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Memorias posibles sobre la tanda

La primera publicidad televisiva del país se emitió en 1951 y poco material visual queda de aquellos avisos pioneros. Un libro busca reconstruir el nacimiento de la pausa.

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De Einstein a Spielberg, el influjo de la cultura judía en el mundo

escucharescucharLa discusión es vieja, tiene más de un siglo. Empezó en serio en 1919, cuando el sociólogo norteamericano Thorstein Veblen publicó un artículo académico titulado “La preeminencia intelectual de los judíos en la cultura europea”. Planteó allí una idea que se ha convertido en lugar común, porque la estadística la ha hecho incontestable: muchos de los cambios revolucionarios en la cultura occidental son obra de un puñado de judíos. Sin Marx, Freud, Mahler, Kafka, Einstein o Arendt, la política, la psicología, la música, la literatura, la ciencia y la filosofía serían muy diferentes. El palmarés de los Nobel da la medida numérica: casi un cuarto de los premiados es de ascendencia judía. Como solo hay unos 13 millones de judíos en el mundo (de los cuales, siete viven en Israel y cinco en Estados Unidos), lo que representa el 0,16% de la población mundial, la tasa de premios Nobel por cada mil habitantes es inalcanzable para cualquier otro colectivo. Por ejemplo los españoles, cuatro veces más numerosos, solo tienen siete premios (ocho, si se cuenta a Mario Vargas Llosa).Esto ha inspirado muchas reflexiones y teorías que aún colean y se plantean si esta verdad se sostiene hoy. ¿Sigue siendo el judío el pueblo elegido, al menos en lo que a cultura y ciencia se refiere? El debate actual no se centra tanto en si los judíos han moldeado el mundo contemporáneo (lo que se da por hecho), sino en si siguen moldeándolo o han perdido esa capacidad revolucionaria. Hay un consenso erudito entre quienes estudian la cultura judía que considera que esta brilló con fulgor en Europa entre 1750 y 1950, una etapa llamada modernidad judía. Desde mediados del siglo XX, la cuestión se emborrona por la memoria del Holocausto, la constitución de Israel y la desaparición física de los judíos de Europa, que solo siguen formando comunidades numerosas e influyentes en Francia y, cada vez menos, en el Reino Unido.Hannah Arendt, autora de La condición humana, en Nueva York, en abril de 1972Tyrone Dukes/NYTConviene aclarar que aquí judío no es una condición étnica o religiosa, sino que se aplica a alguien identificado como tal o perteneciente a una familia de esa cultura. De hecho, la mayoría de los judíos revolucionarios (los Marx, los Einstein, los Freud…) eran ateos e incluso renegaban de su tradición familiar. Sin embargo, como sostiene Norman Lebrecht, autor del último jalón en este camino intelectual, el ensayo reciente Genio y ansiedad: cómo los judíos cambiaron el mundo (1847-1947), en la obra de todos ellos se pueden rastrear indicios intrínsecamente judíos, mamados en casa, como se transmiten los rasgos más íntimos e irreductibles de una cultura.Pensar como un rabinoEl autor de este ensayo dice que los aforismos socarrones de Einstein son inconfundiblemente hebraicos, y que Sigmund Freud utiliza en su análisis seis de los trece principios de la exégesis talmúdica, pese a que no tuvo educación religiosa y creció en un ambiente laico. De manera bastante freudiana, Lebrecht sostiene que el inventor del psicoanálisis piensa como un rabino, pero de forma inconsciente, por ósmosis cultural, del mismo modo que los españoles decimos “ojalá”, suspiramos “dios mío” o nos quejamos de sufrir “un calvario” aunque nunca hayamos ido a misa ni leído los evangelios.Philip RothArchivoLebrecht no cree en los particularismos étnicos o genéticos –que llevarían a pensar que la Biblia tiene razón y Dios eligió a ese pueblo–, pero defiende que el componente judío es clave para entender a esas personalidades y su papel en la historia. Por ejemplo, aunque a Franz Kafka se le suele leer como un narrador del absurdo y de la angustia del individuo frente al control del Estado, el erudito cabalístico Gershom Scholem subraya que casi todo lo que los neófitos interpretan en su literatura como vanguardista y casi caprichoso está bien justificado en la cábala y los conocimientos esotéricos con los que Kafka, pese a escribir en alemán y ser en buena medida un producto de la educación germánica, estaba familiarizado. Un gentil de Praga sin ese bagaje cultural no habría escrito así.En los últimos tiempos se ha impuesto una lectura rejudaizante de algunos escritores cuyo judaísmo se consideraba antes accidental o irrelevante. No era el caso exacto del muy reeditado Joseph Roth, aunque en la placa que recuerda su último domicilio en París se lo nombra como “escritor austríaco”, adjetivo impensable si la colocasen hoy. El último ensayo dedicado a su figura en España, escrito por Berta Ares Yáñez (La leyenda del santo bebedor. Legado y testamento de Joseph Roth, publicado en 2022 por Acantilado), estudia la influencia de la tradición jasídica oriental en sus libros, que hoy se entienden mejor en esa clave religioso-cultural. Es decir, se lo define antes como un escritor judío que como austríaco o germánico. Lo mismo ha pasado en los últimos años con otros autores, como Elías Canetti.Horizonte moralQuizá esto no sea ajeno a la instauración de la conmemoración del Holocausto como religión civil, tal y como teorizó el historiador Enzo Traverso hace unos años. Desde que la memoria del genocidio se convirtió en un horizonte moral de la humanidad, y Auschwitz en la sucursal del infierno en la Tierra, por parafrasear a Roth, toda la aportación intelectual de los judíos se ha reinterpretado, dando mucho más peso al factor cultural y religioso. Por ejemplo, Hannah Arendt sigue siendo una de las pensadoras más influyentes y leídas, pero mientras su obra cumbre, Los orígenes del totalitarismo, ha sido en parte desacreditada, algunos de sus libros menores despiertan mucho interés, en especial los relacionados con el judaísmo, como La tradición oculta, donde habló de los judíos como parias, o sus estudios juveniles sobre Rahel Varnhagen, una escritora judía berlinesa del siglo XVIII con la que se identificaba.Sostienen Traverso y otros estudiosos que la cultura judía declinó a partir de 1950. “Israel ha puesto fin a la modernidad judía. El judaísmo diaspórico fue la consciencia crítica del mundo occidental. Israel sobrevive como uno de sus dispositivos de dominación”, escribió Traverso en El final de la modernidad judía. Lebrecht es menos tajante: “El nacimiento del Estado de Israel marca el comienzo de un nuevo capítulo. No es el final de la historia”. Lo sea o no, establece una cesura insoslayable que politiza y divide a los eruditos. La reflexión sobre la influencia judía en el mundo contemporáneo va unida a las pasiones que despierta Israel, para bien y, sobre todo, para mal.Sigmund FreudarchivoTal vez lo judío ya no sea un factor revolucionario, pero está lejos de ser intrascendente. Es difícil concebir la cultura de la segunda mitad del siglo XX sin el cine de Woody Allen o Steven Spielberg o las novelas de Philip Roth, y es imposible separar a estos autores de su identidad. En su última película, Los Fabelman, Spielberg la aborda de forma intimista, mediante una especie de autoficción sobre un niño judío en los Estados Unidos aún antisemitas de la primera posguerra.CreatividadSin necesidad de invocar a estos clásicos, una de las escritoras más leídas y debatidas hoy en Europa es Delphine Horvilleur, primera rabina de Francia, sionista arrepentida y amiga de Simone Veil, una de las figuras más influyentes de la Europa contemporánea y objeto de culto civil, venerada en una película reciente de muchísimo éxito.El Estado de Israel no ha esterilizado la creatividad ni ha apagado las miradas críticas. Para probarlo, ahí está la obra universal e inapelable de Amos Oz, por ejemplo, y la industria televisiva israelí exporta e influye a todo el mundo, renovando los lenguajes y géneros audiovisuales y reinando en un campo que no se entiende sin la contribución de los judíos: la industria cultural y la cultura popular.Algo del Hollywood dorado de los Goldwin y los Warner persiste en los estudios de Tel Aviv. Pero si alguien quiere entender el peso de Israel en la conciencia de la gran cultura del siglo XX y comienzos del XXI puede leer Desde dentro, las memorias parciales de Martin Amis, con viajes a Jerusalén y la sombra triste de Saul Bellow como música de fondo.La reflexión sobre la influencia histórica de los judíos es inagotable y no para de inspirar novedades editoriales y debates académicos que a veces trascienden los campus. A lo mejor los judíos ya no cambian el mundo, pero siguen obligándolo a pensar.Sergio del MolinoConforme a los criterios deConocé The Trust Project

