentaría después sobre Borges: “Admirador fervoroso de Walt Whitman, también él parecía soportar sobre sus hombros inclinados todo el peso de los orbes líricos del viejo cantor americano”.”Rythmes rouges”, el libro que recupera los poemas de Borges.
También hay, sin embargo, algo autobiográfico en Himno del mar. Borges nadaba, así se lo contó a su biógrafo, Emir Rodríguez Monegal. Y así lo escribió en el Poema del cuarto elemento: “Has aplacado el ansia de las generaciones,/ Has lavado la carne de mi padre y de Cristo./ Agua, te lo suplico. Por este soñoliento/ Nudo de numerosas palabras que te digo,/ Acuérdate de Borges, tu nadador, tu amigo”.¿Cómo es que tenemos el poema completo, si lo destruyó? En los años 90, y con el visto bueno del escritor, el estudioso Jean-Pierre Bernès reunió trece poemas en un volumen que tituló Rythmes rouges y que editó Pleiade. Hoy se lo puede leer en Textos recobrados, 1919-1929.[”Textos recobrados” se puede adquirir, en formato digital, en Bajalibros, clickeando acá.]Himno al marPara Adriano del ValleYo he ansiado un himno del Mar con ritmos amplios como las olasque gritan;Del Mar cuando el sol en sus aguas cual bandera escarlata flamea;Del Mar cuando besa los pechos dorados de vírgenes playas queaguardan sedientas;Del Mar al aullar sus mesnadas, al lanzar sus blasfemias los vientos,Cuando brilla en las aguas de acero la luna bruñida y sangrienta;Del Mar cuando vierte sobre él su tristeza sin fondoLa Copa de Estrellas.Hoy he bajado de la montaña al valley del valle hasta el mar.El camino fue largo como un beso.Los almendros lanzaban madejas azuladas de sombra sobre la carreteray, al terminar el valle, el solgritó rubios Golcondas sobre tu glauca selva: ¡Mar!¡Hermano, Padre, Amado…!Entro al jardín enorme de tus aguas y nado lejos de la tierra.Las olas vienen con cimera frágil de espuma,En fuga hacia el fracaso. Hacia la costa,con sus picachos rojos,con sus casas geométricas,con sus palmeras de juguete,que ahora se han vuelto lívidos y absurdos como recuerdosyertos!Yo estoy contigo, Mar. Y mi cuerpo tendido como un arcolucha contra tus músculos raudos.Sólo tú existes. Mi alma desecha todo su pasadoComo en nórtico cielo que se deshoja en coposerrantes!Oh instante de plenitud magnífica;Antes de conocerte, Mar hermano,Largamente he vagado por errantes calles azules con oriflamas de farolesY en la sagrada media noche yo he tejido guirnaldasDe besos sobre carnes y labios que se ofrendaban,Solemnes de silencio,En una floraciónSangrienta…Pero ahora yo hago don a los vientosde todas esas cosas pretéritas,pretéritas… Sólo tú existes.Atlético y desnudo. Sólo este fresco aliento y estas olas,y las Copas Azules, y el milagro de las Copas Azules.(Yo he soñado un himno del Mar con ritmos amplios como las olas jadeantes.)Ansío aún crearte un poemaCon la cadencia adámica de tu oleaje,Con tu salino y primeral aliento,Con el trueno de las anclas sonoras ante Thulés ebrias de luz y lepra,Con voces marineras, luces y ecosDe grietas abismalesDonde tus raudas manos monjiles acarician constantemente a losmuertos…Un himnoConstelado de imágenes rojas, lumínicas.Oh mar! oh mito! oh sol! oh largo lecho!Y sé por qué te amo. Sé que somos muy viejos.Que ambos nos conocemos desde siglos.Sé que en tus aguas venerandas y rientes ardió la aurora de la Vida.(En la ceniza de una tarde terciaria vibré por vez primera en tu seno.)Oh proteico, yo he salido de ti.¡Ambos encadenados y nómadas;Ambos con una sed intensa de estrellas;Ambos con esperanza y desengaños;Ambos, aire, luz, fuerza, obscuridades;Ambos con nuestro vasto deseo y ambos con nuestra grande miseria!

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La enterraron con el traje de novia que nunca pudo usar: la mujer que le fue fiel hasta la muerte al caudillo Francisco Ramírez

Francisco Ramírez y el libro que cuenta la historia de amor.La madrugada del 22 de noviembre de 1880, en Concepción del Uruguay, Norberta Calvento tuvo un mareo. La proximidad del ropero de su aposento le permitió llegar hasta un frasco de colonia con el que perfumaba todos los días la esbeltez del cuello. “El peso de los noventa años” le pareció, al aspirar el aroma que desprendían los claveles cercanos depositados en un jarrón biselado, más apremiante que nunca. “No veré el próximo día”, pensó confusamente, antes de desplomarse en el suelo.Dos horas más tarde despertó. Reconoció a su cura confesor. A su lado estaban dos sobrinos de la familia y un médico. El religioso le dijo: “Mañana se te espera en la iglesia”. Norberta no contestó: miraba las últimas luces de la tarde reflejarse en los objetos lejanos. La voz del cura decía: “Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la Gracia del Espíritu Santo. Para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en su enfermedad. Amén”. Norberta Calvento cerró los ojos. No los volvería a abrir nunca más. Su conciencia, absolutamente desvinculada del universo, había encontrado el descanso. Sobre la frente, y en la proximidad del santo óleo, pusieron perfume de violetas. Al día siguiente, su cuerpo yacente, amortajado con el vestido de novia que nunca habría de ser usado en vida, encontraría refugio en el panteón familiar.Cuarenta y un años antes de la muerte de Norberta, un pequeño convoy fúnebre atravesó la calle principal de Concepción del Uruguay. Solamente siete vecinos acompañaban el tránsito del humilde cajón. Apenas unas horas antes, algunas personas compasivas habían velado el cuerpo todavía joven de una mujer llamada “La Delfina”. El pelo ya no era fulgurante como algunos años atrás, pero un gesto de abandonado descanso embellecía las facciones que la muerte, en un postrer esfuerzo, matizaría de un blanco azulino. Sobre el pecho de la mujer se habían colocado un escapulario de bronce y un rosario de cuentas. Una vieja casaca guerrera de color rojo vestía el torso todavía orgulloso.Panteón de Norberta CalventoEra una tarde anodina de 1839. Desde una de las ventanas de su casa Norberta Calvento observó la procesión mortuoria. Había esperado ese momento todos los días de los últimos dieciocho años. Lo había llenado de previsiones, poblándolo con la tristeza de jornadas insípidas y sin sol, y había rezado a cada uno de sus santos intercesores, prometiendo a cambio de sus oraciones, el sacrificio de una vida entregada a la caridad y el ayuno.En los árboles cercanos algunos pájaros retornaban a sus nidos. Norberta se sorprendió: de la visión del paso de la pequeña procesión surgía una débil bruma que difuminaba cada uno de los objetos situados en el semicírculo de su campo visual, haciéndolos parecer preciosos e inofensivos. En el cajón de madera cargado por cuatro hombres, no iba una enemiga, sino una mujer como ella misma, perecedera e inerme. Los humildes acompañantes del cortejo se convertían en cosas sujetas a “natura” y, como la muerta, cercanos al polvo y el olvido. La tarde misma, le recordaba los viejos sermones leídos alguna vez en un libro ahora perdido, y no la antesala de las sombras nocturnas enemigas del diario reposo. Cerró la ventana. Vio a través de los vidrios las últimas nubes fugitivas que se perdían para siempre en la sucesión vertiginosa de los días, recogió unos claveles exangües del gran vaso azul que coronaba la mesa principal y, poniéndose una chalina sobre los hombros todavía robustos, salió a la calle para seguir el cortejo y despedir con un último adiós a “La Delfina”.Libro “De pasión y de guerra”, de Juan Basterra[”De pasión y de guerra” se puede adquirir, en formato, digital, en Bajalibros, clickeando acá.]Dos mujeres y un hombre, Francisco Ramírez, “El Supremo Entrerriano”, vinculados por la historia, la tradición y la leyenda.De Ramírez se sabe mucho: caudillo bravío del federalismo argentino, aliado y después enemigo del oriental José Gervasio Artigas, guerrero inmisericorde en las innumerables contiendas en las tierras mesopotámicas, bonaerenses, santafecinas y cordobesas, fundador de la efímera “República de Entre Ríos”, y con una muerte una muerte apoteósica a manos de hombres comandados por sus antiguos aliados. Su cabeza cercenada, como símbolo y muestra del orgullo mancillado, sería exhibida en el Cabildo de Santa Fe hasta su desaparición definitiva.De las mujeres se conoce mucho menos: Norberta Calvento, hija de Andrés Narciso Calvento Galeano y de María Rosa Antonina González Martínez, había nacido en Concepción del Uruguay el 4 de julio de 1790. Integrante de una familia tradicional de la ciudad, recibió una educación esmerada a cargo de institutrices y religiosos. Ejecutaba piezas en el piano y algunos de sus numerosos hermanos fueron amigos del “Supremo Entrerriano”. La tradición habla de un compromiso matrimonial con el caudillo. En esto, como en tantas otras cosas acaecidas en el universo, la certidumbre es indemostrable.De “La Delfina” se sabe mucho menos que de Norberta Calvento. En el acta de defunción redactada el 28 de junio de 1839 en Concepción del Uruguay se la designa como “María Delfina”. No hay otros datos. Su origen admite muchas conjeturas: hija de un hombre perteneciente a la nobleza con el grado de “Delfín” en el Imperio de Portugal, Brasil y Algarbes, habría nacido en Río Grande hacia 1798, reza una de ellas. Otra de las conjeturas la hace porteña y le da como nombre María Delfina Menchaca. Guerrera enemiga de las tropas artiguistas, y posteriormente prisionera, fue fortinera de las tropas federales (llegando a alcanzar el grado de coronela), amazona bravía y amante de Ramírez. Por ella, el caudillo no cumpliría su compromiso matrimonial con Norberta Calvento. Acompañó a Ramírez en su último, definitivo y fatal combate en tierras cordobesas.Pancho Ramírez y Delfina.Muchos son los enigmas relacionados a la vida de ambas mujeres. La literatura puede servir (uno desearía eso, al menos) para rescatar, dar vida y relumbre a esas existencias lejanas y apagadas por siempre. Sirvan como ejemplo algunos versos que las inmortalizan:“Pero a la hora del jazmín abierto, sobre la reciedumbre de la tapia, vestida de novia estará siempre Norberta en el pretil de su ventana y oirá siempre en trote de los potros la quebrazón de un monte de tacuaras”.Delio Panizza (1893-1965), poeta entrerriano.“Ramírez, el caudillo enamorado”“Las cañadas y las huellasel trebolar y los pastos le están contando las horas a aquél supremo entrerriano. Atención, Pancho Ramírez, la muerte lo anda rastreando y para usted tiene el nombre del capitán Maldonado. Talonea tu fleje,Delfina míaamazona del viento,no te me canses.En rabiosos cuchillosde lejaníanuestro amor y la muertejuegan su lance.¿Dónde irán que no los pillen mi general de los gauchos que un día usó de palenque la misma Plaza de Mayo? ¿Dónde irán que no los pillen si el banderín colorado del pelo de su Delfinasu rastro está delatando? Ya regreso a tu gritoy en tu rescatemi caballo es un rayoy el campo es ancho.Nadie toque tu cuerpo nadie te matemuero oyendo tu grito de ¡Pancho, Pancho!recitado:Qué final Pancho Ramírez matrero y enamoradoen tu caballo de noviola muerte ya se ha enancado. cantado:Los sauzales de Entre Ríos te están llorando, llorando por quién murió defendiendo aquél amor rezagado.Emponchado de niebla sigo tu huellay mi sangre en los ceibos ha florecido.Montonero del cielo ya sin espuelasgalopando han de verme pero contigo.Ay supremo entrerriano Ay supremo entrerriano”.Félix LunaFichaTítulo: De pasión y de guerraAutor: Juan BasterraEditorial: BärenhausPrecio (en Argentina): En papel: $6800 Digital: $1000

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Dejó la física por la literatura, alcanzó el éxito con “La soledad de los números primos” y ahora escribe sobre bombas atómicas