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Eduardo Mallea, una “conciencia preocupada” por el destino de la Argentina

escucharescucharAunque apenas pasaron cuarenta años de la muerte del escritor Eduardo Mallea (Bahía Blanca, 1903-Buenos Aires, 1982), surge el interrogante: ¿quién lee hoy sus cuentos y novelas, y quién sus ensayos, por los que alcanzó notoriedad en la escena pública, al menos hasta que fueron etiquetados de “liberales”? Su vida y su obra -”un vasto símbolo dentro de la historia espiritual de la Argentina”, según Héctor A. Murena- han caído casi en el olvido. Los libros de Mallea dejaron de reeditarse en la década de 1990 (si bien se los encuentra en librerías de usados y bibliotecas públicas), no se organizan muestras ni jornadas y solo se recuerdan las críticas (o burlas) que recibió por parte de figuras como el mismo Murena, León Rozitchner, Witold Gombrowicz y Jorge Luis Borges. “¿La penúltima puerta? Qué buen título. Mallea tiene una notable capacidad para elegir buenos títulos. Es una lástima que se obstine en añadirles libros”, se lee en la entrada del 28 de diciembre de 1969 del Borges de Adolfo Bioy Casares.Eduardo Mallea fue un destacado narrador y ensayista; por varios años dirigió el suplemento literario de LA NACIONDe unknow. uploader Claudio Elias – http://www.ensayistas.org/filosofos/argentina/mallea/mallea.jpg, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2983533Hubo quienes no le perdonaron su labor como delegado permanente de la Argentina ante la Unesco, entre 1955 y 1958, durante la presidencia de facto de Pedro Eugenio Aramburu. Tal vez Mallea haya sido uno de los primeros escritores del país “cancelados” por cuestiones ideológicas.De 1931 a 1955, dirigió el suplemento literario de LA NACION, desde donde contribuyó a difundir la literatura argentina y extranjera (como recuerda el escritor Eduardo Agüero Mielhuerry, en esos años Mallea debió sortear enfrentamientos entre escritores por diversas causas, de la Guerra Civil Española a la Segunda Guerra Mundial, pasando por el primer peronismo). En las páginas del suplemento se publicaron textos de André Gide, Stefan Zweig, Amado Alonso, Pierre Drieu la Rochelle, Jean Cocteau, François Mauriac, Ernest Hemingway, Theodore Dreiser, sus admirados Waldo Frank y José Ortega y Gasset, Ramón Gómez de la Serna, Julián Marías, Borges, Bioy Casares, Silvina Ocampo y Manuel Mujica Láinez, entre muchos otros.En simultáneo, desempeñó un papel decisivo en la revista Sur, dirigida por su amiga Victoria Ocampo (en 1969, la autora le rindió tributo en Diálogo con Mallea). La ensayista Beatriz Sarlo destacó que en su obra narrativa los personajes femeninos “ejercen la independencia y la autodeterminación, la voluntad y la libertad”. En El paraíso argentino, el escritor Claudio Zeiger brinda un perfil de Mallea e invita a conocer algunos de sus cuentos y novelas. En el fascículo de Capítulo. Historia de la literatura argentina dedicado a Mallea, el escritor Attilio Dabini lo definió como un “solitario en busca de comunicación”.Se lo vinculó con el existencialismo. “Sus textos exhiben la angustia de un yo atormentado, en permanente lucha por develar el sentido de su existencia y por construir un paradigma ético superador de una crisis vista desde una perspectiva metafísica tanto como cultural y social”, sostiene el investigador Ricardo Mónaco. El ensayo biográfico de Oscar Hermes Villordo -Genio y figura de Eduardo Mallea- le hace justicia a una obra atravesada por el espíritu crítico de la realidad argentina.“Fue un escritor muy importante en su momento y hoy es poco mencionado -dice la escritora e investigadora María Rosa Lojo a LA NACION-. Tuvo una relación estrecha con Victoria Ocampo, que fue más allá de la amistad; como joven dedicado a la vida intelectual, fue un colaborador temprano de Sur; él hizo, entre otras cosas, las traducciones de las conferencias del estadounidense Waldo Frank cuando estuvo en 1929 en el país, y fue un gran difusor de su obra. Promovió la carrera de mucha gente, participó en el Centro PEN y fue un novelista muy leído; en El cielo protector, de Paul Bowles, hay un epígrafe suyo”. Para Lojo, es un ejemplo del modo en que cambian los gustos literarios según las épocas. “Estuvo en el centro del canon durante no poco tiempo y hoy es un autor al que hay que rescatar. Historia de una pasión argentina no se puede obviar en ninguna historia del ensayo en el país”.Eduardo Mallea. Tres tapas de sus libros: Todo verdor perecerá, La bahía de silencio e Historia de una pasión argentinaMientras dirigía el suplemento literario de este diario, desarrolló su labor literaria y dio a conocer algunos de los títulos más importantes, como el ensayo Conocimiento y expresión de la Argentina (1935), la novela Nocturno europeo (1935); los cuentos de La ciudad junto al río inmóvil (1936); Historia de una pasión argentina (1937; ”escrito con dolor vivo”, reveló el autor); las novelas Fiesta en noviembre (1938), La bahía de silencio (1940) y Todo verdor perecerá (1941, que toma su título del libro de Isaías en la Biblia); Las Águilas (1943, que forma parte de una trilogía inconclusa con La torre, de 1951); y una de sus novelas más elogiadas y afines al gusto actual, Chaves, de 1953. En 1954, dio a conocer su “arte poética” en Notas de un novelista. Hay una serie de nouvelles con personajes “sonámbulos”, taciturnos y ensimismados -como Rodeada está de sueño. Memorias poemáticas de un caballero desconocido y El retorno- que, además de evocar la obra del austriaco Hermann Broch, poseen una inesperada modernidad. Como algunos de sus contemporáneos -Thomas Mann, Robert Musil, Julien Green, Aldous Huxley- cuestionaba con rigor la época y a sí mismo, sin cultivar el pesimismo.“Conocí a Eduardo Mallea en 1954, cuando empecé a colaborar en el suplemento literario de LA NACION, que él dirigía -recuerda el escritor y académico Antonio Requeni-. Era todo un caballero. Yo era muy joven, un principiante, pero me concedía un rato de conversación y me despedía con cordialidad. Una tarde lo encontré en San Telmo y caminamos juntos varias cuadras. Se estaba documentando porque debía escribir el episodio de una novela que transcurría en ese barrio. Era un escritor muy minucioso. Lo vi por última vez en el sepelio de Victoria Ocampo. Fue un gran escritor y un hombre generoso, de gran honestidad. Cuando concluyó su función diplomática en la Unesco, regresó al país y devolvió la suma de los viáticos”.¿Por qué se lo lee poco en la actualidad? “Por tres razones -responde Requeni-. Porque el ambiente y el lenguaje de sus novelas no responde al gusto del lector actual, porque los medios priorizan a los autores del presente, los que por lo general aspiran a ser una renovación y no una continuidad, y porque el olvido, tras la muerte de importantes poetas y narradores, es, desdichadamente, una costumbre generalizada. ¿Quién lee hoy a Arturo Capdevila o a Pablo Rojas Paz?”.“Todo mi empeño estribó en ser una conciencia preocupada”, escribió en el esbozo autobiográfico La guerra interior, publicado en Sur, en 1963. En 2023 se cumplirán 120 años del nacimiento de Eduardo Mallea.Daniel GigenaTemasLiteratura argentinaLibrosConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectOtras noticias de Literatura argentinaTalentos. Luis Felipe “Yuyo” Noé. “Estoy por cumplir 90 años y cada vez me siento más joven como pintor”Polémica en Twitter. Mariana Enriquez cerró su cuenta a raíz de las críticas que recibió por apoyar a una escritora “cancelada”Nuevo reconocimiento. Santiago Kovadloff, Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía

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David Rieff: “Vivimos un momento de pasión por los extremos”

De visita en Buenos Aires para presentar Obra imprescindible (Random House), de la escritora estadounidense Susan Sontag (1933-2004), el crítico cultural y periodista David Rieff, hijo de Sontag y del sociólogo Philip Rieff, se muestra como un hombre muy atento a lo que sucede en el mundo. Se refiere a la situación de Chile después del rechazo a la nueva Constitución (“mis amigos chilenos estaban muy decepcionados, pero yo no”, revela), a la de Ucrania, donde se desarrolla el conflicto bélico propiciado por Vladimir Putin a inicios de año, y también a los avatares de la actualidad local. “A los argentinos no les gusta el término medio; quieren estar en los extremos: o ser los peores del mundo o los mejores”, bromea. Rieff viaja a Buenos Aires con frecuencia, recorre librerías y se encuentra con amigos; entre ellos, el escritor Edgardo Cozarinsky (que también fue amigo de Sontag), el periodista Carlos Pagni, la politóloga Claudia Hilb y el galerista Jorge Mara.En Obra imprescindible, un volumen de casi 800 páginas, Rieff seleccionó una gran cantidad de ensayos (de “Contra la interpretación” a “La imaginación del desastre”, pasando por “Fascinante fascismo”), artículos, discursos, cuentos, capítulos de novelas y fragmentos de los diarios de la autora de En América. También incluyó un texto poco conocido en español, “El Tercer Mundo de las mujeres”, donde Sontag aborda las luchas del feminismo en el contexto de los años 70 y les atribuye un carácter revolucionario y “radical” (una de sus palabras favoritas).Sin embargo, Rieff duda de que el pensamiento de su madre sea reconocido como radical por las representantes del movimiento feminista contemporáneo. Para el autor, el antiintelectualismo “repelente e iconoclasta” de las políticas identitarias (signo de los tiempos que corren, según él) hubiera reprobado las críticas de Sontag a la familia, los autoritarismos de derecha e izquierda, las alianzas del feminismo con otros movimientos sociales y los privilegios de clase de algunas feministas.–¿Por qué no estaba de acuerdo con la nueva Constitución chilena?–La nueva Constitución me parecía una antología de clichés de lo políticamente correcto y de las ideas de la izquierda identitaria, que es la moda más equivocada de la época. No soy de izquierda, entonces es muy fácil para mí criticarla, y tampoco soy chileno. Pero creo que han desaprovechado una oportunidad histórica para hacer una buena Constitución popular; parece que los dirigentes han dejado de entender a su propio país. Hasta los propios mapuches han votado por el rechazo.–¿A qué llama izquierda identitaria?–Una izquierda más focalizada en asuntos de identidad de género y racial antes que en la clase social. Creo que la izquierda identitaria sirve bien al capitalismo de nuestra época. Por ejemplo, había muchos chilenos que temían esa nueva Constitución, en especial la centroderecha, pero el mundo capitalista de Chile no tenía ningún temor porque, de hecho, el proyecto de la Constitución no era muy duro en términos materiales.–¿Es decir que las políticas identitarias desplazan el interés en cuestiones más urgentes?–La economía es fundamental, así como el acceso a la educación. La Argentina en este sentido, y yo sé que a los argentinos no les gusta escuchar que están como los otros, no está tan mal como se cree. Pero me parece interesante que el enfoque sobre el lenguaje inclusivo y la representación siguen siendo centrales para el gobierno de Alberto Fernández, al mismo tiempo que hay un ajuste silencioso pero evidente y que se recortan gastos en distintas áreas. Pero vamos a decir “todes” en vez de todos o todas. No es un negocio muy favorable para los pobres. Se trata de un movimiento de la izquierda global, se ve en Nueva Zelanda, en Inglaterra, en Estados Unidos, en México y aquí también.”El kirchnerismo tiene la fantasía de que un argentino es peronista. Y si no es peronista, no es argentino. Esto es de una arrogancia insoportable” –¿Las posturas de los intelectuales de izquierda y de los simpatizantes del oficialismo le parecen congruentes?–En este país, tal como en Estados Unidos y en muchos otros países, la cultura es una provincia administrada por la izquierda y ha sido así durante mucho tiempo. Podemos obviamente hablar de personas importantes de la cultura que en América Latina no se proclamaron de izquierda, pero son pocas, Nicanor Parra, Jorge Luis Borges. Ahora bien, el clamor de la derecha en Estados Unidos en favor de la civilización clásica occidental también es una hipocresía absoluta; a nadie le interesa esa cultura para nada, están defendiendo una ideología y no la cultura. Muchos no han asistido a un concierto en su vida. En este sentido, es un diálogo no solo de sordos, sino también de cretinos.–¿Está conforme con la edición de la obra “imprescindible” de su madre?–Yo tengo dos vidas, soy escritor, soy periodista y, aunque trabajo un poco menos de esto, también soy crítico cultural, con mis propias opiniones que discretamente me gusta compartir. Pero también soy el heredero y el responsable de la obra póstuma de mi madre, y trato de hacer lo necesario para que su obra tenga las mejores posibilidades. En este sentido, estoy conforme con la antología, aunque es una reflexión y una interpretación propia, porque si ella estuviera viva obviamente hubiera elegido otros textos. Pero, como digo en el prefacio, soy el hijo y no un médium, y trato de administrar con seriedad su legado. El título no fue una elección mía, sino de los editores. Y como con los editores iba a perder de todas maneras esa batalla, es mejor perderla con cierta elegancia.–¿Ella hubiera objetado la inclusión de algunos textos?–Espero que no. Hay unos que tal vez no hubiera incluido. A pesar de que la idea fue del gran editor español Claudio López Lamadrid, y de que ha colaborado mi amigo, el traductor y poeta Aurelio Major, finalmente es mi responsabilidad. Traté de ofrecer algo que representara la llama de su obra, con todas sus contradicciones, porque creo que hay contradicciones fundamentales en su obra. Si un día decidiera escribir algo sobre el trabajo de mi madre, empezaría diciendo que es una escritora muy dividida entre el moralismo y el esteticismo, y que nunca ha resuelto esa contradicción. Pero la obra es más interesante que el problema.–¿Pero el esteticismo no puede ser también ético o moralista?–Bueno, es como un diagrama de Venn. Ambos términos no son contradictorios y hay intersecciones y superposiciones. Existe un diálogo en las artes entre el esteticismo y el moralismo. En algunos contextos son obvios, en especial cuando hay presencia de ambos durante la misma época. Pero en otros momentos alguno se impone; por ejemplo, con la llegada de Stravinsky en la primera década del siglo XX y su rechazo por la música más tradicional. Godard también es interesante, porque para mí fue un moralista que no quería serlo, como mi madre. En sus últimos escritos predomina el moralismo.–¿Por qué dice que la biografía que Benjamin Moser escribió sobre Sontag es banal?