Paolo Giordano: “Creo que todos hemos vivido atentados terroristas, el cambio climático, todos lo sabemos, pero ¿hemos experimentado la misma realidad?”. En Roma termina de llover y está saliendo el sol cuando Paolo Giordano se conecta para la entrevista. Hace ya quince años publicó su primera novela, La soledad de los números primos (2008), mientras cursaba su doctorado en física teórica. El éxito de aquel multipremiado primer libro lo desvió de la carrera científica para dedicarse enteramente a la escritura, tanto de ficción como de artículos periodísticos. Su novela más reciente, Tasmania, narra en primera persona, a la manera de un diario o de una crónica, los sucesos personales en la vida del protagonista, un exfísico que comparte iniciales, profesión y edad con el autor. “Es un hombre de cuarenta años –dice Giordano en diálogo con Infobae Leamos–, casado con Lorenza, una mujer mayor que él que tiene ya un hijo de una relación anterior. Él había puesto en el centro de su vida en aquel momento la idea de convertirse en padre, pero luego se da cuenta de que eso no va a suceder”.Como ocurre muchas veces en las parejas cuando termina algo en lo que han creído juntos, los personajes se preguntan si podrán continuar su relación. En el caso de PG, la crisis de pareja se combina con dudas respecto del trabajo, que en aquel momento consistía en una investigación para un libro sobre las bombas atómicas, y con el vínculo de amistad que mantiene con una periodista y con dos colegas del campo de la ciencia. La amistad y el trabajo lo llevan, a lo largo de las páginas, de Roma a Turín, a Barcelona, a una París sacudida por ataques terroristas y también a Hiroshima y Nagasaki. Cada uno de los vínculos aparece atravesado por eventos de la actualidad global del período entre 2015 y 2020, tales como el cambio climático, la contaminación, el conservadurismo, la desigualdad salarial, el feminismo y la invisibilización de las mujeres en el campo científico, la cultura de la cancelación, la agitada “vida” en las redes sociales e inclusive el suicidio en la juventud. [Los libros de Paolo Giordano pueden comprarse en formato digital en Bajalibros clickeando acá]“Hay [también] muchas nubes en Tasmania –prosigue el autor–. Son formas en las que proyectamos fantasías, donde vemos caras de animales en la infancia. Tienen un significado científico porque… uno de los efectos que se estudian sobre el cambio climático es el cambio de las nubes. Y esto me ha impactado”. Se refiere a uno de los amigos del protagonista, el científico Jacopo Novelli, que, en efecto, ha descubierto en el estudio de las nubes una de las claves para comprender el cambio climático. Este personaje, sin embargo, no logra comprender otros fenómenos, más cercanos y tangibles.En el marco de esta gran crisis planetaria, el protagonista no admite la posibilidad de renunciar a un deseo y vive por lo tanto sumido en contradicciones. Tasmania no propone conciliarlas, sino que, a través de la historia y los personajes, busca atravesar de alguna forma este momento, que considera como el inicio de un cambio profundo, quizá una catástrofe o tal vez una oportunidad. “Cuando cursaba todavía el doctorado en física teórica, me ocupaba de una especialidad que se llama fenomenología, la descripción de los fenómenos. En Tasmania quise hacer lo mismo, limitarme a describir las partículas físicas de los fenómenos de la existencia hoy, que es algo bastante difícil”, dice.-Dejaste la física después del éxito de tu primera novela. ¿Se puede decir entonces que en tu propia vida personal, al igual que en Tasmania, las decisiones están atravesadas por los acontecimientos de la realidad?-Es verdad. En efecto, estamos en una época en que tendemos a darle mucha importancia a nuestra voluntad, a imaginar los procesos de nuestra vida como una acción de nuestra voluntad. En realidad, los eventos externos muy a menudo nos golpean y modifican nuestra vida más profundamente de lo que estamos dispuestos a aceptar. En Tasmania quise contar cómo los acontecimientos del presente global modifican íntimamente la vida de los personajes. Paolo Giordano: “Estamos en una época de cambios e impermanencia. Me asusta un poco, pero también es interesante, puede convertirse una oportunidad”. (Geraint Lewis/Shutterstock/)-También hay una interacción entre la actualidad y la realidad, considerando que se trata de dos cosas distintas: por un lado, la actualidad, tal como se presenta en la información y, por el otro, la realidad de la experiencia propia.-Es muy interesante lo que dices porque es verdad que, sobre todo hoy, hay una diferencia profunda entre la realidad y la actualidad. La actualidad que vemos y en la que participamos no es siempre una realidad. Cada uno vive una actualidad que es un poco diferente de la de otras personas aunque sean muy cercanas. Si recibimos diferentes noticias y redes sociales en el teléfono, por ejemplo, la actualidad que vemos puede ser completamente diferente de la que experimenta otra persona, incluso en la misma familia. Creo que todos hemos vivido atentados terroristas, el cambio climático, todos lo sabemos, pero ¿hemos experimentado la misma realidad? Esa pregunta me parece más y más importante.-En la novela entonces la escritura y la experiencia personal están totalmente ligadas, por ejemplo, cuando el personaje entrevista a un sobrevivientes de Nagasaki y después asiste a la ceremonia por el aniversario de los bombardeos. Si bien el relato ocurre en el marco de la ficción, puede leerse como un testimonio.-Eso es absolutamente real, se puede considerar como un episodio periodístico en el libro. Yo nunca fui verdaderamente periodista, pero trabajo para un diario [Corriere della Sera] hace quince años, donde siempre he publicado diferentes editoriales, críticas, reportajes y muchas entrevistas. Las novelas para mí pertenecían a un terreno diferente. Con Tasmania, sin embargo, me pregunté por qué, ya que es el género que permite colapsar todas las maneras de escribir en el mismo lugar. Esto pasa en nuestra vida y en Tasmania hay muchas formas de escribir. Todo lo que refiere a Hiroshima, el testimonio de Terumi Tanaka y el viaje a Japón, todo eso es como un reportaje. -También entiendo que la realidad entra en la ficción cuando los dos personajes empiezan a mirar videos de decapitaciones. En esas imágenes se manifiesta una realidad que es irreversible, permanente y que, de alguna manera, circuló como una forma de información muy accesible. ¿Sería otra manera en que la realidad se filtra hacia la ficción?-Creo que tiene más que ver con la realidad que llega a nuestras vidas últimamente. Piensa en los en los videos que han llegado a nuestras casas, los de la masacre de Hamás y los de Gaza, el campo de refugiados. La vida en el presente es una locura en ese sentido. En 2016, muchos de nosotros mirábamos esos videos de decapitación que eran propaganda de ISIS y fueron reales. Entonces, creo que lo que un novelista puede hacer hoy solamente es intentar manejar todo eso porque cada uno funciona en esa realidad incontenible. Yo traté de acoger estas situaciones e incluirlas en el libro para tratar de entender qué es nuestra vida en este momento. -El recorrido que hace el narrador siempre está atravesado por dudas y cambios que van de la crisis climática a los desplazamientos de poblaciones por catástrofes naturales o guerras. Al final encuentra lo permanente en la radiación, en sus efectos tanto negativos como positivos. Es decir, ¿lo permanente no necesariamente implica la supervivencia? -Para el libro es muy importante lo que es permanente y lo que no. Entre las cosas importantes en la novela se encuentran las nubes, que son lo más impermanente que hay, cambian cada vez que uno mira al cielo. Eso me parecía justo en una época como esta, de cambios radicales, muchos de los cuales no queremos ver o aceptar, seguimos con un pensamiento “gradualista”, como dice [el personaje de] Novelli. Estamos en una época de cambios e impermanencia. Me asusta un poco, pero también es interesante, puede convertirse una oportunidad. Paolo Giordano: “He dejado de ser experto en algo, para volverme experto en nada, eso es el escritor para mí”. (Shutterstock)-En el libro hay diferentes personajes, científicos, periodistas, todos atravesados por algún tipo de crisis personal o laboral, entre ellos, también un cura católico que piensa en dejar la iglesia. ¿Qué rol juega la espiritualidad en este contexto?-Casi todos los científicos que conozco desarrollan algún tipo de espiritualidad, no necesariamente ligada a la religión, que es permeable a toda la ciencia. Lo que sucede en Tasmania es que cualquier forma de fe, sea una en un dios, en la ciencia, los datos o la familia, todas fallan, todos se sienten quebrados por la fe. El protagonista se quiebra también en la fe que tenía en escribir el libro sobre la bomba o sobre su idea de tener hijos, pero al final encuentra una esperanza nueva en los restos que han dejado las diferentes formas de fe. -¿Entonces el libro funciona como testimonio de un momento?-Por eso hay un epígrafe al inicio, una línea de una canción de Bright Eyes que dice “Would you agree times have changed?” (”¿Estás de acuerdo con que los tiempos han cambiado?”) Eso fue una guía para mí y entonces es un testimonio de los primeros años en que las cosas han empezado a cambiar de manera muy radical en muchos niveles de la vida. -El personaje de Novelli, el científico que estudia las nubes, parece descifrar a través de ellas las claves del presente. Sin embargo, escapan a su comprensión otros fenómenos más cercanos y tangibles.-Él entiende muy bien un cambio importante de su tiempo, que es el cambio climático, está concentrado en eso, conoce los datos y la ciencia, pero no llega a comprender otros cambios que tienen lugar al mismo tiempo, el cambio de relaciones de poder entre los géneros. Para mí es muy interesante cómo hay personas que son muy instruidas, saben muchas cosas, pero no entienden de verdad el tiempo en que viven. Novelli es un poco así: entiende algunos cambios, pero con otros tiene muchos problemas. -¿Es un problema típico de las personas que estudian muy específicamente un tema científico?-Estamos todos muy especializados en algo, no es una época de comprensión de lo que pasa y eso para mí empieza a volverse un problema: todos somos expertos en algo, pero también vivimos en un mundo que entendemos menos y menos cada día. Los escritores en este sentido son un poco diferentes. Hay en Tasmania una conversación ficcional con mi padre en la que yo he dejado la física, o sea, he dejado de ser experto en algo, para volverme experto en nada, eso es el escritor para mí y por eso es alguien que puede mirar un poco la unidad y las zonas de intersección entre las cosas. “Tasmania” (fragmento)[”Tasmania” puede comprarse en formato digital en Bajalibros clickeando acá]Elon Musk, dije, ha renunciado a una serie de iniciativas para protestar por la decisión de Trump. Novelli hizo una mueca. Olvídese de Elon Musk.Los Elon Musk no pintan nada. A ellos no les pasará nada. Están preparándose para cuando llegue la catástrofe. Se construyen búnkeres y naves espaciales, se arman y se compran terrenos adonde se irán y vivirán seguros.¿Dónde se compraría usted un terreno? Para salvarse, me refiero.Yo nunca haría eso.Pero si tuviera que hacerlo. En caso de Apocalipsis.Novelli reflexionó unos segundos y dijo: En Tasmania. Está situada lo bastante al sur para escapar de la temperaturas extremas. Tiene grandes reservas de agua dulce, es un estado democrático y una zona en la que no viven depredadores del ser humano. No es una isla pequeña pero no deja de ser una isla y, por tanto, es fácil de defender. Porque habrá que defenderse, créame.Sí, añadió con más convicción, si tuviera que elegir un lugar donde refugiarme, elegiría Tasmania.Al día siguiente me llamó para quejarse del titular de la entrevista: «La América de Trump nos condena». Según él, era derrotista y daba demasiada importancia a Estados Unidos. Se negaba a creer que yo no tuviera ninguna responsabilidad. Y, de manera un tanto contradictoria, se quejó de que hubiera suavizado algunas de sus afirmaciones. Pero tras este breve desahogo, que me pareció más que nada una excusa para comentar la jugada, se tranquilizó e incluso me concedió que, en general, la entrevista no estaba mal. Su retrato, que ocupaba buena parte de la página, lo había satisfecho particularmente.En el curso de aquella conversación telefónica pasamos por fin del trato de usted al tuteo. Y a partir de aquel día nuestro contacto a distancia se intensificó hasta hacerse muy frecuente. Correos electrónicos, mensajes y no pocas llamadas telefónicas, porque a Novelli le gustaba hablar por teléfono.Me llamaba a las horas más intempestivas y sin motivo aparente, sin fingir siquiera que hubiera un motivo, muy al contrario, diciéndome sin ambages que me llamaba porque tenía ganas de charlar un rato.Creo que quise ser su amigo desde el principio, desde que nos conocimos en la calle Monge. Y creo que también Novelli, pese a su actitud huraña, buscaba compañía. Si no, no se explicaría que nuestra relación progresara tan rápidamente.De él me atraía la inteligencia en sentido amplio, o, mejor dicho, el modo estricto con que aplicaba la inteligencia. Pero no era solo eso. Me gustaba por algún motivo que iba más allá de las ideas, más allá de nuestra condición común de físicos y de la preocupación compartida por el calentamiento del planeta. Su físico tenía mucho que ver. El factor corpóreo suele infravalorarse en las amistades masculinas, pero en muchas de las mías ha desempeñado un papel fundamental. Novelli no era una excepción: la cara redonda, los ojos oscuros y brillantes, el tronco no exactamente gordo pero sí relleno, lo que se notaba más con las camisas pegadas que gustaba de ponerse. Estudiaba las nubes pero parecía mucho más plantado en la tierra que yo, y esto me transmitía una sensación de cosa concreta que me venía muy bien en aquel momento de mi vida.Pero nuestra relación también se vio favorecida por diversas circunstancias: aquella misma primavera, Lorenza y yo nos encontramos de pronto solos. Alma y Fabrizio, los únicos amigos comunes que habían resistido al paso de los años —estábamos con ellos la noche del Bataclan y pasamos con ellos muchas noches más que en la memoria se confunden—, desaparecieron de pronto de nuestras vidas, dejándonos entre desconcertados y humillados.Quién es Paolo Giordano♦ Nació en Turín en 1982, donde estudió física y se doctoró en física teórica. En la actualidad, se dedica a la escritura de novelas y colabora con el diario Corriere della Sera♦ En 2008 publicó su primera novela, La soledad de los números primos, que obtuvo el Premio Strega, el Premio Campiello a la mejor opera prima y el Premio Fiesole de narrativa. El libro vendió más de un millón de ejemplares y se tradujo a treinta idiomas. En 2010 se estrenó la adaptación una adaptación cinematográfica dirigida por Saverio Costanzo♦ Entre 2010 y 2012 se desempeñó como escritor con el ejército italiano en Afganistán.♦ Es autor de libros como La soledad de los números primos, El cuerpo humano, Como de la familia, Conquistar el cielo y En tiempos de contagio.