–El problema con esa biografía es su énfasis en la vida y no en la obra. Toma la obra y elige explicarla por la vida. Puede ser que en este país eso sea una ventaja para el lector argentino, porque es un abordaje demasiado psicológico. He pasado mucho tiempo aquí, tengo amigos y conozco la obsesión argentina por la psicología, de la que no entiendo nada, ni una palabra. Ese es el problema de esa biografía para mí. No es que haya tantos errores, aunque los hay, por supuesto, y aunque no comparto ciertas interpretaciones de Moser. Pero esto es secundario, el problema es que en su caso siempre gana la interpretación. Y tiene tendencia a ser chismoso.–¿El pensamiento de Sontag sigue vigente en Estados Unidos?–No tengo la respuesta, porque no tengo muchos vínculos con el mundo cultural y el mundo universitario, pero puedo decir que sus editores en Estados Unidos y en Gran Bretaña siguen publicando sus libros y siguen pidiéndome que entregue el volumen final de sus diarios.–¿Existen hoy en Estados Unidos intelectuales como ella?–Ahora hay muchos especialistas. En broma digo que mi madre fue la última gran intelectual europea de Estados Unidos. En su época había una idea de una escritura menos especializada que la que existe ahora y los intelectuales tenían la idea de una cultura general que hoy casi no existe. Ella tuvo una gama de intereses muy amplia: el cine, la literatura, la filosofía, el arte, el teatro, la fotografía, la política. Pienso en alguien como Fernando Savater en España.–¿Se considera usted un intelectual?–Supongo que sí, aunque no pienso en estos términos, pero objetivamente soy un analista político, un periodista, un corresponsal de guerra, un comentarista. Actualmente trato de escribir un ensayo sobre la idea de trauma en la interpretación del mundo actual, desde un enfoque político, cultural, social y personal.–Estuvo hace poco en Ucrania.–En agosto. Estoy trabajando con un colega inglés con el cual he viajado a otros países; estuvimos juntos en Irak, él hace sus crónicas y yo escribo mis pequeños ensayos. Tenemos la intención de escribir un libro, tal vez también con un periodista francés. Estamos en el comienzo de este trabajo, regresaremos en noviembre o diciembre a Ucrania. Creo que esta va a ser una guerra larga. No veo el modo de que Putin pueda aceptar la derrota en este momento. Entonces, a menos que haya un golpe de Estado en Moscú, van a empeorar las condiciones para los ucranianos porque los rusos aún no han atacado de manera sistemática y a partir de ahora creo que van a hacerlo. La guerra ha empeorado las condiciones de vida de todos. Tampoco veo a los ucranianos cambiando de postura y aceptando las condiciones rusas, y Washington, Londres y Varsovia van a seguir apoyando a Ucrania. Hay que enfatizar la nueva importancia de Polonia en el contexto europeo. Los polacos creen, con razón, que ellos pueden ser los próximos.–Llegó a la Argentina días después del atentado a la vicepresidenta Cristina Kirchner.–Soy una persona que normalmente tiene poca simpatía por los complots. Dudo mucho que haya sido un atentado falso, como muchos dicen. No veo una razón para rechazar la versión oficial. Que hay mucho odio en contra de Cristina es un hecho: la guillotina en Plaza de Mayo, los ataques en redes sociales, los carteles en su domicilio. No soy de izquierda y creo que si fuese argentino no sería kirchnerista, pero cuando se habla de los efectos concretos de los discursos de odio los resultados están a la vista.–¿Es posible legislar en contra de los discursos de odio?–Me parece posible legislar sobre esto sin imponer, pero hacerlo de manera imparcial es absolutamente imposible. El kirchnerismo tiene la fantasía de que un argentino es peronista, y que si no es peronista no es argentino. Esto me parece de una arrogancia y una soberbia insoportables, y obviamente falso. Tal vez la legislación que se propone llevar adelante depende de esa idea.–Muchos analistas atribuyen la proliferación de los discursos del odio, que son los dirigidos a las minorías, a las redes sociales.–Este es un problema global y tienen razón. Pero ¿qué hacer? Censurar las redes sociales no es posible a menos que el gobierno pague para monitorear lo que todos opinan, como hace el gobierno chino con una infraestructura muy cara. Las redes sociales son muchas cosas pero, entre otras, también son un arma de guerra. Aquí todos hablan de la grieta, pero la grieta argentina no es más amplia que la estadounidense. Vivimos un momento de la historia de pasión por los extremos. Esto se verifica globalmente.–La Argentina no es entonces un caso excepcional de polarización.–Siempre les digo a mis amigos argentinos que hay muchos problemas en este país, pero la Argentina no es el peor de los países. Insisto, a los argentinos no les gusta estar en el medio de la tabla: hay que ser el peor o el mejor en todo, pero no es el caso; hay cosas que no funcionan bien, pero hay otras que están bastante bien en el contexto mundial. La única cosa de este país que es evidentemente un problema grave es la inflación. Pero esto no se ve. Los europeos entran en pánico con una inflación de 10%, pero aquí una inflación del 10% sería el paraíso.–¿Cuál su opinión sobre Juntos por el Cambio?–No he admirado a Mauricio Macri, y cuando uno ve que durante su gobierno los salarios han estado incluso peor que ahora es posible explicar su fracaso. Las cifras del gobierno de Alberto Fernández no son brillantes, pero tampoco son tan malas como lo fueron durante el gobierno de Juntos por el Cambio. No me sorprendería que el próximo presidente de este país sea Sergio Massa o incluso Cristina Kirchner; durante su primer mandato he hablado con empresarios norteamericanos que estaban encantados con ella.–En el prólogo de Obra imprescindible sostiene que vivimos un momento de antiintelectualismo.–En el sentido de que, sobre todo en los contextos culturales, pero no solamente en ellos, la idea de la representación ganó, y perdió la idea de la trascendencia. Hoy, la cultura es una irrigación de todas las experiencias y sentimientos de varios grupos, entonces hay que representar a los pueblos originarios, los feminismos, las disidencias sexuales, y esto es más importante que la visión más individual de la cultura. La trascendencia responde a la gran tradición de las artes, por qué pintar, por qué acercarse a lo divino o lo sagrado. Pero hoy esto es visto como un refuerzo de la cultura dominante, que muchos quieren cambiar por una cultura más democrática, más justa, más representativa.–¿Qué hace en Buenos Aires además de ver a sus amigos?–Voy a librerías. Es un vicio. En todas partes compro libros, y las librerías en Buenos Aires siguen siendo magníficas aun con todos los problemas que están enfrentando. Soy adicto a los libros, es una desgracia.David Rieff, analista y periodista estadounidensePATRICIO PIDAL/AFVUn analista de mirada global■ David Rieff nació en Boston en 1952. Estudió Historia en la Universidad de Princeton. Es ensayista, periodista y fue corresponsal de guerra en diferentes conflictos armados y guerras civiles.■ Es autor de diez libros, entre ellos The Exile. Cuba in the Heart of Miami (1993), Slaughterhouse. Bosnia and the Failure of the West, El oprobio del hambre, Contra la memoria y Elogio del olvido.■ Es miembro de The New York Institute for the Humanities y ha colaborado como editor en el World Policy Journal (1998-2000), en The New Republic y en Harper’s Magazine. También colabora como escritor en Los Angeles Times Book Review.■ Acaba de editar Obra imprescindible, donde prologa y selecciona textos de su madre, la ensayista y escritora Susan Sontag.Daniel GigenaConforme a los criterios deConocé The Trust Project

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Lecturas. Ídolos de la música popular que llegan a los libros

“A veces he sido duramente criticado por algunos sectores y más aún por un sector intelectual. Tengo conciencia de que yo no tengo nada que ver con cierto tipo de sector académico, con ese saber que duerme acumulado en las bibliotecas. Pero sí tengo que ver con todo lo que se aprende viviendo, sufriendo y gozando. A veces pienso que el amor que puede sentir un intelectual no va a llegar nunca a ser tan inmenso como el amor que puedo llegar a sentir yo. Cierto tipo de intelectual es incapaz de vivir las cosas simples e intensas, como el amor”, le estará diciendo Ramón “Palito” Ortega en 1980, ya convertido en Rey, ya estrella de cine (de películas teen y de propaganda), ya padre de cinco hijos al escritor (también tucumano) Julio Ardiles Gray en la memoria oral Los días de mi vida.Ese statement de Palito Ortega es uno de los mayores hallazgos de Un muchacho como aquel, el libro con el que el sociólogo Pablo Alabarces y el doctor en Comunicación y crítico musical Abel Gilbert profundizan en algo que pareciera no necesitarlo: la obra y la instalación de esa figura hierática que sin cantar ni bailar bien consiguió vender más discos que Carlos Gardel en los primeros cinco años de su carrera y cuyo nombre permaneció en la órbita pública hasta nuestros días. No tanto como “ídolo juvenil”, como afirman los autores, pero sí con una influencia cultural que pasó de la canción popular y el cine en los años 60 y 70 a la política en los 90; de conformar un clan propio (y no el Club del Clan, de RCA) proyectando su apellido en los hijos del espectáculo a convertirse en el insospechado enfermero de Charly García en el nuevo milenio.El hallazgo de Alabarces (que lleva años explicando a Ortega en su seminario de Cultura Popular en la UBA) y Gilbert es bibliográfico ya que el libro de Ardiles Gray es inhallable (ni siquiera lo registra la entrada del escritor en Wikipedia), pero además define en palabras del protagonista una cuestión de fondo. Palabras más, palabras menos, dice Ortega que las bibliotecas no fueron hechas para él ni, por extensión, para toda esa música que se hizo lugar entre el ocaso del tango, el boom del folclore y la irrupción de la efímera nueva canción y el rock, hoy cuestión de Estado. La música popular funcional al despegue de la industria discográfica y al consumo de masas (en 1964 un asalariado promedio podía comprar unos 80 discos del Club del Clan por mes, apuntan los autores) catalogada como “mersa” por la intelligentsia.Ese “sector académico” por el que Ortega se sentía impugnado se ocupa ahora de él, pues, de “el muchacho triste de las canciones alegres” y, por extensión, de esa música y esos artistas que llenaban las páginas de las revistas de actualidad y del corazón pero, fuera de hagiografías y biografías, muy rara vez han llegado al libro entendido como objeto de análisis. En parte, como explican Alabarces y Gilbert, porque, en este caso, Ortega no lo ha permitido, para perpetuar el mito del changuito cañero y el cafetero asaltado por la fama casi por casualidad. En su bibliografía mínima, además de la hagiografía de Ardiles Gray, el dedicado libro de fan de Sergio Crespo y la autobiografía de 2016 para Planeta (pensada como parte de una estrategia de comeback con producción en Rolling Stone incluida) también estaba el muy valioso Indagación de un ídolo (Galerna, 1969) con el que Carlos Ulanovsky radiografió en tiempo y forma la construcción de su imagen pública. Desaparecido también, ni siquiera hay un ejemplar en la Biblioteca Nacional, se ha vuelto casi una joya de bibliógrafo después de que la edición entera fue quemada en un juzgado de Vicente López ante la demanda del Rey por uso indebido de su imagen en la tapa. Remixando el apotegma peronista habría que decir “Discos de Palito y Sandro sí, libros no” o casi. Aunque sí pinturas: ¿Cuantos cantantes tienen retratos de Carlos Alonso y Antonio Berni como el autodidacta tucumano?La misma editorial, Gourmet Musical, que publicó Un muchacho como aquel, este necesario estudio sobre el contexto que dio forma a Palito Rey (después vendría el misterioso Patricio) y que se propone explicar por qué él y no los otros (todos esos nombres de la trasnoche retrorredentora de Mochín Marafioti), ya había dado el paso al frente con el desmesurado La música de Sandro: cómo se hicieron sus canciones, el pormenorizado recorrido de Pablo S. Alonso por todas y cada una de las canciones grabadas por el Elvis de Valentín Alsina. El título, La música de Sandro, lo dice todo. Es eso: se trata de artistas que vendieron millones y millones de discos en la Argentina, América Latina y Estados Unidos, pero sobre los que parece no hacer falta detenerse en sus simples y elepés.¿Es porque al público que los escucha no le interesa saber por qué los escuchan? ¿O porque a los que escriben no les interesó nunca escribirlos? Después del tango, el rock se legitimó como cultura disidente con los discos y una brigada de connaisseurs que constituyeron una especialización propia en el periodismo que la otra música, llamada a veces pop melódico, no tuvo excepto en su roce con la farándula. Así, los extremos se tocan: hay tan pocos libros de música contemporánea académica argentina como de música bastarda. Los volúmenes de Sandro y Palito vienen a reparar esta falta pero también hay que sumar aquí las apariciones no tan lejanas de las autobiografías de Cacho Castaña (Vida de artista, 2016) y Chico Novarro (Algo conmigo, 2018) que escritas por ghostwriters escarban en la formación y la información musical de Castaña, el autor del último gran standard del tango (“Café La Humedad”), y de Navarro, uno de los compositores más versátiles que haya dado la Argentina, surgido también del Club del Clan, aunque con un pie en el jazz moderno. Tiene razón el Rey: falta corazón en las bibliotecas de música. Cómo es posible que a nadie se le haya ocurrido que Sergio Denis tenía una vida y una obra para ser explorada. ¿El omnipresente trap tendrá quien le escriba o pasará a engrosar el cuerpo ágrafo de la música popular?Un muchacho como aquelPor Pablo Alabarces y Abel GilbertGourmet Musical312 págs./ $ 2200La música de SandroPor Pablo AlonsoGourmet Musical704 páginas/ $2300Fernando GarcíaTemasLibrosConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectOtras noticias de LibrosDaniel Enz. “Hay que defender la verdad y apostar a ella”Reseña: El castillo de Barbazul, de Javier CercasReseña: Miles de ojos, de Maximiliano Barrientos

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Un actor que hace de presidente