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El regreso de “Falsa calma”, de María Sonia Cristoff: historias de vida, fracasos y resistencia en la Patagonia

La escritora argentina María Sonia Cristoff (Trelew, 1965) viene construyendo desde hace años una obra sólida y sin estridencias. (Foto: Gabriel Diaz)María Sonia Cristoff nació en Trelew, en 1965. Graduada en Letras en la Universidad de Buenos Aires, es autora de las novelas Mal de época (nominada al Premio Medici de Francia en 2022), Inclúyanme afuera, Bajo influencia, Desubicados y Derroche, que recientemente fue incluida en la long list del Premio Filba Medifé, que premia a la mejor novela publicada en 2022. Compiló los volúmenes Acento extranjero, Patagonia, Idea crónica y Pasaje a Oriente. Dicta clases en la Maestría de Escritura Creativa de la UNTREF.Random House acaba de reeditar su libro Falsa calma, que en principio podríamos llamar libro de crónicas pero que es mucho más que eso. Originalmente publicado en 2005, el libro está dividido en diez capítulos o historias que surgen a partir de un regreso: el de la narradora a su territorio original, veinte años después de haberlo dejado para viajar a la Capital.Te puede interesar: De boca en boca: cartas desde el más allá, una hija de anarquistas y un chancho salvaje en “Derroche”, la novela de María Sonia CristoffLarguísimas caminatas por la Patagonia y las calles polvorientas de pueblos fantasmas o agonizantes; tardes de lectura o de intento de lectura en bares solitarios, historias de vida y de poblaciones que son mayormente relatos de fracasos y frustraciones pero también de resistencia. No son crónicas periodísticas sino literarias; textos híbridos que trabajan voces o hechos reales con los recursos y las estrategias de la literatura. Me gusta el modo en que la periodista Silvina Friera definió esas operaciones y procedimientos narrativos de Cristoff como “una suerte de dialéctica de la apropiación y la expropiación de voces y géneros”.Lo que sigue es la reproducción y edición de la charla que mantuvimos en Radio Nacional, semanas atrás, en la cual la escritora argentina -que desde hace años viene construyendo una obra sólida y sin estridencias- recuperó la memoria del tiempo en que produjo Falsa calma y habló también de un punto central para cualquier escritor pero sobre lo que no se habla tanto, al menos en esta época: para qué escribir.“Escribo porque tengo la necesidad rotunda de proponer otro modo de vida”, dirá en un ratito. También dirá que escribir le permite entrar en “una lógica diferente a la del mundo”, una lógica infantil en la que hay menos encasillamientos y más juego con mezcla de materiales, placer y la posibilidad de mancharse.La versión original de “Falsa calma” se publicó en 2005.— Me pregunto y trato de pensar cómo se leyó cuando se publicó Falsa calma originalmente, cuando no existían los teléfonos inteligentes, el tiempo del trabajo era otro y también el tiempo personal era otro, y cómo se puede leer hoy.— Verdad. Yo misma por ahí pensaba un poco esta cosa de Pierre Menard: el mismo texto y cómo lo cambia su lectura de época. Y, la verdad, es impresionante todo lo que ha pasado en estos 20 años. Entonces, cuando vos decís que el tiempo era otro es verdad, porque yo estuve cinco años escribiendo ese libro. Y cinco años de ir, de viajar. En el libro eso no se ve.— Me decís que se lee como que podría haber sido todo en el mismo viaje pero que no lo fue.— No, para nada. Hice cinco viajes y con estadías increíbles y en lugares rarísimos. Bueno, en algunas de las crónicas cuento las estadías, como el capítulo en el que cuento que en un lugar no había ni dónde quedarse y entonces me quedé en la escuela.— La estadía en la escuela con las chicas me encanta.— Sí, a mí también me alucinó. Me alucinó. Entonces, digo, también el tiempo de uno para escribir era otro. Yo igual siempre me tomo muchos tiempos pero quizás ahora, en los últimos años, le doy más tiempo por ahí al trabajo de escritorio, ¿no? Antes, para es libro, fue mucho tiempo de estar en el lugar. Porque además está la paradoja de que yo, patagónica como soy, no conocía ninguno de esos lugares a los que fui para este libro porque antes hice como un rastreo, viste.— Eso te iba a preguntar: buscaste a dónde ir.— Busqué. Busqué. Busqué. Sí, busqué muchísimo y descarté enorme cantidad de pueblos. O sea, no tiene nada que ver con el azar aquellos lugares con los que me quedé.— El libro se compone de diez capítulos en los que hay un personaje central. El tema del trabajo parece clave en tu obra, de hecho es el gran tema de tu novela Derroche, en la que hay una crítica feroz al sistema extractivista y de explotación con el que nos ganamos la vida la mayoría de los humanos. Y en Falsa calma también es un tema porque las historias suceden a comienzos del siglo XXI, en un momento histórico central para el cambio en las formas del trabajo. Y tus textos están atentos a eso.— Absolutamente. Decías que cada uno de los capítulos tiene como un personaje central, ¿no? Ahora lo veo más casi como una concatenación de retratos te diría.— Hay algo de eso, sí.— Y todas esas vidas fantasmales y medio beckettianas en gran parte han quedado así por las condiciones laborales que cambiaron. Cambiaron porque muchos de esos pueblos eran pueblos que nacieron con el petróleo próspero y después, con las privatizaciones de los 90, muchos personajes es como si los hubieran corrido o directamente sacado de la sede donde se paraban.Con los cambios en la forma del trabajo de los 90, a comienzos de este siglo, en la Patagonia “mucha gente estaba muy aturdida, como si los hubiera agarrado una especie de desastre natural”, dijo Cristoff en un estudio de Radio Nacional.— ¿Y decidieron reeditarlo por lo de Vaca Muerta, por el gasoducto? Porque es notable cómo la propia historia hace leer estos textos de otro modo.— Es verdad, no lo había pensado así pero sería bueno, ¿no? Sería bueno que se vea que lo que se presenta como una gran esperanza en realidad es una forma del martirio para las personas, que es lo único que nos debería importar. Las personas, la naturaleza, los animales. Quiero decir, las especies que vivimos en común. Pero hay una cosa muy oscura en ese sentido y a mí me interesa pensar esa oscuridad muy ligada al mundo del trabajo y a las condiciones materiales en las cuales se dan esas cosas en esos pueblos patagónicos donde deja de venir el tren que venía, donde el petróleo deja de ser estatal y entonces las privatizaciones hacen un desastre absoluto. A personas acostumbradas a vivir décadas en esa cultura del trabajo estatal, que te organizaba la vida entera, les sacaron todo eso y les dieron como si te dijera un “manualcito de emprendedurismo”, que ya sabemos que es de una calaña espantosa. Bueno, la verdad es que mucha gente estaba muy aturdida, como si los hubiera agarrado una especie de desastre natural. Entonces yo no quería llevar tanto la cosa al desastre natural ni mucho menos a esa cosa que se supone de la Patagonia como un poquitito estetizada como que, bueno, la gente es rara, o habla poco, o habla mucho.— O habla mucho sola (risas).— Sí, habla mucho sola. Sí. Bueno, en realidad…— Eso también (risas).— Eso también.— O el viento, que se escucha más que las voces. Todo eso.— Exacto, y dale que va. Entonces, quiero decir que para mí una de las maneras que tuve o que por lo menos intenté de evitar cristalizar los mitos patagónicos era entrar por el mundo del trabajo. O sea, no quería entrar por una Patagonia estetizada porque en realidad todo te lleva a eso, entendés. Yo ahora te acabo de decir no quiero tal cosa pero después te puedo hacer un listado de gente que en realidad en la Patagonia no habla nada o habla de más, sola.— Sí, en el libro, de hecho, hay personajes así. Pienso en ese personaje que no habla o que no responde cuando lo van a buscar, aunque está ahí. Hay montones de excentricidades de ese tipo. Pero me interesaba mucho esto que te mencionaba al comienzo en relación a cómo se puede leer hoy tu libro y me decías que vos misma lo estás leyendo de otro modo. Porque por ejemplo, el vínculo con los animales o la mirada sobre los animales que vos tenés en tu obra acá ya estaba pero me imagino que cambió mucho en estos años.— Sí, bueno, muchísimo. Y además ahí, habría tanto que decir precisamente acerca del desastre que fue la introducción de las ovejas, que se supone que es un mito patagónico porque es verdad que fue una industria que sostuvo a la población durante muchos años. Esa es toda una historia en sí misma. Vos sabés que es un libro donde no tengo tan presente como en todos los otros la presencia animal.— Pero están los perros, por ejemplo.— Ah sí, sí.— Están los teros.— Sí, sí. Claro. Pero aparecen de otro modo.— Amenazante.— Es verdad, es verdad. Porque después se han convertido en mis cómplices en las novelas. Sí, pero es verdad, sí, sí. Bueno,l o de los perros es tal cual. En realidad, te digo, absolutamente todo es tal cual. Hay un solo capítulo que el personaje es una invención pero no sus condiciones de trabajo, que es lo que más me importaba. Y la locura que deviene, ¿no? El recorredor nocturno.— Ah, sí.— Pero bueno, el personaje en sí mismo sí es una invención, como quien inventa un cuento. Es lo único que es una invención. Todo lo demás existió. Y esos perros… existieron tremendos perros ahí, en Cañadón Seco, y me pasó algo parecido. Yo veo perros y ya me siento feliz pero después se me convirtieron realmente en una amenaza y me sirvieron mucho para hablar un poco de qué nos pasa a las cronistas con el material. Cómo el material a veces te abre las puertas y a veces te las cierra, te escupe y te amenaza.Cristoff utiliza la imagen de “la antena” para referirse a su trabajo con los testimonios de las personas con las que intercambiaba en los pueblos que visitaba.— Eso aparece todo el tiempo porque hay persona que te dicen ya que alguna vez hablaron con alguien y ahora tienen reticencia a hablar. Me interesa mucho el modo en que la narradora se apropia de las voces de los que le están contando su vida.— Es que es verdad. Para mí es un punto central el que estás marcando porque éste es el tema también, que es una de las cuestiones cuando vos trabajas ahí a partir de testimonios: las voces de los otros. Yo eso lo pensé muchísimo porque podría haber reconstruido esa voces, pero me dio, a ver cómo te lo puedo decir, me dio cierto temor al naturalismo. Digo “ay bueno, ahora voy a poner cómo me habla este paisano y voy a poner los apóstrofes”. Entonces, digo, “voy a hacer como una gauchesca anacrónica”. Y por ese lado no me interesaba. Hay un momento del prólogo que para mí es crucial en el que estoy diciendo “miren, ojo, esta es mi voz, están son las modulaciones de una escritora que a esta altura de su vida es muy urbana y que ha leído mucho”. Porque eso a mí también me dio mucha libertad. Cuando digo que yo me quedaba sentada ahí, eso es verdad; me quedaba sentada y me pasaba muchas horas ahí y, de alguna manera, me convertí como en una especie de antena.— Una médium.— Sí, sí, sí. Y sí, tal cual.— Lo de la antena es una buena imagen.— Sí, sí. Entonces, yo lo que quería era que se mezclaran. Porque, de hecho, hay una mezcla de voces. Por supuesto que están las historias de ellos y ellas pero, sobre todo, hay un montón de dichos y observaciones que yo no hubiera hecho jamás. Quiero decir que ahí hay mucho que viene de ellos más allá del contenido de sus historias. Entonces ahí apelé a esa idea de la antena, a la idea del muñeco del ventrílocuo. También para quitar un poco esa cosa de la voz tan preponderante de la cronista. De alguna manera es como soy habitada por esas voces y no quiero ejercer tanto el control. Tampoco quiero decir que no lo ejerzo, por supuesto que quienes escribimos tenemos la última palabra.— Sí, en contra de la idea de “la voz de los que no tienen voz”.— No, no, justamente ese lugar paternalista y tan urbanocéntrico, no.— ¿Pensás que hoy podrías hacer todos estos viajes y podrías tomarte todo este tiempo para escribir un libro como éste? ¿O es un libro de su tiempo?— Yo creo que lo podría hacer igual porque, de hecho, a mi manera lo hago. Digo, ahora, por una novela que estoy escribiendo, quiero ir a la meseta de vuelta, que es parte de lo que está acá, y entonces voy. O sea, cuando escribo me encuentro haciendo cosas absolutamente innecesarias permanentemente. Todo el mundo me dice: “pero qué necesidad”. Bueno, una necesidad que pasa por algún lugar de mis entrañas. Porque es como dejarte llevar un poco. Es muy linda esa experiencia de dejarse llevar, ya que en todos los otros órdenes es tan poco aconsejable (risas).