Los cómicos de la legua tenían un repertorio amplio y diverso que adaptaban según el pueblo al que llegaban, la cantidad de público que pensaban atraer y las presentaciones que pretendían hacer.Las obras por lo general no eran muy largas y exigían a los actores una gama muy variada de registros. Un día representaban una comedia disparatada y al siguiente actuaban un drama sin remedio. El verano podía encontrarlos en el norte y el otoño en el sur, y así toda una vida de viajar sin orden ni concierto.”En la última semana, al Presidente le tocó protagonizar la obra del kirchnerista que pelea contra el mundo capitalista” La gestión de Alberto Fernández se parece bastante a esos cómicos de la legua españoles que en la primera mitad del siglo pasado llegaron en alguna que otra gira a los teatros argentinos.En la última semana, al Presidente le tocó protagonizar la obra del kirchnerista que pelea contra el mundo capitalista.Los críticos han observado, absortos, cómo una obra que solía representar con tono melodramático Cristina Kirchner se convertía en una comedia cantinflesca. Y mucho más cuando entra y sale del escenario el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador. Es en el acto de la obra en el que Fernández dice que va a la Cumbre de las Américas, para arrepentirse luego y anunciar una reunión paralela a la de Joe Biden. Aunque finalmente anuncia que sí, que estará en Los Ángeles, pero recriminando que no hayan sido invitados los autócratas amigos de Cristina, como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua.López Obrador simula ser un amigo fiel, pero al final siempre termina abrazado el vecino del norte, que para nuestro galán es un villano, pero para el mexicano un socio de toda la vida. Una obra muy reidera, dirían los críticos de la temporada marplatense.A Fernández no le sale bien el papel de cruzado contra las democracias capitalistas. Se pone nervioso. Grita en los discursos partidarios, golpea el atril, imita a los imitadores que lo caricaturizan cada vez más lejos de su eje, descontrolado y sin rumbo.Quizá sea más que una anécdota y en verdad se trate de una falta de respeto a la investidura presidencial que algunos humoristas se hayan basado en el libreto de Sergio Berni para presentar a Fernández con algunas copas de más. Hay parodias que entristecen.”Fernández parece querer disimular en un enfrentamiento directo con Macri su orfandad política” En un raid de mensajes en la primera mitad de esta semana, Alberto recorrió varias veces el clásico libreto de Cristina, como un mensaje de reconciliación hacia la vicepresidenta. El martes último llamó “ladrón de guante blanco” a Mauricio Macri y activó, tal vez sin querer, el parangón con Cristina Kirchner.¿Es un fallido que expone la debilidad de la líder de la primera minoría del oficialismo? De inmediato, reaparecieron en las redes las actuaciones de Fernández en años idos, en los que representaba a un duro fiscal de los casos en los que está acusada su compañera de fórmula.Fernández parece querer disimular en un enfrentamiento directo con Macri su orfandad política. Es un recurso de los viejos manuales: buscar una pelea para desviar la mirada social de los verdaderos conflictos. Se sabe: el teatro al fin es un entretenimiento.A Macri la alusión le sirve para mantener la centralidad dentro de Juntos por el Cambio, más allá de la proyección presidencial de Horacio Rodríguez Larreta y de la confirmación de que el radicalismo tratará de hacer crecer la postulación de Facundo Manes.El líder de Pro no tiene decidido si será candidato presidencial por tercera vez consecutiva. “Tengo que sentirlo aquí”, dice en la intimidad y se señala la boca del estómago, cuando le preguntan si ya decidió jugar en 2023. Trabaja en una franja ideológica que, en buena parte, se superpone con la de los libertarios de Javier Milei, aunque sin las extravagancias que hacen atractivo para no pocos votantes al nuevo emergente del renacido “que se vayan todos”.Que en el oficialismo se acuerden de Macri es un buen negocio para los intereses de él. Es un ensayo que pretende hacer creer que la política del país gira siempre en torno a sus mismos protagonistas desde hace décadas.La verdadera incógnita no es la decisión sobre el futuro de Fernández, sino qué hará Cristina esta vez, fracasado su experimento de poner a un delfín al que ahora desprecia.El ensayo de acercamiento de Alberto choca, por ahora, contra la indiferencia de su mentora. Hay un momento de ruptura que no fue registrado por la mayoría en el momento que ocurrió: el 1° de febrero pasado, cuando Máximo Kirchner renunció a la jefatura del bloque oficialista de diputados. Lo que servía para expresar el rechazo del kirchnerismo a la aprobación del acuerdo con el Fondo Monetario indicaba en verdad el desprendimiento de ese sector de la gestión presidencial. Que en este caso no significa abandonar los cargos ni las cajas del Estado.Desde entonces, Fernández intentó con varias recetas de revinculación, pero ninguna le funcionó. Peor, no pudo mostrar signos de