— Hablás de dejarse llevar, de hacer esos viajes que de pronto no son absolutamente indispensables y eso está muy relacionado con tu pasión por caminar, ¿no? Me imagino.— Sí, bueno, tal vez sí, qué sé yo. Sí, es una necesidad. Te digo que son pulsiones. Tengo, por ahí, una cosa muy disciplinada por fuera de la escritura; me veo permanentemente reprimiendo impulsos, necesidades, deseos, entonces, cuando voy a la escritura, no lo hago. Estoy muy atenta a la forma pero desde un lugar muy placentero, en el sentido de una conexión con una lógica que no tiene que ver con la lógica del mundo. En gran parte yo escribo por eso, como para realmente estar en otra lógica, ¿no? Porque digo, la lógica del mundo se ha puesto muy coercitiva, muy tanática. Está complicado. Todo el mundo está estresadísimo, haga lo que haga o deje de hacer lo que deje de hacer. Cada vez la gente está más sola, además de la pobreza y otros problemas.Cristoff. “Yo siempre también confío en lo que no está del todo dicho, necesariamente. En que un libro te transporte a otro modo de encarar el mundo”. Tapa de la novela “Derroche”.— Claro, no es solo la crisis económica, es una crisis cultural profunda.— Claro, sí, cultural y emocional. O sea, nadie quiere terminar de asumir la relación directa que hay entre economía y sentimiento porque, obviamente, no les conviene a los pocos que dominan el mundo. Pero está claro que es un hecho. Entonces, como afortunadamente he hecho todo lo que tenía que hacer en la vida para poder dedicarle cuatro horas al día, tres, cinco, según los días, cuando voy a la escritura es como que todas esas lógicas desaparecen y hay mucho de derroche, en el sentido de leer lo que quizás no es tan necesario. De irme por las ramas. Hacer ese viaje. Tomar nota. Hacer setenta y dos entrevistas para después quizás usar una y media. Pero hay algo de todo eso que me hace ir entrando en otra lógica y, por ende, en otra atmósfera, que espero que de alguna manera aparezca en la escritura, de una manera extraña. No sé, yo siempre también confío en lo que no está del todo dicho, necesariamente. En que un libro te transporte a otro modo de encarar el mundo y que, quizás, ese modo esté más en la respiración de la frase, en el aire que hay entre párrafo y párrafo, en lo que, por ahí, algún personaje hace tangencialmente.— En el detalle.— Sí, en el detalle o, digo, entrar claramente en otra lógica. Por ejemplo, en todas mis novelas hay un personaje que está o a disgusto con el mundo o planeando sabotajes.Te puede interesar: Un tanque en una casa, una banda de rock y una utopía setentista para “dinamitar” la literatura: bienvenidos a “Derroche”, de María Sonia Cristoff— Siempre hay un anarquista.— Sí, sí. Viste que a las personas son cosas diversas las que las llevan a escribir; a mí es como la necesidad rotunda de proponer otro modo de vida.— Y de relación.— Sí, por eso, de vida quiere decir de todo. Relacionarse con los otros, con todo.— Y cuando escuchabas estas historias, ¿tomabas notas? ¿Grababas? ¿O escuchabas y bajabas todo lo que había quedado en tu cabeza a la escritura cuando te quedabas sola?— Sí. Esto está directamente ligado con lo que me decías hace un rato de por qué la primera persona. O sea, cómo se da esa convivencia de primera persona bueno, que para los que fuimos a Letras ya sabemos que es un caso clarísimo de discurso indirecto libre porque hay una primera persona pero habitada por la conciencia de estos personajes. Esto, dicho para quienes no hayan ido a Puán. Para llegar a eso, para que se genere una conversación y no una entrevista, yo necesitaba que no hubiera nada en el medio realmente. Con uno de los personajes me quedé en su casa, con su familia, o sea, lavaba los platos.— Claro, no es una charla de un rato con esta gente.— No, no. Yo lavaba los platos en un fuentón porque no había ni bacha. La dueña de la casa me acusaba de que usaba demasiado detergente, ¿entendés?— ¿Pero cuando te quedabas sola tomabas notas?— Sí, eso sí. Pero tomo las notas después.— Sin la presencia del otro.— Sin la presencia del otro. Muy confiada en el olvido. Me parece importantísimo el olvido. El anti Funes el memorioso. Precisamente, qué interesante lo que olvidamos porque solamente remarca lo que nos acordamos. Entonces, te quiero decir que para no ser yo falsa, si querés, o injusta con muchas de estas historias, también necesitaba que apareciera mi voz en primera persona como diciendo “bueno, a ver, todo lo que no fue exactamente corre por mi cuenta”.— Claro, claro. ¿Ellos vieron esos textos, los leyeron, tuviste algún problema?— Sí, pasó de todo. Pasaron cosas distintas. Bueno, a todo el mundo yo iba conociendo la tradición europea, sobre todo en Patagonia, que iban muy así a rapiñar. Yo iba muy abierta. Lo primero que les decía era todas las reglas del juego, entiendo que a veces por ahí no todo el mundo las entiende, pero yo las explicaba lo mejor que podía. Les dejaba mi celular y todas las formas posibles de contactarme. Entonces, algunas de esas personas después usaron ese material para contactarse conmigo y otras no. O sea que las que no se contactaron, no sé. Pero las que sí lo hicieron, tuve como cosas diversas. Como, por ejemplo, el aviador, que estaba absolutamente fascinado y me llamó dos o tres veces.”Me parece importantísimo el olvido porque remarca lo que nos acordamos”, dijo Cristoff a propósito del trabajo literario con la palabra y la historia de otras personas.— Es un hombre que ama los aviones y trabaja en ellos y que, en determinado momento y por determinada circunstancia, consigue pilotear, pero duda sobre su capacidad. Porque cuando consigue pilotear, le agarra una inseguridad y dice “a lo mejor yo solo sirvo para mirar a los aviones”. Me alucina ese texto.— Sí, esa historia a mí también me volvió loca. Bueno, con él tuve una cosa así muy, muy alucinante. Todos los personajes tienen los nombres cambiados. Y, por ejemplo, con otro quedé amiga durante años. Es el primero, el kiosquero que está obsesionado por la cura para la esquizofrenia.— Es el de “Vine por dos meses y me quedé para siempre”.— Sí. Bueno, él me llamaba prácticamente una vez por semana y a través de él me enteré del revuelo que había habido en el pueblo porque lo que pasó fue que mucha gente se había ofendido por lo que yo dije. Yo en un momento dije que el delegado de petroleros. Es muy larga la cosa pero el tema es que se abrieron dos ramas de los sindicatos y entonces el sindicato del Estado, que había tenido mucho poder hasta entonces… Mirá, fijate la diferencia de lo que es una crónica literaria. Por ejemplo, yo pensé: “A ver, ¿cómo hago para narrar esto que en esta situación de pueblos petroleros es central?” Era central el tema de que el poder que tenía el sindicato del Estado pasa de un día para el otro a ser nada y empieza a armarse toda la trama de petroleros privados. Entonces, digo: cómo cuento esto que sea sin que sea material puro y duro, para eso que vayan a buscar un diario de la zona. Entonces, para hacerlo breve, la forma que encontré de narrar eso es poner al personaje éste, el del sindicato de petroleros, corriendo y dando vueltas alrededor de la plaza. Porque ya no tiene nada que hacer, corre, seguido por su perrito caniche. Para mí es una figura que dice mucho acerca del tiempo libre, de quién te sigue ahora, y quizás hasta de cosas buenas que pueden venir con las cosas que uno pierde, ¿no?— Pero les resultó ofensivo (risas).— Parece ser que eso sacó la ira de la mujer.— Del dueño del caniche.— Entonces lo iban a buscar a él todo el tiempo porque el abogado le había dicho que si no había una persona involucrada con más protagonismo, lo más probable es que no me pudieran hacer nada, entonces lo quisieron convencer a él durante mucho tiempo de que encarara la demanda contra mí. Y él no quería, entonces me llamaba todas las semanas. Bueno, nada, pasó de todo, sí. Y esta es una cosa muy alucinante para mí porque, la verdad, es que no lo hice pensando en eso, lo hice como patagónica que soy, pero muchísima gente de la Patagonia, de cualquier otro lugar de la Patagonia, por ahí gente de la Patagonia más urbana, me dice: “Es así”.— Encontraron un reflejo.— Sí, hay algo del estar ahí que no sé si está en un párrafo, pero está en todo.— Te tocó escuchar historias de vida que son durísimas desde el comienzo, con lo cual habrás escuchado cosas muy tremendas, que están reflejadas en tu libro pero que las escuchaste ahí, de boca de sus protagonistas. ¿Qué pasa con vos como persona en ese momento? ¿Conseguís aislarte de la cuestión más sentimental, más emocional? ¿Te emocionás con la persona que está al lado? ¿Qué recordás de eso?— En ese sentido tengo piel dura. Sí, sí. Y, aparte, como realmente soy una conversadora nata, me encanta conversar, la gente me contó cosas incluso mucho más de lo que yo puse en el libro. O sea, me pasa todo el tiempo de verdad. Me pasa a donde voy que la gente me habla y me cuenta cosas.Te puede interesar: El fuego de los márgenes, según María Sonia Cristoff y Hernán Ronsino: qué significa escribir, leer y arder desde la periferia— La antena Cristoff.— Sí, sí. La gente se debe dar cuenta, debe percibir lo que a mí me gusta escuchar. Me encanta escuchar, prefiero mil veces no hablar yo, entonces creo que eso arma una cosa de mucha empatía. Te digo que hasta puedo ser contenedora. Igual, la gente te habla porque a veces tiene necesidad de que la escuchen nada más. Pero no me pasa de sentirme especialmente agobiada. No.— Decías en una entrevista que no te gusta el diálogo en la narrativa. Es más, decías que lo aborrecías. Hace un ratito me hablabas de que no querías entrar en una cosa naturalista y paternalista incluso con la cuestión del habla del otro. Explicámelo un poquito.— No me gusta el diálogo directo. Porque esto en realidad es todo un gran diálogo.— Sí, la reproducción de un gran diálogo.— Claro, sí. Y Derroche también, la gente habla, y habla y habla.”En la escritura hay algo de la infancia en el sentido de que no está todo tan encasillado y todo lo que debe ser y no sale” (María Sonia Cristoff)— De distintas maneras, con distintos géneros.— Sí. Es decir que me interesan mucho las voces pero simplemente no me gusta el diálogo directo. Por eso creo que tampoco me gusta mucho la dramaturgia, ¿no? O sea, guion, A dice, guion, B dice. Es como que, no sé, le quita la gracia a trabajar con palabras. Hay algo del diálogo que no me convence. Por eso me gusta más el diálogo indirecto. O sea, convertirlo rápidamente en directo.Te puede interesar: Una amistad indescifrable regada con la sangre de un choque de alto impacto: así empieza “Bajo influencia”— Tu literatura está asentada en la hibridez, casi como principio constructivo en un punto, ¿no? En Derroche eso se ve. Y si uno se pone a pensar en esta crónica literaria, también hay algo de eso. ¿Qué te pasa con la literatura hibrida, con la escritura hibrida?— Me da un poco ese aire del que te hablaba; ese aire en el sentido de posibilidades infinitas. Para mí hay una cosa muy de juego, de mancharte. De placer. Para mí hay algo de la infancia en la escritura en el sentido de que no está todo tan encasillado y todo lo que debe ser y no sale. Entonces, para mí esta cosa de empezar a mezclar materiales…— De incrustar textos de otros o documentos.— Sí. Es como si te dijera que va a ese lugar. Para mí es muy importante mantener eso. Hay como una cosa del lugar de enunciación. Viste que, por ahí, vos ves que hay narrativas que están muy interesadas en narrar una historia. Hay otras interesadas en sentar bases de ciertas cosas. En cuanto a la forma muy concreta de la hibridez, es algo que me empezó a pasar mucho con Falsa calma. Yo hasta llegar a Falsa calma casi no había leído no ficción. Era una lectora adicta de novelas y cuentos. Y bastante poesía también. Para mí la irrupción de la no ficción fue una maravilla. A partir de entonces, en este libro no pude evitar que apareciera algo de la ficción o del trabajo con la lengua y, después, en la novela no puedo evitar que aparezca lo documental. Me gusta. Me parece que, además, es una buena forma de narrar, de expandir las narraciones.Seguir leyendo:Adelanto de “Derroche”, de María Sonia CristoffDe boca en boca: cartas desde el más allá, una hija de anarquistas y un chancho salvaje en “Derroche”, la novela de María Sonia CristoffUna amistad indescifrable regada con la sangre de un choque de alto impacto: así empieza “Bajo influencia”