recuperación de ningún indicador de su gestión como para validarse ante la opinión pública. Él, como Cristina, encabeza todas las encuestas de imagen negativa, muy al estilo del derrumbe generalizado del sistema político con la crisis de 2001.La interpretación de libretos múltiples conduce a un desenlace previsible: no se sabe cuándo actúa el Presidente ni qué papel representa. No se sabe si es o se hace.Sergio SuppoTemasAlberto FernándezCristina KirchnerConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectOtras noticias de Alberto FernándezDura respuesta. Cristina Kirchner cuestionó a Nicolás Dujovne y el exministro la cruzó”Todo sigue igual”. Un reencuentro sin cambios de fondo que generó malestar en el equipo económicoTenso reencuentro. Cristina Kirchner le dijo a Alberto Fernández: “Te pido que a la lapicera la uses”

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El desafiante y literario arte de escalar techos

Me he pasado las últimas semanas leyendo todo lo que encontraba sobre la estegofilia; es decir, la pasión por la escalada de techos. Me limité a la que practicaban con glamour los dandies en la Universidad de Cambridge entre el siglo XVIII y la década de 1950. Esa excentricidad estaba muy vinculada con la literatura inglesa.La primera celebridad literaria en dedicarse a esos ejercicios de altura fue Lord Byron. El poeta, personaje central del Trinity College, subió al techo de la Wren Library en 1806 para decorar cuatro estatuas. También acostumbraba ascender la imponente Fuente del Gran Patio por razones deportivas e higiénicas. Trepar por ella era muy difícil. Byron lo hacía desnudo para bañarse en sus aguas.Escalar los techos de los colleges estuvo prohibido hasta la década de 1930, en que la severidad cedió. Esa actividad era un desafío a las reglas de parte de los jóvenes pertenecientes a la élite de la sociedad, de la que se burlaban. Para ese reto, se requería estado atlético, valor, humor y conciencia de los privilegios. Ninguna autoridad de la institución tenía interés en echar a esos hijos de familias poderosas. Se llegaba a expulsarlos cuando las infracciones se hacían públicas. Por eso, los roof climbers fueron anónimos hasta bien entrado el siglo XX y solo realizaban esas hazañas por la noche, en secreto.El primer alumno de Cambridge que escribió sobre esas aventuras fue Geoffrey Winthrop Young (1876-1958), poeta, autor de libros sobre alpinismo y educador. Trabajó para la Fundación Rockefeller y, con su amigo Kurt Hahn, contribuyó a la creación del movimiento Outward Bound, que promovía la educación al aire libre por medio de entrenamiento corporal, observación de la naturaleza, viajes y visitas de museos; y el desarrollo de habilidades para enfrentar situaciones adversas.G. W. Y. inició su carrera de escritor en forma anónima porque su primer libro publicado, de 1900, fue precisamente Guía de escaladores de techos de Trinity. No quiso correr riesgos. El breve volumen informaba sobre los distintos itinerarios que libraban el acceso a las alturas del prestigioso college valiéndose de manos y piernas. Su lectura era muy divertida porque estaba escrito como una parodia de las guías de alpinismo de la época.En 1905, Young publicó Wall and Roof Climbing (“Escalada de muros y techos”). Los años lo habían convertido en un gran alpinista. La experiencia de los campamentos, los panoramas de montañas y valles animados por las siluetas de los pastores le inspiraron poemas que, por momentos, hacían recordar a los clásicos griegos. En sus versos, tenían una gran importancia el sol, los paisajes, la naturaleza, y el culto por el cuerpo.Durante la Primera Guerra Mundial, el poeta fue objetor de conciencia, pero estuvo en el frente como conductor de ambulancias. En cumplimiento de esa tarea, una bomba lo hirió y debieron amputarle una pierna. G. W. Y. no se resignó: diseñó y se hizo armar una prótesis especial: así siguió conquistando picos. En 1918, se casó con Eleanor Slingby (1895-1994), alpinista como él y muy apreciada en el círculo femenino de montañistas.Sobre la experiencia bélica, Young escribió Desde las trincheras. De Lovaina a Aisne. Primer registro de un testigo ocular. Más tarde, llegaría ser presidente del Club de Alpinismo y uno de los creadores del British Mountaineering Club, en 1945. Por su parte, Eleanor fue una de las fundadoras y la primera presidenta del Pinnacle Club, que reunió a las escaladoras británicas. Los Young formaron un matrimonio armonioso. La bisexualidad oculta de G. W. Y. no impidió que fueran felices, gracias a la comprensión de la esposa, que conocía y aceptaba la sexualidad de su esposo, pero derramó lágrimas cuando Alan Hankinson, el biógrafo de G. W.Y., le preguntó después de la muerte del escritor sobre ese aspecto de su personalidad. El tiempo había convertido en gloria la clandestinidad de los techos de Cambridge, pero la prohibición del secreto más íntimo del gran hombre de las cumbres lo acompañaría hasta el final. Pompa y circunstancia.Hugo BeccaceceConforme a los criterios deConocé The Trust Project