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Un libro para recomendar: “Ya te llegará”, las cartas de la entrañable amistad entre Margo Glantz y Tamara Kamenszain

[”Ya te llegará”, de Margo Glantz y Tamara Kamenszain, puede comprarse en formato digital en Bajalibros clickeando acá]Así empieza “Ya te llegará” (Fragmento)Prólogo*Entre amigasEstas cartas entrelazan la vida de dos escritoras latinoamericanas durante un corto pero intenso período de fines del siglo XX marcado por las crisis políticas y económicas de América latina. Abarcan también un momento importante del desarrollo de la escritura de mujeres para el que los textos de Margo Glantz y Tamara Kamenszain resultan un importante estímulo, tanto con sus libros de poesía y prosa como con sus ensayos, porque ambas se destacaron por sus reflexiones sobre las literaturas de América latina y, especialmente, sobre la literatura escrita por mujeres.Tamara Kamenszain y Margo Glantz se conocieron en México en 1979, cuando Tamara, Héctor Libertella –que entonces era su marido– y Malena, su hija pequeña, se exiliaron en el país. Aunque, como contó Margo Glantz, la relación entre ellas se había iniciado un poco antes, a raíz de la amistad que su padre, que solía viajar a la Argentina, había establecido con Tobías Kamenszain, el padre de Tamara.Al llegar, fue Margo quien los recibió. En una de sus cartas, Tamara recuerda con agradecimiento la primera noche de año nuevo que pasaron como invitados en su casa: “Esa hospitalidad no se olvida nunca”. Fue un período en el que se frecuentaronmucho, en el que se asentaron también vínculos con otros exiliados, y en el que nació Mauro Libertella, el segundo hijo de Héctor y Tamara.Con el retorno a la democracia, los Kamenszain-Libertella regresan a la Argentina: es entonces que comienza la correspondencia con Glantz, que va de 1984 hasta 1997, cuando la inmediatez del correo electrónico empieza a reemplazar al correo tradicional. Para esa época, tanto Tamara como Margo ya se habían establecido como escritoras, aunque es precisamente en esos más de diez años que se definen mejor sus carreras literarias y sus poéticas en el contexto de sus experiencias de vida: crecen sus hijos, Margo afronta el juicio de divorcio “retentissant”, como dirá en una de sus cartas, se instala un período en Londres como agregada cultural, está de regreso en México cuando ocurre uno de los terremotos más trágicos de la historia del país, luego mueren sus padres;Tamara y Héctor retornan con la alegría del exiliado, pero pelean por establecerse en una Argentina en constante turbulencia debido a huelgas, inestabilidad política, inflación y falta de trabajo. Viven con conciencia de hecho histórico el Juicio a las Juntas y la muerte de Borges, que según Tamara fue “la confirmación de que ya entramos radicalmente en la era de la mediocridad”.Antes de conocerse, Tamara solo había publicado De este lado del Mediterráneo en 1973 (un libro de poemas que no volverá a reeditar hasta la aparición de su obra reunida La novela de la poesía en 2012) y Los no, en 1977; Margo, diecisiete años mayor que su amiga, ya había escrito varios ensayos académicos (Onda y escritura en México, en 1971, entre otros), Las mil y una calorías, novela dietética y Las genealogías, en 1981. Ya era profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y había ejercido cargos públicos.En los años siguientes, sus carreras se asientan: publican varios libros y reciben premios y becas importantes (como el Villaurrutia para Margo o la Guggenheim para Tamara). Esta correspondencia acompaña la trayectoria de esas dos obras y el desarrollo de “el estilo saltarín y elegante” de Margo, también fragmentario (como dice Tamara de los libros que le van llegando), y la escritura concentrada de Tamara y sus reflexiones sobre la literatura producida por mujeres.*Del prólogo de Leonora Djament, Cynthia Edul, Florencia Garramuño, Mercedes Halfon y Malena ReyQuién es Margo Glantz♦ Nació en Ciudad de México en el año 1930.♦ Es docente, narradora, ensayista, crítica literaria y una de las voces fundamentales de las letras mexicanas de los siglos XX y XXI.♦ Es Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua desde 1995, ha recibido diversos premios y reconocimientos, nacionales e internacionales, entre los que destaca el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2010.♦ Es autora de una treintena de libros, entre los que se encuentran Las genealogías, Sor Juana Inés de la Cruz: saberes y placeres, El rastro, Saña, El texto encuentra un cuerpo y Sólo lo fugitivo permanece.Quién fue Tamara Kamenszain♦ Nació en Buenos Aires en 1947. Falleció en Buenos Aires en 2021.♦ Fue maestra de varias generaciones de poetas, ensayista y periodista cultural.♦ Recibió numerosos premios como el Konex de Platino en 2014, el Premio de la Crítica de la Feria del Libro, la Medalla de Honor Pablo Neruda, la beca Guggenheim y el Premio Lezama Lima de Cuba.♦Entre sus libros más celebrados se encuentran La novela de la poesía, La boca del testimonio, La casa grande, Los No, El eco de mi madre, El libro de Tamar y Chicas en tiempos suspendidos.Seguir leyendo:Palabras para Tamara Kamenszain, la poeta que partió un año atrás (y bellos versos suyos)Margo Glantz: “Cada vez que hay un cambio cultural, político, religioso, inmediatamente las mujeres son las primeras en sufrir”

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“La herencia de Eszter”: cuando el muy desgraciado vuelve para dar la estocada final

“La herencia de Eszter”, de Sándor Marai, una novela para leer de un tirón, intensa y repleta de perfiles psicológicos que se entrelazan hasta llegar a un desenlace tan incierto como posible.“No puedo saber que más tiene Dios previsto para mí. Sin embargo, antes de morir, quisiera poner por escrito el relato del día en que Lajos vino a verme por última vez”.Así comienza la novela La herencia de Eszter, del consagrado escritor húngaro Sándor Marai. Y lo que sigue es una historia llena de cortes y quebradas, contada en primera persona por Eszter, una mujer soltera, de cuarenta y pico, que vive con una pariente lejana como toda compañía, en la vieja casona que era de su padre.Hasta aquí todo bien. Pero un día, esa vida en apariencia tranquila termina abruptamente. La llegada de un telegrama con la noticia del peligro o de la felicidad (no sabemos aún) congela el aire que respiran y las deja boqueando: el más canalla que encantador de Lajos irá a visitarlas luego de dos décadas de estar desaparecido. Entonces todo es duda y miedo.Te puede interesar: Qué leemos: “El último encuentro”, de Sándor Márai Lajos, antiguo amor trunco, marido de su hermana muerta, quien traicionó, engañó y destruyó su alma y su corazón -además de a su familia-, el tipo que les quitó todo lo que tenían, salvo la casa con jardín en la que viven, estaba de vuelta. ¿Y para qué?”La herencia de Eszter”, de Sándor Márai, editada por Salamandra. “Se puede tener miedo a alguien a quien amamos o a quien odiamos -dice Eszter- a alguien que ha sido muy bueno o muy cruel con nosotros, a alguien que ha sido infame a propósito. Sin embargo, Lajos nunca ha sido cruel conmigo, si bien es verdad que tampoco ha sido bueno”.Era casi como una visita fantasmal. Ese hombre que le arruinó la vida regresaba por más. Solo que ella desconocía por completo hasta dónde era capaz de llegar esta vez, que sería la última.“Es verdad que mentía, que mentía tal como sopla el viento, con la fuerza y la alegría de la naturaleza. Sabía mentir de una manera convincente. A mí, por ejemplo, me había mentido diciéndome que me amaba, que solamente me amaba a mí. Más tarde se casó con mi hermana Vilma”, se confiesa la pobre mujer en un relato, que se parece, y mucho, a un soliloquio de Shakespeare.Sin embargo, y a pesar de saber muy bien con qué tipo de alimaña estaba a punto de reencontrarse, la protagonista se ilusiona y sueña con ese momento. Se mira al espejo, descubre algunas arrugas, pero: ¿qué importa? Volver a verlo es lo que la mueve ahora. Se mira como esa mujer que espera a su amante. Pero a la vez, el espejo le devuelve la otra cara de la moneda. La que no quiere ver. La que está velada.Te puede interesar: “Gozo”: el provocador ensayo de Azahara Alonso que habla del placer sagrado de no hacer nadaLo mismo que sucede con una mujer golpeada: le prometen que no le van a pegar más y ella le cree hasta la próxima paliza. Eszter está enredada en un vínculo tóxico del cual no pudo salir ni siquiera durante esos veinte años de silencio del victimario.Estatua de Sándor Marai en Hungría. “Para mi Lajos era una persona que comenzaba todo con una mentira, y que luego en medio de las mentiras, se extasiaba, lloraba, y seguía mintiendo con lágrimas en los ojos (…) En cuanto a mi vida -reconoce- ha estado llena de peligros, por lo menos mientras estuve cerca de Lajos. Después de que él desapareciera, me di cuenta de que no quedaba nada en su lugar: tuve que admitir que ese peligro había sido el único y verdadero sentido de mi vida”.En fin. Qué les puedo decir. Si Eszter fuera mi amiga ya le hubiera recomendado que vaya a terapia y que llame al 144. Con ese bombón, perimetral. ¡Nunca casamiento! Tristemente, la historia que cuenta Sándor Marai podría ser la de muchas mujeres. Sabe cómo hacerlo y con qué. Su técnica exquisita nos sumerge en las oscuridades del alma humana y nos deja allí, prisioneros de los personajes que, casi siempre, se parecen a nosotros mismos.La herencia de Eszter es un festín de perfiles psicológicos que se entrelazan hasta llegar a un desenlace tan incierto como posible. Una novela intensa, que se lee de un tirón. Eszter y Lajo nos enfrentarán con nuestros propios demonios, esos que barremos debajo de la alfombra para que no se note.¡Ah! Y la respuesta de para qué regresó este personaje siniestro se las dejo a ustedes. ¿Y saben qué? Eszter la sabe, pero prefiere pensar que, en todos esos años de ausencia, Lajo cambió. Pero no.Seguir leyendo:“Gozo”: el provocador ensayo de Azahara Alonso que habla del placer sagrado de no hacer nadaQué leemos: “El último encuentro”, de Sándor MáraiHistorias de muerte que celebran la vida: el pequeño tratado de consuelo que escribió Delphine Horvilleur

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Fernando Aramburu: “Nunca he entendido que se pueda construir una sociedad mejor matando a los demás”

La idea de “Hijos de la fábula” surgió al mismo tiempo que la de “Patria”, cuando la organización terrorista ETA anunció en 2011 el cese definitivo de la actividad armada.Conocí a Fernando Aramburu en febrero de 2017. En realidad debería decir que me escribí con Fernando Aramburu en febrero de 2017, cuando le propuse hacerle unas preguntas a propósito de su novela Patria, que, recién llegada a Latinoamérica, me había dejado sin habla, a mí que si algo no me cuesta es hablar. Entonces intercambiamos preguntas y respuestas y la entrevista se publicó en Infobae. Me quedo con el título de esa charla: “No hay nada admirable en quienes tratan de construir un paraíso social con sangre ajena”. Y me quedo con esa frase porque es un buen resumen del modo en que Aramburu piensa el tema ETA o, mejor, del modo en que piensa sobre el terrorismo.Unos años después, en 2020 y en plena pandemia, nos vimos las caras pero a través de la pantalla, cuando lo entrevisté a propósito del estreno de la miniserie basada en Patria. El mundo estaba entre paréntesis entonces pero la literatura y las ideas seguían circulando. Txato, Bittori, Joxian, Miren, Joxe Mari, Arantxa, Xabier, Gorka, Nerea: todos esos nombres vascos daban vueltas en las cabezas de los lectores y comenzaban a ser inolvidables también para los espectadores de la serie. Esas dos familias amigas que terminan enfrentadas por el terror y la manipulación política se convertían para siempre en símbolo de sociedades resquebrajadas y sufridas.Hace algunas semanas pude por primera vez hacerle preguntas sobre su obra a Aramburu de manera presencial durante la presentación de su novela Hijos de la fábula (Tusquets) en la Feria del Libro. El centro de la conversación fue este nuevo libro, una suerte de tragicomedia que también tiene a ETA en el centro de una historia y que narra las peripecias de dos chicos jóvenes y entusiastas que son reclutados y viven en una granja de pollos de Francia, donde fueron recibidos por una pareja que colabora con la organización terrorista, a la espera de las instrucciones para convertirse en militantes.Te puede interesar: Fernando Aramburu, después de “Patria”: “Todavía queda mucha gente convencida del proyecto terrorista, pero ahora la vía no es la violencia”Es octubre de 2011 y la historia conspira contra sus deseos: ETA anuncia el cese definitivo de la actividad armada de la organización. Así, Asier y Joseba buscan esconder su frustración y deciden seguir adelante y actuar por su cuenta aunque les falta todo: armas, entrenamiento, disciplina, dinero…Fernando Aramburu nació en San Sebastián en el año 1959. Es autor de libros de cuentos como Los peces de la amargura y de las novelas Fuegos con limón, Los ojos vacíos, El trompetista del Utopía, Viaje con Clara por Alemania, Años lentos, Ávidas pretensiones, Patria y Los vencejos.”Hijos de la fábula”, de Aramburu, vuelve a ETA pero en clave tragicómica.—Lo primero que tengo para preguntarte es cómo surge la idea de Hijos de la fábula. Leí en alguna entrevista que en ese octubre de 2011 aparecieron al mismo tiempo las ideas de Patria y la de esta novela.— Sí, exacto. Bueno, por fortuna la organización decidió detener su actividad, denominada por ellos mismos actividad armada. Y entonces tampoco estábamos muy seguros de que cumplieran con lo que estaban diciendo; no habría sido la primera vez que anunciaban una tregua y la aprovechaban para reorganizarse, y al cabo de un tiempo volvían a cometer atentados. Me surgieron algunas preguntas, entre ellas si todos los militantes estarían de acuerdo con esta decisión o se escindirían y continuarían la lucha por su cuenta. No tenía respuesta ni a quién preguntar, entonces, como tantas otras veces, recurrí a la literatura para responderme a mí mismo en forma de una historia. Y esto coincidió con el hecho de que yo tenía desde hacía mucho tiempo el deseo de mofarme de los terroristas. Cosa que, mientras actuaban, no me parecía posible puesto que estábamos demasiado ocupados en asistir a funerales, en llorar, en protegernos para que no nos hicieran daño. Y, por otro lado, yo tenía, lo sigo teniendo, un escrúpulo moral que me impide afortunadamente aumentar el dolor de quienes ya han sufrido haciéndolo por vía de la mofa, de la sátira, del sarcasmo. Entonces, tirando de esa punta de hilo, fue surgiendo la posibilidad de una trama.Y esto coincidió con la idea de Patria y entonces consulté con los amigos, les pregunté qué hacía primero, puesto que yo no soy capaz de escribir dos libros simultáneamente. Entonces los amigos y “la costilla” me dijeron que primeramente abordase el proyecto dramático, serio, oral, que fue Patria.— Y, al mismo tiempo, más tarde decidiste que no fuera Hijos de la fábula la siguiente novela a publicar. Hay otra novela en el medio, Los vencejos. ¿Por qué?— Es fácil de entender que una cosa es escribir y otra publicar. Y entonces el editor y yo nos dimos cuenta de que Patria estaba teniendo mucha repercusión y estaba mereciendo una cantidad considerable de elogios, con la posibilidad de que después me los cobrasen y que los pagase el siguiente libro. Para escurrirme de esta posibilidad, lo que hice fue dedicarme a otros géneros; tampoco me apetecía volver a afrontar un éxito desmedido, que tiene una faceta agradable y halagadora pero también tiene unos ingredientes de trastorno puesto que lo aleja a uno del escritorio, que es el lugar donde yo francamente me siento a gusto en esta vida y en este planeta. Y esta novela ya estaba hecha hace bastante tiempo y decidimos mantenerla en el refrigerador. Lo que me permitió, además, un par de años después darle un repaso que creo que le ha venido bien.— Decís que hubo un repaso y que le vino bien y seguramente la pensaste desde otro lugar, años después. Pero el género imagino que era el mismo y la idea tragicómica estaba ya en la base, como la construcción de personajes protagonistas jóvenes, ingenuos y entusiastas, que se parecen bastante a Joxe Mari, de Patria, en algún punto.— Sí, bueno, mis detractores, que se ocupan de mí más que mi propia familia, suelen decir que mis terroristas son simplotes, son ingenuos. En cierto modo reflejan lo que han sido muchos de ellos en la vida real porque hay que ser muy simplote para sacrificar la propia vida, abandonar a los amigos, el pueblo, renunciar a una vida laboral o a la construcción de una familia para dedicarse a matar a otros. Y en la mayoría de los casos terminar en la cárcel durante mucho tiempo, ¿no? En mi novela no se explícita cómo son los personajes. Yo no narro nunca explicando. Tampoco antepuse un prólogo ni notas al pie de página donde se indica a los posibles lectores “este personaje es tonto”. No hace falta. Yo pongo a los personajes a actuar, van, vienen y dialogan. Y después cada lector sacará sus propias conclusiones.Yo no narro nunca explicando. Tampoco antepuse un prólogo ni notas al pie de página donde se indica a los posibles lectores “este personaje es tonto”. No hace falta.De todos modos, quien lea con cierta atención asistirá al concepto, a la idea que tienen estos muchachos de lo que es la vida humana. De su relación con el colectivo humano, con la sociedad, y percibirá que tienen una serie de ideas fijas que no son propias, que les han transmitido. Dicho de otra manera, tienen una ideología que les ha colonizado el cerebro, a la que yo mismo estuve expuesto. Yo también nací en pleno País Vasco y también tuve 14, 15 años, y ahí estaba en el ambiente esta ideología o la presión grupal, que atrajo a algunos. Por fortuna no caí en este paso. Y todos los personajes actúan de una manera lógica, racional, pero conforme a una ideología. Y, particularmente, uno de ellos es muy aficionado a la disciplina, está como muy militarizado aunque jamás ha empuñado un arma; no tiene experiencia ninguna, pero sí tiene una idea fija de lo que pretenden y tienen las ideas muy claras. Él mismo dice “necesitamos pocas pero claras ideas, ¿no? Así y todo hice un esfuerzo para dotarlos de unas biografías, de unas peculiaridades psicológicas. O sea, no solamente son recipientes de ideas o de ideas políticas.”La lectura a tiempo de Albert Camus me terminó de vacunar contra la violencia”, dijo Aramburu en la Feria del Libro. (Foto: Alejandro Guyot)— Estoy pensando en algo que tiene que ver con la ternura de estos personajes. Porque posiblemente también tiene que ver con la edad que tienen y con el momento en que decidieron abandonarlo todo. Son muy chicos.— A mí mismo me daban pena. Yo sentía compasión con ellos pero, claro, es una compasión que no está asociada a la admiración.— Claro.— Porque tengo una idea más bien afectuosa del ser humano. Afortunadamente. Bueno, pues tal vez porque ya de pequeño la religión que me transmitieron y que luego abandoné me procuró unos rudimentos morales que me servían ya a edad temprana para saber lo que está bien y lo que está mal. A mí ya a los 5 años me habían vacunado contra el terrorismo porque nunca he entendido que se pueda construir una sociedad mejor matando a los demás. No sé, es como jugar al ajedrez pero no siguiendo unas normas sino derribando las piezas del contrario hasta quedarse a solas con el tablero. Esto no me convenció nunca. Y, posteriormente, en una edad peligrosa en la que podía haber sido susceptible también de convencerme de todo esto que estaba allí, como digo, en el ambiente, en la cuadrilla de amigos, en el colegio, muy visible en las calles en forma de pintadas, pancartas, manifestaciones, pues la lectura a tiempo de Albert Camus me terminó de vacunar contra la violencia. Y, de hecho, aunque yo no conduzco mis novelas a una moraleja, no intento dar lecciones, sí es verdad que cuando escribo mis manos están determinadas por mi absoluta negación de la violencia en cualquier sentido, no solamente aquella que tuve cerca desde la niñez.— Hablamos de la lectura, estás hablando de Camus, y digamos que un lector que tenga una cierta experiencia de lectura encuentra resabios de literatura, de lecturas, desde el Quijote hasta Esperando a Godot y hasta el esperpento de Valle Inclán. Decís que querías mofarte de los terroristas pero me gustaría que me contaras como pensaste el modo en que lo ibas a hacer. Si había un modelo literario que tenías en la cabeza o si fue surgiendo esa forma.— No, no, no, a mí me halaga mucho cuando una persona que se ha tomado la molestia de leer mis libros afirma que se leen fácilmente porque el trabajo que cuesta alcanzar eso es considerable. Yo sé por experiencia que es mucho más fácil y más rápido escribir intrincado, barroco, abstruso, aparentando decir algo mediante palabras. O sea, el arte de no decir nada mediante palabras no forma parte de mis actividades.Esta novela forma parte de una serie, Gentes vascas. De hecho es el tercer título. Y en cada uno me impongo una dificultad. Soy muy aficionado a imponerme retos técnicos que muchas veces proceden de una decisión arbitraria, caprichosa, pero que, aplicada, se convierte en norma. Y además me resulta productiva. Digo esto porque si noto que el trabajo fluye con demasiada rapidez, desconfío. Desconfío del trabajo y de mí mismo. Entonces, antes de empezar las novelas tomo una serie de decisiones del tipo técnico, siempre con la esperanza de que los lectores no perciban el sudor del escritor. El esfuerzo no debe notarse. Quiero decir, sí, en este caso opté por una concisión extrema. ¿Qué quiere decir esto? El final no lo revelaré pero esto sí: en toda la novela no hay una frase con más de un verbo.Te puede interesar: Dos jóvenes vascos que quisieron seguir siendo ETA después de ETA: el autor de “Patria” vuelve a meter el dedo en la llaga— Eso es increíble.— Entonces yo pensé, ingenuamente, que esto sería muy sencillo. Como si la novela consistiera en una sucesión interminable de telegramas. Sin terminar la primera página ya me di cuenta de que me había metido en camisa de once varas. Yo aprovecho la ocasión para aconsejarles un juego, sobre todo si les cuesta conciliar el sueño resulta entretenido en lugar de contar ovejas. Una vez apagada la lámpara intenten ustedes hablar en frases de un solo verbo. Quizás no en voz alta, si tienen vecinos o familiares que se puedan preocupar. Y se darán cuenta de que antes de un minuto ya han cometido un error. De hecho, en la versión que entregué a la editorial había media docena de frases con un verbo porque algunos están como entreverados en dichos, en refranes, en frases hechas. Bueno, para que la prosa fluyera tuve que idear una serie de recursos sin los cuales creo yo que esto no habría funcionado.Bien. ¿Por qué hice esto? Bueno, si he de ser sincero no lo sé. Pero sí me fui dando cuenta de que formaba el suelo verbal adecuado para el tipo de historia que yo pensaba contar. Y, por otro lado, porque estoy acostumbrado a esta manera lacónica, concisa, de hablar de los varones vascos, no de todos, naturalmente. Pero me resulta muy familiar ese tipo de diálogos con frases inacabadas. Yo recuerdo haber estado con mi padre los dos sentados a una mesa durante largo rato sin hablar y, sin embargo, había una intensa comunicación. Qué nos decíamos no lo sé, pero algo nos decíamos. O simplemente pues eso, nos encontrábamos y uno decía “¿Qué?” “Bien”, decía el otro. Y estaba todo dicho. Entonces, esta manera de expresarse lacónica, como muy ahorrativa de palabras, me parecía que les iba bien a los personajes y a su situación. Intuitivamente noté que la historia me pedía expresarme de esta manera.Aramburu: “Si uno contara realmente algunas chapuzas, torpezas cometidas por algunos comandos de ETA, nadie se las creería. Lo que pasa es que como hacían tanto daño no había ocasión para reírse”.(Martín Rosenzveig) (Martin Rosenzveig/)— Hay un personaje importante en la novela, Txalupa, que es más grande que estos muchachos pero de quien ellos dependen en un par de ocasiones que son clave dentro de la historia, y que es alguien que estuvo justamente en la organización pero que ya no cree en sus propósitos. Hay como un cinismo en él, me gustaría que contaras un poco sobre la construcción de este personaje.— Bueno, Txalupa fue un militante verdadero que tiene un recorrido personal dentro de la organización. Que conserva el arma. Que tiene un problema físico en forma de asma que le impide participar plenamente de las actividades de la organización y que ya terminó su carrera y, entonces, como tantos otros que no terminaron en la cárcel, pues queda colgado en cualquier lugar de Francia sin un horizonte vital digno de cualquier persona, trabajando con la mente, viviendo en un ático en malas condiciones. Y como éste, ha habido otros. Se menciona un caso real que hubo en la ciudad de Toulouse, que es donde vive Txalupa. Apareció un cadáver que llevaba más de un año en la morgue del hospital sin que nadie supiera quién era. Y era un militante de ETA que había muerto por causas naturales en un parque. Lo curioso del caso es que yo conocía a este militante. Era un chico, un chaval, un pibe de mi barrio. Uno que sí cayó en este asunto en compañía de otros. Y eso me golpeó fuerte. Muchas veces me he preguntado por qué yo no ingresé en esa organización y otros con los que yo jugaba al fútbol en la playa de mi ciudad, en el patio del colegio, sí lo hicieron. Y de alguna manera tengo respuesta, aunque quizás no completa. La circunstancia de haberme criado en una ciudad creo que fue ventajosa para mí. En un pueblo pequeño no hay escapatoria posible. El control de la población es fácil, rápido y completo. Es muy arriesgado disentir cuando uno vive en una comunidad en la que todos se conocen.Otra posible causa es, ya lo dije antes, el hecho de que he tenido unos principios morales que no es que me apartaran de hacer el mal sino que, cuando lo hacía, me generaban unos grandes remordimientos de conciencia. Yo confieso que alguna vez en alguna librería “se me olvidó” pagar el libro correspondiente y una vez leídos los devolvía a la librería. Pero además en buen estado. Y devolverlos, dejarlos en su sitio, era más difícil que llevárselos. Y lo peor de todo no es eso sino que con los años supe que el librero se daba cuenta. ¿Y por qué no me lo decía? Bueno, por cierto, yo he escrito sobre esa librería que fue atacada, quemada, etcétera. Pero era así, no tenía dinero suficiente pero tenía el afán de lectura y entonces tomaba clandestinamente prestados los libros. Digo esto porque naturalmente yo desarrollé en el proceso una conciencia moral que me determinaba.Imagen capturada de la página digital del diario Gara en la que se publicó un comunicado de la organización terrorista ETA anunciando “el cese definitivo de su actividad armada”. (EFE/Javier Etxezarreta/Archivo)