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Cristina, expuesta a su propia debilidad

La tormenta que arrasa de inquietud a la política argentina está sostenida por una creencia tan falsa como extendida. Es la sugestión que mantiene a Cristina Kirchner en el centro de la escena y le atribuye poderes que ya no tiene.No es el único caso en nuestro universo de poder, pero es de lejos el más sobresaliente equívoco que surge de congelar en el tiempo lo que por definición está sujeto a modificaciones permanentes.La mejor prueba es la temeraria embestida de la vicepresidenta contra su propio gobierno y, en particular, en busca de la destrucción del presidente que ella misma prefirió para los argentinos como sucesor de Mauricio Macri. Con su decisión de resistir, Alberto Fernández expuso la impotencia de la jefa del kirchnerismo para detonar inmediatos cambios de gabinete y de políticas.Ese estado de situación se hace todavía más evidente si se tiene en cuenta la debilidad del Presidente, derrotado en las elecciones de medio término y con escasos aliados dentro del propio oficialismo. Alberto Fernández es el presidente con menos respaldo desde Fernando de la Rúa y enfrenta sin éxito hasta ahora una situación social y económica inestables, junto a una inflación que dinamiza, otra vez, el riesgo de otro estallido.”A primera vista, Fernández parece un luchador de judo que usa la fuerza de su adversaria para derrotarlo” Harto de que lo acorralen, desde su gira europea Fernández lanzó en los últimos días varios desafíos encadenados. Planteó sus diferencias con Cristina y le imputó no comprender la realidad transformada por el impacto de la pandemia. Amenazó con despedir a los kirchneristas que hasta ahora han bloqueado los aumentos de tarifas de gas natural y electricidad. Y confirmó que buscará su reelección como una forma de dirimir con sus adversarios internos lo que Cristina llamó buenamente “debate de ideas”.A primera vista, Fernández parece un luchador de judo que usa la fuerza de su adversaria para derrotarlo. Es una mirada parcial. Cristina Kirchner también está debilitada por los mismos errores que le achaca al Presidente. Ambos, por fin, tienen el beneficio de contar con un conglomerado opositor disperso que tiende a igualar hacia abajo todo el sistema.Uno y otro son menos débiles gracias a los rivales que enfrentan, mientras los votantes miran nuevas alternativas que postulan saltar al vacío y solucionar todos los problemas con solo barrer lo conocido.La pelea en el oficialismo viene desde lejos, pero siempre se había resuelto a medida que las presiones de Cristina fueran finalmente atendidas en la Casa Rosada. Luego de la derrota en las elecciones primarias de agosto, durante cuatro días de amagos de renuncias masivas, audios infamantes y declaraciones fuertes, el Presidente hizo los cambios de gabinete que la vicepresidenta le venía reclamando.”Además de rechazar mantener un lazo con el sistema financiero, Cristina insiste en declararse en contra de la división de poderes esencial a la república” La brecha abierta con el acuerdo de refinanciación con el Fondo Monetario Internacional parece haber marcado el final de una relación anómala en su origen (que la jefa designe un delegado como presidente) e inviable por el temperamento de sus dos protagonistas.Hubo mucho más que criterios distintos entre el Presidente y la vice en ese momento crucial. El sistema político con genuina representación en el Congreso eligió por dos tercios a uno en ambas cámaras mantener al país dentro del sistema capitalista internacional. Es una decisión que refleja que también una gran parte del peronismo elige no romper con el mundo y manejarse dentro de sus parámetros.El tercio que fue derrotado está integrado mayoritariamente por el kirchnerismo y viene desde entonces exponiendo una radicalización que ahora Cristina Kirchner elige postular como su nueva oferta electoral para el año que viene.El combo fue explicitado por ella misma en su último discurso, en Resistencia. Además de rechazar mantener un lazo con el sistema financiero, insiste en declararse en contra de la división de poderes esencial a la república y elogia a China como el modelo a seguir. No hay misterio. Cristina elogia y actúa en consecuencia de Venezuela y Cuba, admira la Rusia de Vladimir Putin y quiere extender al modelo político los fuertes lazos comerciales que ya unen a la Argentina con China.No se conoce cuánto le interesa al régimen chino ese hermanamiento ya que, a diferencia de la desaparecida Unión Soviética, Pekín ha evitado por lo general evangelizar al mundo con su versión capitalista de comunismo (con perdón del oxímoron).Cristina muestra sus cartas y marca un rumbo hacia las autocracias, arrepentida del ejercicio de moderación y desprendimiento que tuvo cuando anunció el famoso “volvimos mejores” y eligió como su representante al centrista Fernández.En 2019, la frenaba su baja imagen positiva y las dudas que despertaba otra postulación suya en el propio peronismo, cuya dirigencia, sin embargo, fue corriendo detrás de ella luego de la proclamación por Facebook de Fernández. El fracaso económico del gobierno de Macri facilitó el resto.Desde su regreso triunfal, el kirchnerismo no ha hecho otra cosa que encapsularse dentro de su propio caudal político, una base electoral fiel y consistente, pero localizada en apenas una zona del conurbano bonaerense e insuficiente para llegar al poder sin aliados y sectores independientes.Una lógica sectaria ha impedido a los hijos políticos de la vicepresidenta colonizar más territorios del peronismo, donde la desconfianza hacia los rituales de “la orga” son rechazados.¿Es este un tránsito hacia una nueva etapa de expansión cuando haya que tratar de reagrupar las fuerzas para ir a una elección? Esa pregunta tendrá una respuesta hacia fin de año. Por ahora, alcanza con saber que los tiempos cambian y desgastan. Cristina ya no es lo que cree haber sido.Sergio SuppoTemasCristina KirchnerAlberto FernándezConforme a los criterios deConocé The Trust ProjectOtras noticias de Cristina Kirchner”Trabajadores pobres”. El informe en el que se basó Cristina Kirchner y que incomoda a la CGT”Prefirió la efusividad pública”. Aplaudió de pie a Cristina Kirchner y pidieron que renuncie¡Peligro! Un presidente con jet lag

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