(Javier Etxezarreta Javier Etxezarreta/)Y la tercera razón, y aquí sí que no tengo dudas, es el hecho afortunado de que me hice lector a edad temprana. Esto se lo debo sobre todo a un profesor de colegio. Era un hombre de espina bífida. Llegaba con sus muletas, era un hombre pequeño, frágil, del cual la manada de chavales, éramos todos varones, se podrían haber aprovechado para reírse de él pero no, se ve que irradiaba una especie de prestigio con el cual nos tenía dominados. Y este señor tenía la costumbre de leernos al principio de la clase. Era profesor de lengua y literatura y sin que estuviera en el temario, nos leía un fragmento de Juan Salvador Gaviota. Luego nos hacía escuchar fragmentos de música clásica y fue como si hubiera entrado de repente una cebra en el aula. O un jabalí. Es decir, un animal extraño. Y entró en medio de aquel grupo de muchachos con las botas embarradas y caras de criminales tremendos. Y por curiosidad le pedí prestado un disco y lo escuché en casa en un tocadiscos pequeño y no me gustó nada pero pensé: algo tiene que tener esto porque si a ese le gusta es que tiene que tener algo. Y volví a escuchar y pensé esto para dormir está bien pero… Y vamos a decir que era un disco de Tchaikovsky, que tampoco era un dodecafonista. Era una cosa dulce y en principio era un caramelo musical. Y vamos a decir que a partir de la quinta audición…— Ah, eras bien obsesivo.— Cuando mi madre ya estaba mirando en las Páginas Amarillas números de psiquiatras, me empezó a gustar. Es decir, me empezó a gustar porque era El lago de los cisnes. Me quedé con algunas melodías y entré también en ese mundo. Y creo que esto me separó definitivamente de todo lo que fuera totalitarismo, violencia. Intuí que podía haber una manera creativa de estar en la vida ofreciendo a los demás lo que otros nos ofrecieron con anterioridad, libros, sinfonías, cuadros. Yo encontré ahí un camino, hasta hoy. Y de hecho yo estoy aquí por culpa de ese pibe que concibió el sueño de ser escritor y me he pasado 40, 50 años obedeciendo al muchacho. Por eso estoy aquí. Yo podría estar ahora jugando al golf pero me vigila desde el pasado y estoy acá todavía dándole gusto y le pregunto si no está satisfecho, oye, que te he dado Patria. No, no, no, que todavía, por favor, sigue. Y sigo obedeciendo.Te puede interesar: Fernando Aramburu: “No puedo crear una sociedad mejor causando mal a otros; prefiero cuestionarme mis ideas antes que dejar un reguero de muertos”— Hay un par de momentos creo de la novela en donde los personajes discuten acerca de quién va a contar su historia. Yo quiero contar lo que hacemos nosotros, dice uno de ellos, porque no quiero que lo hagan esos charlatanes que se llenan de plata vendiendo miles de ejemplares y que nos tratan de terroristas asesinos.— Sí. Bueno, ahí hay un juego que procede directamente de Cervantes. Soy muy aficionado a estas capas en las que mantengo un diálogo con la literatura, pero quiero decir que si el lector no lo percibe, tampoco pasa nada. Entonces los protagonistas serán todo lo ingenuos que se quiera, pero tienen conciencia histórica. ¿Qué quiere decir esto? Pues creen que están haciendo o que van a hacer historia. Y que, por lo tanto, deberá quedar para el futuro y para las futuras generaciones un relato de sus heroicidades, de sus hazañas. Pero a veces llevan a cabo acciones perfectamente ridículas. Bien, uno no tiene la facultad de escribir, ni la vocación ni las ganas, así que asigna al otro la futura tarea de escribir la historia del comando cuando estén en la cárcel, le dice. Ya dan por hecho que les va a pasar como a tantos otros etarras o militantes de ETA que terminaban tarde o temprano detenidos. Ellos hacen pruebas o maniobras de tiro. No tienen armas, entonces practican el tiro con palos de escoba y la detonación la pronuncian. Por cierto, esto mueve a risa pero no es creación exclusiva del autor: yo hice el servicio militar obligatorio en España y recuerdo que a menudo lanzábamos piedras que figuraban como granadas de mano. Tampoco había presupuesto para estar ahí vaciando el arsenal en maniobras. Por cierto, y esto lo ha dicho mucha gente, si uno contara realmente algunas chapuzas, torpezas cometidas por algunos comandos de ETA, nadie se las creería. Lo que pasa es que como hacían tanto daño no había ocasión para reírse. No es gracioso que les ordenen matar a una persona y vayan a hacerlo y se equivoquen porque son muy torpes, porque no han leído las instrucciones, porque no han identificado la foto, y matan a otra persona. O que les explote una bomba porque no tienen ni idea de explosivos porque son, pues eso, unos chapuceros y les explota la bomba con las consecuencias que cualquiera puede imaginar, ¿no? Esto no pasa en mi novela pero sí pasan por una serie de aventuras y algunas son ridículas y ellos son conscientes. Y entonces el que va de jefe le dice al otro: “Cuando escribas la historia, esto no hace falta que lo cuentes”.”Patria”, la gran novela de Aramburu— Vuelvo al cinismo, te preguntaba antes por Txalupa.— Txalupa me permite anclar la historia que yo me estoy inventando en la realidad. Y hay varios anclajes de este tipo, lugares o personajes tras los cuales se puede esconder una persona real. Txalupa ya es, por así decir, un terrorista jubilado que además lleva en sí una carga grande de desengaño, de frustración. Es consciente de que ha sacrificado su juventud para llegar a una situación desfavorable desde el punto de vista personal. Y es consciente también de lo poco que cuenta el individuo dentro de una organización. A menos que sea, claro, jefe o ideólogo y tenga una responsabilidad mayor. Los demás son peones, les guste o no. Pero nadie los obligó a meterse en esto. Y quien dice esto dice la mafia o cualquier otra organización a las que es muy fácil entrar pero es muy difícil salir. Quiero decir: salir intacto.— Mucha de esa gente que buscaba o que busca la justicia en estas organizaciones tiene cargas de resentimiento personales o familiares que los llevan a trasladar eso personal a la injusticia del mundo. En este caso aparecen varios personajes así.— Bueno, pero esto se da siempre y lo verdaderamente perverso es que se considera que quien está en esa situación, está en posesión de la justicia absoluta. Y de hecho no actúan en nombre del mal. Todo lo contrario, están convencidos de que están haciendo lo que deben hacer y que lo que están haciendo es bueno. Y que cuando liquidan a alguien es porque es el enemigo al que se deshumaniza de alguna manera. Se le quita el nombre o se le asocia con algo desagradable. Por ejemplo, a los policías los llaman chapur que es perro. Esto no es privativo del terrorismo que vimos en España, esto es en general. Un islamista considerará a sus víctimas como paganas, que no merecen haber nacido, etcétera, etcétera, ¿no? Esto es peligroso. Esas fábulas, no todas las fábulas, conducen al fanatismo, que es precisamente de lo que estamos hablando. Y creo que hay que tener mucho cuidado con eso, donde se produce entonces el desencadenamiento de las tragedias, que son enormes y difíciles de detener.— Hay un momento que funciona como un choque de los nacionalismos porque estos dos chicos son atacados por ser extranjeros en Francia por unos barrabravas.— Sí, para mí es uno de los episodios clave. Ya dije antes que yo no narro explicando, efectivamente ellos reciben violencia de unos muchachos que salen del campo de fútbol después que su equipo perdiera. Dato que saqué de internet. Internet es muy útil para los novelistas (risas). Google Maps nos permite hacer como que conocemos lugares en los que nunca estuvimos. Por otro lado pone en peligro en general a la novela, en el sentido de que hoy día es difícil que el personaje se pierda. Con el GPS encuentra el sitio. Entonces, quiero decir que la épica en nuestros días está en una situación muy precaria. Pero volviendo a este episodio. Ellos son víctimas de la violencia de otros y claro, violencia que les parece injusta, gratuita. Los otros al salir del estadio los reconocen como no franceses y se divierten a costa de ellos. Les dan una zurra buena. Y después, en el piso donde están alojados, argumentan contra la violencia. Bueno, los lectores sacarán sus propias conclusiones.— El espacio del cementerio ya era muy importante en Patria, pero en esta novela también cumple como escenario un lugar importante.— Esto es un rito. Como de alguna manera Hitchcock aparecía en todas sus películas, en todas mis novelas hay por lo menos un episodio de cementerio. Da igual de qué trate la novela. De tal manera que si en el 2104 por la tarde se descubre una novela en un baúl abandonado y polvoriento en un desván y se publica con mi nombre y no tiene episodio de cementerio…Te puede interesar: “Patria”, una novela magistral— Sabremos que esa novela es fake (risas).— Esa novela es apócrifa. Y eso me lo tomo tan en serio que antes de empezar a escribir cada novela ya tengo más o menos situado el episodio del cementerio. Por qué hago esto no tengo ni idea. Cierta fascinación sí tengo por los cementerios. Tienen ustedes aquí un cementerio muy atractivo, la Recoleta, que visité hace cinco años y ahora cobran entrada. Pero me dijeron a los visitantes internacionales. Lo de internacionales da como cierta categoría así y todo me pareció una desfachatez tener que pagar por ver tumbas. Suelo visitar cementerios. Es un lugar que me divierte. Me tranquiliza. Me parece bien. Y probablemente sea el lugar donde más tiempo vivamos (risas).— Hay varias mujeres en la novela como María Cristina, o la granjera o como Karmele, la mujer de Joseba. Brigitte, también. Algunas de ellas con personalidades también dentro del grotesco, que es el tono que tiene tu novela.— Bueno, aquí hay un personaje femenino que es fundamental y que determina el desenlace y que, como en otras novelas mías anteriores, entra a media historia y lo cambia todo. Entonces uno de estos dos muchachos tenía su chica y, cuando entró en la lucha, como él dice, la dejó preñada y no sabe si es padre. En principio ya ha pasado el tiempo suficiente. Y no sabe si ha sido padre de una niña, de un niño. El otro es virgen y tuvo una madre bastante autoritaria que dominaba o gobernaba sus movimientos. Entonces no es que tenga una idea negativa de las mujeres sino que les teme. Las considera superiores en potestad de la palabra, en capacidad organizativa. Le duele reconocerlo pero además las asocia a la familia, al placer, a la intimidad compartida. Por tanto a acciones o actividades que distraen de la batalla. Y por tanto lo que hace es evitarlas. Lo tiene fácil porque ninguna se acerca a él. De manera que llevan una vida clandestina sin que nadie los busque o los persiga. Hasta que, y como ocurre en otras novelas mías donde me apetece provocar y generar prejuicios negativos o crear expectativas que luego no se cumplen, él se expresa negativamente de una mujer. Pero como tantas otras veces en mis novelas, cuando un varón dice bobadas y tonterías, y chorradas contra las mujeres, no faltan, vamos a decir, ni quince páginas para que entre una mujer en escena y le dé una lección. Aunque de una manera femenina, o sea, con sutileza y persiguiendo un objetivo que se va aclarando poco a poco. Entonces, este hombre que va de duro por la vida, a los pocos minutos de convivencia pues ya se ve que su dureza era simplemente una fachada.Aramburu: “No conozco esa sensación de estar ante el ordenador con la pantalla en blanco y no saber qué escribir”. (Foto: Eugenia Kais)Rutinas, prácticas, lecturas— Mencionaste dos veces la música. ¿Escuchas música cuando escribís?— No, no. No tengo más compañía que un cactus.— Que tiene nombre.— Tiene apellido. Sí, se llama Mendizábal. Es muy útil. Él y la perra, que la tengo debajo del escritorio, me liberan de la sensación de estar solo, abandonado. No, Mendizábal es el trasunto del posible lector o lectora. Entonces lo tengo ahí, me siento observado. Converso con él. Le adelanto posibles desenlaces. Y tiene la virtud de no llevarme nunca la contraria. No como sucede en casa, después. Y entonces, sí, tengo la sensación de que estoy escribiendo para alguien. Esto es una fantasmagoría pero me resulta productiva.— Dijiste “no como en casa, después”. O sea que no escribís en tu casa.— No, no escribo en casa. Y no puedo escuchar música cuando trabajo. Más que nada porque me gusta mucho la música y escucho un disco diario pero es en el momento en el que descanso. O sea, como, almuerzo y descanso. Entonces escucho un disco. Y a veces busco inspiración literaria en la música, en el sentido de que la sinfonía, la ópera o la improvisación del jazz también siguen unas estructuras, unos pasajes que se repiten, la creación de atmósferas. A veces pienso “esto podría yo trasladarlo tal vez al libro que estoy escribiendo” e introducir unas notas descriptivas o quizás unas determinadas sonoridades. Yo nunca me bloqueo, por ejemplo. No conozco esa sensación de estar ante, iba a decir papel pero yo escribo en ordenador, con la pantalla en blanco y no saber qué escribir. No me pasa nunca, aunque no tenga nada que decir, que ocurre con frecuencia. Pero entonces me impongo, y eso tiene que ver con la música, me impongo algún tipo de…— ¿Ejercicio?— De dificultad lúdica. Por ejemplo, digo, o le digo ahí a Mendizábal, que es el hombre más paciente del mundo, le digo mira, ahora voy a escribir un párrafo sin usar la letra “F”. Y ya está, eso me basta para empezar a probar y empiezo a producir. No descarto la necesidad de suprimir las tres primeras líneas o todo el párrafo, pero de alguna manera ya he entrado en ritmo creativo. Y esto, en realidad, me lo inspira un poco la música también.— ¿Siempre música clásica?— No siempre. También el jazz me atrae mucho.— En novelas en las que hay muchos personajes, ¿vas diseñando, tenés fichas, o alguna pizarra en donde estén puestos los nombres o datos de los personajes? ¿Algo que te ayude, además de lo que estás contando de la música para inspirarte, en el momento de trabajar?— Sí, sobre todo con Patria, que no solamente había muchos personajes sino también muchos narradores y yo tenía que repartir la historia entre nueve protagonistas. Y, entonces, para que no se me quedase ninguno descolgado y para que todos intervinieran de una manera equilibrada, pues tenía no una pizarra pero sí una hoja grande de papel donde iba anotando las sucesivas intervenciones. Acá no necesité esto porque esta novela en realidad sigue una línea narrativa, no tiene muchas ramificaciones. Yo tengo la costumbre de tener encima del escritorio al principio del trabajo un cuaderno en blanco. Es decir, yo no tomo notas y luego empiezo una novela sino que el cuaderno está en blanco y es como una ayuda a la memoria y es donde voy anotando primero las características de cada personaje. Las afirmaciones que hago sobre ellos. También un resumen del argumento de cada capítulo. Posibles ideas que se me van ocurriendo. Las llamo pendientes, como los que se llevan en las orejas. O pongo “Ojo” y hago una llamada de atención sobre, pues yo qué sé, una historia que comenzó e interrumpí para proseguirla treinta y siete páginas después. Sin esto, creo que sería muy difícil escribir una novela. No hay cosa más terrible para un novelista que incurrir en una contradicción. Internet está lleno de buscadores de gazapos. Nosotros llamamos gazapos a las contradicciones en las novelas, ¿no? Pues la chica rubia de la página 17 es de pelo oscuro en la 113. Y hay verdaderos malvados especialistas que van buscando esto y luego se dan el gozo de hacerlo público. Y para que no me ocurra esto, bueno, luego hay un proceso de edición y luego yo tengo dos confidentes literarios que leen todo lo que escribo antes de ser publicado y me señalan erratas, me dan consejos, me hacen críticas demoledoras que es lo que espero de ellos y no elogios porque los elogios no ayudan. Y, entre otras cosas, agradezco mucho cuando me descubren un error, un dato equivocado. El nombre de una calle mal escrito. Una cita inexacta. O sea, no estoy solo con el trabajo.Algunos de los libros escritos por Fernando Aramburu.— ¿Te ayuda vivir afuera para escribir sobre cuestiones vinculadas a España? ¿Sentís que esa toma de distancia física es positiva a la hora de escribir estas historias?— Sinceramente no lo sé porque no puedo comparar. La única perspectiva de la que dispongo es la mía y, si presto atención a lo que dicen otros sobre mí, es posible que sí me haya ayudado, por ejemplo, a sobrevivir. Alguien dijo una vez que vivir en Alemania era mi escolta, pues quizás tenía razón. De hecho yo me salí del tablero de ajedrez, voluntariamente. Como una pieza que se sale sola para que no se la coman. Bueno, yo me desplacé a Alemania hace 39 años por razones personales, familiares ya, y entonces vuelvo al ajedrez: sí que me da la perspectiva del que ve la jugada desde fuera. Ve las distintas piezas, lo que hace éste, lo que dice el otro, lo que añade esta. Y entonces sí, esa perspectiva puede que me haya ayudado. Me pierdo pues los detalles de la pieza que estaría a mi lado, esto es posible. Creo que no soy explicable sin mi cercanía a la literatura centroeuropea. Bueno, en general los críticos españoles me buscan padres y parientes literarios en la tradición literaria española, pero yo he leído e introducido mucha literatura en lengua alemana y soy consciente de que, después de haber leído y estudiado la obra de unos autores, he cambiado mi manera de escribir porque me han hecho consciente de algunos aspectos de la creación en los cuales yo no habría reparado sin ellos. Y, por otro lado, tengo acceso a la prensa alemana cuando escribe sobre mi país de origen y eso es muy interesante, es una perspectiva sin prejuicios. Y creo que me ayuda a completar un poco la visión de los hechos de mi tierra natal. Soy incapaz de escribir historias que no transcurren en España.— ¿Quiénes son esos autores centroeuropeos que leíste y cambiaron tu manera de escribir?— Bueno, hay varios. Una experiencia que me marcó mucho fue leer a Kafka en la versión original y descubrir que es un escritor que trata a toda costa de no incurrir en la literatura. Es decir, que escribe en una prosa aparentemente administrativa, plana, en la que nunca comete una metáfora, en la que nunca se permite una comparación. Me molesta un poco, aunque creo que es una batalla perdida, que se traduzca uno de sus libros como La metamorfosis porque es un título muy anti kafkiano, es muy literario. La traducción literal sería La transformación. Como titularon otros El castillo, El proceso. Es decir, son títulos que pretenden no ser literarios. Esto, modestia aparte, me parece que lo descubrí por mi cuenta y decidí incorporarlo a mi literatura. En mis libros desaparecieron hace mucho las metáforas brillantes, o la sintaxis demasiado cincelada. Y las comparaciones, que en el 99,99% de las veces son superfluas. Años después tuve un parto doloroso al traducir un autor que es poco conocido en el ámbito hispanohablante, que es Arno Schmidt, de quien yo traduje un libro de 120 páginas. Me costó nueve meses de sufrimiento continuo y estoy más orgulloso de esa traducción que de muchos de mis libros. Y, además, me propuse que el lector hispanohablante entendiera el libro. De hecho, creo que mi versión es más comprensible que la original para los lectores alemanes. No me estoy alabando, de verdad. Para ello introduje al final del libro cuatrocientas y pico de notas explicando las citas ocultas, la traducción de frases en noruego, también en lengua española, que son incorrectas.Aramburu se declara influido por autores centroeuropeos. Sobre el alemán Arno Schmidt, a quien admira y tradujo, dijo que “es un hombre curioso, que escribía contra los lectores”.— ¿Cuál es la obra?— La obra es El brezal de Brand. Y este Schmidt es un hombre curioso, que escribía contra los lectores. Este no es un caso que se da en nuestro ámbito literario, normalmente los autores de mi país, los de acá no lo sé, somos muy aduladores del público y “gracias por venir”, “qué bien que me leen”, “los lectores me dan libertad”, etcétera ¿no? Este escribía contra los lectores. Para que solo lo leyeran los que merecían leer sus obras. Se consideraba un genio pero no lo decía con soberbia sino de una manera objetiva. Y era un misántropo, pues se retiró con su pobre mujer a un pueblo, a una aldea cerca de donde yo vivo y que visité. Y además consulté el original de la novela escrito a lápiz y comprobé que en la edición alemana hay una errata que no está en la versión española. Y ese me marcó mucho porque tampoco aceptaba las normas ortográficas del alemán. No es que yo haga lo mismo, yo no escribo contra los lectores, porque Mendizábal no me dejaría (risas). Pero esto me abrió un poco la mente a jugar con el idioma. Es decir que escribir una novela no es contar una historia solamente sino que, en muchos casos, es mantener una pelea lúdica con el idioma.Seguir leyendo:“Patria”, una novela magistralFernando Aramburu, después de “Patria”: “Todavía queda mucha gente convencida del proyecto terrorista, pero ahora la vía no es la violencia”Fernando Aramburu: “No puedo crear una sociedad mejor causando mal a otros; prefiero cuestionarme mis ideas antes que dejar un reguero de muertos”

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“En este país, casi la mitad de los hogares viven sin el papá que un día fue por cigarros y no volvió”: “La cabeza de mi padre”, de la mexicana Alma Delia Murillo

“La cabeza de mi padre”, uno de los títulos más recientes de Alma Delia Murillo. (El Observador).La más reciente novela de la escritora mexicana Alma Delia Murillo viene dando de qué hablar, abriéndose paso entre los lectores y convirtiéndose en un referente literario del panorama actual de las letras de ese país.Tras haber publicado sus “Cuentos de maldad (y uno que otro maldito)”, de la mano de la filial mexicana del grupo Penguin Random House, a través de su sello Alfaguara, la autora de títulos como “El niño que fuimos” y “Las noches habitadas”, regresó a la novela con una historia sobre la búsqueda del padre.Le puede interesar: Soltar prenda y hacerse hilo, la poesía de Paula Giglio en su libro “En el cuerpo”En “La cabeza de mi padre”, la autora sitúa a los lectores en 2016, cuando la narradora de la historia está a punto de iniciar un proceso de adopción como madre soltera. Sabe que es difícil que le den la custodia de un niño si ella está sola; la figura de un padre se le hace necesaria. A raíz de ello, un sueño comienza a ser recurrente: su propio padre va a morir.A sus 40 años de edad, con nada más que una fotografía vieja en el bolsillo, emprende un viaje desde Ciudad de México hasta Michoacán con el propósito de encontrar a su padre antes de que sea demasiado tarde.Como una suerte de guiño a “Pedro Páramo”, la autora lleva a su protagonista a recorrer parajes insospechados, en la búsqueda de ese padre que, quizá, ya esté muerto. Durante el recorrido, reconstruirá las alegrías, las ausencias, los amores y los accidentes del pasado.Le puede interesar: Un volcán, un padre y su hija, metaficción y más en “Costa del Silencio”, la primera novela de Julio Hardisson Guimerà“Era más fácil asumir que el destino había sido maldito dejándonos sin padre a revelar que el maldito era mi padre que nos abandonaba. Calma. Que no es así, no tan simple. Pero cómo negar que en este país, casi la mitad de los hogares viven sin el papá que un día fue por cigarros y no volvió. Millones de mexicanos y de mexicanas crecimos así. ¿Cuántos serán como yo hijos de aquel padre “refinado”?” – (Fragmento, “La cabeza de mi padre”, de Alma Delia Murillo).Entre siete hermanos y una madre que trabaja todo el tiempo, la vida de infancia retorna a medida que avanza en su camino. Las memorias, como sus propios pasos, no se detienen hasta encontrar lo que ha ido a buscar. Conforme las páginas avanzan, tanto quien narra como quien lee, reflexionan en torno a temas como la biografía, la historia de un país y la sociedad que surge a merced de los padres que abandonan y las mujeres que cuestionan.”La cabeza de mi padre”[”La cabeza de mi padre” de Alma Delia Murillo puede conseguirse en formato digital en Bajalibros clickeando aquí]Le puede interesar: María del Mar Ramón habla sobre “Todo muere salvo el mar”: “No es una novela feminista, más allá de que yo defienda el feminismo”“Mi padre va a morir. Empecé a ver el presagio por todos lados, a convencerme de que tenía que hacer algo […] Entonces hice lo que suelo hacer para controlar el pánico: me senté a escribir.” En una carta, más adelante, apunta: Papá, ¿te digo papá o te digo padre o te llamo por tu nombre? […] Voy a cumplir cuarenta años, y es la primera vez que escribo este vocativo […] ¿Quién eres? ¿Cómo fue tu vida? ¿Cómo es ahora? ¿Qué te gusta comer? ¿Cantas? ¿Te gusta el café tan caliente como a mis hermanos y a mí? […] ¿Eres como nosotros? […] Soy tu hija menor. Y escribo, o eso pretendo. Tal vez tu ausencia me dio la primera palabra de todas las historias que quiero contar” – (Fragmento, “La cabeza de mi padre”, de Alma Delia Murillo.La de “La cabeza de mi padre” es una historia dolorosa sobre la introspección, la reflexión y la aceptación del pasado, escrita desde la entraña, desde donde sólo se puede transitar el camino hacia el origen. Tras muchas peripecias y búsquedas, la narradora consigue reconciliarse consigo misma y los días que se han ido.Seguir leyendo:Soltar prenda y hacerse hilo, la poesía de Paula Giglio en su libro “En el cuerpo”Un volcán, un padre y su hija, metaficción y más en “Costa del Silencio”, la primera novela de Julio Hardisson GuimeràMaría del Mar Ramón habla sobre “Todo muere salvo el mar”: “No es una novela feminista, más allá de que yo defienda el feminismo”

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“Mala onda”, de Myriam Gurba, una novela sobre la maldad como forma de resistencia política

Myriam Gurba es la autora de “Mala onda”, una de las novedades más interesantes de la editorial Tránsito.Una de las novedades más recientes de la editorial Tránsito, que siempre sorprende con voces impactantes de las que no se tenía noticia hasta que ellos se atreven a publicarlas, es una novela con aire autobiográfico que desafía los géneros. El lector siente que está ante un testimonio novelado, o una novela testimonial; un ensayo sobre binarismo sexual con una alta carga lingüística. En todo caso, el libro es una bomba.Son 324 páginas las que componen “Mala onda”, el título debut de la escritora norteamericana, de origen mexicano, Myriam Gurba. La editorial española ha publicado la novela en el arranque de 2023, con la traducción de la poeta mexicana Elisa Díaz Castelo.Le puede interesar: El hastío infinito ante el sistema en “Lo salvaje”, de Julia ElliottLo que los lectores encontrarán aquí es pura dinamita, un relato audaz, narrado a fragmentos, sobre el ingreso a la adultez de una mujer chicana en California que se reconoce como queer. Con el correr de las páginas, el proceso de asumirse lesbiana, las agresiones sexuales, la misoginia, la homofobia y las secuelas del racismo, son algunos de los tópicos que guiarán el relato.Con un humor agudo y descarado, asegura el sello español, Gurba reivindica la maldad como forma de resistencia política. Probablemente, este sea el punto más fuerte del planteamiento de la autora. Actuamos con mala intención para defender nuestras intenciones, nuestros ideales; para reír y llorar cuando es debido, o solo porque se nos pega la gana; para defendernos de quienes quieren herirnos, de quienes buscan “cortarnos los senos”.“Somos malas para defendernos del aburrimiento y de aquellos que quieren cortarnos los pechos. Somos malas para defender nuestros clubes e instituciones. Somos malas porque nos gusta reírnos. Ser mala onda con niños es divertido, además de ser un deber del feminismo de la segunda ola. Ser grosera con hombres que se lo merecen es una misión sagrada. La sororidad es poderosa, pero ser una perra es más apasionante. Ser una perra es espectacular” – (Fragmento).Le puede interesar: Una hermana desaparecida y una historia que su familia quería olvidar: ¿cómo se recupera lo que nadie nombra?Lo hecho aquí confirma a Myriam Gurba como una de las voces más interesantes y poderosas de la literatura contemporánea, por lo menos en el sur de Estados Unidos y México. Con “Mala onda” consiguió ser finalista del Premio Lambda de No Ficción en 2018. El libro ha sido bien comentado en medios como The New York Times o Publishers Weekly, y ha sido elegido entre los mejores títulos LGBTQ de todos los tiempos por O, the Oprah Magazine.“Gurba parece decidida a derribar muros y a no dejar que las lectoras caigan en la autocomplacencia; su escritura llama nuestra atención sobre la crueldad humana, el sufrimiento y la resiliencia. Y nos hace mejores”, reseña BuzzFeed. Por la misma línea, Meghan Daum escribió para The New York Times, que la novela es, en últimas, “una reflexión sobre la raza, la clase, la sexualidad y los límites de la amabilidad”. Y en Los Angeles Review of Books se dijo que “Mala onda” es “un libro poderoso y vital sobre el daño y los fantasmas del abuso”.Portada del libro “Mala onda”, de Myriam Gurba. (Editorial Tránsito).Myriam Gurba ha publicado los libros, además del ya mencionado, Dahlia Season y Painting Their Portraits in Winter. Textos suyos han aparecido en publicaciones como The Paris Review, Time, KCET, The Rumpus o 4Columns.Seguir leyendo:El hastío infinito ante el sistema en “Lo salvaje”, de Julia ElliottUna hermana desaparecida y una historia que su familia quería olvidar: ¿cómo se recupera lo que nadie nombra?La escritora Sarah Manguso expone en su primera novela cómo en los Estados Unidos lo blanco no siempre es limpio

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